Los signos del Reino
(Lucas 21, 29-33) En el contexto del capítulo 21 del evangelio
de Lucas, la imagen de la higuera nos invita a buscar los indicios de
maduración en nuestra vida y en la de los demás, y a considerar las pruebas y
los trastornos como signos precursores del Reino y del encuentro con Dios. Juan
(cf. Jn 16,21-23) y Pablo (cf. Rm 8,22-23), por su parte, hablan de esta
realidad como dolores de parto.
Supliquemos, pues, los dones
de una esperanza perseverante y de una mirada atenta a lo que nuestra realidad
contiene como potencialidades.
Emmanuelle Billoteau, ermite
Primera
lectura
Vi venir una
especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo
Lectura de la profecía de Daniel.
YO, Daniel, tuve una visión nocturna: Vi que los cuatro vientos del cielo
agitaban el océano. Cuatro bestias gigantescas salieron del mar, distintas una
de otra.
La primera era como un león con alas de águila; la estaba mirando y de pronto
vi que le arrancaban las alas, la alzaron del suelo, la pusieron de pie como un
hombre y le dieron un corazón humano.
Había una segunda bestia semejante a un oso; estaba medio erguida, con tres
costillas en la boca, entre los dientes. Le dijeron:
«Levántate. Come carne en abundancia».
Después yo seguía mirando y vi otra bestia como un leopardo, con cuatro alas de
ave en el lomo, y esta bestia tenía cuatro cabezas. Y le dieron el poder.
Después seguí mirando y en mi visión nocturna contemplé una cuarta bestia,
terrible, espantosa y extraordinariamente fuerte; tenía grandes dientes de
hierro, con los que comía y descuartizaba; y las sobras las pateaba con las
pezuñas. Era distinta de las bestias anteriores, porque tenía diez cuernos.
Miré atentamente los cuernos, y vi que de entre ellos salía otro cuerno
pequeño; y arrancaron ante él tres de los cuernos precedentes. Aquel cuerno
tenía ojos humanos, y una boca que profería insolencias.
Miré y vi que colocaban unos tronos. Un anciano se sentó.
Su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana
limpísima;
su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas;
un río impetuoso de fuego brotaba y corría ante él.
Miles y miles lo servían, millones estaban a sus órdenes.
Comenzó la sesión y se abrieron los libros.
Yo seguí mirando, atraído por las insolencias que profería aquel cuerno; hasta
que mataron a la bestia, la descuartizaron y la echaron al fuego. A las otras
bestias les quitaron el poder, dejándolas vivas una temporada, hasta un tiempo
y una hora.
Seguí mirando. Y en mi visión nocturna
vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo.
Avanzó hacia el anciano y llegó hasta su presencia.
A él se le dio poder, honor y reino.
Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron.
Su poder es un poder eterno, no cesará.
Su reino no acabará.
Palabra de Dios.
Salmo
R. ¡Ensálcenlo
con himnos por los siglos!
V. Montes
y cumbres, bendigan al Señor. R.
V. Cuanto
germina en la tierra, bendiga al Señor. R.
V. Manantiales,
bendigan al Señor. R.
V. Mares
y ríos, bendigan al Señor. R.
V. Cetáceos y
peces, bendigan al Señor. R.
V. Aves del
cielo, bendigan al Señor. R.
V. Fieras
y ganados, bendigan al Señor. R.
Aclamación
V. Levántense,
alcen la cabeza; se acerca su liberación. R.
Evangelio
Cuando vean
que suceden estas cosas, sepan que está cerca el reino de Dios
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos una parábola:
«Fíjense en la higuera y en todos los demás árboles: cuando ven que ya echan
brotes, conocen por ustedes mismos que ya está llegando el verano.
Igualmente ustedes, cuando vean que suceden estas cosas, sepan que está cerca
el reino de Dios.
En verdad les digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo
y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».
Palabra del Señor.
1
1. Introducción: Aprender a leer los signos de Dios
Hermanos, en este viernes de la 34ª semana del
Tiempo Ordinario —casi en la puerta de un nuevo Adviento— la Palabra nos enseña
a discernir los signos de Dios en medio de los tiempos convulsos. No se
trata de adivinar el futuro ni de temer catástrofes, sino de mirar la vida
con ojos creyentes, capaces de descubrir la presencia del Reino incluso en
el sufrimiento, en las crisis y en aquello que parece derrumbarse.
