domingo, 3 de marzo de 2024

4 de marzo del 2024: lunes de la tercera semana de cuaresma- San Casimiro

 

Las palabras no son suficientes

 

(Lucas 4, 24-30) "Ningún profeta es aceptado en su pueblo". Nuestros seres queridos a menudo tienen sus costumbres. Invitados a adaptar su vida a la luz del Evangelio, a veces hacen oídos sordos. Las palabras no son suficientes. Es nuestra coherencia de vida cristiana la que puede hacernos audibles. Nuestras palabras tendrán entonces peso en los lugares de intercambio o diálogo.

Jean-Paul Musangania, sacerdote asuncionista



(2 Reyes 5, 1-15A) No se compran los favores de Dios a costa de duros sacrificios.  Dios da libremente y con sencillez. Sus dones permanecen desconocidos si consideramos con profundidad lo que es complicado y espectacular.



Primera lectura

Lectura del segundo libro de los Reyes (5,1-15a):


EN aquellos días, Naamán, jefe del ejército del rey de Siria, era hombre notable y muy estimado por su señor, pues por su medio el Señor había concedido la victoria a Siria.
Pero, siendo un gran militar, era leproso.
Unas bandas de arameos habían hecho una incursión trayendo de la tierra de Israel a una muchacha, que pasó al servicio de la mujer de Naamán. Dijo ella a su señora:
«Ah, si mi señor pudiera presentarse ante el profeta que hay en Samaría. Él lo curaría de su lepra».
Fue (Naamán) y se lo comunicó a su señor diciendo:
«Esto y esto ha dicho la muchacha de la tierra de Israel».
Y el rey de Siria contestó:
«Vete, que yo enviaré una carta al rey de Israel».
Entonces tomó en su mano diez talentos de plata, seis mil siclos de oro, diez vestidos nuevos y una carta al rey de Israel que decía:
«Al llegarte esta carta, sabrás que te envío a mi siervo Naamán para que lo cures de su lepra».
Cuando el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras, diciendo:
«¿Soy yo Dios para repartir vida y muerte? Pues me encarga nada menos que curar a un hombre de su lepra. Daos cuenta y veréis que está buscando querella contra mí».
Eliseo, el hombre de Dios, oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestiduras y mandó a que le dijeran:
«Por qué has rasgado tus vestiduras? Que venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel».
Llegó Naamán con sus carros y caballos y se detuvo a la entrada de la casa de Eliseo. Envió este un mensajero a decirle:
«Ve y lávate siete veces en el Jordán. Tu carne renacerá y quedarás limpio».
Naamán se puso furioso y se marchó diciendo:
«Yo me había dicho: “Saldrá seguramente a mi encuentro, se detendrá, invocará el nombre de su Dios, frotará con su mano mi parte enferma y sanaré de la lepra”. El Abaná y el Farfar, los ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Podría bañarme en ellos y quedar limpio».
Dándose la vuelta, se marchó furioso. Sus servidores se le acercaron para decirle:
«Padre mío, si el profeta te hubiese mandado una cosa difícil, ¿no lo habrías hecho? ¡Cuánto más si te ha dicho: “Lávate y quedarás limpio”!».
Bajó, pues, y se bañó en el Jordán siete veces, conforme a la palabra del hombre de Dios. Y su carne volvió a ser como la de un niño pequeño: quedó limpio.
Naamán y toda su comitiva regresaron al lugar donde se encontraba el hombre de Dios. Al llegar, se detuvo ante él exclamando:
«Ahora conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel».


Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 41,2.3;42,3.4

R/.
 Mi alma tiene sed del Dios vivo:
¿cuándo veré el rostro de Dios?


V/. Como busca la cierva corrientes de agua,
así mi alma te busca a ti, Dios mío. R/.

V/. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? R/.

V/. Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada. R/.

V/. Me acercaré al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
y te daré gracias al son de la cítara,
Dios, Dios mío. R/.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (4,24-30):

HABIENDO llegado Jesús a Nazaret, le dijo al pueblo en la sinagoga:
«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros de que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naámán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.

Palabra del Señor

 

 

Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo:
¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?

 

(Ver Salmo 42:3 )

 


 

¡Qué hermosa declaración! La palabra “sediento” o  sed es una palabra que no se usa con tanta frecuencia, pero vale la pena reflexionar sobre ella por sí misma. Revela un anhelo y un deseo de ser saciados no solo por Dios, sino por el "¡Dios viviente!" Y para “contemplar el rostro de Dios”.

 

¿Con qué frecuencia anhelas algo así? ¿Con qué frecuencia dejas que el deseo de Dios arda dentro de tu alma? Este es un maravilloso deseo y anhelo de tener. De hecho, el deseo en sí mismo es suficiente para comenzar a traer una gran satisfacción y plenitud en la vida.

 

Hay una historia de un monje anciano que vivió su vida como ermitaño siendo sacerdote y capellán de un grupo de hermanas monásticas. Este monje vivió una vida muy tranquila de soledad, oración, estudio y trabajo la mayor parte de su vida. Un día, hacia el final de su vida, le preguntaron cómo disfrutó de su vida todos estos años. Inmediatamente y sin dudarlo, su rostro se iluminó y se llenó de una profunda alegría. Y dijo con la más profunda convicción: “¡Qué vida tan gloriosa tengo! Todos los días me preparo para morir”. 

