sábado, 9 de julio de 2022

10 de julio del 2022: Decimoquinto Domingo del Tiempo ordinario Ciclo C


El camino a la vida eterna

 

Para acceder a la vida eterna, estamos invitados a hacer como el buen samaritano, es decir, aprender a considerar a todo ser humano como nuestro hermano, nuestra hermana, y actuar en consecuencia.

 


Primera lectura

Lectura del libro del Deuteronomio (30,10-14):

Moisés habló al pueblo, diciendo:
«Escucha la voz del Señor, tu Dios, observando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el libro de esta ley, y vuelve al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma. Porque este precepto que yo te mando hoy no excede tus fuerzas, ni es inalcanzable. No está en el cielo, para poder decir:
“¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?”. Ni está más allá del mar, para poder decir: “¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?”.
El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas».

Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 68,14.17.30-31.33-34.36ab.37



R/. Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.


V/. Mi oración se dirige a ti,
Señor, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude.
Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión, vuélvete hacia mi. R/.

V/. Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias. R/.

V/. Miradlo, los humildes, y alegraos;
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos. R/.

V/. Dios salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella. R/.



Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (1,15-20):

Cristo Jesús es imagen del Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque en él fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres,
visibles e invisibles.
Tronos y Dominaciones,
Principados y Potestades;
todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todo,
y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por él y para él
quiso reconciliar todas las cosas,
las del cielo y las de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Palabra de Dios

 

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,25-37):

En aquel tiempo, se levantó un maestro de la ley y preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?».
Él le dijo:
«¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?».
El respondió:
«“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”».
Él le dijo:
«Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida».
Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús:
«¿Y quién es mi prójimo?».
Respondió Jesús diciendo:
«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?».
Él dijo:
«El que practicó la misericordia con él».
Jesús le dijo:
«Anda y haz tú lo mismo».

Palabra del Señor

 

 

A guisa de introducción:

 

La vida eterna se obtiene, pero no por la “independencia existencial”

 


“La independencia existencial” es un concepto que toma forma y fuerza en nuestras sociedades actuales. Bajo esta idea, entiendo se pregona a través de los medios e impulsados por voceros particulares (gurús, psicólogos, terapeutas) que es posible ser autónomos, que se puede prescindir de los otros, que no se necesita de otras personas para apoyarse, para encontrar la realización o plenitud personal, para vivir.

Y no hay nada más falso y peligroso que aceptar y popularizar esta idea, pues se presenta como un sofisma que aleja del ideal evangélico del amor a Dios y al prójimo como una sola realidad. Además hay que tener cuidado de no confundir “autonomía” y o “libertad” con “egoísmo” “quemeimportismo” o “insensibilidad” o “indiferencia”.

Desde que nacemos hasta que morimos somos seres dependientes. Siempre necesitamos de los otros, de la asistencia física, de sus servicios para mantener la vida, ya sea con recursos sea financieros, estéticos o médicos.

Lo que quiero decir es que todos necesitamos de alimentos, de dinero, de arte, de entretenimiento y o bienestar físico y espiritual.

Y no se necesita estar enfermo o en deplorables condiciones económicas o morales para depender de los otros…inclusive, estando en plena forma y contando con buena salud  no podríamos ufanarnos de no necesitar de nada ni de nadie porque nadie puede elaborar su propio alimento, hacer sus propias materias primas y no puede evitar recurrir a la naturaleza, a los animales y a las sociedades anónimas (supermercados, empresas, concesionarios, aseguradoras, hospitales, etc.) para vivir y muchas veces…sobrevivir.

Nada más falso e ilusorio que la independencia ideal y el pretender pasarse de los demás, del prójimo, del semejante, del cercano…

La gran angustia de nuestros días es la incapacidad de “meternos en la piel del prójimo”, “en los zapatos del otro”. Se nos olvida con facilidad que nosotros somos también “prójimo”. Somos siempre el cercano a otro.

El evangelio de este domingo nos permite caer en cuenta que lo importante no es tanto “definir a prójimo” sino llegarlo a ser. Jesús a través de una de las parábolas mejor elaboradas y hermosas nos enseña “el arte de llegar a ser PRÒJIMO”.

Ver: todo comienza por el “VER”, es decir, por constatar el sufrimiento del otro, no sobre una pantalla de computador o de televisión, sino directamente.

