Reflexión central
La angustia de la muerte
El cristianismo está muy marcado por la experiencia de la muerte. Ante todo, como canto de vida y resurrección, el cristianismo se inscribe a pesar de todo en una tragedia: aquella de la experiencia del mal, del pecado y de la muerte.
Sin embargo en la tragedia de la muerte, hay un soplo de esperanza.
Hay plenitud de vida en la muerte.
En este 5º domingo de cuaresma, es normal que vayamos al corazón de este misterio en compañía de Jesús.
La angustia de la muerte habita la humanidad. Nuestra generación o sociedad contemporánea, trata de olvidarla, maquillarla o esconderla.
Ella expedita la persona difunta (exonerada de su función, significación etimológica), al muerto, lo más rápido posible, sin ni siquiera, a veces, mirar el cadáver, sin darse a la pena de hacer el duelo- este luto que en mis tiempos juveniles duraba entre uno o dos años- sin darse a la pena de expresar su dolor…se dice rápidamente: “pasemos a otra cosa!”
Los evangelios afirman algo sorprendente, este Jesús, a quien llamamos Maestro y Señor, Jesús de quien afirmamos es el Hijo de Dios, ha tenido miedo de la muerte. Él la enfrenta con valentía. Él la ha visto acercarse. El no murió de avanzada edad después de tomar montañas de medicamentos y después de muchos años de cuidado médico. El ha muerto en la fuerza o flor de la edad, en el momento en el cual la vida nos ofrece aun lo mejor y no ha comenzado aun a declinar.
Es relativamente fácil morir a los 80 o 90 años, cuando el cuerpo nos abandona y cuando el menor esfuerzo nos fatiga más allá de todo. Pero morir en la treintena, cuando la juventud expresa su fuerza con insolencia? Es en la plenitud y fuerza de la edad que Jesús muere.
Jesús no ha sido una gran vedette o celebridad en su tiempo. Su fama apenas superó la frontera de Palestina. En Atenas la capital de la renombrada filosofía griega era un total desconocido, y Roma sede del imperio apenas ha oído hablar un poco de Él (el escritor autor de Yo Claudio, Robert Graves, deja entender que Tiberio había escuchado hablar de Jesús, por ejemplo). Sin embargo hombres griegos venidos de Jerusalén piden verlo durante las fiestas de la Pascua. Ellos entonces van a ver a Felipe que organiza una cita. El texto de San Juan no presenta ni nos ofrece ningún diálogo entre estos hombres y Jesús. Jesús parece hacer un monologo contando la parábola corta de la semilla de trigo que cae en tierra.
Repito, no sabemos nada del compartir entre Jesús y sus visitadores griegos. Acaso le han preguntado sobre el sentido de la vida, sobre la verdadera religión, o a propósito del contexto político?
La parábola que Jesús expone no es propia del universo judío. Ella reenvía al simbolismo de la cosecha y de la semilla. En otra parábola llamada la “parábola del sembrador” (Mateo 13,3-23), Jesús compara la Palabra de Dios con una semilla que produce o no fruto de acuerdo al terreno que la recibe. En otra parte del evangelio de Juan, Jesús recuerda que el sembrador y el cosechero están unidos en un mismo horizonte y un mismo destino: “El sembrador se alegra con quien recoge la cosecha” (Juan 4,36).
En la parábola de la semilla que cae en tierra, Jesús evoca la necesidad de la muerte para entrar en el amor. Es una reflexión de todas maneras, desconcertante. Para el común de los mortales, entrar en la muerte es entrar en la soledad absoluta. La muerte es definida a menudo como una pérdida de relación, como una incapacidad radical de comunicar. Jesús toma el otro sentido de esta visión: “ Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto" (Juan 12,24). Admitamos la cosa para la semilla. Es necesario que ella sea enterrada, desaparezca, se disuelva (pudra) en la tierra para dar fruto. Pero Jesús va más lejos. La muerte es condición de la vida. « Aquel que ama su vida la pierde; aquel que la desprecia en este mundo la guarda para la vida eterna » (v.25).
Parece que Jesús no utiliza la parábola en un sentido solamente moralizante: es necesario renunciar a sí mismo, a su egoísmo para amar. Parece que tiene una visión a un nivel más profundo. Por un lado, hay una oposición entre aquí abajo y la vida eterna, entre este mundo y el otro mundo. Mas Jesús establece un lazo con SERVIRLE a Él , de otra manera creer en Él y llegar a ser su discípulo, y estar con Él, es decir ser honrado por su Padre.
