2 de mayo del 2022: lunes de la tercera semana de Pascua- San Atanasio, Obispo y Doctor de la Iglesia
Testigo de la fe
San
Atanasio
Originario
de Alejandría, en Egipto, donde ocupó la sede episcopal del 328 al 373,
Atanasio luchó contra Arrio, un teólogo de esta misma ciudad que negaba la
divinidad de Cristo. Apoyado por el Concilio de Nicea, el obispo hizo frente a
todas las intrigas de los poderosos y tuvo que soportar cinco exilios por su
fe.
(Hch 6, 8-15) Llevamos, como Esteban, una esperanza: ¡el Resucitado ha
abierto el cielo! ¿Se ve su presencia en mi familia, mis relaciones, mi vida de
fe? ¿Estoy permitiendo que su gracia llene mi corazón e ilumine la forma en que
actúo, amo y sirvo?
Primera
lectura
Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles (6,8-15):
EN aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes
prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de
los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a
discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al
espíritu con que hablaba.
Entonces indujeron a unos que asegurasen:
«Le hemos oído palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios».
Alborotaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas, y, viniendo de
improviso, lo agarraron y lo condujeron al Sanedrín, presentando testigos
falsos que decían:
«Este individuo no para de hablar contra el Lugar Santo y la Ley, pues le hemos
oído decir que ese Jesús el Nazareno destruirá este lugar y cambiará las
tradiciones que nos dio Moisés».
Todos los que estaban sentados en el Sanedrín fijaron su mirada en él y su
rostro les pareció el de un ángel.
Palabra de Dios
Salmo
Sal
118,23-24.26-27.29-30
R/. Dichoso
el que camina en la voluntad del Señor
Aunque
los nobles se sienten a murmurar de mí,
tu siervo medita tus decretos;
tus preceptos son mi delicia,
tus enseñanzas son mis consejeros. R/.
Te expliqué mi camino, y me escuchaste:
enséñame tus mandamientos;
instrúyeme en el camino de tus mandatos,
y meditaré tus maravillas. R/.
Apártame del camino falso,
y dame la gracia de tu ley;
escogí el camino verdadero,
deseé tus mandamientos. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (6,22-29):
DESPUÉS de que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo
vieron caminando sobre el mar. Al día siguiente, la gente que se había quedado
al otro lado del mar notó que allí no había habido más que una barca y que
Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían
marchado solos.
Entretanto, unas barcas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían
comido el pan después que el Señor había dado gracias. Cuando la gente vio que
ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en
busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo has venido aquí?».
Jesús les contestó:
«En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino
porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece,
sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo
del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios».
Ellos le preguntaron:
«Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?».
Respondió Jesús:
«La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado».
Palabra del Señor
Buscando a Jesús
Jesús les contestó:
«En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino
porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece,
sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo
del hombre ».
Esta Escritura va directo al
corazón de nuestras prioridades en la vida. ¿Para qué estás trabajando? ¿Estás
trabajando duro por el “alimento que perece” y solo trabajas levemente por el
“alimento que permanece para vida eterna”? ¿O viceversa?
Por alguna razón, podemos
obsesionarnos fácilmente con trabajar por las “cosas” de este mundo. En el
pasaje anterior, la gente buscaba a Jesús porque les había dado de comer el día
precedente y tenían hambre de nuevo. Estaban buscando comida,
literalmente. Jesús los reprende suavemente, tomando esto como una
oportunidad para señalar la verdadera razón por la que deberían
buscarlo. La verdadera razón es que Él quiere proveer el alimento
espiritual de la vida eterna. ¿Cuál es el alimento que Jesús quiere que
busques? Esa es una pregunta que debes dejar que nuestro Señor responda en
tu corazón.
Hay dos preguntas clave que
debemos reflexionar aquí para dejar que Él nos responda. Primero, “¿Qué
quiero en la vida?” Pasa tiempo con eso. Pasa tiempo solo y trata de
ser honesto con esta pregunta. ¿Qué quieres? ¿Cuál es el deseo de tu
corazón? Si eres honesto y te permites enfrentar tus deseos, lo más
probable es que encuentres que tienes algunos deseos, o incluso muchos, que
Cristo no ha puesto en tu corazón. Reconocer cuáles son estos deseos es el
primer paso para descubrir cuál es el verdadero alimento que Jesús quiere
darte.
La segunda pregunta clave es
esta: “¿Estás buscando a Jesús por la razón correcta?” Cuando estamos
enfermos buscamos un médico para una cura. Cuando un niño está lastimado,
este niño a menudo corre hacia uno de sus padres en busca de
consuelo. Esto está bien. Hacemos lo mismo. Cuando estamos
perdidos y confundidos, a menudo recurrimos a Dios en busca de respuestas y
ayuda. Pero, idealmente, eventualmente buscaremos a Dios por algo más que sanación
o consuelo. En última instancia, buscaremos a Dios por la razón del
amor. Lo buscaremos simplemente porque lo amamos y queremos amarlo aún
más.
Reflexiona, hoy, sobre tu
deseo de buscar o no a Jesús.
