22 de mayo del 2022: Sexto Domingo de Pascua (C)


Un domingo más nos convoca el amor a Dios y el anhelo de escuchar su Palabra para hacerla vida en nosotros. 
El itinerario pascual de la liturgia está llegando a su fin. Por lo mismo, se nos comienza a hablar del Espíritu Santo, que es la presencia permanente en nuestros corazones de la vida nueva del Resucitado. 
Dispongámonos a celebrar con corazón agradecido el don de Dios.

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Jesús quien nos ha revelado el amor y la fidelidad de Dios, nos pide guardar su Palabra.

Abramos nuestro corazón y alegrémonos, porque Él nos promete el Espíritu para que nosotros podamos acoger su Palabra y descubrir su sentido.




A guisa de introducción:


No pierdan la paz ni se acobarden



En la liturgia de hoy Jesús comienza a despedirse de sus discípulos.

En primer lugar, los exhorta a cumplir fielmente las palabras que les ha enseñado, porque son palabras de Vida eterna, palabras que permiten una plenitud personal.

Cuando alguien cumple la Palabra de Dios, Jesús y el Padre vienen a habitar en él. Esta presencia divina se manifiesta en el don del Espíritu Santo, un don que significa recibir la fuerza de Dios, la vitalidad espiritual que permite ir entendiendo cada vez con mayor hondura las palabras de Jesús y haciéndolas vida.

Cuando Jesús se aleje de los discípulos, estos no quedarán solos, sino que Padre, Hijo y Espíritu estarán en ellos fortaleciéndolos y sosteniéndolos en su caminar. Este es el fundamento de fe que sostiene la vida de los discípulos.
La gran manifestación de esta presencia divina en el creyente es el don de la paz.

No una paz como la que da el mundo, no una paz armada ni tampoco la paz de los cementerios, sino la certeza de saberse gratuitamente amado por Dios, que permite enfrentar la vida con serenidad y da la valentía interior necesaria para lanzarse en aventuras nuevas en servicio de los hermanos.

Un creyente de verdad está sereno, confiado en su Dios (no en seres humanos).

Es una persona que no se acobarda ni pierde la paz cuando debe correr riesgos por vivir la Palabra de Dios.

Vivimos en una sociedad cada vez más próspera, pero al mismo tiempo cada día más temerosa y asustada.

Nos asustamos de las agresiones que nos pueden venir desde fuera. Tenemos mucho miedo de que a nuestros seres queridos les suceda algo malo. Incluso en muchos momentos estamos asustados de nosotros mismos por el mal que habita en nuestro corazón.

¿Por qué tenemos tantos miedos?

¿Cuáles son los mayores miedos que experimento en estos momentos? ¿Sé confiar en Dios para superar los miedos?

¿La fe me hace valiente para enfrentar con generosidad y creatividad los nuevos desafíos de la vivencia de la fe y del servicio a los hermanos?

En la Asamblea de Jerusalén los Apóstoles resolvieron con mucha sabiduría las tensiones internas de la comunidad cristiana; ¿Cómo estamos resolviendo las tensiones de nuestra comunidad; las tensiones de nuestra Iglesia?



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El creyente, morada de Dios

Poco a poco, llega el momento de la despedida de Jesús. Por esta razón, deja todo en manos de sus discípulos y de aquel que crea en su palabra y se comprometa con el proyecto de Dios. Si tanto la Palabra de Dios como su amor son los que provocan la transformación de la sociedad, entonces tendríamos que estar atentos, porque cada vez más se quiere vivir al margen de Dios. Sobre todo, Jesús propone transformarla desde la entrega de la propia vida y no desde el egoísmo y la violencia. “Si alguien me ama…”, ante tantas faltas de amor en el mundo, Jesús responde con la fórmula del amor activo: todo aquel que guarde la Palabra se convierte en morada del Padre y del Hijo. No obstante, esto no tiene nada que ver con una fe intimista, por la que nos entendamos a nosotros mismos y a Dios, mientras el resto que quede fuera. Este vínculo de amor cobra real sentido cuando cada persona se adhiere a la fe, que es personal pero también comunitaria. Esa es la misma fe que patentan los discípulos de Jesús y que, a pesar de tenerla, no dejan de sentir miedo ante la partida del Maestro. ¿Qué harán cuando Jesús ya no esté?

