4 de diciembre 2017: Primer Lunes de Adviento



(Isaías2, 1-5)  En el alba del Adviento, contemplamos desde ya el objetivo de nuestra peregrinación: entrar en la casa del Señor que congrega a todos los pueblos de la tierra en la paz.




La prisa. 

Apresurarse


Que es vigilar como lo recomienda Jesús?  Es  mantener o conservar en el interior de sí mismo la prisa.

Acostarse en la noche y tener prisa  al día siguiente.  Levantarse en la mañana  y tener ansia de que el tiempo corra de prisa, puesto que las horas que vienen traerán muchas sorpresas del Señor.

Es preparar el oído para disponerse a escuchar. A los otros antes que todo. A su alrededor,  por ejemplo, ha dicho alguien una frase que le ha reconfortado y o tocado su  corazón?  Una frase que usted repite a menudo,  que ha aprendido de memoria , que es su lema y que le  da esperanza y respiro , que ilumina su conducta, su decisión?  Entonces, es que Dios ha venido.

Escuche luego a su corazón. ¿Qué es lo que le infunde y o da paz?  La decisión de asistir a una fiesta?  Rechazar la venganza?  Hacer un favor? Una actitud, un evento, un momento de oración o de soledad  en las primeras horas de la mañana o al final de la noche? Una lectura que cae bien o es adecuada al preciso momento?

Finalmente póngale oreja, abra sus oídos a la Palabra de Dios. Ruméela  (del verbo rumiar, como la vaca, saboréela, mastíquela  una y otra vez).  ¿Cuál es la palabra que  más lo toca  (o conmueve) en este preciso momento?

Preste oído. Observe con detenimiento. Dios viene.



REFLEXIÓN DEL DIA

Leer primero el evangelio:

EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 8, 5-11

En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en Cafarnaún, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos». Dícele Jesús: «Yo iré a curarle». Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace».
Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos».

PALABRA DE DIOS

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El fervor mesiánico estaba en su tope (en alta intensidad y revuelo) en el momento cuando Jesús comenzaba su ministerio en Galilea.  La comunidad esenia de Qumràm (ascetas que se habían retirado al semi desierto para huir de toda impureza o contacto con el mundo pecador) alojada a una cincuentena de kilómetros de Jerusalén, se abandonaba (o entregaba) a un estudio profundo de las santas escrituras y a una multitud de ejercicios y o practicas espirituales. Durante ese tiempo y no muy lejos de ahí,  Juan el Bautista, predicaba en la región de Jordán y predicaba y aplicaba  con mucho éxito (y o popularidad) un bautismo de conversión que atraía gente de todos lados, pues ellos también esperaban un Mesías.

Pero la fe y la espera de una salvación no se manifestaban exclusivamente en el pueblo judío.  El evangelio de hoy nos pone en presencia de (delante de) otro tipo de experiencia o caminada. El Centurión romano, al igual que todos aquellos que vendrán después de él “del norte y del sur, de oriente y occidente”, no había nacido ni se había criado dentro de la fe y la esperanza judías de un Mesías (un salvador ungido). Y por tanto, he aquí que este centurión da pruebas de una fe sin debilidad, una fe firme, que Jesús alaba con total admiración.

Jesús a quien nosotros tenemos como Mesías, sabe reconocer la fe verdadera en todo lugar donde se manifiesta. Quién sabe? En lugar de lamentarnos por la poca gente en nuestras asambleas litúrgicas y por la poca influencia de la Iglesia, quizás deberíamos nosotros  antes que nada reconocer la fe en todos los lugares donde se manifiesta!



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