29 de noviembre del 2020: Primer domingo de Adviento (B)

 El año litúrgico comienza con el primer domingo de Adviento. Siendo Navidad fiesta del nacimiento, de la venida de Dios en carne humana, el Adviento nos prepara para esta novedad. De ahí la insistencia en el Adviento como tiempo de espera, de esperanza, de vigilancia.

La liturgia de los tres años (A,B y C), sugiere para cada año un mismo itinerario: el primer domingo centrarse en la vigilancia, el segundo y tercer domingo se centran en Juan Bautista y el cuarto en la Virgen María.

Los valores comunes son modulados al ritmo de las lecturas propio para cada año y de nuestra historia en su incesante novedad.

 


Velar con Aquel que esperamos

Con el primer domingo de Adviento, un nievo año litúrgico comienza. Nosotros preparamos nuestro corazón para acoger a Jesús que ya ha venido, que está aquí y que volverá. Abramos nuestro corazón a la Palabra.

¡Qué confianza! Cristo nos hace solidarios del proyecto de amor y de paz que Él ha inaugurado. Él volverá para realizarlo plenamente. Mientras esperamos, Él nos invita a velar. Nosotros tenemos todo lo necesario para perseverar en medio de las dificultades.

 

 

A guisa de introducción:

 

«No vuelve quien nunca ha existido», « es insensato esperar el regreso de un personaje fantástico”.

 

Parece decir el mundo que pretende hacer de lado a Dios y avanzar como si no existiese.

Comienzo con estas frases pesimistas para hacer ver que no deja de ser actual desde hace 2000 años, los temores y preocupación de Jesús antes de su partida. “Cuando vuelva el Hijo del Hombre hallará FE en la tierra?”  (Lucas 18,8). Por eso e  Insistentemente en sus parábolas y relatos proferidos antes de su pasión, el Hijo de Dios invita a la “Vigilancia”, A “estar atentos”, a “velar”, “permanecer a la espera”.

El nuevo año litúrgico B (evangelio central San Marcos), que iniciamos en nuestra comunidad como siempre con el tiempo de Adviento, durante cuatro semanas desde hoy hasta el 23 de diciembre, busca sacudirnos, despertar nuestras conciencias y recordarnos que hemos sido hechos para ESPERAR, para mirar hacia adelante. La infancia pasa. Nosotros guardamos la nostalgia de esos días infantiles, el recuerdo, pero es la superación de sí mismo, en la espera, que nos rejuvenece, que hace las cosas nuevas en nuestra vida y en nuestro mundo…

“Tanto en el idioma galo (“espoir et esperance”)  como el castellano los conceptos de espera y esperanza están tan entrelazados que hasta se confunden. Para un inglés no es lo mismo “to hope” que “to wait for”… Aunque, por otra parte, un francés nunca confundiría “espoire” con “attente”, y lo propio sucede con el portugués o el italiano.

 La vida es una espera. Se espera a un ser querido que llega de viaje; un hijo que madura en el vientre de la madre; la luz verde del semáforo, la atención en la clínica del Seguro o la muerte. Es un tiempo que normalmente se quisiera lo más corto posible, un tiempo aparentemente “muerto”. Por eso se llega al aeropuerto sobre la hora; los autos se pasan el semáforo rojo o nos “colamos” en una fila. Todo para no esperar, mientras nos preparamos para otra espera. 

Me atrevo a afirmar que una de las enfermedades del mundo de hoy es la desvalorización de la espera: se quiere todo y ahora. En ese mundo de desesperados, por ejemplo, las relaciones afectivas de los jóvenes giran en torno a tener “todo” si no a la primera, por lo menos a la segunda cita, con consecuencias devastadoras para el futuro de la pareja, debido a que se omite ese tiempo de maduración, conocimiento, gusto y placer que es el enamoramiento.

Normalmente se espera a alguien o algo que se conoce. Pero lo más paradójico es esperar a alguien que ya “está con nosotros”. Eso es lo que, en el fondo, nos propone la Iglesia en este tiempo de Adviento: esperar a alguien que ya está aquí.

Hace muchos años, viviendo en Ecuador, un niño me preguntó por qué Jesús nace cada año mientras él había nacido una sola vez. La respuesta, que se tornó en un canto, fue que Jesús volvía a nacer en cada Navidad porque cada año el mundo lo volvía a matar. Sin embargo, Él insistía en volver a nacer porque tenía “la esperanza” de que ese año los hombres, viviendo “la espera” de su venida, cambiaran de actitud, eligieran el bien en lugar del mal, la solidaridad en lugar del egoísmo, la risa en lugar del llanto, el amor en lugar de la muerte.