 La intervención del Espíritu Santo en el camino de la comunidad es fundamental porque permite recordar a quien ha partido. Es decir, rememora y enseña las palabras y los gestos del Señor. Solo por medio del Espíritu Santo, es posible iluminar las situaciones presentes y distinguir entre lo que lleva vida o muerte, lo que es fruto del egoísmo o del amor desprendido y generoso. La paz que comunica Jesús a sus discípulos es fruto de su decisión de cumplir hasta el fin el proyecto del Padre. Es una paz que no la puede dar el mundo, sino solo aquel que tiene la convicción profunda de saber hacia dónde quiere ir. Por eso, la obediencia de Jesús suscita la fe de los que lo siguen y los hace capaces de amar –al igual que él− aun en las situaciones más adversas.




Aproximación psicológica a las lecturas


Dialogar desde la fe y guardar la Palabra:


El tiempo pascual, que se caracteriza por el denominador común de la alegría se diversifica cada domingo por los temas que pone a nuestra consideración. 

La Pascua es el gran fundamento de la vida cristiana, que nos hace pasar de la utopía a la realidad, de la mentira al amor, del miedo a la paz.

Domingo tras domingo los cristianos guardamos la palabra que se nos ha dado, escuchamos las lecturas santas que nos recuerdan lo que Dios ha hecho por nosotros y sobre todo lo que Cristo ha realizado y cumplido para salvarnos.

El cristiano no puede ni debe ser olvidadizo, desmemoriado, sino hombre de palabra, fiel a lo que cree y dice.

El creyente es el que habla con palabra auténtica en un mundo de tantas falsedades, de tantos matices fonéticos.

Hay que hablar y hacerse presente para posibilitar el diálogo, tomar conciencia de la realidad circundante y manifestar vivencias interiores.

Los diálogos desde la fe, aunque sean difíciles, son necesarios y urgentes, pues se están achicando los horizontes de la vida del hombre.

Se debe guardar la palabra de Dios sin que tiemble nuestro corazón ni nos acobardemos. El miedo es mal consejero, atenaza, impide cumplir la misión que se nos ha confiado.

Existen demasiados temores y desánimos que cristalizan en cobardías cómplices.

Es el Espíritu quien nos enseña y recuerda todo.
No hablamos de nosotros, sino de Cristo.
Nuestras palabras no tienen que ser de alarma o inquietud, no deben imponer más cargas que las indispensables, es decir, las del Evangelio.
Los conflictos hay que enfrentarlos con serenidad, sin arrogancia, pues la palabra cristiana siempre es oferta de paz.

El Espíritu de Cristo sigue en nosotros enseñándonos y recordándonos lo que Jesús dijo e hizo. Su vida y enseñanza se resumen en el amor, que nos hace vencer lo más difícil: las propias convicciones.

Así se abrieron los primeros apóstoles a la comprensión de aquéllos que tenían otros modos sociales y costumbres religiosas.

Superando el estrecho límite de los propios puntos de vista conseguiremos ensanchar el horizonte de nuestra visión cristiana.

Es el camino de la fe, que consiste en renunciar a nuestra visión inmediata y empalmar así con el horizonte de Dios.





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“La Paz os dejo, mi Paz os doy”

Abrimos el periódico, encendemos la televisión, sintonizamos la radio, miramos las noticias en el móvil o el ordenador... y saltan a nuestra vista y a nuestros oídos los numerosos conflictos que asolan este mundo en el que vivimos. Pocos son los lugares del planeta de los que se pueda decir que hay “paz”. Vivimos en una sociedad llena de tensiones, de rivalidades, de enfrentamientos y, lo que es peor, en muchos sitios, de guerra.

