20 de marzo del 2024: miércoles de la quinta semana de cuaresma
En
el horno
(Daniel
3, 14-20.91-92.95) ¿Quiénes son estos
jóvenes que tienen la audacia de enfrentarse al rey Nabucodonosor? Creyentes
que se niegan a confundir una estatua, incluso deslumbrante, con el Dios de sus
padres. Hoy como ayer, inmersos en el horno del consumo, de la violencia, de la
indiferencia hacia las cosas religiosas, constantemente amenazados por la
idolatría, ¿somos capaces de discernir a quién camina en medio del fuego y no
nos abandona jamás? ■
Benedicta de la Cruz,
cisterciense
(Juan 8, 31-42) Es viniendo entre nosotros que Dios nos libra del mal. Jesús, su Hijo, por el don de su vida, por su misericordia y su deseo de reconciliar todo en su Padre, es la fuente de la verdadera libertad.
Primera lectura
Lectura de la profecía de Daniel (3,14-20.91-92.95):
EN aquellos días, el rey Nabucodonosor dijo:
«¿Es cierto, Sidrac, Misac y Abdénago, que no teméis a mis dioses ni adoráis la estatua de oro que he erigido? Mirad: si al oír tocar la trompa, la flauta, la cítara, el laúd, el arpa, la vihuela y todos los demás instrumentos, estáis dispuestos a postraros adorando la estatua que he hecho, hacedlo; pero, si no la adoráis, seréis arrojados inmediatamente al horno encendido, y ¿qué dios os librará de mis manos?».
Sidrac, Misac y Abdénago contestaron al rey Nabucodonosor:
«A eso no tenemos por qué responderte. Si nuestro Dios a quien veneramos puede librarnos del horno encendido, nos librará, oh rey, de tus manos. Y aunque no lo hiciera, que te conste, majestad, que no veneramos a tus dioses ni adoramos la estatua de oro que has erigido».
Entonces Nabucodonosor, furioso contra Sidrac, Misac y Abdénago, y con el rostro desencajado por la rabia, mandó encender el horno siete veces más fuerte que de costumbre, y ordenó a sus soldados más robustos que atasen a Sidrac, Misac y Abdénago y los echasen en el horno encendido.
Entonces el rey Nabucodonosor se alarmó, se levantó y preguntó, estupefacto, a sus consejeros:
«¿No eran tres los hombres que atamos y echamos al horno?».
Le respondieron:
«Así es, majestad».
Preguntó:
«Entonces, ¿cómo es que veo cuatro hombres, sin atar, paseando por el fuego sin sufrir daño alguno? Y el cuarto parece un ser divino».
Nabucodonosor, entonces, dijo:
«Bendito sea el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, que envió un ángel a salvar a sus siervos, que, confiando en él, desobedecieron el decreto real y entregaron sus cuerpos antes que venerar y adorar a otros dioses fuera del suyo».
Palabra de Dios
Salmo
Dn 3,52.53.54.55.56
R/. A ti gloria y alabanza por los siglos
V/. Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres.
Bendito tu nombre, santo y glorioso. R/.
V/. Bendito eres en el templo de tu santa gloria. R/.
V/. Bendito eres sobre el trono de tu reino. R/.
V/. Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas
los abismos. R/.
V/. Bendito eres en la bóveda del cielo. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (8,31-42):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que habían creído en él:
«Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres».
Le replicaron:
«Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: “Seréis libres”?».
Jesús les contestó:
«En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis de matarme, porque mi palabra no cala en vosotros. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre».
Ellos replicaron:
«Nuestro padre es Abrahán».
Jesús les dijo:
«Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Sin embargo, tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la verdad que le escuché a Dios; y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre».
Le replicaron:
«Nosotros no somos hijos de prostitución; tenemos un solo padre: Dios».
Jesús les contestó:
«Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais, porque yo salí de Dios, y he venido. Pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió».
Palabra del Señor
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Querer la libertad
Jesús les contestó:
«En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres.
Jesús quiere liberarte, pero ¿quieres ser liberado? A nivel intelectual, esta debería ser una pregunta fácil de responder. ¡Claro que quieres tu libertad! ¿Quién no? Pero en un nivel práctico, esta pregunta es más difícil de responder. En términos prácticos, muchas personas se sienten muy cómodas viviendo en pecado. El pecado ofrece una satisfacción engañosa de la que puede ser difícil alejarse. El pecado puede hacer que te “sientas” bien en el momento, aunque los efectos a largo plazo son los que te quitan la libertad y el gozo. Pero muy a menudo esa “satisfacción” momentánea es suficiente para que muchas personas sigan reincidiendo.
¿Y qué me dices de ti? ¿Quieres ser libre para vivir como hijo o hija del Dios Altísimo? Si respondes "Sí", prepárate para que esto sea doloroso, pero de una manera agradable. Vencer el pecado requiere purificación. El proceso de “dejar ir” el pecado requiere verdadero sacrificio y compromiso. Requiere que te vuelvas al Señor con absoluta confianza y abandono. Al hacerlo, experimentas una especie de muerte para ti mismo, para tus pasiones y para tu propia voluntad egoísta. Esto duele, al menos en el nivel de tu naturaleza humana caída. Pero es como una cirugía que tiene como objetivo extirpar el cáncer o alguna infección. La cirugía en sí puede doler, pero es la única forma de liberarte de la enfermedad que tienes. El Hijo es el Cirujano Divino y la forma en que te libera es a través de Su propio sufrimiento y muerte.
La crucifixión y la muerte de Jesús trajeron vida al mundo. Su muerte destruyó la enfermedad del pecado, y nuestra aceptación voluntaria del remedio de Su muerte significa que debemos dejar que Él destruya la enfermedad del pecado dentro de nosotros a través de Su muerte. Debe ser "cortado", por así decirlo, y eliminado por nuestro Señor.
La Cuaresma es un tiempo, más que ningún otro, en el que debes enfocarte honestamente en tu pecado con el fin de identificar aquellas cosas que te mantienen atado, para que puedas invitar al Médico Divino a entrar en tus heridas y sanarte. No dejéis pasar la Cuaresma sin hacer un profundo y honesto examen de conciencia y arrepentirte de tus pecados de todo corazón. ¡El Señor quiere que seas libre! Deséalo tú mismo y entra en el proceso de purificación para que seas liberado de tus pesadas cargas.
Reflexiona hoy sobre tu actitud hacia tus propios pecados personales. Primero, ¿puedes admitir humildemente tu pecado? No los racionalices ni culpes a otros. Enfréntalos y acéptalos como tuyos. Segundo, confiesa tus pecados.
Reflexiona sobre tu actitud hacia el Sacramento de la Reconciliación. Este es el Sacramento de la libertad. Es muy fácil. Simplemente entra, admite todos tus pecados, expresa tristeza y se libre. Si encuentras esto difícil, entonces estás confiando en tus propios sentimientos de miedo en lugar de en la verdad. Tercero, regocíjate en la libertad que te ofrece el Hijo de Dios. Es un regalo más allá de lo que merecemos.
¡Reflexiona sobre estas tres cosas hoy y durante el resto de la Cuaresma, y tu Pascua será una de verdadera acción de gracias!
Señor, deseo ser libre de todo pecado para poder vivir en la libertad de ser Tu hijo. Ayúdame, querido Señor, a enfrentar mi pecado con honestidad y apertura. Dame el valor que necesito para admitir mi pecado en el Sacramento de la Reconciliación, para que pueda regocijarme en todo lo que me has dado a través de Tu sufrimiento y muerte. Jesús, en Ti confío.
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