Emocionarse: El “ver”, desencadena o provoca al interior del samaritano una emoción que lo invade totalmente. Para describirla, Lucas emplea un verbo que contiene la palabra “entrañas”, es decir, la fuente de las emociones más fuertes. Pero atención, en nuestras sociedades, podemos estar tentados de ser “consumidores” de emociones que nos libran del aburrimiento.

La emoción que nos ocupa acá es fecunda: ella hace germinar la acción, el compromiso. Es por ella, por ejemplo, que Cristo empuja e invita a actuar ante la viuda que llora la muerte de su hijo (Lucas 7,12-15).

Actuar: La razón toma ahora el lugar principal para organizar la acción, tanto a corto término (la curación inmediata de las heridas) como a largo término (la convalecencia del herido).

Así, la acción es el bello fruto de la emoción. Un fruto que es la vida. En efecto, esta parábola ha nacido de la pregunta: “qué debo hacer para tener la vida eterna?” . Siempre hay vida, - y la suficiente del “buen Dios”- en la emoción que me abre los ojos, el corazón y las manos al sufrimiento del otro.

Puntilla: Es fácil pregonar la “independencia existencial” con 20 o 30 años, contando con una buena salud y reserva bancaria o estando en casa de los padres, o detrás de un micrófono en una cabina de radio o en un set de televisión. ¿No nos digamos mentiras…Y cuando llegue la enfermedad, las limitaciones, la pobreza…qué diremos?



Aproximación psicológica al  texto del evangelio:

 

¿Cuándo comienza el amor?

En el estado actual de las comunicaciones espaciales, ninguna moral puede todavía reprocharme por no amar un marciano.

¿El aborigen u hombre que está en el fondo de la selva amazónica y que viene de enterrársele una espina en el pie, debo yo amarlo? Manifiestamente no; e igualmente yo no lo sabré. Él está lejos de mí e igualmente él está distante de mí.  Todavía hasta ahí, yo me salvo.

De hecho, ¿Cuándo comienza, el deber del amor?  ¿Cuándo una persona se hace tan cercana a mí, tanto, que yo me veo obligado a amarla?

Un comentarista remarca que el judío tenía una visión concéntrica del amor. Estoy YO, y alrededor mío, mis seres queridos inmediatos, los miembros de mi familia. Después están mis vecinos, mis compañeros de trabajo. Y en un círculo más amplio aún más alejado de mí, están mis conocidos, después mis compatriotas…

Al igual que las ondas concéntricas que disminuyen a medida a medida que ellas se alejan del punto donde la piedra ha tocado el agua, la exigencia del amor decrece o disminuye progresivamente a medida que yo me alejo de mí tomado como centro.

El escriba solo le pedía a Jesús precisar a partir de qué distancia la onda era insignificante o inversamente, a partir de cuál proximidad, la cosa llegaba a ser algo serio (o la cosa era seria).

Desgraciadamente para él, Jesús echa por tierra todo su marco de referencia, y el escriba se ve de un momento a otro completamente desnudo ante el amor.

No eres tú quien está en el centro, sino el otro. Es el samaritano que se centra en el judío necesitado. El amor comienza a hacer señales, a ser una exigencia ética, a partir del momento en que se presenta una necesidad. Desde ese momento, es tu responsabilidad centrarte en esa necesidad, “hacerte cercano” de esta persona en dificultad.

Lo inquietante es que, en la perspectiva de Jesús, la necesidad prima sobre todo, el amor no tiene ya más fronteras, ni nacionales (samaritanos y judíos normalmente se evitaban), ni profesionales (el samaritano estaba, parece, en viaje de negocios), ni de seguridad (el hecho que numerosos “buenos samaritanos” le critiquen o condenen, esto no impide que nuestro hombre tome el riesgo de detenerse).

Y fiel a su ejemplo (de la parábola), Jesús mismo no lo pensará dos veces para acercarse físicamente a los más pobres y marginados de su pueblo, para extender la exigencia del amor, a quienes tienen necesidad.

Había muchas personas que tenían hambre, había refugiados, había prisioneros, y ustedes no vieron nada, ustedes no hicieron nada concretamente por ellos… (Mateo 25,31-46). Su inconsciencia y su egoísmo me han profundamente afectado.

Al irse y dejar a Jesús, probablemente el escriba había solucionado su problema teológico, pero se iba con el desafío del compromiso de su FE.