Pero esos conflictos no solo están lejos; hay enfrentamientos muy cerca de nosotros: en las familias, entre los vecinos del barrio, entre los compañeros de trabajo, entre los compañeros de clase, ... Además de las tensiones y enfrentamientos sociales, políticos, étnicos, de los que cada día somos testigos. Conflictos todos que deterioran y que impiden una convivencia sosegada y pacífica.

¿Y cómo resolvemos esos conflictos? Yo diría que los hombres, a lo largo de toda la historia, solo han tenido, y tienen, dos vías, dos caminos: la vía del diálogo y del entendimiento mutuo o la vía de la violencia y del enfrentamiento destructor.

Y lo curioso es que ambas vías solo dependen de las opciones que las personas hacemos individual y colectivamente. Y visto el grado de tensión, de intolerancia, de agresividad que nos rodea me surge una reflexión: Lo más grave no es que haya conflictos o tensiones, sino que estamos viviendo en una sociedad que considera “normal” el enfrentamiento y que acaba creyendo que los conflictos sólo se pueden resolver por medio de la violencia o la imposición de la fuerza.

Y es justamente aquí donde se sitúan las palabras de Jesús: «la paz os dejo, mi paz os doy».

Frente a esta “cultura de la violencia” que tanto se cultiva hoy entre nosotros, necesitamos promover hoy una “cultura de la paz”. Hemos de sustituir la fe en la violencia por la fe en la palabra; sustituir los caminos de la fuerza por los caminos de la razón. Hemos de aprender a resolver nuestros problemas por vías dignas, que nacen del respeto a la persona. Solo así podremos considerarnos ‘humanos’.

Sólo los que se resisten a los medios violentos, agresivos, injustos, destructores y combaten todo atentado contra la persona pueden ser constructores de paz.

Una paz que exige, además, crear un clima de diálogo, promoviendo actitudes de respeto y escucha mutuos,
Una paz que renuncia a la imposición, que busca el acercamiento de posturas,
una paz que rechaza los sentimientos de venganza y revancha,
una paz de personas dispuestas al perdón sincero,
una paz, en definitiva, que se enraíza siempre en la verdad.

En medio de esta sociedad, los cristianos hemos de escuchar de manera nueva las palabras de Jesús, «la paz os dejo, mi paz os doy», y hemos de preguntarnos qué hemos hecho de esa paz que el mundo no puede dar, pero necesita conocer.

Seamos, los seguidores de Jesús, hombres y mujeres pacíficos y pacificadores.




Reflexión Central


¿Cuál paz?



¿De qué paz habla Jesús en este pasaje del Evangelio?

No de la paz externa que consiste en la ausencia de guerras y conflictos entre personas o naciones diversas.

En otras ocasiones Él habla también de esta paz, por ejemplo, cuando dice: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios».

Aquí habla de otra paz, la interior, del corazón, de la persona consigo misma y con Dios. Se comprende por lo que añade inmediatamente: «Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde».

Ésta es la paz fundamental sin la cual no existe ninguna otra paz. La palabra utilizada por Jesús es shalom. Con ella los judíos se saludaban, y todavía se saludan entre sí; con ella saludó Él mismo a los discípulos la tarde de Pascua y con ella ordena saludar a la gente: «En cualquier casa que entréis, decid antes: la Paz a esta casa».

Debimos partir de la Biblia para entender el sentido de la paz que da Cristo.
En la Biblia shalom dice más que la sencilla ausencia de guerras y desórdenes. Indica positivamente bienestar, reposo, seguridad, éxito, gloria.

La Escritura habla incluso de la «paz de Dios» y del «Dios de la paz». Paz no indica, por lo tanto, sólo lo que Dios da, sino también lo que Dios es.

En un himno suyo, la Iglesia llama a la Trinidad «océano de paz». Esto nos dice que esa paz del corazón que todos deseamos no se puede obtener nunca total y establemente sin Dios, fuera de Él.

