sábado, 16 de marzo de 2024

21 de marzo del 2021: 5o Domingo de Cuaresma

Hay que morir para vivir...


Y qué diré?

Jesús lleva a su realización la alianza de Dios con la humanidad. En la primera lectura de este domingo, el profeta desde ya anuncia en Israel la inscripción de la Ley en el fondo de su corazón. Jesús revela este amor en su plenitud: “Cuando sea elevado de la tierra, yo atraeré hacia mí a toda la humanidad”.




Primera lectura

Lectura del profeta Jeremías (31,31-34):

Mirad que llegan días –oráculo del Señor– en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor –oráculo del Señor–. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días –oráculo del Señor–: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: "Reconoce al Señor." Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande –oráculo del Señor–, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados.


Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 50

R/.
 Oh Dios, crea en mí un corazón puro

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
 R/.

 

 

Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (5,7-9):

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando es su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

Palabra de Dios


EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 12, 20-33

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos gentiles; éstos acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:
-- Señor, quisiéramos ver a Jesús.
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó:
-- Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva el Padre le premiará. Ahora mi alma está agitada y, ¿qué diré? : Padre líbrame e esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre glorifica tu nombre.
Entonces vino una voz del cielo:
-- Lo he glorificado y volveré a glorificarlo
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo:
-- Esta voz no he venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.
Palabra del Señor


A guisa de introducción:

Hay que morir para vivir…(eternamente)

Algún día se han interesado ustedes en encontrar alguien a solas para hablarle con confianza, en privado y disfrutar en más profundidad de su persona, de su historia, de su experiencia? No necesariamente tiene que ser alguien celebre o “requeteconocido” (que es la manía casi siempre de los periodistas “prepago” con sus entrevistas, como dice cómicamente en serio algún humorista de la radio)… también puede tratarse de un simple mortal, un simple familiar, conocido o amigo que nos haya simpatizado o despertado nuestra admiración por alguna palabra, acto o gesto que le hemos observado…
Pues bien, tal fue el caso de estos griegos que nos presenta el evangelio de hoy, ellos en calidad de extranjeros, paganos, caminaban con discreción y prudencia en medio del pueblo judío…Por eso su delicadeza y finura manifestada para querer acercarse a Jesús. Para lograr su cometido se sirven de dos intermediarios, Andrés y Felipe del grupo de los doce que tenían orígenes muy cercanos a ellos con quienes se identificaban, les tenían por ello confianza y quizás comprendían su lengua.
Así Juan el evangelista, como lo ha hecho en anteriores encuentros de Jesús (con la gente de las bodas de Cana, la samaritana, el ciego de nacimiento, y Nicodemo la semana pasada…), aprovecha para poner en labios de Jesús una reflexión de la fe posterior a la Pascua. Siempre con el verbo VER, la palabra GLORIA, GLORIFICACIÓN, ELEVACIÓN, plenas de sentido: Jesús es el Hijo del hombre, el ungido de Dios, el Mesías que ha venido al mundo para salvarlo y lo más importante cuenta con el aval, toda la confianza y el amor del Padre.
Este es el resumen de este evangelio que se lee muy a menudo en los funerales para iluminar la reflexión seguida sobre la muerte y la resurrección…En este caso, casi siempre se corta la introducción que habla de los griegos que querían ver a Jesús.
No puedo negar que es mi evangelio preferido para esta liturgia, pues la mini parábola de la semilla que cae en tierra es muy fácil de entender para el común de los mortales y sobre todo para las comunidades tan cercanas a la agricultura y en comunión con la naturaleza. Personalmente nunca me ha supuesto dificultad entender el misterio de la muerte que genera vida, nada hay más verdadero que esta afirmación: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto”. En síntesis la vida se gana dándola, gastándola a través de gestos generosos, de caridad. Para vivir hay que morir a muchas cosas que nos impiden ser plenamente felices: como el egoísmo, el orgullo, la soberbia, la lujuria, la ambición de poder y del tener y de dominio sobre los otros…Después de la transformación a causa de la abnegación o muerte hay que nacer a todo lo contrario de aquello: el compartir, la humildad, la austeridad, el servicio…
No hay duda que la muerte es la antesala de la verdadera vida, la naturaleza y los ciclos de las estaciones nos lo muestran, después del otoño y el invierno donde todo muere resurge después en la primavera la vida en esplendor, pues los árboles generan nuevas hojas, de la tierra antes helada brotan plantas y bellas flores, vuelven las aves que habían emigrado, todo nuevamente se llena de VIDA…Entonces por qué no habríamos de creer que después de la muerte de nuestro cuerpo, hecho desde el comienzo para la vida no resucitaría? Es siempre el misterio que nos supera, solo nos queda creer, aceptar y apropiarnos de las promesas de Jesús que es nuestro camino, la Verdad y la Vida…
Y recuerden siempre no hay resurrección ni vida eterna sin antes pasar por la cruz ( o sea la muerte y el rechazo de todo lo que nos impide ser felices y hacer felices a nuestros hermanos (el pecado, el mal), es preciso aceptar el sufrimiento sin renegar ni tampoco mostrarnos miserablemente resignados. Todo parto y proceso de transformación significa dolor.
Jesús ha muerto en la cruz, y cual semilla que cae en tierra, muere para transmitirnos la vida y para que nosotros tras sus huellas a la vez, hagamos de este mundo cada vez más justo, más humano, más pacífico y más fraternal…



