viernes, 29 de diciembre de 2023

30 de diciembre de 2023: sexto día de la Octava de Navidad

 Portadora de buenas nuevas


(Lucas 2, 36-40) La profeta Ana, en el Templo de Jerusalén, parece estar en perfecta comunión con Dios a través de su ayuno y oración. Por tanto, puede presentarse como portavoz de Dios y, así, hablar del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén. Este niño demostrará que no sólo es el portavoz de su Padre, sino que también es la Palabra: sus palabras pronunciadas y sus acciones revelarán quién es Dios y cuál es su voluntad. ■

Gérard Naslin, sacerdote de la diócesis de Nantes


(1 Juan 2, 12-17) ¿Qué tal si hoy me tomara un descanso de las redes sociales o de los eventos sociales para reflexionar sobre lo que es importante para mí y acercarme al amor del Padre?


Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (2,12-17):

Os escribo a vosotros, hijos míos, porque se os han perdonado vuestros pecados por su nombre. Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al Maligno. Os he escrito a vosotros, hijos míos, porque conocéis al Padre. Os he escrito, padres, porque conocéis al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, los jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno. No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo –las pasiones del hombre terreno, y la codicia de los ojos, y la arrogancia del dinero–, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, con sus pasiones. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.


Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 95,7-8a.8b-9.10

R/.
 Alégrese el cielo, goce la tierra

Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor. R/.

Entrad en sus atrios trayéndole ofrendas,
postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda. R/.

Decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente.» R/.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (2,36-40):

En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

Palabra del Señor


Un llamado único y sagrado


Había una profetisa, Ana…no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

Lucas 2:36–38

 


Todos tenemos un llamado único y sagrado que Dios nos ha dado. Cada uno de nosotros está llamado a cumplir ese llamado con generosidad y compromiso incondicional. Como dice la famosa oración de San John Henry Newman:

Dios me ha creado para hacerle algún servicio definido. Me ha encomendado un trabajo que no ha encomendado a otro. Tengo mi misión. Puede que nunca lo sepa en esta vida, pero me lo dirán en la próxima. Soy un eslabón de una cadena, un vínculo de conexión entre personas…

A Ana, la profetisa, se le asignó una misión única y particular. Cuando era joven, estuvo casada durante siete años. Luego, después de perder a su marido, permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años. Durante esas décadas de su vida, las Escrituras revelan que “no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones”. ¡Qué increíble llamado de Dios!

El llamado único de Ana era ser profetisa. Ella cumplió este llamado permitiendo que toda su vida fuera un símbolo de la vocación cristiana. Su vida transcurrió en oración, ayuno y, sobre todo, en anticipación. Dios la llamó a esperar, año tras año, década tras década, el momento único y definitivo de su vida: su encuentro con el Niño Jesús en el Templo.

La vida profética de Ana nos dice que cada uno de nosotros debe vivir su vida de tal manera que nuestro objetivo final sea prepararnos continuamente para el momento en que nos encontremos con nuestro divino Señor en el Templo del Cielo. 

A diferencia de Ana, la mayoría no está llamada a ayunar y orar literalmente todos los días dentro de los edificios de la iglesia. Pero al igual que Ana, todos debemos fomentar una vida interior de oración y penitencia continua, y debemos dirigir todas nuestras acciones en la vida a la alabanza y gloria de Dios y la salvación de nuestras almas. Aunque la forma en que se viva esta vocación universal será única para cada persona, la vida de Ana es, no obstante, una profecía simbólica de cada vocación.

Reflexiona hoy sobre lo bien que imitas a esta santa mujer en tu propia vida. ¿Fomentas una vida interior de oración y penitencia y buscas diariamente dedicarte a la gloria de Dios y la salvación de tu alma? Evalúa tu vida este día a la luz de la maravillosa vida profética de Ana que se nos da para reflexionar.

 

Señor, te doy gracias por el poderoso testimonio de la profetisa Ana. Que su devoción permanente a Ti, una vida de continua oración y sacrificio sea modelo e inspiración para mí y para todos los que te siguen. Te pido que diariamente me reveles la forma única en la que estoy llamado a vivir mi vocación de dedicación total a Ti. Jesús, en Ti confío.

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