 

 REFLEXIÓN CENTRAL

 

1

“Vete y has tú lo mismo”

 

1. Entre Jerusalén y Jericó hay unos 27 kilómetros. En parte de ese recorrido, el sendero se angosta y se vuelve ingrato: la vegetación desaparece y el paisaje va tomando un aspecto más agreste, hasta desembocar en una zona de barrancos y de curvas. Es un lugar verdaderamente indicado para una sorpresa. Desde el borde del camino se puede espiar al incauto viajero: las gargantas y las grietas de las rocas proporcionan buenos escondites a los asaltantes.

En Jericó había un importante asentamiento de la casta sacerdotal judía. Según el Talmud, la mitad de los servidores del templo, unos doce mil, habitaban allí. Por eso, levitas y sacerdotes solían pasar con frecuencia por esos lugares, al regresar a su ciudad, después de terminar sus funciones en Jerusalén.

 

2. Jesús se propone -en este evangelio- darnos una enseñanza clave, que quiere dejar bien grabada en nuestros corazones. Una lección magistral sobre la caridad fraterna. Este es el tema al que Cristo vuelve en repetidas ocasiones: unas veces con palabras directas, otras con el ejemplo silencioso de su vida, hasta darnos la lección más sublime, muriendo por amor a nosotros en la Cruz.

 

3. Los personajes que intervienen en esta parábola son bien reales. Se nos habla de un sacerdote, es decir, un descendiente de Aarón, que se consagraba al culto divino: ofrecía sacrificios, estudiaba la Ley y la explicaba al pueblo. También se menciona un levita, es decir un descendiente de la tribu de Leví, que se dedicaba al servicio del santuario y vivía del diezmo. Finalmente aparece un samaritano. Sacerdotes y levitas eran públicamente reconocidos como fieles conocedores de la Ley. Eran muy puntillosos cumplidores de todos los preceptos, y hacían gala de esa exacta observancia. Rezaban con notable altanería, menospreciando a los que no eran como ellos. Los samaritanos, en cambio, constituían todo un sector del pueblo hebreo que, en contacto con otras culturas, a lo largo de los siglos, habían perdido la pureza de sus tradiciones. Por eso los judíos los señalaban con desprecio, odio y arrogancia, y el nombre de “samaritano” era en su boca una palabra injuriosa. Por temor a la impureza legal y a la violencia de los samaritanos, los judíos de Galilea evitaban el camino que va a Jerusalén por Samaría, y preferían dar un rodeo por Transjordania, es decir, por el otro lado del río Jordán. Pero Jesús, en esta parábola, habla justamente de uno de esos hijos rechazados de Israel, y lo pone como modelo ante los demás hombres. Esa narración tan simple sacude violentamente el alma de los escribas y fariseos. ¿Acaso no se hallaban ellos mismos retratados en la actitud de los sacerdotes que siguen adelante por el camino, sin detenerse ante el hombre que sufre?

 

4. En la parábola del buen samaritano encontramos el modelo de la  más perfecta caridad.

 

 a) Ante todo, su caridad fue sincera. Pasaron el sacerdote y el levita, y al ver a aquel desdichado en ese estado, tal vez pensaron: “¡pobre hombre, no hay nadie que lo ayude!”; pero ni remotamente se les ocurrió la idea de interesarse por él y de socorrerlo. Su caridad se limitaba únicamente a lamentar la suerte de aquel infeliz caído en manos de ladrones, y al deseo de que apareciera alguno para ayudarlo. Estos hombres demostraron no tener corazón. No pensó así el samaritano. Viendo al herido, lo socorrió de inmediato. Al instante, puso manos a la obra, e hizo todo lo que podía desear que hiciesen por él en circunstancias parecidas.

 

b) Pero además, la caridad del samaritano no sólo fue sincera sino que también fue activa. Porque enseguida se movió a compasión: “y acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; luego poniéndolo sobre su propia cabalgadura, lo condujo a una posada y cuidó de él”. En una palabra, hizo por él todo lo que estaba a su alcance sin ahorrarse ningún esfuerzo. La actitud del sacerdote y del levita, que pasaron de largo, refleja la insensibilidad que a veces demostramos ante tanto mal que padecen nuestros hermanos. Y no nos referimos a los hombres que sufren crudelísimos dolores, pero que están muy lejos de nosotros. Jesús quiere que pongamos la mirada en nuestro prójimo, o sea, en aquel que está a nuestro lado, cerca de nosotros. En primer lugar, en los sufrimientos físicos que padecen muchos de los que nos rodean. Diríamos que se concretan en las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, visitar a los enfermos, enterrar a los muertos. En segundo lugar, el Señor no quiere que olvidemos lo más importante: nosotros y nuestros prójimos estamos de paso en este mundo. Tenemos un alma hecha para Dios. Son las obras de misericordia espirituales: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que yerra, perdonar las injurias, consolar a los tristes, tolerar con paciencia los defectos ajenos.

