Un domingo más nos convoca el amor a
Dios y el anhelo de escuchar su Palabra para hacerla vida en nosotros.
El
itinerario pascual de la liturgia está llegando a su fin. Por lo mismo, se nos
comienza a hablar del Espíritu Santo, que es la presencia permanente en
nuestros corazones de la vida nueva del Resucitado.
Dispongámonos a celebrar
con corazón agradecido el don de Dios.
____
Jesús quien nos ha revelado el
amor y la fidelidad de Dios, nos pide guardar su Palabra.
Abramos nuestro corazón y
alegrémonos, porque Él nos promete el Espíritu para que nosotros podamos acoger
su Palabra y descubrir su sentido.
A guisa de introducción:
No pierdan la paz ni se acobarden
En la liturgia de hoy
Jesús comienza a despedirse de sus discípulos.
En primer lugar, los
exhorta a cumplir fielmente las palabras que les ha enseñado, porque son
palabras de Vida eterna, palabras que permiten una plenitud personal.
Cuando alguien cumple
la Palabra de Dios, Jesús y el Padre vienen a habitar en él. Esta presencia
divina se manifiesta en el don del Espíritu Santo, un don que significa recibir
la fuerza de Dios, la vitalidad espiritual que permite ir entendiendo cada vez
con mayor hondura las palabras de Jesús y haciéndolas vida.
Cuando Jesús se aleje
de los discípulos, estos no quedarán solos, sino que Padre, Hijo y Espíritu
estarán en ellos fortaleciéndolos y sosteniéndolos en su caminar. Este es el
fundamento de fe que sostiene la vida de los discípulos.
La gran manifestación
de esta presencia divina en el creyente es el don de la paz.
No una paz como la que
da el mundo, no una paz armada ni tampoco la paz de los cementerios, sino la certeza
de saberse gratuitamente amado por Dios, que permite enfrentar la vida con
serenidad y da la valentía interior necesaria para lanzarse en aventuras nuevas
en servicio de los hermanos.
Un creyente de verdad
está sereno, confiado en su Dios (no en seres humanos).
Es una persona que no
se acobarda ni pierde la paz cuando debe correr riesgos por vivir la Palabra de
Dios.
Vivimos en una sociedad
cada vez más próspera, pero al mismo tiempo cada día más temerosa y asustada.
Nos asustamos de las
agresiones que nos pueden venir desde fuera. Tenemos mucho miedo de que a
nuestros seres queridos les suceda algo malo. Incluso en muchos momentos
estamos asustados de nosotros mismos por el mal que habita en nuestro corazón.
¿Por qué tenemos tantos
miedos?
¿Cuáles son los mayores
miedos que experimento en estos momentos? ¿Sé confiar en Dios para superar los
miedos?
¿La fe me hace valiente
para enfrentar con generosidad y creatividad los nuevos desafíos de la vivencia
de la fe y del servicio a los hermanos?
En la Asamblea de
Jerusalén los Apóstoles resolvieron con mucha sabiduría las tensiones internas
de la comunidad cristiana; ¿Cómo estamos resolviendo las tensiones de nuestra
comunidad; las tensiones de nuestra Iglesia?
2
El creyente, morada de Dios
Poco a poco, llega el
momento de la despedida de Jesús. Por esta razón, deja todo en manos de sus
discípulos y de aquel que crea en su palabra y se comprometa con el proyecto de
Dios. Si tanto la Palabra de Dios como su amor son los que provocan la
transformación de la sociedad, entonces tendríamos que estar atentos, porque
cada vez más se quiere vivir al margen de Dios. Sobre todo, Jesús propone
transformarla desde la entrega de la propia vida y no desde el egoísmo y la
violencia. “Si alguien me ama…”, ante tantas faltas de amor en el mundo, Jesús
responde con la fórmula del amor activo: todo aquel que guarde la Palabra se
convierte en morada del Padre y del Hijo. No obstante, esto no tiene nada que
ver con una fe intimista, por la que nos entendamos a nosotros mismos y a Dios,
mientras el resto que quede fuera. Este vínculo de amor cobra real sentido
cuando cada persona se adhiere a la fe, que es personal pero también
comunitaria. Esa es la misma fe que patentan los discípulos de Jesús y que, a
pesar de tenerla, no dejan de sentir miedo ante la partida del Maestro. ¿Qué
harán cuando Jesús ya no esté?