Dejamos el orden de las paradojas de la vida corriente para entrar en el misterio de Dios. Nosotros superamos la simple metáfora de la confianza, del “dejar hacer”, de la victoria sobre el egoísmo. Nosotros entramos en otro orden de cosas. Y sin lugar a dudas que Él habla de su muerte real que ve venir, de esta muerte de la que le gustaría huir, pero la que ha decidido asumir a pesar de todo.
Acá se escuchan desde ya las palabras de la Pasión: “que sea apartado de mi este cáliz”. “Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado?”. Dentro de un impulso de emoción Jesús continúa expresando su pensamiento:
“Ahora mi alma está agitada y,
¿Qué diré? :
Padre líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora.
Padre glorifica tu nombre.” (Juan 12,27-28).
Jesús no esconde su miedo y su angustia. Él lo dice y lo admite. “Ahora mi alma está agitada” (inquieta, dicen otras traducciones). Pero si Él renuncia a esta hora, Él renuncia a lo que constituye el sentido mismo de su propia vida. Y renunciar, eso significaría entonces renegarse.
“Padre Glorifica tu nombre!” La palabra Gloria no tiene el sentido corriente de renombre, de fama, de celebridad. La Gloria de Dios, es el peso de Dios, su valor. Al demandar al Padre de glorificar su nombre, Jesús invita a Dios a manifestarse como Padre y a llevar a cabo su obra.
De cara a la muerte, Jesús no retrocede. Él se sostiene ante Dios y reta a Dios, lo desafía a recibirlo en la muerte. Nosotros estamos aquí en el centro o corazón de la tragedia más profunda, y es entonces cuando el Padre se manifiesta a Jesús: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. La gente se demandaba qué era ese ruido o voz. Se trata de un trueno? Jesús simplemente dice que su combate llega a su apogeo y “ que el príncipe de este mundo será echado fuera “ (v.31). Enseguida viene la evocación de la muerte que se acerca: “cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.” (v.32). Y el evangelista agrega: “Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir” (v.33).
Sin duda que a usted también le ha llegado ese día que han entrado hasta el fondo del miedo, de sentirse superado, desconcertado y ver su universo disolverse. Enfermedad grave, pena de amor, pérdida de un ser querido, perdida completa de reputación, violencia e injusticia sufridas sin aparente razón. Usted entra en oración, pero constata su soledad, se ve lleno de lágrimas, derrotado, deshecho. Y el silencio de Dios. Y usted ha pedido a Dios de manera más o menos clara: “padre glorifica tu nombre”. La muerte estaba a su puerta y usted tenía la impresión de entrar. Usted había aceptado la muerte, enseguida o más tarde, eso importaba poco. No ha habido trueno, pero usted fue nuevamente levantado y algo así como la paz llego a usted. Usted había percibido un poco el más allá de la vida, el más allá de la esperanza cuando su vida presente parece haber llegado al final de su camino.
La FE comienza cuando uno acepta devolver la vida, volverla a entregar…perderla. Nosotros no somos ni héroes ni mártires, pero es necesario que aprendamos el coraje o la valentía de SER. Nosotros estamos en una economía de salud, de un Dios que testimonia su amor a través de la locura de la cruz, puesto que el mundo “sabio” dado a la sabiduría no logra llegar a su realización. Él se desliza invariablemente hacia el odio, la explotación y la muerte. El mundo no puede ser salvado sino por el AMOR. Es la parábola del grano de trigo sembrado en tierra. Él no puede serlo que por la FE, es decir, nada más que por la confianza radical en Dios más allá de todo fracaso. Nos corresponde decir con Jesús: “Padre, glorifica tu nombre”.
Según el evangelio de Juan, esta escena ocurre cinco días antes de la Pascua, es decir, cuatro días antes de la muerte de Jesús. Es pertinente decirlo, la muerte ronda y el discurso de Jesús se hace más incisivo. El miedo está presente, pero la fe y la confianza le ayudan a Jesús a superar el miedo, porque es libremente y por amor que Jesús ira hasta el final de su misión. Como lo dice la carta a los Hebreos en la 2ª lectura de este domingo: “Así conducido a su perfección, Él ha llegado a ser para todos los que le obedecen la causa de salvación eterna” (Hebreos 5,9).
twitter: @gadabay
REFERENCIAS:
HÉTU, Jean-Luc. Les Options de Jésus
BEAUCHAMP, André. Comprendre la parole, Novalis, 2007
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