 

c) Penúltimo, la caridad del buen samaritano no sólo fue sincero y activa, sino que también fue desinteresada. ¿Qué recompensa podía esperar él? Ninguna, y sin embargo se sacrificó. Sacrificó su tiempo. “Inesperadamente” se le presenta aquella situación que alteraba sus planes; y sin dudarlo un instante se olvida de su asunto, se baja del caballo y se consagra por entero al servicio del prójimo. También el samaritano sacrificó su comodidad. Porque no sólo vendó las heridas de aquel hombre, sino que lo puso sobre su caballo y lo llevó a la posada más cercana. Sacrificó su dinero, porque no dudó en usarlo en favor del necesitado, para que nada le faltase. Así procede siempre la caridad, con generosidad ilimitada.

 

Finalmente, el samaritano sacrificó su vanidad. No buscó recompensa alguna: no hubo ningún testigo de su acción caritativa, ni hubo ninguno que lo elogiase ni aplaudiese. Ningún diario publicó su acto generoso. Pero en cambio, lo contemplaron los ángeles del Cielo, y Dios lo anotó con letras indelebles en el libro de la vida. Quien quiera practicar la caridad, no tiene más que imitar el ejemplo del buen samaritano y hacer caso a las palabras que Cristo nos dice, al final de la parábola: “vete y haz tú lo mismo”.

 

2

Con Cristo Resucitado, elige la vida

 

Los textos bíblicos de este domingo nos hablan del gran mandamiento de amar a Dios y al prójimo. 

En la primera lectura, Moisés recuerda al pueblo de Israel que esta ley no está por encima de nuestras fuerzas ni fuera de nuestro alcance.  Está inscrito en el corazón de los hombres, incluso de aquellos que no lo conocen. Antes de ser un rostro, Dios es una voz capaz de llegarnos lo más cerca posible de nuestro corazón.

Éste es, pues, el gran mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Los escribas y fariseos lo discutieron interminablemente. Para ellos, el prójimo es el que forma parte de sus familiares. Queda excluido el lesionado al costado del camino. Los dos líderes religiosos que pasan frente a él se dan la vuelta. No quieren volverse impuros por el contacto con la sangre de este hombre; esta impureza les impediría adorar en el templo. Pero hoy Jesús está destrozando esa mentalidad. No podemos honrar verdaderamente al Señor si abandonamos a los excluidos a su triste destino. El amor de Dios no puede prescindir del amor al prójimo.

En este evangelio, los creyentes “profesionales” no tienen un lugar destacado. El único que Jesús nos da como ejemplo es un samaritano: es un hombre despreciado: es parte de un pueblo que profesa una religión medio pagana. Pero también en su corazón está inscrita la ley del amor de la que habla el Evangelio. Él se detuvo; se acercó a este hombre.  es el quien muestra bondad a los heridos. Dirigiéndose a los líderes religiosos, Jesús les hace comprender que las buenas palabras no bastan. Lo primero es la acción, es hacer todo lo posible para ayudar a los heridos a vivir de nuevo y recuperar su dignidad.

Pero al leer este evangelio, necesitamos ir un paso más allá. Jesús no está allí para darnos una lección sobre cómo ayudar a alguien en peligro. Los Padres de la Iglesia vieron en este viajero herido al hombre caído, al hombre de pecado. Los ladrones son las fuerzas hostiles que nos alejan de Dios y nos llevan a la desgracia. Pero ahora un samaritano “bajó”. Jesús bajó del cielo; se compadeció de nosotros. El vino y el aceite del samaritano representan los sacramentos instituidos por Cristo.

Entonces, amar a mi prójimo es amar a Cristo que se ha hecho cercano. Es también amar a la Iglesia porque “Cristo y la Iglesia son uno”. Cristo es mi prójimo; me cuidó, me cargó en su montura y me encomendó a la posada de la Iglesia. Por lo tanto, le debo toda mi gratitud. Siguiéndolo, debo estar cerca de todos los heridos de la vida para poder servirlos. Es por nuestro amor que seremos reconocidos como discípulos de Cristo.