En este Año Jubilar, el Señor nos invita a
recuperar una mirada renovada, más contemplativa y esperanzada, que
pueda encontrar, aun en las noches más oscuras, los brotes nuevos del Reino.
Hoy oramos de manera especial con un espíritu
penitencial, con humildad y verdad ante Dios, y elevamos súplica por quienes
sufren en el alma y en el cuerpo, pidiendo para ellos consuelo, fortaleza y
nuevos comienzos.
2. La visión de Daniel: cuando
todo tiembla, Dios permanece (Dn 7,2-14)
La primera lectura nos presenta una de las visiones
más intensas del Antiguo Testamento. Daniel contempla el mar agitado, los
vientos que soplan con violencia y cuatro bestias que representan poderes
opresores y caóticos. Es una imagen de todos los tiempos donde la humanidad ha
experimentado miedo, injusticia, dominación, guerras, incertidumbre.
¿Y qué ocurre en medio de ese caos?
Aparece Uno Anciano de días, sentado en un
trono de fuego, símbolo del juicio justo y de la realeza divina. Y luego
aparece "uno como Hijo de hombre", a quien se le da poder,
honor y reino.
La visión nos recuerda esto:
aunque todo se tambalee, Dios no se tambalea.
Aunque los imperios pasen, el Reino de Dios no pasará.
Aunque parezca que el mal tiene la última palabra, el verdadero Señor de la
historia es Cristo.
En un mundo lleno de sufrimiento, realidades rotas
y corazones heridos, esta lectura nos devuelve una certeza:
Dios está sentado en el trono y Cristo, el Hijo del Hombre, camina hacia
nosotros.
3. El salmo: Que toda la creación
bendiga al Señor
El cántico de Daniel (Dn 3) es un estallido de
alabanza en medio de la persecución. Los jóvenes en el horno de fuego no se
lamentan; bendicen, confían, proclaman:
“Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres.”
Este himno nos enseña que la alabanza es un acto
de resistencia espiritual ante el mal.
Que bendecir a Dios no es negar el sufrimiento, sino proclamar que Él
nos sostiene incluso cuando el fuego nos rodea.
Es un canto profundamente jubilar: reconocer la
grandeza y misericordia del Señor que no nos abandona.
4. El Evangelio: La higuera que
anuncia el Reino (Lc 21,29-33)
Jesús utiliza la imagen simple y cotidiana de una
higuera que brota para explicar algo inmenso:
Así como sabemos que el verano se acerca cuando el árbol reverdece, también
debemos saber que el Reino está cerca cuando la vida parece agitarse.
Jesús no dice que la tribulación sea anuncio de
destrucción:
dice que es anuncio de nacimiento.
Tal como Juan y Pablo hablan de “dolores de parto”,
Jesús revela que las crisis son contracciones luminosas, señales de que
la creación está dando a luz algo nuevo.
Por eso, cuando vemos fragilidad, cambios, heridas,
lágrimas, rupturas interiores…
no debemos concluir que Dios está ausente, sino todo lo contrario:
el Reino está germinando justo allí.
5. Aplicación espiritual: ¿Qué
higuera está brotando en tu vida?
La higuera es símbolo de:
- maduración,
- procesos
lentos,
- brotes
que surgen después del invierno,
- esperanza
que resiste.
Jesús nos invita hoy a preguntarnos:
- ¿Qué
brote nuevo está naciendo en mí?
- ¿Qué
transformación está pidiendo Dios en mi vida?
- ¿Qué
lección escondida trae este tiempo difícil?
- ¿Qué
signos de esperanza están brotando en quienes me rodean?
- ¿Qué
invitación del Reino estoy pasando por alto?
En clave jubilar, es un llamado a dejar que:
- Dios
derrita lo endurecido,
- Dios
abra caminos donde sólo veo paredes,
- Dios
haga renacer lo que creí muerto.
6. Intención penitencial: dejar
que el Señor nos madure
Hoy nos acercamos con espíritu penitencial no para
escondernos, sino para permitir que el Señor cure nuestra ceguera espiritual,
esa incapacidad para ver los signos de su Reino.
A veces la vida se convierte en una sucesión de
decepciones, heridas, tensiones, culpas o cansancios.
Pero Jesús nos dice:
“Mira la higuera”.