La intervención del Espíritu Santo en el camino
de la comunidad es fundamental porque permite recordar a quien ha partido. Es
decir, rememora y enseña las palabras y los gestos del Señor. Solo por medio
del Espíritu Santo, es posible iluminar las situaciones presentes y distinguir
entre lo que lleva vida o muerte, lo que es fruto del egoísmo o del amor
desprendido y generoso. La paz que comunica Jesús a sus discípulos es fruto de
su decisión de cumplir hasta el fin el proyecto del Padre. Es una paz que no la
puede dar el mundo, sino solo aquel que tiene la convicción profunda de saber
hacia dónde quiere ir. Por eso, la obediencia de Jesús suscita la fe de los que
lo siguen y los hace capaces de amar –al igual que él− aun en las situaciones
más adversas.
Aproximación psicológica a las lecturas
Dialogar desde la fe y guardar la Palabra:
El tiempo pascual, que se
caracteriza por el denominador común de la alegría se diversifica cada domingo
por los temas que pone a nuestra consideración.
La Pascua es el gran fundamento
de la vida cristiana, que nos hace pasar de la utopía a la realidad, de la
mentira al amor, del miedo a la paz.
Domingo tras domingo los
cristianos guardamos la palabra que se nos ha dado, escuchamos las lecturas
santas que nos recuerdan lo que Dios ha hecho por nosotros y sobre todo lo que
Cristo ha realizado y cumplido para salvarnos.
El cristiano no puede ni debe ser
olvidadizo, desmemoriado, sino hombre de palabra, fiel a lo que cree y dice.
El creyente es el que habla
con palabra auténtica en un mundo de tantas falsedades, de tantos matices
fonéticos.
Hay que hablar y hacerse
presente para posibilitar el diálogo, tomar conciencia de la realidad
circundante y manifestar vivencias interiores.
Los diálogos desde la fe,
aunque sean difíciles, son necesarios y urgentes, pues se están achicando los
horizontes de la vida del hombre.
Se debe guardar la palabra de
Dios sin que tiemble nuestro corazón ni nos acobardemos. El miedo es mal
consejero, atenaza, impide cumplir la misión que se nos ha confiado.
Existen demasiados temores y
desánimos que cristalizan en cobardías cómplices.
Es el Espíritu quien nos
enseña y recuerda todo.
No hablamos de nosotros, sino
de Cristo.
Nuestras palabras no tienen
que ser de alarma o inquietud, no deben imponer más cargas que las
indispensables, es decir, las del Evangelio.
Los conflictos hay que
enfrentarlos con serenidad, sin arrogancia, pues la palabra cristiana siempre
es oferta de paz.
El Espíritu de Cristo sigue en
nosotros enseñándonos y recordándonos lo que Jesús dijo e hizo. Su vida y
enseñanza se resumen en el amor, que nos hace vencer lo más difícil: las
propias convicciones.
Así se abrieron los primeros
apóstoles a la comprensión de aquéllos que tenían otros modos sociales y
costumbres religiosas.
Superando el estrecho límite
de los propios puntos de vista conseguiremos ensanchar el horizonte de nuestra
visión cristiana.
Es el camino de la fe, que
consiste en renunciar a nuestra visión inmediata y empalmar así con el
horizonte de Dios.
2
“La
Paz os dejo, mi Paz os doy”
Abrimos el periódico,
encendemos la televisión, sintonizamos la radio, miramos las noticias en el
móvil o el ordenador... y saltan a nuestra vista y a nuestros oídos los
numerosos conflictos que asolan este mundo en el que vivimos. Pocos son los
lugares del planeta de los que se pueda decir que hay “paz”. Vivimos en una
sociedad llena de tensiones, de rivalidades, de enfrentamientos y, lo que es
peor, en muchos sitios, de guerra.