En efecto, la espera llega a cansar y a exasperar si no se convierte en esperanza. Si sólo esperamos a la persona amada por obligación, sin gozar del placer de soñar, imaginar y esperar todo lo lindo y lo nuevo que nos traerá ese encuentro, hemos vaciado a la espera de su contenido. La esperanza es lo contrario de la autosuficiencia: los pobres, los débiles, los últimos viven de esperanzas, porque sienten la necesidad de ser salvados, liberados, rescatados de una vida plagada de frustrantes esperas.

En versos del poeta granadino Rafael Guillen:

“La esperanza es un premio gratuito / a la espera; un don casi infinito / por un merecimiento casi humano”. 

Finalmente, otro verbo que puede ayudarnos a vivir estas semanas de adviento (preparación al “evento” Navidad (natividad=nacimiento de Jesús) es velar, que significa abrir el ojo para ver lo bueno y lo bello que se hace alrededor de nosotros y verificar cómo la mirada y el gesto vigilante del Señor continúa manifestándose entre nosotros.  Velar es también esperar, porque como dice san Pablo, no carecemos de ningún don espiritual para esperar el regreso de Cristo.

¡Buen adviento, buena vigilancia o velada! Bajo la mirada atenta y tierna de Dios.

 

 Aproximación psicológica y política al texto del Evangelio: 

 

 Vigilar

El primero de enero, es costumbre que nos deseemos un feliz año. Es algo casual y conveniente, pero es mucho más que eso. Es un signo que nos invita a superar la temporalidad, a controlarla.

El primer domingo del Adviento marca el comienzo del año litúrgico, nosotros podemos entonces desearnos un «feliz año litúrgico » y juntos esforzarnos por apropiarnos de este tiempo que despliega todo el misterio de Cristo. Al entrar en el Adviento que es un tiempo de oración, de esperanza y de alegría, es cierto, preparamos Navidad, pero también nos disponemos más ampliamente para estar atentos y vigilantes a la espera de la venida de Dios.

La historia de Dios no se escribe solamente en el pasado, en la creación del mundo por ejemplo hace mucho tiempo o en el nacimiento de Jesús hace poco más de 2000 años. Ella se escribe en el presente y en el futuro. Ayer, hoy, mañana. Él ha venido, El viene, El vendrá. En el comienzo, ahora y siempre. La liturgia recalca constantemente y es abundante en fórmulas que asocian pasado, presente y futuro, en una reactualización incesante de la presencia de Dios. Es esta densidad y esta inminencia de la presencia de Dios que hacen comprender el llamado de Jesús a velar. Prolongando la tradición de los profetas y de los escritos apocalípticos (sobre el final de los tiempos, de la historia) del Antiguo Testamento, Jesús ha llamado varias veces a la vigilancia. 

La parábola del portero que utiliza hoy evoca un dueño de casa que ha partido de viaje y que puede regresar de improviso. Su parábola evoca las horas, (de acuerdo a la división de la noche) según la costumbre romana: la noche o vespertina, la media noche, el canto del gallo, la mañana. “Estén vigilantes, porque no saben cuándo regresará el dueño de casa”.

Esta idea de regreso de improviso es constante en la tradición bíblica. Es una imagen inquietante. El ladrón o el bandido, el policía, el maestro de escuela llegan de manera inesperada y nos sorprenden. Uno piensa en el conductor distraído que ve el radar de la policía demasiado tarde. Uno piensa en el fumador negligente que se duerme fumando.

¿Dios es Aquel (con mayúscula) que nos coge de manera inesperada, o más aun, que nos espía sin cesar y espera que el sueño nos domine para caernos encima?  Sobre este punto la pastoral (el trabajo evangelizador) durante mucho tiempo hizo vínculos con imágenes terroríficas.

Así, yo me acuerdo todavía de mi preparación a la primera comunión que hice en el verano de 1978, cuando yo estaba cursando 3º de primaria. El padre Hincapié, fortachón y fuerte de carácter, ¡nos incitaba a no acostarnos nunca en pecado mortal a niños entre 7 y 9 años! Es entonces como nos contaba la historia de un joven que había cometido pecado mortal (no se sabe cuál) y que, acordándose de la consigna de su buen párroco, había ido a confesarse ese mismo día. Ustedes adivinan el resto de la historia: el muere esa noche.