Quizá hay ramas secas que deben podarse;
quizá hay raíces que deben fortalecerse;
quizá hay nuevas hojas brotando y no lo hemos notado.
El Jubileo es tiempo de reconciliación, de volver
al corazón, de dejar que Dios nos regenere desde dentro.
7. Oración por quienes sufren en
el alma y en el cuerpo
En este día en que el Evangelio habla de brotes
nuevos, queremos orar por todos los que viven en un invierno interior:
- quienes
sienten ansiedad, depresión, miedo o confusión;
- quienes
padecen enfermedades que desgastan el cuerpo;
- quienes
cargan dolores que no se ven;
- quienes
se sienten solos, desorientados o sin fuerzas;
- quienes
han perdido el gusto de vivir o el sentido de la esperanza.
Pedimos que el Señor, con su ternura inagotable,
los mire como una higuera amada, y les regale una primavera interior.
Que sus heridas sean lugares donde Dios haga nacer algo nuevo.
8. Conclusión: El cielo y la
tierra pasarán… pero su Palabra no
Jesús termina el Evangelio con una frase que
sostiene toda la vida cristiana:
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán.”
Es la certeza que nos permite mirar la historia sin
miedo.
Es la brújula que nos orienta en los tiempos difíciles.
Es la roca sobre la cual se construye la esperanza jubilar.
Que este día podamos recibir la gracia de:
- discernir
los signos del Reino,
- abrazar
la esperanza que brota incluso en el dolor,
- crecer
en madurez espiritual,
- y
acompañar con compasión a quienes sufren en el alma y en el cuerpo.
Amén.
2
1. Introducción: Cuando todo
cambia, ¿qué permanece?
Hermanos, la liturgia de estos últimos días del año
cristiano nos impulsa a mirar más allá de lo inmediato, a elevar la mirada
hacia el horizonte último de la historia. Todo parece hablar de cosas que
terminan: ciclos, estructuras, seguridades, tiempos. En esa atmósfera
escatológica, Jesús pronuncia una frase decisiva:
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán” (Lc 21,33).
En un mundo donde todo cambia —y donde cada cambio
parece acelerarse— necesitamos un punto firme. Un lugar donde anclar el alma.
Un fundamento estable que no dependa de modas, crisis o percepciones.
Ese fundamento es la Palabra viva y eterna del Señor.
Hoy, en este Año Jubilar, la Iglesia nos
invita a redescubrir esa roca que sostiene, purifica, convierte y renueva. Y lo
hacemos con espíritu penitencial y solidario, orando por quienes más sufren,
por los que viven cambios dolorosos, por los que experimentan confusión,
cansancio, enfermedad o desesperanza.
2. Daniel: el corazón turbado que
necesita luz (Dn 7,15-27)
La primera lectura nos presenta a Daniel
profundamente “impresionado” y “turbado” por las visiones recibidas. Es la
reacción del ser humano cuando el misterio del mal y de la historia lo
sobrepasa. Bestias simbólicas, ciclos que se derrumban, poderes que parecen
invencibles…
Daniel se siente pequeño.
Daniel no entiende.
Daniel experimenta miedo.
¿Y qué hace?
Busca la Palabra.
Pregunta. Se deja interpretar. Deja que Dios dé sentido a lo que sus ojos no
pueden comprender.
La respuesta divina no elimina el misterio, pero lo
ilumina:
los reinos pasan, el mal tiene fecha de caducidad, la dominación no es eterna…
pero el Reino del Altísimo permanece para siempre, y lo recibirán
aquellos que se mantengan fieles.
La visión de Daniel termina con esperanza:
no con destrucción, sino con una realeza que no será jamás destruida.
Esto mismo Jesús lo reafirma en el Evangelio: lo
único que permanece —lo único verdaderamente sólido— es la Palabra de Dios.
3. El cántico de Daniel: alabanza
en medio del fuego (Dn 3)
El salmo responsorial vuelve a colocar nuestros
pies en terreno firme:
“A Él gloria y alabanza por los siglos.”
Es admirable que estas palabras nacen en el horno
ardiente. Los tres jóvenes cantan mientras todo lo alrededor anuncia muerte. La
alabanza no ignora la prueba, la atraviesa. Allí donde todo debería apagarse,
la Palabra se vuelve fuego que sostiene, luz que no se extingue.