Pero esos conflictos no solo
están lejos; hay enfrentamientos muy cerca de nosotros: en las familias, entre
los vecinos del barrio, entre los compañeros de trabajo, entre los compañeros
de clase, ... Además de las tensiones y enfrentamientos sociales, políticos,
étnicos, de los que cada día somos testigos. Conflictos todos que deterioran y
que impiden una convivencia sosegada y pacífica.
¿Y cómo resolvemos esos
conflictos? Yo diría que los hombres, a lo largo de toda la historia, solo han
tenido, y tienen, dos vías, dos caminos: la vía del diálogo y del entendimiento
mutuo o la vía de la violencia y del enfrentamiento destructor.
Y lo curioso es que ambas vías
solo dependen de las opciones que las personas hacemos individual y
colectivamente. Y visto el grado de tensión, de intolerancia, de agresividad
que nos rodea me surge una reflexión: Lo más grave no es que haya conflictos o
tensiones, sino que estamos viviendo en una sociedad que considera “normal” el
enfrentamiento y que acaba creyendo que los conflictos sólo se pueden resolver por
medio de la violencia o la imposición de la fuerza.
Y es justamente aquí donde se
sitúan las palabras de Jesús: «la paz os
dejo, mi paz os doy».
Frente a esta “cultura de la
violencia” que tanto se cultiva hoy entre nosotros, necesitamos promover hoy
una “cultura de la paz”. Hemos de sustituir la fe en la violencia por la fe en
la palabra; sustituir los caminos de la fuerza por los caminos de la razón.
Hemos de aprender a resolver nuestros problemas por vías dignas, que nacen del
respeto a la persona. Solo así podremos considerarnos ‘humanos’.
Sólo los que se resisten a los
medios violentos, agresivos, injustos, destructores y combaten todo atentado
contra la persona pueden ser constructores de paz.
Una paz que exige, además,
crear un clima de diálogo, promoviendo actitudes de respeto y escucha mutuos,
Una paz que renuncia a la
imposición, que busca el acercamiento de posturas,
una paz que rechaza los
sentimientos de venganza y revancha,
una paz de personas dispuestas
al perdón sincero,
una paz, en definitiva, que se
enraíza siempre en la verdad.
En medio de esta sociedad, los
cristianos hemos de escuchar de manera nueva las palabras de Jesús, «la paz os dejo, mi paz os doy», y hemos
de preguntarnos qué hemos hecho de esa paz que el mundo no puede dar, pero
necesita conocer.
Seamos, los seguidores de
Jesús, hombres y mujeres pacíficos y pacificadores.
Reflexión Central
¿Cuál paz?
¿De qué paz habla Jesús en este pasaje del Evangelio?
No de la paz externa que consiste en la ausencia de guerras y conflictos entre personas o naciones diversas.
En otras ocasiones Él habla también de esta paz, por ejemplo, cuando dice: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios».
Aquí habla de otra paz, la interior, del corazón, de la persona consigo misma y con Dios. Se comprende por lo que añade inmediatamente: «Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde».
Ésta es la paz fundamental sin la cual no existe ninguna otra paz. La palabra utilizada por Jesús es shalom. Con ella los judíos se saludaban, y todavía se saludan entre sí; con ella saludó Él mismo a los discípulos la tarde de Pascua y con ella ordena saludar a la gente: «En cualquier casa que entréis, decid antes: la Paz a esta casa».
Debimos partir de la Biblia para entender el sentido de la paz que da Cristo.
En la Biblia shalom dice más que la sencilla ausencia de guerras y desórdenes. Indica positivamente bienestar, reposo, seguridad, éxito, gloria.
La Escritura habla incluso de la «paz de Dios» y del «Dios de la paz». Paz no indica, por lo tanto, sólo lo que Dios da, sino también lo que Dios es.
En un himno suyo, la Iglesia llama a la Trinidad «océano de paz». Esto nos dice que esa paz del corazón que todos deseamos no se puede obtener nunca total y establemente sin Dios, fuera de Él.
