24 de marzo del 2024: Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor (ciclo B)

 

Empuñar los ramos con confianza


¿Cortar ramas es ecológico? Espíritus afligidos cuestionarán esta tradición del Domingo de Ramos, en nombre de la salvaguardia de nuestra casa común. Sin embargo, nos gusta recibir estos benditos follajes, guardarlos en casa o llevárselos a otras personas que no pudieron venir, y que se conmoverán de que hayamos pensado en ellos. Sin embargo, a pesar de las diferencias entre los cuatro evangelios respecto a la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, la tradición litúrgica nos invita a empuñar estas ramas para saludarlo con alegría. Qué hermoso gesto: un ramo o una rama extiende nuestro cuerpo y nuestra vida. Empuñando con confianza el follaje verde, es toda nuestra humanidad, nuestra oración, nuestra angustia y nuestra esperanza, la que presentamos a Jesús, acogido como Príncipe de la paz.
Sin embargo, es también empuñando juncos como los soldados atacarán a Cristo durante su Pasión. Y, en la Cruz, una caña le permitirá beber por última vez. Así es como una planta, creada por Dios, puede convertirse en un arma destinada a herir y humillar.
El Domingo de Ramos nos ayuda, por tanto, a cerrar el puño sin herir, a aclamar sin pisotear, a vivir sin amenazar, a recibir sin exigir. Entramos así en la Semana Santa con nuestra vida y sus ambigüedades, e incluso con toda la Creación, asociada también a la alegría de la Resurrección. Empuñemos, pues, nuestras ramas con confianza y recibamos la vida nueva que verdaderamente puede transformarnos.

¿A quién le daré un ramito? ¿Cuál es el lugar de las criaturas no humanas
en mi vida de fe?

Luc Forestier, sacerdote del Oratorio


He aquí que comienza la Semana Santa. Siete días para seguir a Jesús paso a paso, desde su entrada en Jerusalén hasta su victoria sobre la muerte. Siete días tan importantes, tanto que el mundo será sacudido para siempre.



Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (50,4-7):

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído; y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 21,8-9.17-18a.19-20.23-24

R/.
 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Al verme, se burlan de mí, hacen visajes,
menean la cabeza: «Acudió al Señor,
que lo ponga a salvo;
que lo libre, si tanto lo quiere.» R/.

Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos. R/.

Se reparten mi ropa,
echan a suertes mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R/.

Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alabadlo;
linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (2,6-11):

Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Palabra de Dios

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Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos (15,1-39):

C. Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Él respondió:
+ «Tú lo dices.»
C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo:
S. «¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra ti.»
C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado. Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó:
S. «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?»
C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:
S. «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?»
C. Ellos gritaron de nuevo:
S. «¡Crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «Pues ¿qué mal ha hecho?»
C. Ellos gritaron más fuerte:
S. «¡Crucifícalo!»
C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio –al pretorio– y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:
S. «¡Salve, rey de los judíos!»
C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos.» Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: «Lo consideraron como un malhechor.» Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:
S. «¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.»
C. Los sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo:
S. «A otros ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.»
C. También los que estaban crucificados con él lo insultaban. Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde, jesús clamó con voz potente:
+ «Eloí, Eloí, lamá sabaktaní.»
C. Que significa:
+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
S. «Mira, está llamando a Elías.»
C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo:
S. «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.»
C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:
S. «Realmente este hombre era Hijo de Dios.»

Palabra del Señor


1

Realmente, este hombre era Hijo de Dios

Queridos hermanos, paz y bien.

Después del camino cuaresmal, por fin nos llega el Domingo de Ramos. Dejando de lado el dicho popular (Domingo de Ramos, el que no estrena nada, no tiene manos), para los creyentes es el comienzo del momento más importante del año litúrgico. Cada uno nos hemos preparado mejor o peor, según nuestras posibilidades. Con la celebración de hoy damos comienzo a la Semana Santa. Es el pórtico de esta semana. Una semana especial, en la que escucharemos distintas invitaciones.

Porque la celebración de este día es un auténtico pregón de la Semana Santa. La Iglesia nos invita a centrar nuestra mirada en Jesús para contemplar lo que Él significa para cada uno de nosotros. Es una llamada a la contemplación de los misterios centrales de nuestra fe: por la pasión, muerte y resurrección de Jesús la humanidad ha sido salvada y nosotros, los creyentes, hemos resucitado con Él y en Él por el bautismo.