Aproximación psicológica al texto del evangelio:

La hora del combate

Juan no nos cuenta la escena de la agonía de Jesús en Getsemaní a la manera de los otros evangelistas llamados sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas).
Sin embargo, evoca con discreción y a su manera el combate interior de Jesús. En el capítulo 13 versículo 21, Juan nos dice que Jesús “se conmovió en su espíritu”, hablando de su traición inminente.
Acá, Juan hace que Jesús se diga a sí mismo: “mi alma está turbada” (otra traducción literal seria: “mi interior está en completo desorden”). Y es el mismo combate que es evocado. Nosotros encontramos, en la frase “Padre, sálvame de esta hora”, el equivalente de “Padre, aleja de mi esta copa…” de Marcos 14,36. De manera parecida, Jesús agrega: “pero precisamente es para esta hora que yo he venido”, que corresponde al “por tanto, no se haga lo que yo quiero sino lo que tú quieres!” de Marcos. Juan es muy sensible ante el dominio los sentimientos que Jesús manifiesta a lo largo de todo su proceso y de su pasión. El 4º evangelista de ojo de águila, nos pinta o nos designa, un Jesús que domina la situación y pareciera que no la sufriera tanto. Y por lo tanto, de igual manera dentro de este evangelio, hay una puerta abierta sobre el drama interior vivido por el Hijo de Dios.
Mismo si Él está convencido de la fecundidad de su gesto, no es fácil para Jesús aceptar “caer en tierra” y morir. El no desea el sufrimiento, no quiere la soledad, Él quiere la comunión, Él quiere la vida plena e intensa (la vida “en abundancia”, Juan 10,10).
Él ha dejado su trabajo de carpintero para convertirse en constructor o edificador de hombres, ha reunido pescadores para hacer de ellos pescadores de hombres, para que tengan juntos una vida más plena, más cargada de sentido…Jesús, ha querido sembrar la Buena Noticia, plantar la esperanza en la vida de hombres y mujeres.
Esta esperanza que ha sentido, vivido, transmitido, renovado en los otros, he aquí que ella se intensifica en Él a la hora de la muerte, en la hora de la revuelta (rebelión) del cuerpo, en la hora donde se está dispuesto a todo para evitar el sufrimiento.
Vemos entonces que la esperanza de una vida intensa, comunicada de manera misteriosa a todos, se hace más clara y más densa. Dice el libro de Isaías: “Por sus sufrimientos, mi servidor justificará la multitud…Lo que ha complacido a Dios tendrá su cumplimiento por Él” (Isaías 53, 10-4). Y he aquí lo que sostiene a Jesús, en la hora de su combate, es como si Él escuchara: “lo que tú has vivido, tiene sentido, lo que vas a vivir, continuará teniendo sentido” (traducción libre de: “Yo lo he glorificado y lo glorificaré todavía (aun)” en el v.28.
Hay una voz, que se dice, viene del cielo. Pero también podría ser una voz interior y ella diría la misma cosa. Porque sea cual sea su manera de manifestarse, claramente a vista de todos, o en lo secreto, Dios vela sobre la vida de Jesús, y Él le revela a su medida, como un alimento que le nutre, el sentido de lo que va a vivir.
Este misterio de ternura y de sostenimiento, se ha dicho que engloba (cobija, cubre, envuelve) a todos aquellos que se comprometen en el seguimiento de Jesús, porque es el mismo Padre quien suscita, quien conduce y quien acoge (v.26).