Dante Alighieri sintetizó todo esto en ese verso que algunos consideran el más bello de toda la Divina Comedia: «En su voluntad está nuestra paz». Jesús da a entender qué se opone a esta paz: la turbación, el ansia, el miedo: «No se turbe vuestro corazón».
¡Qué fácil es decirlo!, objetará alguno. ¿Cómo aplacar la ansiedad, la inquietud, el nerviosismo que nos devora a todos y nos impide disfrutar de un poco de paz?
Hay quienes por temperamento están más expuestos a estas cosas. Si existe un peligro, lo agrandan; si hay una dificultad, la multiplican por cien. Todo se convierte en motivo de ansiedad.
El Evangelio no promete una panacea para estos males; en cierta medida, forman parte de nuestra condición humana, expuestos como estamos a fuerzas y amenazas mucho mayores que nosotros. Pero indica un remedio.
El capítulo del que procede el pasaje del evangelio dominical empieza así: «No se turbe vuestro corazón. Tened fe en Dios y tened fe también en mí». El remedio es la confianza en Dios.
Tras la última guerra, se publicó un libro titulado Las últimas cartas de Stalingrado. Eran cartas de soldados alemanes prisioneros en Stalingrado, despachadas en el último envío antes del ataque final del ejército ruso en el que todos perecieron.
En una de estas cartas, reencontradas acabada la guerra, un joven soldado escribía a sus padres: «No tengo miedo de la muerte. ¡Mi fe me da esta bella seguridad!».
Ahora sabemos qué nos deseamos recíprocamente cuando, estrechándonos la mano, intercambiamos en la Misa el deseo de la paz. Nos deseamos el uno al otro bienestar, salud, buenas relaciones con Dios, con uno mismo y con los demás.
En resumen, tener el corazón lleno de la «paz de Cristo que sobrepasa todo entendimiento».
P. Raniero Cantalamessa ofm cap
2
"Mi paz es mi regalo para ustedes… pero no como el mundo da la paz."
En el Evangelio de hoy Jesús hace una distinción entre la “paz como el mundo la ofrece” y la paz que viene de Él.
¿Pero qué es lo que Jesús quiere decir con esto?
El Diccionario de la Herencia Americana del Lenguaje Ingles puede proveernos con ciertas pistas de lo que esto significa. El diccionario define la paz como:
“1. la ausencia de la guerra o las hostilidades.
2. un acuerdo o un tratado para terminar con las hostilidades.
3. La libertad de los problemas o los desacuerdos.
4. seguridad y orden público.
5. una satisfacción interior, una serenidad. "
La visión de paz que el mundo ofrece – suficientemente apropiada- nos dice que para poder experimentar la verdadera satisfacción interior nosotros primero debemos establecer un mundo en el que no hay Guerra, no hostilidades, no disturbios, no desacuerdos, no desorden público ni caos.
Aun cuando esta visión es tentadora, la historia – la historia del mundo y la nuestra-ilustra dolorosamente la falacia, la fugacidad de esta promesa de paz… al menos esta forma de intentar obtenerla.
En contraste, la paz que Jesús nos promete comienza desde adentro. Se trata de tener integridad. Se trata de tener un propósito. Se trata de encontrar un significado. Se trata de tener una misión. Ultimadamente, se trata de tener un sentido claro y no ambiguo del ser, el ser que solo se puede entender y actualizar completamente en el contexto de nuestra relación con Dios, con nosotros mismos y con los demás.
Esta es la clase de paz que el mundo no nos puede ofrecer.
Irónicamente, la promesa que nos hizo Jesús sobre la paz interior nos da la esperanza de paz para el mundo.
Solo cuando hemos echado a un lado nuestras hostilidades personales podremos trabajar verdaderamente para lograr un mundo libre de guerra.
Solo cuando hayamos echado a un lado nuestra necesidad de estar siempre en lo correcto, podremos esforzarnos por tener un mundo en el que las peleas no tienen la última palabra.