Dante Alighieri sintetizó todo esto en ese verso que algunos consideran el más bello de toda la Divina Comedia: «En su voluntad está nuestra paz». Jesús da a entender qué se opone a esta paz: la turbación, el ansia, el miedo: «No se turbe vuestro corazón».

¡Qué fácil es decirlo!, objetará alguno. ¿Cómo aplacar la ansiedad, la inquietud, el nerviosismo que nos devora a todos y nos impide disfrutar de un poco de paz?

Hay quienes por temperamento están más expuestos a estas cosas. Si existe un peligro, lo agrandan; si hay una dificultad, la multiplican por cien. Todo se convierte en motivo de ansiedad.

El Evangelio no promete una panacea para estos males; en cierta medida, forman parte de nuestra condición humana, expuestos como estamos a fuerzas y amenazas mucho mayores que nosotros. Pero indica un remedio. 

El capítulo del que procede el pasaje del evangelio dominical empieza así: «No se turbe vuestro corazón. Tened fe en Dios y tened fe también en mí». El remedio es la confianza en Dios. 

Tras la última guerra, se publicó un libro titulado Las últimas cartas de Stalingrado. Eran cartas de soldados alemanes prisioneros en Stalingrado, despachadas en el último envío antes del ataque final del ejército ruso en el que todos perecieron. 

En una de estas cartas, reencontradas acabada la guerra, un joven soldado escribía a sus padres: «No tengo miedo de la muerte. ¡Mi fe me da esta bella seguridad!». 

Ahora sabemos qué nos deseamos recíprocamente cuando, estrechándonos la mano, intercambiamos en la Misa el deseo de la paz. Nos deseamos el uno al otro bienestar, salud, buenas relaciones con Dios, con uno mismo y con los demás. 

En resumen, tener el corazón lleno de la «paz de Cristo que sobrepasa todo entendimiento».

P. Raniero Cantalamessa ofm cap




2

 "Mi paz es mi regalo para ustedes… pero no como el mundo da la paz."

En el Evangelio de hoy Jesús hace una distinción entre la “paz como el mundo la ofrece” y la paz que viene de Él.

¿Pero qué es lo que Jesús quiere decir con esto?

El Diccionario de la Herencia Americana del Lenguaje Ingles puede proveernos con ciertas pistas de lo que esto significa. El diccionario define la paz como:

 “1. la ausencia de la guerra o las hostilidades.
2. un acuerdo o un tratado para terminar con las hostilidades.
3. La libertad de los problemas o los desacuerdos.
4. seguridad y orden público.
5. una satisfacción interior, una serenidad. "

La visión de paz que el mundo ofrece – suficientemente apropiada- nos dice que para poder experimentar la verdadera satisfacción interior nosotros primero debemos establecer un mundo en el que no hay Guerra, no hostilidades, no disturbios, no desacuerdos, no desorden público ni caos.

Aun cuando esta visión es tentadora, la historia – la historia del mundo y la nuestra-ilustra dolorosamente la falacia, la fugacidad de esta promesa de paz… al menos esta forma de intentar obtenerla.

En contraste, la paz que Jesús nos promete comienza desde adentro. Se trata de tener integridad. Se trata de tener un propósito. Se trata de encontrar un significado. Se trata de tener una misión. Ultimadamente, se trata de tener un sentido claro y no ambiguo del ser, el ser que solo se puede entender y actualizar completamente en el contexto de nuestra relación con Dios, con nosotros mismos y con los demás.

Esta es la clase de paz que el mundo no nos puede ofrecer.

Irónicamente, la promesa que nos hizo Jesús sobre la paz interior nos da la esperanza de paz para el mundo. 
Solo cuando hemos echado a un lado nuestras hostilidades personales podremos trabajar verdaderamente para lograr un mundo libre de guerra. 
Solo cuando hayamos echado a un lado nuestra necesidad de estar siempre en lo correcto, podremos esforzarnos por tener un mundo en el que las peleas no tienen la última palabra. 
Solo cuando hayamos establecido un orden y dirección en nuestras propias vidas, podremos aspirar a lograr esa misma dirección y orden a una escala mayor. 
Solo cuando experimentemos el poder y las posibilidades que obtenemos a través del conocimiento – y de la aceptación- de quienes somos verdaderamente a los ojos de Dios, podremos convertirnos en fuentes de ese mismo poder y posibilidad en las vidas de los demás.