No es un día, quizá, para predicar mucho. Ya de por sí, la celebración es larga, y habla por sí misma. Pero, por otra parte, algo hay que decir. Se empieza a concretar todo lo que hemos vivido durante las cinco semanas de Cuaresma. La Liturgia nos ha ido llevando y hoy, a las puertas de Jerusalén, contemplamos al Salvador que llega en un modesto borrico.

No lo hace en un poderoso caballo, rápido y elegante, tirando de un carro de guerra, con todo tipo de armas. No llega para acabar con todo los que se le oponen por la fuerza. Más bien, para comenzar un nuevo reino de servicio, de amor y de paz. Es lo que podemos leer en la profecía de Zacarias (¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de alegría, hija de Jerusalén! Mira, tu rey viene hacia ti, justo, Salvador y humilde. Viene montado en un asno, en un pollino, cría de asna. Zac 9,9). El asno, símbolo del servicio, es la señal de que empieza algo nuevo. Servir, llevar la carga de los demás, como hace el asno.

La lectura de Isaías nos reafirma en la imagen de un Mesías distinto, que no responde a la violencia con violencia. Con la ayuda del Señor, todo lo soporta. Escucha la Palabra, y puede decir algunas palabras de aliento. A pesar de todo. Se puede caer en el pesimismo – Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? – pero siempre hay salida.

A veces, esa salida exige mucho esfuerzo. Lo sabe bien el mismo Jesús, como nos recuerda la segunda lectura: actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Es la consecuencia de la Encarnación. Hombre hasta el final, con todas las consecuencias. En el mundo como uno más, pasando frío y calor, hambre y sed, alegrándose y llorando con y por sus amigos. Muriendo por todos y cada uno, nos abrió las puertas de la salvación.

Para que pensemos en ello, quizá, la Liturgia nos presenta en este domingo la Pasión de Nuestro Señor. El Viernes Santo no celebramos la Eucaristía, y, de esta manera, en la Misa, recuerdo del sacrificio de Cristo, escuchamos este relato que, de otro modo, quedaría fuera.

No por conocido, el relato de la Pasión deja de impresionar. Si lo leemos despacio, cada vez podemos captar algún detalle que nos toque especialmente. Porque se pasa de aclamar a Jesús a pedir su muerte. Casi sin solución de continuidad.

Podemos tratar de leer el relato de la Pasión, colocándonos en el lugar de los distintos protagonistas. Sentirnos Pilatos, por las ocasiones en que, ante los problemas ajenos, nos lavamos las manos, pensando que “no es mi problema”. Revisar nuestro “pasotismo” ante lo que nos rodea, por ejemplo.

O podemos colocarnos entre la multitud que, por la presión de los sacerdotes y fariseos, piden la libertad de un bandido, Barrabás, en vez de pedir la libertad de Jesús. En cuántas ocasiones nos dejamos llevar por la presión social, por el “qué dirán”, por quedar bien ante nuestros amigos, familiares, conocidos…

Ver las cosas desde el punto de vista del centurión no estaría mal. Reconoce, aunque tarde, que Jesús era el Hijo de Dios. En demasiadas ocasiones tardamos en ver las cosas como son. Nos fiamos mucho de lo que “ya sabemos”, de lo que “ya hemos hecho”, nos cuesta aceptar las novedades.

Pero, sobre todo, tenemos que intentar ver las cosas desde el punto de vista de Jesús. A pesar de todo, siempre dispuesto a aceptar la voluntad de Dios. Hasta la muerte. Perdonando a lo que le condenaban, a los que le traicionaron – todos – y siendo el puente entre Dios y nuestra salvación. Ver a todos con la mirada de Dios.

La misión del Señor no ha terminado. Está en marcha. Continúa caminando hacia nosotros, porque quiere estar cerca de todos. Cerca de los jóvenes, de los obreros, de los enfermos, de los ancianos y, claro, más cerca de todos los pobres, que son sus preferidos. El Señor camina también hacia ti. Quiere encontrarse contigo. Quiere que sepas reconocerle y acogerle, porque quiere que cenes con Él. Le gusta siempre la cercanía y la intimidad. Debo salir a su encuentro. No le puedo decepcionar.

¿Acaso no podemos nosotros también aportar nuestra contribución al triunfo de Jesús? No es algo imposible. Nosotros, que vivimos hoy en día, podemos prestar nuestra ayuda, no para facilitar la entrada de Jesús a Jerusalén hace unos dos mil años, sino para su retorno glorioso al fin de los tiempos. No se trata de hacer grandes cosas. Es suficiente que creamos en Jesús, Señor de Universo, nuestro redentor y nuestro Juez que viene a recompensar los justos y castigar a los malos.