Solo cuando hayamos establecido un orden y dirección en nuestras propias vidas, podremos aspirar a lograr esa misma dirección y orden a una escala mayor.
Solo cuando experimentemos el poder y las posibilidades que obtenemos a través del conocimiento – y de la aceptación- de quienes somos verdaderamente a los ojos de Dios, podremos convertirnos en fuentes de ese mismo poder y posibilidad en las vidas de los demás.
La paz de Dios no se puede medir por la ausencia de conflicto. La paz de Dios es una función que depende de nuestra dedicación, de cuanto nos esforzamos para poder saber quiénes somos y para que así podamos ver más claramente lo que el mundo puede ser, y que clase de pasos debemos dar –juntos- para hacer de ese ideal, sin importar cuan frágil o fugaz sea, una realidad.
¿Quieren la paz del mundo? Piensen globalmente. Pero, igual que Jesús, actúen localmente. Como diría la última línea de un himno bien conocido, “Que haya paz en la tierra… y que esa paz comience conmigo.”
3
Este domingo ya está preparando la comunidad cristiana para Pentecostés. Los textos bíblicos nos dicen cuál será la obra del Espíritu Santo.
El evangelio nos cuenta sobre un trabajo de profundización y paz. El Libro de los Hechos de los Apóstoles (primera lectura) nos muestra un trabajo de apertura para todas las naciones, judías y paganas. Con el Apocalipsis (segunda lectura), es un trabajo de creación que anuncia la Nueva Jerusalén.
El evangelio que acabamos de escuchar se presenta como la voluntad de Jesús. Es un poco como un padre que expresa sus últimos deseos a sus hijos antes de morir: especialmente recomienda que se lleven bien. Jesús anuncia a sus discípulos que se acerca su tiempo.
Para ellos, la vida será bastante diferente. Pero no permanecerán solos, Jesús
no les dejará solos a su suerte. Les promete el don del Espíritu Santo. Con él,
será el comienzo de una nueva misión que cumplirán en el mismo nombre de Jesús.
Constantemente revivirá la enseñanza de Cristo en sus corazones. Les ayudará a traducirla en amor efectivo y concreto hacia sus hermanos. Jesús también deja la "paz" a sus amigos. Ella es la promesa de su presencia con ellos. Él les da su alegría.
Pero para beneficiarse de estos dones, hay condiciones que cumplir. No es Dios quien pone restricciones; Por el contrario, Él solo quiere darnos plenitud. Pero con demasiada frecuencia el problema proviene de nosotros. No siempre estamos disponibles para dar la bienvenida y mantener "Su Palabra".
Cada uno de nosotros puede hacerse estas preguntas: ¿Tenemos un corazón en gran medida abierto para que el Padre venga a hacer un hogar? A veces nos quejamos del silencio de Dios. ¿No vendrá eso de nosotros? Está presente, pero con demasiada frecuencia, estamos distraídos...
El evangelio nos cuenta sobre una segunda condición requerida de nuestra parte: "Si me aman, se alegrarán". La pregunta nos la hace Jesús mismo: "¿Me amas lo suficiente como para ser invadido por mi alegría?"
El Papa Francisco nos dice a su manera: "Hay cristianos que parecen tener un aire de Cuaresma sin Pascua" (evangeli Gaudium). La alegría siempre debe ser la característica del cristiano.
La primera lectura, extraída del Libro de Hechos de los Apóstoles, nos muestra que no fue fácil. En la primera comunidad cristiana, se escuchan crepitaciones. Muchos extranjeros llaman a la puerta de esta comunidad. ¿Era necesario imponerles las tradiciones judías?
Esta pregunta se reflejó durante el primer concilio de Jerusalén. Estaba fuera
de discusión imponer una iglesia encerrada en sí misma obligando a los recién
llegados a seguir tradiciones que no son suyas. La iglesia debe estar abierta
al mundo y a los nuevos conversos. Estos últimos no necesitan despojarse de su originalidad cultural. Las diferencias son una fuente de enriquecimiento.