Cuando Jesús nos pide vigilar y estar preparados para recibir o acoger el dueño de casa, mismo a media noche, ¿nos está pidiendo volvernos insomnes? ¿La experiencia de la fe debería traducirse en una forma de ansiedad mórbida donde el miedo sería el motor principal de la conducta? Yo me opongo a seguir esta vía, mismo si en nuestra sociedad, desde las sectas hasta los ecologistas evocan sin cesar esta heurística del miedo y de una catástrofe fatal que nos toma por sorpresa, como a aquella gente de Pompeya a la que la lava frustra su destino.

 En el momento en que Jesús enseña, y sobre todo en el momento en que se escriben los evangelios, la cultura religiosa está en el centro de la inquietud, las imágenes de apocalipsis son corrientes y el periodo político es problemático.

La insistencia de Jesús no se centra e insiste en el miedo sino en la certeza de la intervención de Dios y sobre la necesidad de la vigilancia.

Ahora, la experiencia que tenemos constantemente es aquella de la ausencia de Dios, de su aparente indiferencia, de su insignificancia en el seno de las realidades humanas corrientes: los asuntos económicos, la política, la guerra, el terrorismo, la droga, el amor:

“Todos nos marchitamos como una hoja,

y nuestras iniquidades, como el viento, nos arrastran. 

Y no hay quien invoque tu nombre,

quien se despierte para asirse de ti;

porque has escondido tu rostro de nosotros

y nos has entregado al poder de nuestras iniquidades.…”

Isaías  64, 5-6

Cada día, experimentamos la ausencia de Dios. Pero diariamente, le pedimos a Dios revelarnos su presencia:

“Pero tú, Señor, eres nuestro padre,
nosotros somos la arcilla, y tu, nuestro alfarero: 
¡todos somos la obra de tus manos!”
  (Isaías 64,7).

Es esto precisamente, la vigilancia. Esta capacidad de reconocer Dios y llamarlo, esta voluntad de no estar satisfechos con el estado actual del mundo y esperar la venida de Cristo, puesto que esperamos “ver revelarse nuestro Señor Jesucristo” (1ª Corintios 1,7). De manera muy amplia, el sueño que nos pierde y o arruina es aquel del consumismo ostentoso.

Por el juego del crédito y de la publicidad, la sociedad nos dice que el pasado no existe, que el futuro es vano y que solo el hoy es verdad (verdadero). “Viajen ahora, paguen más tarde “. Disfruten ahora. Más tarde, qué importa. Ustedes fracasarán. Ustedes pedirán a la sociedad y a los políticos que se encarguen de ustedes.

El creyente rechaza este encierro y o fijación en el solo tiempo presente, el tiempo del consumismo.  Él recuerda el pasado. Él se abre al futuro. Él pide a Dios irrumpir en este tiempo y abrir el futuro (el mañana).  Esto es velar, vigilar. Esto es VIVIR.


Reflexión Central 


Nuestras esperanzas revelan lo que somos

 



 « Soyez attentifs au message »: « Estén atentos al mensaje », en otras palabras « estén con los ojos abiertos ante la manifestación de Dios », solía decirnos a sus amigos el Hermano Julián, un misionero religioso quebequense a quien dijimos A-Dios en el 2014. Y es que el hermano Julián amaba la naturaleza, el arte, la fotografía…por eso era un gran artista, pintor- escultor, fotógrafo, botánico, justamente por esa gran sensibilidad ante Dios, por su capacidad de contemplar en su vida y en todo lo que le rodeaba la acción del divino Padre Creador.

Alguien ha dicho que hoy, los cristianos, los creyentes en Iglesia hemos de ser contemplativos o de lo contrario pereceremos, en otras palabras, no podremos dar razón de nuestra esperanza, al decir del apóstol San Pedro.

La gran sed y necesidad en nuestros tiempos modernos caracterizados por las exigencias del comercio y el afán laboral, las carreras, el acelere, el consumismo, el stress; es el silencio, la pausa, la meditación, la oración, afín de poder volver a gustar, rencontrar el sentido de la existencia. Creo que, en este sentido, muchos aprovecharon lo del confinamiento y las restricciones, para vivirlo… “El ruido no hace bien y el bien no hace ruido».

Detrás del consejo que transmite Cristo apoyado en su mini parábola del portero, hay justamente esta invitación a «otear», «divisar», « esforzarse por ver claro » aquello que es importante, lo esencial para realizarse, para ser feliz…en lenguaje bíblico « para salvarse ».