Cuando puedas comenzar a
buscar a Jesús simplemente porque lo amas y quieres amarlo más, estás en el
camino correcto. Y mientras caminas por ese camino, descubres que es un
camino del mayor deleite y satisfacción.
Jesús, ayúdame a
buscarte. Ayúdame a buscarte por la ayuda y la sanación que
necesito. Pero más que eso, ayúdame a buscarte por amor. Jesús mío,
te amo. Ayúdame a amarte más. Jesús, en Ti confío.
San Atanasio,
Obispo y Doctor
c. 295–373
Patrón de los teólogos
Un egipcio en llamas salva a la
Trinidad
El Primer Domingo de Adviento de 2011 presentó a
los fieles una nueva traducción litúrgica de la Misa en muchos países de habla
inglesa. La nueva traducción había tardado muchos años en realizarse y
había pasado por numerosos borradores y revisiones. De los muchos cambios
notables, algunos de los más extensos se realizaron en el Credo de
Nicea. La frase “uno en ser con el Padre” fue cambiada a “consustancial al
Padre”. Esto causó confusión e incomodidad para algunos, ya que
“consustancial” no era una palabra inglesa familiar y sonaba más apropiada para
el ámbito de las matemáticas. Pero “consustancial” tenía un largo pedigrí
histórico y teológico que lo respaldaba. Su uso notable en el Credo recién
traducido, y la curiosidad que provocó, también fue un homenaje lejano
al santo de hoy, Atanasio.
Luchó y sufrió por esta sola palabra.
San Atanasio fue el pilar más sólido de la ortodoxia en la época patrística. Nació de padres cristianos en Egipto, se crio en la fe y fue tutelado en su juventud por el obispo de Alejandría, a quien acompañó al Concilio de Nicea. Más tarde se convirtió en obispo de Alejandría durante cuarenta y cinco años contenciosos y fue exiliado cinco veces, algunas de ellas ausencias difíciles, peligrosas y prolongadas. Vivió una vida colorida en el corazón mismo de las controversias teológicas del siglo IV. Atanasio, cuando aún era joven, desempeñó un papel importante en el Concilio de Nicea en la promoción de la palabra griega no bíblica, homoousion, para describir la relación de Cristo con Dios el Padre. La Iglesia occidental luego tradujo homoousion como consubstantialis por su Credo latino. De ahí la palabra inglesa “consustancial”.
Decir que Cristo es “consustancial” con el Padre es decir que Él no es uno en persona, uno en mente o uno en voluntad con el Padre. Él es distinto del Padre en Su personalidad, Su mente y Su voluntad. Pero Cristo está enteramente unido al Padre en Su sustancia o naturaleza. Es decir, Cristo es Dios de Dios del mismo modo que la luz es de la luz o, para usar la probable analogía original de aquella era preelectrificada, Cristo es Dios de Dios y llama de la llama. Una mecha lleva una nueva llama lejos de su fuente, para quemarla igual o más caliente en otro lugar, sin disminuir su fuego “padre”. Una fuente, dos llamas, generando calor y luz en diferentes lugares para diferentes personas.
Cristo no se convirtió en Dios en algún momento después de haber nacido de la Virgen María. Él no se convirtió en Dios cuando era un adolescente. Tampoco se le otorgó poderes divinos en algún evento fundamental. Él era un Dios bebé, un Dios adolescente y un Dios adulto porque siempre fue Dios. Su naturaleza de Dios tampoco era un mero manto bajo el cual se escondía un ser humano. Jesucristo era completamente humano, por supuesto, pero también completamente divino, y estas dos naturalezas estaban unidas en una sola persona compleja. La mayoría de las definiciones cristológicas más finas de la Iglesia estaban destinadas a ser aclaradas en Concilios posteriores. Los dos primeros Concilios, Nicea (325 d.C.) y Constantinopla (381 d.C.) se ocuparon primero de comprender y definir la Trinidad. Una vez que se elaboraron las definiciones trinitarias, los concilios posteriores del siglo quinto abordarían más completamente la naturaleza de Cristo mismo.
Antes de profundizar en para qué sirvió Cristo, o
qué hizo, era necesario establecer quién era. Su ser precedió
a Su hacer. Las contribuciones teológicas de San Atanasio para
definir, para siempre y por siempre, el significado metafísico de la
Encarnación ahora se da por sentado. Pero sin este correcto entendimiento,
la Navidad sería solo un aniversario histórico de un nacimiento importante,
como el de Julio César u otros grandes de la historia. Pero la Navidad es
Navidad porque Cristo fue Dios desde el principio. La teología no es sólo
una almohada sobre la que descansa la Iglesia, por supuesto, por lo que la
teología de la Trinidad y de Cristo se ha enriquecido mucho desde la era
patrística, sobre todo por un énfasis en la cruz como la plenitud del anonadamiento
que comenzó con la Encarnación. San Atanasio no tuvo igual en definir y
defender el dogma de la Iglesia sobre la verdadera naturaleza de la Trinidad.
San Atanasio, tu valentía y perseverancia en
combatir las falsas enseñanzas te costaron consuelo y seguridad. Que
vuestro ejemplo e intercesión ayude a todos los maestros a comprender la
importancia de la verdad como punto de partida para reflexionar más fructíferamente
sobre los misterios de nuestra Fe.
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