Ahora hay mentes tristes que creen que la apertura al mundo es un abandono de la fe. Piensan que la pluralidad de las culturas es un obstáculo para la unidad. Dirigidos por el Espíritu Santo, los responsables de la iglesia primitiva no lo juzgaron así. La misión de la iglesia no es salvar las tradiciones, sino trabajar con Cristo que quiere salvar al mundo. Fue por todos que Él entregó su cuerpo y derramó su sangre en remisión de los pecados.
También es este mensaje el que San Juan aborda en la segunda lectura. Esta "Nueva Jerusalén" que nos presenta, es el pueblo santo. Dios vive allí como en un templo. Cristo permanece entre los suyos. Es un pueblo abierto a los cuatro puntos del horizonte. Nunca debe perder de vista su perspectiva universal. No olvidemos que "católico" significa "universal"; La última palabra en la aventura humana será la entrada al reino de Dios alrededor del Cristo resucitado. Es esta buena noticia que Juan dirige a los cristianos perseguidos de su tiempo y los de hoy.
Nuestra misión hoy es ser los mensajeros de la paz y la alegría de Cristo. Esto tiene que verse reflejado en nuestra vida.
Si queremos ser fieles al Evangelio, debemos rechazar el veneno del chisme o las calumnias, las palabras hirientes que duelen. A través de nuestra vida, nuestras palabras y nuestras acciones decimos algo sobre la misericordia de Dios. Es con nosotros, con nuestros pobres medios que Cristo quiere construir una iglesia más misionera y más comprometido con el servicio a los demás. "Solo el amor nos salvará" (Papa Francisco).
En este día, le pedimos al Señor: "Envía tu Espíritu que renueve la faz de la tierra". Haz que nuestra humanidad se abra a la paz y la alegría.
Textos de ayuda para la homilía:
Cuento
El viajero mexicano (para la reflexión)
- ¿De dónde es usted?,
le preguntaron a un misionero laico en un aeropuerto suramericano. Y el
interrogado, con buen humor, y nada más que con buen humor, respondió
alegremente:
- Nací en México,
vengo de Colombia, y estoy llegando a mi Patria, a mi Ciudad, a Jerusalén.
El oficial de
Migración no entendía ni palabra.
- ¿A Jerusalén? Pero,
¿no se da usted cuenta de que está en Buenos Aires?
El misionero sonrió,
y suerte que el oficial era buen católico y, ante la explicación del viajero,
se echó a reír de buena gana. Porque el recién llegado proseguía mientras
enseñaba el pasaporte y señalaba una página del final de la Biblia:
- Mire usted, señor,
yo soy cristiano, soy ciudadano del Cielo, y la Ciudad en que vivo es la nueva
Jerusalén, la Jerusalén celestial, la Iglesia Santa. Nada de esto consta en ese
pasaporte que usted tiene en su mano, pero esta es mi realidad. Me lo dice este
pasaje del Apocalipsis, y a él me atengo. Aquí está la Iglesia, aquí está mi
Ciudad, aquí está mi Patria.
El oficial de
Migración, entre sonriente y serio, despidió al humorista mexicano: - Pues,
como usted predique así, le aseguro que va a tener que extender usted muchos
nuevos pasaportes con esa nueva ciudadanía.
Y el misionero
seglar, que así empezaba su apostolado, concluyó su simpática presentación:
- ¡Oh, no hará falta
hacer nuevos pasaportes! Le bastará a cada uno de mis paisanos enseñar el acta
de Bautismo que consta en su Parroquia.
Y con el cuento del
mexicano, mis queridos amigos, entendemos las ricas lecturas que este Domingo
nos trae para nuestra reflexión.
El Apocalipsis nos
describe la Nueva Jerusalén, la Ciudad de los elegidos, tan extensa como todo
el mundo, la Iglesia, que acoge en su seno a todos los elegidos.
Asentada sobre el
cimiento de los Apóstoles, tiene a Jesucristo como sol indeficiente que la
alumbra noche y día (Apocalipsis 21,10-23)
¿Y cuál es la
condición de los ciudadanos? El Evangelio de Juan, riquísimo, nos describe la
fortuna de todos sus habitantes.