La paz de Dios no se puede medir por la ausencia de conflicto. La paz de Dios es una función que depende de nuestra dedicación, de cuanto nos esforzamos para poder saber quiénes somos y para que así podamos ver más claramente lo que el mundo puede ser, y que clase de pasos debemos dar –juntos- para hacer de ese ideal, sin importar cuan frágil o fugaz sea, una realidad.

¿Quieren la paz del mundo? Piensen globalmente. Pero, igual que Jesús, actúen localmente. Como diría la última línea de un himno bien conocido, “Que haya paz en la tierra… y que esa paz comience conmigo.”


3

Este domingo ya está preparando la comunidad cristiana para Pentecostés. Los textos bíblicos nos dicen cuál será la obra del Espíritu Santo.

El evangelio nos cuenta sobre un trabajo de profundización y paz. El Libro de los Hechos de los Apóstoles (primera lectura) nos muestra un trabajo de apertura para todas las naciones, judías y paganas. Con el Apocalipsis (segunda lectura), es un trabajo de creación que anuncia la Nueva Jerusalén.

El evangelio que acabamos de escuchar se presenta como la voluntad de Jesús. Es un poco como un padre que expresa sus últimos deseos a sus hijos antes de morir: especialmente recomienda que se lleven bien. Jesús anuncia a sus discípulos que se acerca su tiempo.

Para ellos, la vida será bastante diferente. Pero no permanecerán solos, Jesús no les dejará solos a su suerte. Les promete el don del Espíritu Santo. Con él, será el comienzo de una nueva misión que cumplirán en el mismo nombre de Jesús.

Constantemente revivirá la enseñanza de Cristo en sus corazones. Les ayudará a traducirla en amor efectivo y concreto hacia sus hermanos. Jesús también deja la "paz" a sus amigos. Ella es la promesa de su presencia con ellos. Él les da su alegría.

Pero para beneficiarse de estos dones, hay condiciones que cumplir. No es Dios quien pone restricciones; Por el contrario, Él solo quiere darnos plenitud. Pero con demasiada frecuencia el problema proviene de nosotros. No siempre estamos disponibles para dar la bienvenida y mantener "Su Palabra".

Cada uno de nosotros puede hacerse estas preguntas: ¿Tenemos un corazón en gran medida abierto para que el Padre venga a hacer un hogar? A veces nos quejamos del silencio de Dios. ¿No vendrá eso de nosotros? Está presente, pero con demasiada frecuencia, estamos distraídos...

El evangelio nos cuenta sobre una segunda condición requerida de nuestra parte: "Si me aman, se alegrarán". La pregunta nos la hace Jesús mismo: "¿Me amas lo suficiente como para ser invadido por mi alegría?"

El Papa Francisco nos dice a su manera: "Hay cristianos que parecen tener un aire de Cuaresma sin Pascua" (evangeli Gaudium). La alegría siempre debe ser la característica del cristiano.

La primera lectura, extraída del Libro de Hechos de los Apóstoles, nos muestra que no fue fácil. En la primera comunidad cristiana, se escuchan crepitaciones. Muchos extranjeros llaman a la puerta de esta comunidad. ¿Era necesario imponerles las tradiciones judías?

Esta pregunta se reflejó durante el primer concilio de Jerusalén. Estaba fuera de discusión imponer una iglesia encerrada en sí misma obligando a los recién llegados a seguir tradiciones que no son suyas. La iglesia debe estar abierta al mundo y a los nuevos conversos. Estos últimos no necesitan despojarse de su originalidad cultural. Las diferencias son una fuente de enriquecimiento.