Reflexión central
La angustia de la muerte
El cristianismo está muy marcado por la experiencia de la muerte. Ante todo, como canto de vida y resurrección, el cristianismo se inscribe a pesar de todo en una tragedia: aquella de la experiencia del mal, del pecado y de la muerte.
Sin embargo en la tragedia de la muerte, hay un soplo de esperanza.
Hay plenitud de vida en la muerte.
En este 5º domingo de cuaresma, es normal que vayamos al corazón de este misterio en compañía de Jesús.
La angustia de la muerte habita la humanidad. Nuestra generación o sociedad contemporánea, trata de olvidarla, maquillarla o esconderla.
Ella expedita la persona difunta (exonerada de su función, significación etimológica), al muerto, lo más rápido posible, sin ni siquiera, a veces, mirar el cadáver, sin darse a la pena de hacer el duelo- este luto que en mis tiempos juveniles duraba entre uno o dos años- sin darse a la pena de expresar su dolor…se dice rápidamente: “pasemos a otra cosa!”
Los evangelios afirman algo sorprendente, este Jesús, a quien llamamos Maestro y Señor, Jesús de quien afirmamos es el Hijo de Dios, ha tenido miedo de la muerte. Él la enfrenta con valentía. Él la ha visto acercarse. El no murió de avanzada edad después de tomar montañas de medicamentos y después de muchos años de cuidado médico. El ha muerto en la fuerza o flor de la edad, en el momento en el cual la vida nos ofrece aun lo mejor y no ha comenzado aun a declinar.
Es relativamente fácil morir a los 80 o 90 años, cuando el cuerpo nos abandona y cuando el menor esfuerzo nos fatiga más allá de todo. Pero morir en la treintena, cuando la juventud expresa su fuerza con insolencia? Es en la plenitud y fuerza de la edad que Jesús muere.
Jesús no ha sido una gran vedette o celebridad en su tiempo. Su fama apenas superó la frontera de Palestina. En Atenas la capital de la renombrada filosofía griega era un total desconocido, y Roma sede del imperio apenas ha oído hablar un poco de Él (el escritor autor de Yo Claudio, Robert Graves, deja entender que Tiberio había escuchado hablar de Jesús, por ejemplo). Sin embargo hombres griegos venidos de Jerusalén piden verlo durante las fiestas de la Pascua. Ellos entonces van a ver a Felipe que organiza una cita. El texto de San Juan no presenta ni nos ofrece ningún diálogo entre estos hombres y Jesús. Jesús parece hacer un monologo contando la parábola corta de la semilla de trigo que cae en tierra.
Repito, no sabemos nada del compartir entre Jesús y sus visitadores griegos. Acaso le han preguntado sobre el sentido de la vida, sobre la verdadera religión, o a propósito del contexto político?
La parábola que Jesús expone no es propia del universo judío. Ella reenvía al simbolismo de la cosecha y de la semilla. En otra parábola llamada la “parábola del sembrador” (Mateo 13,3-23), Jesús compara la Palabra de Dios con una semilla que produce o no fruto de acuerdo al terreno que la recibe. En otra parte del evangelio de Juan, Jesús recuerda que el sembrador y el cosechero están unidos en un mismo horizonte y un mismo destino: “El sembrador se alegra con quien recoge la cosecha” (Juan 4,36).
En la parábola de la semilla que cae en tierra, Jesús evoca la necesidad de la muerte para entrar en el amor. Es una reflexión de todas maneras, desconcertante. Para el común de los mortales, entrar en la muerte es entrar en la soledad absoluta. La muerte es definida a menudo como una pérdida de relación, como una incapacidad radical de comunicar. Jesús toma el otro sentido de esta visión: “ Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto" (Juan 12,24). Admitamos la cosa para la semilla. Es necesario que ella sea enterrada, desaparezca, se disuelva (pudra) en la tierra para dar fruto. Pero Jesús va más lejos. La muerte es condición de la vida. « Aquel que ama su vida la pierde; aquel que la desprecia en este mundo la guarda para la vida eterna » (v.25).
Parece que Jesús no utiliza la parábola en un sentido solamente moralizante: es necesario renunciar a sí mismo, a su egoísmo para amar. Parece que tiene una visión a un nivel más profundo. Por un lado, hay una oposición entre aquí abajo y la vida eterna, entre este mundo y el otro mundo. Mas Jesús establece un lazo con SERVIRLE a Él , de otra manera creer en Él y llegar a ser su discípulo, y estar con Él, es decir ser honrado por su Padre.