Dentro de la Iglesia,
la Ciudad de Dios, Jesucristo nos acompaña sin dejarnos un momento. ¿Amamos a
Jesucristo? ¿Le hacemos caso? ¿Guardamos su palabra?
Paso a paso, nos
acercamos al santo día cuando el Señor subirá al cielo para unirse al Padre. El
tiempo pascual alcanza su fin. Pronto, la fiesta de Pentecostés nos ayudará a
recordarnos de la primera venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y
discípulos reunidos en el cenáculo junto a María, la Madre de Jesús. Ya
comenzamos a pensar en aquel día y a creer, tal como Jesús nos invita a
hacerlo, que su partida es para nosotros la mejor cosa que puede haber pasado:
"Si me amaseis, ciertamente os gozaríais, porque he dicho que voy al
Padre." (Jn. 14:28)
2
Flores
de mayo
El
espíritu que uno quiere tener, a menudo desvirtúa lo poco que se tiene.
Conozco
a un hombre tan ansioso que teme no morir.
Cuando
estoy con otro, abro el periódico de la mañana en la sección económica. Esto parece
bien.
Para
comunicarse, en otro tiempo el hombre era esclavo de las distancias. Hoy él es
esclavo del celular.
Todos
tenemos un poco de locura. La diferencia está en la cantidad.
No
apegarme a Dios como un dios, sino yo haré de Él un ídolo.
Saber
reconocer el resplandor de la verdad en las otras religiones, está bien, pero
primero he de convertirme a la mía.
El
profesor: “cuando el hielo se funde, ¿qué queda?” Los alumnos: “Agua!” El único
poeta de la clase: “La primavera!” …
El
humor: esa pequeña risa maliciosa que desenmascara la idea que uno se hace de
las cosas y de sí mismo.
La
poesía es el único lenguaje que nos introduce en el silencio de Dios.
El
niño mira desfilar las nubes y piensa que el cielo se está yendo.
Salidos
de las manos de Dios, oremos para retornar a Él, a nuestra casa. Es la única
ambición verdadera que nos queda.
Traducción de:
Bernard St-Onge / www.railleries.ca
REFLEXIÓN
BÍBLICA
La Palabra de hoy recoge los
grandes frutos de la Pascua:
El Espíritu Santo guía la
misión de las primeras comunidades,
la Iglesia se despliega del
cielo como la nueva Jerusalén
y la nueva ley fundamentada en
el amor de Cristo, cuyo fruto más inmediato es la paz que Él nos trae.
En la primera lectura se da
una discusión, porque algunos judeocristianos sostenían que era necesario la
circuncisión y todas las observaciones de la ley de Moisés para alcanzar la
salvación. Pablo y Bernabé entienden que eso no corresponde a la voluntad de
Dios. Esta discusión provocó el primer concilio en Jerusalén en el que aparece
el protagonismo del Espíritu Santo que guía a los apóstoles a tomar la decisión
correcta en concordancia con lo que Jesús enseñaba.
La segunda lectura nos
presenta una visión estupenda. El proyecto de Dios para su Iglesia y para toda
la humanidad, la nueva Jerusalén que se revela como una ciudad santa que
desciende del cielo con el resplandor y la Gloria de Dios. Esta es una imagen
hermosa de la nueva humanidad, recreada en la Pascua del Cordero y obra
maravillosa del amor de Dios para el mundo, la Iglesia de Cristo es esta
Jerusalén nueva, puesta en medio de los hombres como signo y sacramento de
salvación.
El Evangelio presenta el diálogo de Jesús con sus discípulos
exhortándoles a permanecer fieles al mandamiento del amor y les revela la
íntima unión que existe entre el Padre, Jesús y el Espíritu Santo. La vida
cristiana es una vida de íntima comunión con Dios porque Él está presente en
nuestro interior. Después Jesús nos anuncia la venida del Espíritu Santo, que
es el que hace posible la comunión y nos da la paz.
Referencias:
Diversas fuentes de internet.
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