lunes, 11 de marzo de 2024

12 de marzo del 2024: martes de la cuarta semana de cuaresma


De la parálisis al caminar

(Juan 5, 1-16) ¿Quizás estamos paralizados, como el hombre de Betesda, ante la complejidad de la vida, la inevitabilidad de la muerte? ¿Quizás experimentamos nuestra impotencia y la de los demás? No es de extrañar, porque la salvación está fuera de nuestro alcance. Pero nuestro Dios es Dios de vida, y envió a su Hijo para que la tengamos en abundancia. Nos corresponde a nosotros construir sobre sus palabras que nos elevan y nos permiten continuar el camino: “¡Levántate, toma tu camilla y echa a andar »

Emmanuelle Billoteau, ermitaña


(Ezequiel 47, 1-9.12) Ezequiel me enseña hoy que la fe es una fuerza en perpetua renovación. Puede "contaminar" a otros y traerles vida. Pero para eso, tienes que aceptar dejarla fluir y compartirla. 


(Juan 5, 1-16) Las curaciones y los beneficios de Dios pueden mejorar mucho nuestra vida en la tierra, pero ellos son mucho más que simples dones puntuales: nos llaman a la conversión, para que entremos en la vida eterna.





Primera lectura

Lectura de la profecía de Ezequiel (47,1-9.12):

EN aquellos días, el ángel me hizo volver a la entrada del templo del Señor.
De debajo del umbral del templo corría agua hacia el este —el templo miraba al este—. El agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar.
Me hizo salir por el pórtico septentrional y me llevó por fuera hasta el pórtico exterior que mira al este. El agua corría por el lado derecho.
El hombre que llevaba el cordel en la mano salió hacia el este, midió quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta los tobillos. Midió otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta las rodillas. Midió todavía otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta la cintura. Midió otros quinientos metros: era ya un torrente que no se podía vadear, sino cruzar a nado.
Entonces me dijo:
«¿Has visto, hijo de hombre?»,
Después me condujo por la ribera del torrente.
Al volver vi en ambas riberas del torrente una gran arboleda. Me dijo:
«Estas aguas fluyen hacia la zona oriental, descienden hacia la estepa y desembocan en el mar de la Sal, Cuando hayan entrado en él, sus aguas serán saneadas. Todo ser viviente que se agita, allí donde desemboque la corriente, tendrá vida; y habrá peces en abundancia. Porque apenas estas aguas hayan llegado hasta allí, habrán saneado el mar y habrá vida allí donde llegue el torrente.
En ambas riberas del torrente crecerá toda clase de árboles frutales; no se marchitarán sus hojas ni se acabarán sus frutos; darán nuevos frutos cada mes, porque las aguas del torrente fluyen del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales».

Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 45,2-3.5-6.8-9

R/.
 El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob


V/. Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.
Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar. R/.

V/. Un río y sus canales alegran la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.
Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora. R/.

V/. El Señor del universo está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra. R/.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (5,1-16):

SE celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos.
Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice:
«¿Quieres quedar sano?».
El enfermo le contestó:
«Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado».
Jesús le dice:
«Levántate, toma tu camilla y echa a andar».
Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.
Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano:
«Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla».
Él les contestó:
«El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla y echa a andar”».
Ellos le preguntaron:
«¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?».
Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, a causa del gentío que había en aquel sitio, se había alejado.
Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice:
«Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor».
Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado.
Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.

Palabra del Señor

  



Paralizado por el pecado


Jesús le dice:
«Levántate, toma tu camilla y echa a andar».
Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.

 

 Juan 5:8–9


Veamos uno de los claros significados simbólicos de este pasaje anterior. 

 

El hombre que Jesús sanó estaba paralizado, no podía caminar ni cuidarse a sí mismo. Otros lo descuidaron mientras él se sentaba junto a la piscina, esperando amabilidad y atención. Jesús lo ve y le presta toda su atención. Después de un breve diálogo, Jesús lo cura y le dice que se levante y camine. 

 

Un claro mensaje simbólico es que su parálisis física es una imagen del resultado del pecado en nuestras vidas. Cuando pecamos nos “paralizamos” a nosotros mismos. 

 

El pecado tiene graves consecuencias en nuestra vida y la consecuencia más clara es que nos quedamos sin poder levantarnos para poder luego andar en los caminos de Dios. El pecado grave, especialmente, nos hace impotentes para amar y vivir en verdadera libertad. Nos deja atrapados e incapaces de cuidar de ninguna manera nuestra propia vida espiritual o de los demás. Es importante ver las consecuencias del pecado. Incluso los pecados menores obstaculizan nuestras habilidades, nos despojan de energía y nos dejan lisiados espiritualmente en un grado u otro. 

 

Espero que usted sepa esto y no sea una nueva revelación para usted. Pero lo que debe ser nuevo para usted es la admisión honesta de su culpabilidad actual. Debe verse a sí mismo en esta historia. Jesús no sanó a este hombre solo por su bien. Lo sanó, en parte, para decirle que lo ve en su estado quebrantado mientras experimenta las consecuencias de su pecado. Él lo ve en necesidad, lo mira y lo llama a levantarse y caminar. No subestime la importancia de permitirle a Él realizar una sanación en su vida. No se olvide de identificar hasta el más mínimo pecado que le impone sus consecuencias. Mire su pecado, permita que Jesús lo vea y escúchelo hablar palabras de sanación y libertad.

 

Reflexione hoy, sobre este poderoso encuentro que este hombre lisiado tuvo con Jesús. Imagínese en la escena y sepa que esta sanación también se hace por usted. Si aún no lo ha hecho en esta Cuaresma, vaya a la Confesión y descubra la curación de Jesús en ese Sacramento. La confesión es la respuesta a la libertad que le espera, especialmente cuando se entra en ella honesta y completamente.

 

 Mi muy misericordioso Señor, perdóname por mis pecados. Deseo verlos y reconocer las consecuencias que me imponen. Sé que Tú deseas liberarme de estas cargas y sanarlas en la fuente de tu misericordia. Señor, dame valor para confesarte mis pecados, especialmente en el Sacramento de la Reconciliación. Jesús, en Ti confío.

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