 El error de muchos quienes rechazan la religión, le tienen fobia a Dios y o se sienten amenazados o incómodos por el anuncio de su Palabra (mismo en medios como éste), es que se empecinan en concebir y o ver sus palabras y su lenguaje (con base bíblica) como retrógrado, literal o se quedan en sus prejuicios, sus concepciones erróneas primeras y no se atreven a profundizar (estudiar), ir más allá, o no pueden o no quieren situar esos códigos lingüísticos en los contextos modernos. Con razón un autor, cuyo nombre no recuerdo y no estoy seguro que haya sido Nietzsche acotaba: «La palabra de Dios resuena en todas partes y en todo tiempo, pero solo no la escucha quien es voluntariamente sordo» …Es usted un sordo voluntario? ¿Se deja cuestionar por esta Palabra?

Así salvación, el sustantivo, en una visión corta del mundo es «evitar una desgracia» «ser librado de un mal», «rescatado después de una tragedia »… Inclusive alguna vez un colega de este medio, el año pasado en uno de sus comentarios abajo de un artículo que hablaba de salvación, me lanzaba irónicamente la pregunta : « Salvarnos de qué?».

Pero la salvación en el lenguaje bíblico es «Salut » para los franceses», « tener el favor de Dios, su amor ». Salvación es aquello que hace feliz al ser humano, lo engrandece, lo enaltece o lo moldea para Dios…es decir «lo diviniza».

 El adviento viene cada año como preparación para celebrar el mayor acontecimiento de la historia de salvación: «Dios ha tomado nuestra condición humana, ha habitado entre nosotros» (Juan 1,1).

Quien no ama desespera, se desespera y no le encuentra sentido al paso del tiempo porque no espera nada, no cree en nada.

Cristo a lo largo del evangelio no hace más que conectar todo el tiempo y testimoniar con su vida, palabra y sus acciones (gestos proféticos, milagros:

 « Fe (Dios es Padre, Él existe, no estamos solos),

 Amor o caridad (es lo que da sentido a la existencia), de ahí la razón de sus milagros o signos en palabras de San Juan, su invitación a ser compasivos, al compartir, a vivir y orar en comunidad (Iglesia),

Esperanza (Hay algo más allá, un misterio que nos supera, la muerte no es el final de todo y el mal no tiene la última palabra…Dios es quien tiene la última palabra).”

Es en este contexto que la misa (la Eucaristía) como sacramento (signo visible) de la invisibilidad de Dios, se celebra diariamente para hacer memoria de las promesas de Dios y su Hijo Jesucristo…Las tres dimensiones o actos: FE-ESPERANZA Y AMOR se concretizan en cada celebración eucarística. A través de la misa Dios viene a nosotros y a través de muchas maneras.

La esperanza crea un espacio para llenar.

 Toda la historia de salvación es una larga historia de las intervenciones de Dios para llamar (atraer) la atención de su pueblo. Él continúa enviándonos señales en la vida de todos los días: un amor, una amistad, una enfermedad, un encuentro, una película, una canción, un libro, una oración, una reflexión sobre el evangelio en internet, una eucaristía…

Mismo en todo eso que no edifica, que hace apología de los antivalores cristianos, mismo durante este tiempo del Covid, …podemos discernir y acoger lo que en verdad nos edifica, nos engrandece y acerca más a Dios…a la salvación…(esto puede ser tema para otro artículo). Con razón decía San Pablo: "examinen todo, quédense con lo bueno" (1 carta a los Tesalonicenses 5,21).

Si nosotros no percibimos estos signos de su presencia, la razón no es que esté ausente o que no actúe más. Lo que sucede a menudo es que ya no sentimos deseos de verlo, nos encontramos distraídos, fascinados por el oro y la luz del mundo (alienados, el opio está en otras partes no solo en la religión) o porque esperamos demasiadas cosas, excepto a Él.

La espera es una condición del amor. Una pareja cuyos miembros no se dan ya más tiempo para estar atentos el uno al otro, y que no esperan nada del otro, está condenada al fracaso. Igualmente, si el cristiano no espera ya nada más de Dios, es el signo que Dios ya no es para él una presencia amada, que Él no es más ALGUIEN verdaderamente en su vida. La espera de Dios y de sus dones, es el espacio que nosotros creamos y que Él vendrá a llenar, es el espacio que Él quiere ocupar en nuestro corazón.


Dios no se impone, Él quiere ser esperado y deseado.

 

 El Adviento un tiempo privilegiado de espera

 

 El tiempo de adviento que debutamos este domingo es adecuado para la espera. Las lecturas bíblicas reaniman nuestra esperanza. La Palabra de Dios leída, escuchada y reflexionada en Asamblea (Iglesia) revive la esperanza del pueblo de Israel, especialmente de los profetas, de María y de Juan Bautista. Nosotros hacemos nuestros sus deseos y sus oraciones.