Dejamos el orden de las paradojas de la vida corriente para entrar en el misterio de Dios. Nosotros superamos la simple metáfora de la confianza, del “dejar hacer”, de la victoria sobre el egoísmo. Nosotros entramos en otro orden de cosas. Y sin lugar a dudas que Él habla de su muerte real que ve venir, de esta muerte de la que le gustaría huir, pero la que ha decidido asumir a pesar de todo.
Acá se escuchan desde ya las palabras de la Pasión: “que sea apartado de mi este cáliz”. “Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado?”. Dentro de un impulso de emoción Jesús continúa expresando su pensamiento:
“Ahora mi alma está agitada y,
¿Qué diré? :
Padre líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora.
Padre glorifica tu nombre.” (Juan 12,27-28).
Jesús no esconde su miedo y su angustia. Él lo dice y lo admite. “Ahora mi alma está agitada” (inquieta, dicen otras traducciones). Pero si Él renuncia a esta hora, Él renuncia a lo que constituye el sentido mismo de su propia vida. Y renunciar, eso significaría entonces renegarse.
 “Padre Glorifica tu nombre!” La palabra Gloria no tiene el sentido corriente de renombre, de fama, de celebridad. La Gloria de Dios, es el peso de Dios, su valor. Al demandar al Padre de glorificar su nombre, Jesús invita a Dios a manifestarse como Padre y a llevar a cabo su obra.
De cara a la muerte, Jesús no retrocede. Él se sostiene ante Dios y reta a Dios, lo desafía a recibirlo en la muerte. Nosotros estamos aquí en el centro o corazón de la tragedia más profunda, y es entonces cuando el Padre se manifiesta a Jesús: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. La gente se demandaba qué era ese ruido o voz. Se trata de un trueno? Jesús simplemente dice que su combate llega a su apogeo y “ que el príncipe de este mundo será echado fuera “ (v.31). Enseguida viene la evocación de la muerte que se acerca: “cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.” (v.32). Y el evangelista agrega: “Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir” (v.33).
Sin duda que a usted también le ha llegado ese día que han entrado hasta el fondo del miedo, de sentirse superado, desconcertado y ver su universo disolverse. Enfermedad grave, pena de amor, pérdida de un ser querido, perdida completa de reputación, violencia e injusticia sufridas sin aparente razón. Usted entra en oración, pero constata su soledad, se ve lleno de lágrimas, derrotado, deshecho. Y el silencio de Dios. Y usted ha pedido a Dios de manera más o menos clara: “padre glorifica tu nombre”. La muerte estaba a su puerta y usted tenía la impresión de entrar. Usted había aceptado la muerte, enseguida o más tarde, eso importaba poco. No ha habido trueno, pero usted fue nuevamente levantado y algo así como la paz llego a usted. Usted había percibido un poco el más allá de la vida, el más allá de la esperanza cuando su vida presente parece haber llegado al final de su camino.
La FE comienza cuando uno acepta devolver la vida, volverla a entregar…perderla. Nosotros no somos ni héroes ni mártires, pero es necesario que aprendamos el coraje o la valentía de SER. Nosotros estamos en una economía de salud, de un Dios que testimonia su amor a través de la locura de la cruz, puesto que el mundo “sabio” dado a la sabiduría no logra llegar a su realización. Él se desliza invariablemente hacia el odio, la explotación y la muerte. El mundo no puede ser salvado sino por el AMOR. Es la parábola del grano de trigo sembrado en tierra. Él no puede serlo que por la FE, es decir, nada más que por la confianza radical en Dios más allá de todo fracaso. Nos corresponde decir con Jesús: “Padre, glorifica tu nombre”.
Según el evangelio de Juan, esta escena ocurre cinco días antes de la Pascua, es decir, cuatro días antes de la muerte de Jesús. Es pertinente decirlo, la muerte ronda y el discurso de Jesús se hace más incisivo. El miedo está presente, pero la fe y la confianza le ayudan a Jesús a superar el miedo, porque es libremente y por amor que Jesús ira hasta el final de su misión. Como lo dice la carta a los Hebreos en la 2ª lectura de este domingo: “Así conducido a su perfección, Él ha llegado a ser para todos los que le obedecen la causa de salvación eterna” (Hebreos 5,9).

twitter: @gadabay


 REFERENCIAS:

HÉTU, Jean-Luc. Les Options de Jésus
BEAUCHAMP, André. Comprendre la parole, Novalis, 2007

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