8 de mayo del 2020:viernes de la cuarta semana de Pascua



(Juan 14,1-6) Creer en Jesucristo y seguirlo, es la misma cosa. Para poder amar a mi prójimo como a mí mismo, debo tener confianza en este Dios de amor que mora en mí, de lo contrario, yo tendría mucho miedo de amar.




Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (13,26-33):

EN aquellos días, cuando llegó Pablo a Antioquía de Pisidia, decía en la sinagoga:
«Hermanos, hijos del linaje de Abrahán y todos vosotros los que teméis a Dios: a nosotros se nos ha enviado esta palabra de salvación. En efecto, los habitantes de Jerusalén y sus autoridades no reconocieron a Jesús ni entendieron las palabras de los profetas que se leen los sábados, pero las cumplieron al condenarlo. Y, aunque no encontraron nada que mereciera la muerte, le pidieron a Pilato que lo mandara ejecutar. Y, cuando cumplieron todo lo que estaba escrito de él, lo bajaron del madero y lo enterraron. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Durante muchos días, se apareció a los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén, y ellos son ahora sus testigos ante el pueblo. También nosotros os anunciamos la Buena Noticia de que la promesa que Dios hizo a nuestros padres, nos la ha cumplido a nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús. Así está escrito en el salmo segundo:
“Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy”».

Palabra de Dios



Salmo
Sal 2,6-7.8-9.10-11

R/. Tu eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy

«Yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo».
Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho: «Tú eres mi Hijo:
yo te he engendrado hoy. R/.

Pídemelo:
te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza». R/.

Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando. R/.


Lectura del santo evangelio según san Juan (14,1-6):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».
Tomás le dice:
«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Jesús le responde:
«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí».


Palabra del Señor

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"Descendientes de Abraham" y con una morada en la Casa de Nuestro Padre del Cielo

Pablo continúa hoy su discurso en la sinagoga judía y les habla con especificidad de Abraham, el patriarca sublime de la fe. El apóstol quiere enfatizar en la importancia de tomar conciencia de esta descendencia. Pareciera que Pablo desea y les invita a que ellos sean verdaderos descendientes de su ancestro, el hombre de FE. Pertenecer a la raza de Abraham implicaba la obligación de corresponder al carácter, a la fe, al rango elevado de Abraham en sus tiempos,- la obligación por así decirlo de mantener vigente, sus caracteres morales.

En otra parte del Evangelio Jesús había dicho que Abraham soñaba con el día en que aparecería y o se revelaría el Mesías, el Hijo de Dios:  "Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi Día; lo vio y se alegró.» (Juan 8,56).

Pablo agrega que Dios ha llevado a su cumplimiento  este proyecto iniciado con Abraham, resucitando a  Jesús de entre los muertos. Así se realiza la promesa. Dios ha manifestado así su poder sobre la vida revelando al Mesías anunciado por las Escrituras. Para ayudarles a creer todo esto,  Pablo citará varios salmos y textos de profetas, que son bien conocidos por su auditorio. Pablo concluirá diciendo que esta Buena Noticia  no es sólo para los judíos, es para todos!

En el Evangelio, les invito a profundizar en los versos 2 y 3:

En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. De no ser así, no les habría dicho que voy a prepararles un lugar. Y después de ir y prepararles un lugar, volveré para tomarlos conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes.


¡De vez en cuando es importante que nos enfoquemos en la gloriosa realidad del Cielo! El cielo es real y, si Dios quiere, algún día todos estaremos unidos allí con nuestro Dios Trino. Si entendiéramos correctamente el Cielo, lo anhelaríamos con un amor profundo y ardiente y lo esperaríamos con un deseo poderoso, llenos de paz y alegría cada vez que pensamos en él.

Desafortunadamente, pese a todo, la idea de abandonar esta Tierra y conocer a nuestro Creador es un pensamiento aterrador para algunos. Tal vez sea el miedo a lo desconocido, la constatación de que dejaremos atrás a nuestros seres queridos, o posiblemente incluso el miedo a que el Cielo no sea nuestro lugar de descanso final.  

Como cristianos, es esencial que trabajemos para fomentar un gran amor por el Cielo al obtener una comprensión adecuada no solo del Cielo mismo, sino también del propósito de nuestras vidas en la Tierra. El cielo ayuda a ordenar nuestras vidas y nos ayuda a mantenernos en el camino que conduce a esta eterna bienaventuranza.

En el pasaje anterior se nos da una imagen muy consoladora del Cielo. Es la imagen de la "casa del padre". Esta imagen es buena para reflexionar porque revela que el Cielo es nuestro hogar. El hogar es un lugar seguro. Es un lugar donde podemos ser nosotros mismos, relajarnos, estar con nuestros seres queridos y sentir que pertenecemos allí. Somos hijos e hijas de Dios y Él ha decidido que le pertenezcamos allí.  

Reflexionar sobre esta imagen del Cielo también debería consolar a aquellos que han perdido a un ser querido. La experiencia de decir adiós, por ahora, es muy difícil. Y debería ser difícil. La dificultad de perder a un ser querido revela que hay amor verdadero en esa relación. Y eso está bien. Pero Dios quiere que los sentimientos de pérdida también se mezclen con alegría mientras reflexionamos sobre la realidad de nuestro ser querido con el Padre en su hogar por la eternidad. Son más felices allí de lo que jamás podremos imaginar, y algún día seremos llamados a compartir esa alegría.

Reflexiona hoy sobre esta imagen del cielo: la casa de nuestro Padre. Siéntate, o arrodíllate, y piensa en esa imagen y deja que Dios te hable. Mientras lo haces, deja que tu corazón sea atraído al cielo para que este deseo te ayude a dirigir tus acciones aquí y ahora.


Señor, anhelo estar contigo eternamente en el cielo. Anhelo ser consolado, y lleno de alegría en Tu hogar. Ayúdame diariamente a mantener esto siempre como mi objetivo en la vida y a crecer en un deseo por este lugar de descanso final. Jesús, confío en ti.

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