 La lista de nuestras esperas (expectativas, aman decir algunos) es larga. ¿Pero acaso no es cierto que son más explicitas y bullosas esas esperanzas baladíes, superficiales y destacadas (a que le hacen eco) por los medios? Así, en lo deportivo, los hinchas colombianos del equipo de futbol Nacional quieren ganar la Liga. Yo como hincha del Once Caldas me gustaría que mi equipo se pusiera las pilas en los próximos partidos y llegara a ganar siquiera la Liguilla de los 12 eliminados …Nuestros niños acá y allá esperan los regalos soñados en la noche de la próxima navidad…Aquel otro espera obtener su visa para viajar fuera del país, aquella sus vacaciones después de un año de arduo trabajo, etc. Todos esperamos que desaparezca esta pandemia, que se consolide rápida la eficacia de la vacuna y se popularice rápidamente para volver a la normalidad…

¿Acaso nos hace faltan demasiadas cosas para ser felices? ¿Por qué no aprovechar este tiempo bendito, privilegiado del Adviento para revisar esa lista de expectativas, deseos, esperas y establecer las prioridades? Nuestras esperanzas revelan lo que somos, puesto que allí donde están nuestras esperanzas, allí esta nuestro corazón. ¿Dónde está situada la búsqueda de Dios en nuestras esperas? Si todas nuestras esperanzas están en otra parte, sus realizaciones nos decepcionarán siempre, puesto que nuestro corazón está hecho para Dios y él estará inquieto y no descansará hasta que encuentre a Dios (San Agustín).

 

 La espera de Dios no nos distrae y no nos hace olvidar los otros y nuestros compromisos en el mundo. Al contrario, su presencia nos aporta una luz que nos permite mejor ver y apreciar el mundo que Él ha creado y las personas que nos rodean.

 

En su exhortación apostólica La Alegría del Evangelio, el Papa Francisco nos invita a vigilar y esperar: 

 

« Es cierto que en algunos lugares se produjo una «desertificación» espiritual, fruto del proyecto de sociedades que quieren construirse sin Dios o que destruyen sus raíces cristianas. Allí «el mundo cristiano se está haciendo estéril, y se agota como una tierra sobreexplotada, que se convierte en arena». En otros países, la resistencia violenta al cristianismo obliga a los cristianos a vivir su fe casi a escondidas en el país que aman. Ésta es otra forma muy dolorosa de desierto. También la propia familia o el propio lugar de trabajo puede ser ese ambiente árido donde hay que conservar la fe y tratar de irradiarla. Pero «precisamente a partir de la experiencia de este desierto, de este vacío, es como podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir; así, en el mundo contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de la vida, a menudo manifestados de forma implícita o negativa. Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza».

  En todo caso, allí estamos llamados a ser personas-cántaros para dar de beber a los demás. A veces el cántaro se convierte en una pesada cruz, pero fue precisamente en la cruz donde, traspasado, el Señor se nos entregó como fuente de agua viva. ¡No nos dejemos robar la esperanza!

 

¿Pertenecemos a ese grupo de fieles del cual habla San Pablo, a aquel que a través de toda su existencia proclama que Dios es fiel, en quienes «está establecido de manera firme » el testimonio dado a Cristo?

 

En este tiempo de Adviento, recordemos que no carecemos de ningún don de gracia (talento, carisma) para esperar y vigilar, para reconocer y acoger la ternura y la amistad de Dios.

 

Buen tiempo de Adviento…porque como dijo alguien, « El tiempo de Dios es perfecto».

 

 

 

Oración- contemplación

 

Te bendecimos Señor:

Porque al venir tu Hijo Jesús a habitar entre nosotros,

y tomar nuestra humanidad

Te hiciste cercano a nosotros.

 

Hasta tal punto nos amas Señor…

que te nos manifiestas con un corazón de Padre.

 

Te bendecimos Señor:

porque confías en nosotros,

hasta el punto de asociarnos a la misión de Cristo.

En Él, nos has dado todas las Gracias

para que estemos atentos a su aurora

y que estemos en constante servicio vigilante.

 

Te bendecimos Señor:

en el más grande silencio,

vienes a nuestro encuentro y nos esperas.

 

En este tiempo de Adviento,

haz serena y ferviente nuestra espera;

sostén nuestra marcha

hacia aquel que viene;

guárdanos despiertos

en la alegría y la esperanza.



twitter:  @gadabay



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