Ahora hay mentes tristes que creen que la apertura al mundo es un abandono de la fe. Piensan que la pluralidad de las culturas es un obstáculo para la unidad. Dirigidos por el Espíritu Santo, los responsables de la iglesia primitiva no lo juzgaron así. La misión de la iglesia no es salvar las tradiciones, sino trabajar con Cristo que quiere salvar al mundo. Fue por todos que Él entregó su cuerpo y derramó su sangre en remisión de los pecados.

También es este mensaje el que San Juan aborda en la segunda lectura. Esta "Nueva Jerusalén" que nos presenta, es el pueblo santo. Dios vive allí como en un templo. Cristo permanece entre los suyos. Es un pueblo abierto a los cuatro puntos del horizonte. Nunca debe perder de vista su perspectiva universal. No olvidemos que "católico" significa "universal"; La última palabra en la aventura humana será la entrada al reino de Dios alrededor del Cristo resucitado. Es esta buena noticia que Juan dirige a los cristianos perseguidos de su tiempo y los de hoy.

Nuestra misión hoy es ser los mensajeros de la paz y la alegría de Cristo. Esto tiene que verse reflejado en nuestra vida.

Si queremos ser fieles al Evangelio, debemos rechazar el veneno del chisme o las calumnias, las palabras hirientes que duelen. A través de nuestra vida, nuestras palabras y nuestras acciones decimos algo sobre la misericordia de Dios. Es con nosotros, con nuestros pobres medios que Cristo quiere construir una iglesia más misionera y más comprometido con el servicio a los demás. "Solo el amor nos salvará" (Papa Francisco).

En este día, le pedimos al Señor: "Envía tu Espíritu que renueve la faz de la tierra". Haz que nuestra humanidad se abra a la paz y la alegría.



Textos de ayuda para la homilía:


Cuento 

El viajero mexicano (para la reflexión)


- ¿De dónde es usted?, le preguntaron a un misionero laico en un aeropuerto suramericano. Y el interrogado, con buen humor, y nada más que con buen humor, respondió alegremente:

- Nací en México, vengo de Colombia, y estoy llegando a mi Patria, a mi Ciudad, a Jerusalén.

El oficial de Migración no entendía ni palabra.

- ¿A Jerusalén? Pero, ¿no se da usted cuenta de que está en Buenos Aires?

El misionero sonrió, y suerte que el oficial era buen católico y, ante la explicación del viajero, se echó a reír de buena gana. Porque el recién llegado proseguía mientras enseñaba el pasaporte y señalaba una página del final de la Biblia:

- Mire usted, señor, yo soy cristiano, soy ciudadano del Cielo, y la Ciudad en que vivo es la nueva Jerusalén, la Jerusalén celestial, la Iglesia Santa. Nada de esto consta en ese pasaporte que usted tiene en su mano, pero esta es mi realidad. Me lo dice este pasaje del Apocalipsis, y a él me atengo. Aquí está la Iglesia, aquí está mi Ciudad, aquí está mi Patria.

El oficial de Migración, entre sonriente y serio, despidió al humorista mexicano: - Pues, como usted predique así, le aseguro que va a tener que extender usted muchos nuevos pasaportes con esa nueva ciudadanía.

Y el misionero seglar, que así empezaba su apostolado, concluyó su simpática presentación:

- ¡Oh, no hará falta hacer nuevos pasaportes! Le bastará a cada uno de mis paisanos enseñar el acta de Bautismo que consta en su Parroquia.


Y con el cuento del mexicano, mis queridos amigos, entendemos las ricas lecturas que este Domingo nos trae para nuestra reflexión.

El Apocalipsis nos describe la Nueva Jerusalén, la Ciudad de los elegidos, tan extensa como todo el mundo, la Iglesia, que acoge en su seno a todos los elegidos.


Asentada sobre el cimiento de los Apóstoles, tiene a Jesucristo como sol indeficiente que la alumbra noche y día (Apocalipsis 21,10-23)

¿Y cuál es la condición de los ciudadanos? El Evangelio de Juan, riquísimo, nos describe la fortuna de todos sus habitantes.