Para amar como Cristo, es a él a quien nos volvemos. San Pablo nos dice que él es la imagen del Dios invisible. Para entender su carta, debemos recordar que Pablo se dirige a cristianos que vienen del mundo pagano; estos últimos creen que están sujetos a fuerzas misteriosas. Este es a menudo el caso en estos días: cuanto más disminuye la fe, más supersticiones ocupan espacio. Basta con ver todo lo que se dice sobre fatalidad, destino, horóscopos y amuletos (o desgracias) de todo tipo. Pero, nos dice San Pablo, ningún “poder” puede prevalecer sobre la soberanía de Cristo. Él sigue siendo para nosotros el “buen samaritano” que vino a buscar y salvar a los que estaban perdidos.

Nuestra responsabilidad es completar esta obra creativa de Dios. Por supuesto, no faltan las excusas para no hacer nada: "No tengo tiempo... No conozco a esta gente... Hay que tener cuidado con los extraños..." Llegados a ese punto, nos arriesgamos faltando a la misión y día más importante de nuestras vidas. A través de los pobres, es Cristo quien está allí. Recordemos el Evangelio del Juicio Final (Mt 25): “Tuve hambre… estuve enfermo… fui forastero… y me acogisteis (o no) me acogisteis». Al contarnos la parábola del buen samaritano, Cristo quiere animarnos a llenar nuestra vida del amor que hay en él y a hacernos prójimos de los que él pone en nuestro camino.

Son muchos los que han seguido a Cristo en este camino.  San Francisco de Asís nuestro patrón, San Vicente de Paúl se comprometió con él toda su vida; asimismo la Madre Teresa, y muchos otros. Todos los santos nos envían esta pregunta: “¿Qué estás haciendo por los más pobres?”. No faltan las organizaciones que se organizan para la lucha contra la pobreza. Los cristianos están muy presentes allí…

En este día te rogamos, Señor: haznos como el samaritano que se compadeció y reconfortó a los heridos. Haznos como Jesús, tu Hijo, que se hizo prójimo de cada uno de nosotros. Amén

 

3

 

Amor a Dios y al prójimo

 

«“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”».

 

Lucas 10:27

 



 

Estas palabras fueron dichas por un estudioso de la ley a Jesús. Estaba citando la Ley del Antiguo Testamento de Levítico y Deuteronomio ( Levítico 19:18 , Deuteronomio 6:5 , 10:12 ). Jesús lo elogió por hablar estas palabras. Pero luego el erudito le preguntó a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?” Jesús respondió contándole la conocida historia del Buen Samaritano.

 

La historia del Buen Samaritano debería despertarnos a algunas verdades no tan agradables sobre el amor al prójimo, o la falta de este. 

 

Primero, un sacerdote y un levita pasaron junto al hombre golpeado y sufriente a un lado del camino y lo ignoraron, pasando por el lado opuesto del camino. Entonces pasó el samaritano, se llenó de compasión y se desvió de su camino para ayudar al hombre.  

 

La conclusión es obvia. Deberíamos ser como el buen samaritano que mostró misericordia al hombre necesitado. En un nivel intelectual es fácil concluir este hecho. Sin embargo, en la práctica, no siempre es así.

 

Es interesante ver cómo Jesús se valió del ejemplo de un sacerdote en la historia como la primera persona en caminar en el lado opuesto del camino. Una cosa que esto nos dice es que con demasiada frecuencia buscamos la llamada "santidad exterior", mientras que, en verdad, carecemos de una auténtica "santidad interior". El sacerdote puede verse como un símbolo de aquellos que afirman ser cristianos en la superficie, pero no logran vivir su santidad en sus acciones. Sin vivir el verdadero amor al prójimo, somos unos fraudes y no estamos a la altura de nuestra sagrada vocación.

 

Reflexiona hoy sobre la diferencia entre santidad exterior e interior. 

 

Lo ideal es que vuestra vida interior sea tan consumida por el amor de Dios que se desborde en vuestras acciones exteriores. Si tu amor por Dios no está completamente vivo en lo más profundo de tu corazón, no hay manera de que puedas, de hecho, ser verdaderamente santo.

 

 

Señor de la verdadera santidad, ayúdame a amarte auténticamente con todo mi corazón, mente, alma y fuerzas. Ayúdame a tener un amor tan honesto por Ti que también se desborde en mi amor por los demás. Que tu precioso don de la santidad impregne mi vida y me permita amarte a ti y a los demás de manera total. Jesús, en Ti confío.




Referencias:



prionseneglise. ca


dimancheprochain.org


HÉTU, Jean-Luc. Les Options de Jésus


RONCAGLIA, Fabio. Homilías Católicas Ciclo C





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