Así es la Palabra que no pasa:
cuando los imperios caen, permanece;
cuando el sufrimiento golpea, sostiene;
cuando el mundo se agita, pacifica.
4. El Evangelio: La única
estabilidad real (Lc 21,32-33)
Jesús no está describiendo sensacionalismo ni
catastrofismo espiritual. Está haciendo una afirmación de fe:
todo lo creado es transitorio, sólo la Palabra es
eterna.
El mundo que vemos —maravilloso, inmenso, lleno de
belleza y de historia— pasará.
La forma actual del cielo, incluso el modo presente de la gloria celestial,
también se transformará.
Vendrán un cielo nuevo y una tierra nueva.
Pero la Palabra no cambiará.
No se adapta a los caprichos del tiempo.
No pierde vigencia.
No se debilita.
No se marchita.
No envejece.
Jesús dice:
“Mis palabras no pasarán.”
Lo dijo hace dos mil años.
Y seguimos comprobando que es verdad.
5. Aplicación espiritual y
jubilar: ¿Sobre qué construyo mi vida?
Si todo pasa, entonces:
- las
seguridades materiales,
- los
éxitos profesionales,
- las
opiniones públicas,
- la
salud física,
- los
afectos humanos,
- incluso
las estructuras religiosas y sociales…
todo está destinado a cambiar.
¿Sobre qué se sostiene entonces mi alma?
La respuesta del Evangelio es clara:
Sobre la Palabra.
- La
Palabra que crea.
- La
Palabra que salva.
- La
Palabra que juzga.
- La
Palabra que perdona.
- La
Palabra que permanece.
En este Año Jubilar, el Señor nos invita a
purificar nuestros apoyos falsos y a reconstruir sobre roca. Quizá hemos
edificado sobre aplausos, sobre expectativas ajenas, sobre rutinas vacías,
sobre temores, sobre cansancios interiores.
Hoy Cristo nos ofrece un cimiento que no se mueve: Él mismo.
6. Dimensión penitencial: Dejar
caer lo que debe caer
El Jubileo también es un tiempo para dejar morir lo
que no da vida.
Si todo pasa, ¿por qué aferrarnos a lo que esclaviza?
- resentimientos
acumulados,
- pecados
secretos,
- hábitos
que enferman el alma,
- culpas
que no terminamos de entregar,
- falsas
seguridades que el mundo vende,
- miedos
que nos paralizan,
- heridas
no sanadas que oscurecen el corazón…
Hoy el Señor nos dice:
“Déjalo ir. Yo permanezco.”
El cielo y la tierra pasarán, y con ellos pasan
nuestras sombras.
Pero la misericordia permanece.
La Palabra permanece.
El amor de Dios permanece.
7. Oración por quienes sufren en
el alma y en el cuerpo
Queremos presentar ante el Altar a aquellos cuya
vida parece estar cambiando demasiado rápido o desmoronándose:
- los
enfermos físicos, especialmente quienes viven dolores crónicos o
desgastantes;
- los
que sufren en el alma: depresión, ansiedad, insomnio, duelo, agotamiento;
- quienes
atraviesan rupturas familiares, pérdidas inesperadas o crisis laborales;
- aquellos
que sienten que ya no controlan nada;
- los
que han perdido el sentido y la esperanza.
Que la Palabra que no pasa se convierta en
medicina, en abrazo, en dirección y en paz para todos ellos. Que descubran que,
aunque todo cambie, Dios nunca se mueve de su lado.
8. Conclusión: Permanecer en la
Palabra para permanecer en Dios
Hermanos, si queremos estabilidad verdadera, no la
encontraremos:
- en
la tecnología,
- en
la economía,
- en
los gobiernos,
- en
las modas,
- ni
siquiera en nuestras propias fuerzas.
Sólo permanece lo que nace de Dios.
Sólo permanece lo que está sostenido por su Palabra.
Por eso Jesús nos deja esta joya espiritual para
cerrar el año:
“Mis palabras no pasarán.”
Que este Evangelio nos renueve la pasión por la
Escritura, por la meditación diaria, por la escucha obediente, por la
contemplación humilde.
Y que, al aferrarnos a la Palabra eterna, podamos atravesar las tormentas con
paz, sostener a quienes sufren con compasión y vivir este Año Jubilar como una
verdadera renovación interior.
Amén.
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