Dentro de la Iglesia, la Ciudad de Dios, Jesucristo nos acompaña sin dejarnos un momento. ¿Amamos a Jesucristo? ¿Le hacemos caso? ¿Guardamos su palabra?


Paso a paso, nos acercamos al santo día cuando el Señor subirá al cielo para unirse al Padre. El tiempo pascual alcanza su fin. Pronto, la fiesta de Pentecostés nos ayudará a recordarnos de la primera venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y discípulos reunidos en el cenáculo junto a María, la Madre de Jesús. Ya comenzamos a pensar en aquel día y a creer, tal como Jesús nos invita a hacerlo, que su partida es para nosotros la mejor cosa que puede haber pasado: "Si me amaseis, ciertamente os gozaríais, porque he dicho que voy al Padre." (Jn. 14:28)



2

Flores de mayo



El espíritu que uno quiere tener, a menudo desvirtúa lo poco que se tiene.
Conozco a un hombre tan ansioso que teme no morir.

Cuando estoy con otro, abro el periódico de la mañana en la sección económica. Esto parece bien.

Para comunicarse, en otro tiempo el hombre era esclavo de las distancias. Hoy él es esclavo del celular.

Todos tenemos un poco de locura. La diferencia está en la cantidad.

No apegarme a Dios como un dios, sino yo haré de Él un ídolo.

Saber reconocer el resplandor de la verdad en las otras religiones, está bien, pero primero he de convertirme a la mía.

El profesor: “cuando el hielo se funde, ¿qué queda?” Los alumnos: “Agua!” El único poeta de la clase: “La primavera!” …

El humor: esa pequeña risa maliciosa que desenmascara la idea que uno se hace de las cosas y de sí mismo.

La poesía es el único lenguaje que nos introduce en el silencio de Dios.

El niño mira desfilar las nubes y piensa que el cielo se está yendo.

Salidos de las manos de Dios, oremos para retornar a Él, a nuestra casa. Es la única ambición verdadera que nos queda.
 


Traducción de:

Bernard St-Onge / www.railleries.ca









REFLEXIÓN BÍBLICA

La Palabra de hoy recoge los grandes frutos de la Pascua:

El Espíritu Santo guía la misión de las primeras comunidades,
la Iglesia se despliega del cielo como la nueva Jerusalén 
y la nueva ley fundamentada en el amor de Cristo, cuyo fruto más inmediato es la paz que Él nos trae.

En la primera lectura se da una discusión, porque algunos judeocristianos sostenían que era necesario la circuncisión y todas las observaciones de la ley de Moisés para alcanzar la salvación. Pablo y Bernabé entienden que eso no corresponde a la voluntad de Dios. Esta discusión provocó el primer concilio en Jerusalén en el que aparece el protagonismo del Espíritu Santo que guía a los apóstoles a tomar la decisión correcta en concordancia con lo que Jesús enseñaba.

La segunda lectura nos presenta una visión estupenda. El proyecto de Dios para su Iglesia y para toda la humanidad, la nueva Jerusalén que se revela como una ciudad santa que desciende del cielo con el resplandor y la Gloria de Dios. Esta es una imagen hermosa de la nueva humanidad, recreada en la Pascua del Cordero y obra maravillosa del amor de Dios para el mundo, la Iglesia de Cristo es esta Jerusalén nueva, puesta en medio de los hombres como signo y sacramento de salvación. 

El Evangelio presenta el diálogo de Jesús con sus discípulos exhortándoles a permanecer fieles al mandamiento del amor y les revela la íntima unión que existe entre el Padre, Jesús y el Espíritu Santo. La vida cristiana es una vida de íntima comunión con Dios porque Él está presente en nuestro interior. Después Jesús nos anuncia la venida del Espíritu Santo, que es el que hace posible la comunión y nos da la paz.




Referencias:

Diversas fuentes de internet.



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