(Isaías2,
1-5) En el alba
del Adviento, contemplamos desde ya el objetivo de nuestra peregrinación: entrar
en la casa del Señor que congrega a todos los pueblos de la tierra en la paz.
La prisa.
Apresurarse
Que es vigilar como
lo recomienda Jesús? Es mantener o conservar en el interior de sí
mismo la prisa.
Acostarse en la noche
y tener prisa al día siguiente. Levantarse en la mañana
y tener ansia de que el tiempo corra de prisa, puesto que las horas que
vienen traerán muchas sorpresas del Señor.
Es preparar el oído
para disponerse a escuchar. A los otros antes que todo. A su alrededor, por ejemplo, ha dicho alguien una frase que le
ha reconfortado y o tocado su corazón? Una frase que usted repite a
menudo, que ha aprendido de memoria , que es su lema y que le da
esperanza y respiro , que ilumina su conducta, su decisión? Entonces, es
que Dios ha venido.
Escuche
luego a su corazón. ¿Qué es lo que le infunde y o da paz? La decisión de
asistir a una fiesta? Rechazar la venganza? Hacer un favor? Una
actitud, un evento, un momento de oración o de soledad en las primeras
horas de la mañana o al final de la noche? Una lectura que cae bien o es
adecuada al preciso momento?
Finalmente
póngale oreja, abra sus oídos a la Palabra de Dios. Ruméela (del verbo
rumiar, como la vaca, saboréela, mastíquela una y otra vez). ¿Cuál
es la palabra que más lo toca (o conmueve) en este preciso momento?
Preste
oído. Observe con detenimiento. Dios viene.
REFLEXIÓN DEL DIA
Leer primero el
evangelio:
EVANGELIO
SEGÚN SAN MATEO 8, 5-11
En aquel tiempo,
habiendo entrado Jesús en Cafarnaún, se le acercó un centurión y le rogó
diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles
sufrimientos». Dícele Jesús: «Yo iré a curarle». Replicó el centurión: «Señor,
no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi
criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a
mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi
siervo: ‘Haz esto’, y lo hace».
Al
oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en
Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán
muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob
en el reino de los Cielos».
PALABRA DE DIOS
****
El
fervor mesiánico estaba en su tope (en alta intensidad y revuelo) en el momento
cuando Jesús comenzaba su ministerio en Galilea. La comunidad esenia
de Qumràm (ascetas que se habían retirado al semi desierto para huir de toda
impureza o contacto con el mundo pecador) alojada a una cincuentena de
kilómetros de Jerusalén, se abandonaba (o entregaba) a un estudio profundo de
las santas escrituras y a una multitud de ejercicios y o practicas
espirituales. Durante ese tiempo y no muy lejos de ahí, Juan el Bautista,
predicaba en la región de Jordán y predicaba y aplicaba con mucho éxito
(y o popularidad) un bautismo de conversión que atraía gente de todos lados,
pues ellos también esperaban un Mesías.
Pero
la fe y la espera de una salvación no se manifestaban exclusivamente en el
pueblo judío. El evangelio de hoy nos pone en presencia de (delante de)
otro tipo de experiencia o caminada. El Centurión romano, al igual que todos
aquellos que vendrán después de él “del norte y del sur, de oriente y
occidente”, no había nacido ni se había criado dentro de la fe y la esperanza
judías de un Mesías (un salvador ungido). Y por tanto, he aquí que este
centurión da pruebas de una fe sin debilidad, una fe firme, que Jesús alaba con
total admiración.
Jesús a quien
nosotros tenemos como Mesías, sabe reconocer la fe verdadera en todo lugar
donde se manifiesta. Quién sabe? En lugar de lamentarnos por la poca gente en
nuestras asambleas litúrgicas y por la poca influencia de la Iglesia, quizás
deberíamos nosotros antes que nada reconocer la fe en todos los lugares
donde se manifiesta!
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