 

Este monje tenía un enfoque en la vida. Era un enfoque en el rostro de Dios. Nada más importaba realmente. Lo que anhelaba y anticipaba todos y cada uno de los días era ese momento en que entraría en esa gloriosa Visión Beatífica y vería a Dios cara a cara. Y fue el pensamiento de esto lo que le permitió seguir adelante, día tras día, año tras año, ofreciendo Misa y adorando a Dios en preparación para esa gloriosa reunión.

 

¿De qué tienes sed? ¿Cómo completarías esa afirmación? "¿Mi alma está sedienta de...?" ¿De qué? Con demasiada frecuencia tenemos sed de esas cosas que son tan artificiales y temporales. Nos esforzamos tanto por ser felices y, sin embargo, a menudo nos quedamos cortos. Pero si podemos dejar que nuestros corazones se enciendan con el anhelo de lo que es esencial, aquello para lo que fuimos creados, entonces todo lo demás en la vida encajará. 

 

Si colocamos a Dios en el centro de todos nuestros anhelos, todas nuestras esperanzas y todos nuestros deseos, en realidad comenzaremos a “contemplar el rostro de Dios” aquí y ahora. Incluso el más mínimo atisbo de la gloria de Dios nos saciará tanto que transformará toda nuestra perspectiva de la vida y nos dará una dirección clara y segura en todo lo que hagamos. Cada relación se verá afectada, cada decisión que tomemos será orquestada por el Espíritu Santo, y se descubrirá el propósito y significado de la vida que estamos buscando. Cada vez que pensemos en nuestras vidas, nos pondremos radiantes al reflexionar sobre el viaje en el que estamos y anhelamos seguir en marcha, anticipando la recompensa eterna que nos espera al final.

 

Reflexiona, hoy, sobre tu “sed”. No desperdicies tu vida en promesas vacías. No te dejes atrapar por apegos terrenales. Busca a Dios. Busca Su rostro. Busca Su voluntad y Su gloria y nunca querrás volver atrás en la dirección que te lleva este anhelo.

 

 

Jesús, mi Dios vivo, que un día pueda contemplar todo tu esplendor y gloria. Que pueda ver Tu rostro y hacer de esa meta el centro de mi vida. Que todo lo que soy quede atrapado en este deseo ardiente, y que disfrute de la alegría de este viaje. Jesús, en Ti confío.




San Casimiro

 

La vida cortesana no fue obstáculo para su dedicación a la espiritualidad más intensa, practicando con admiración de todos, las más claras virtudes, como la fe, la caridad extrema con los pobres, una pureza inmaculada, una exquisita amabilidad y fraternidad con todos, la humildad, la prudencia, la modestia, la austeridad de vida, etc.

Príncipe de Polonia
Cracovia (Polonia), 3-octubre-1458
Grodno (Lituania), 4-marzo-1484

 


En la vida de este joven príncipe resplandecieron de manera admirable todas las virtudes cristianas. Era el segundo hijo varón del rey Casimiro IV Jagellón, soberano de Polonia y de Lituania. Era su madre Isabel de Austria, hija del emperador Alberto II.

En su vida ocupó un lugar destacado su preceptor Juan Dlugosz, canónigo de Cracovia, quien le infundió el amor al estudio, pero sobre todo la piedad y un enorme sentido de responsabilidad moral, que presidió toda su vida. De este preceptor no quería separarse, pues le tenía un afecto filial, y su influencia fue siempre benéfica al lado del joven príncipe.

Desde los 17 años estuvo continuamente al lado de su padre, el rey Casimiro IV Jagellón metido en los asuntos públicos, y le acompañó a Lituania, de donde procedían los Jagellones. La vida cortesana no fue obstáculo para su dedicación a la espiritualidad más intensa, practicando con admiración de todos las más claras virtudes, como la fe, la caridad extrema con los pobres, una pureza inmaculada, una exquisita amabilidad y fraternidad con todos, la humildad, la prudencia, la modestia, la austeridad de vida, la penitencia y mortificación, etc.

En 1483 quisieron casarlo con una hija del emperador Federico III de Austria, su pariente, pero Casimiro se negó a contraer matrimonio, habiendo tomado el propósito de vivir en celibato. Ya estaba enfermo de tisis, y los médicos de entonces le indicaron que sería bueno para su salud que contrajese matrimonio, pero el joven perseveró en su propósito de castidad perpetua.

Estaba en el castillo de Grodno, en Lituania, cuando la tuberculosis lo llevó al sepulcro el 4 de marzo de 1484.
Su cuerpo fue llevado a la catedral de Vilna, la capital de Lituania, donde se le ha tributado gran veneración, llegando a ser declarado patrono de Lituania, así como uno de los patronos de Polonia.

Era admirable su devoción a la Virgen María y le recitaba cada día el himno: Omni die dic Mariae, cuyo texto se encontró copiado en su tumba cuando se abrió en 1604. Se llegó a pensar que era él el autor, pero posteriormente se ha podido probar que el himno es anterior al santo.

San Casimiro es un modelo de fe y pureza para la juventud. Y así ha sido presentado desde el principio.

José Luis Repetto Betes

 

https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/san-casimiro/

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