¡Que la Virgen María, que estuvo también en la entrada de Jesús en Jerusalén, nos ayude mediante su intercesión y sus consejos, para que, siempre, podamos compartir el camino con Cristo!

Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

Ciudadredonda.org


2


¡Hosana¡ al Cristo sufriente


Tanto los que le precedían como los que le seguían gritaban: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro padre David que ha de venir! ¡Hosanna en las Alturas!" 

Marcos 11:9–10

A lo largo de su vida, Jesús viajó muchas veces a Jerusalén. Cuando era niño, fue presentado en el Templo. A los doce años, fue encontrado enseñando a los maestros de la Ley en el Templo. A medida que crecía, hacía peregrinaciones regulares al Templo. Durante Su tentación en el desierto, el diablo lo llevó al pináculo del Templo. En los Evangelios leemos sobre al menos cuatro viajes diferentes al Templo durante el ministerio público de Jesús. Sin embargo, el viaje a Jerusalén que hoy conmemoramos no se parece a ningún otro. Cuando Jesús entró en Jerusalén esta vez, los líderes religiosos ya buscaban su vida. A pesar de ello, Jesús entró en Jerusalén con gran solemnidad y con mucha atención. “¡Hosana! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! Fue el grito de la multitud cuando Jesús entró en Jerusalén montado en un asno mientras ramas de palma y mantos estaban esparcidos delante de Él.

Aunque esta era la forma más adecuada para que el pueblo de fe recibiera a su Rey, su cálida bienvenida, sus gritos “¡Hosanna!” y su entusiasmo fue más beneficioso para ellos que para Jesús. Jesús es Dios. Él no necesita nuestra alabanza y honor. Pero Jesús vino a nosotros para invitarnos a alabarle, honrarlo y adorarlo porque es bueno para nosotros. Necesitamos alabarlo. Para esto estamos hechos. Esto conduce a la realización de nuestras vidas.

Al comenzar la Semana Santa, intenta pasar tiempo con esta imagen del pueblo honrando a nuestro Señor con mucho entusiasmo. Esta es una imagen que representa en quién debemos convertirnos. A medida que avanzamos en esta Semana Santa, debemos ser cada vez más conscientes del Dios a quien ofrecemos nuestra alabanza y adoración. Es un Dios que se rebajó ante los ojos de todos, tomó forma de esclavo, se dejó etiquetar como pecador grave, fue rechazado, golpeado y asesinado. Esta semana, especialmente, adoramos al Cristo sufriente. Adoramos a un Hombre que fue arrestado y tratado cruelmente. Adoramos a un Hombre que fue odiado y maltratado de la peor manera posible.

Nuestra adoración incondicional al Cristo sufriente es un acto importante a cumplir. En muchos sentidos, es más fácil adorar a Dios tal como está en el cielo en Su glorioso trono. Cuando reflexionamos sobre las miríadas de ángeles reunidos a su alrededor, los santos de todos los tiempos postrados en tierra y la gloria y el esplendor que irradian de su rostro, la adoración parece correcta. Adorar a un Hombre acusado de ser un criminal y sufrir la pena capital mientras soporta el odio de muchos es más difícil de comprender. Pero si somos capaces de ver a Jesús a través de los ojos de la fe y mirar a través del odio y las mentiras que lo rodeaban, entonces estaremos asombrados por la humildad de nuestro Dios que vino a nosotros de esta manera.

Nuestra adoración al Cristo sufriente también nos invita a compartir su virtud al soportar todo lo que le fue infligido. Cuando adoramos al Cristo humillado, nuestras humillaciones adquieren nuevo poder y significado. Cuando adoramos al Cristo sufriente, nuestros sufrimientos se elevan para participar en Su redención. Cuando adoramos al Cristo rechazado, despreciado y perseguido, cualquier forma en que compartamos estas dificultades se transforma.

Reflexiona hoy sobre el Dios a quien adoras en esta Semana Santa. No rehúyas todo lo que Jesús soportó. Contempla su rechazo y pasión. Mira el odio que soportó. Al hacerlo, ve no sólo a tu glorioso Dios, mira también el remedio para todos tus males. Dios descendió a nosotros en esta forma tan humilde para poder encontrarnos donde estamos y elevarnos a una nueva vida con Él.

Señor mío sufriente, te adoro y te alabo con todo mi corazón. Al entrar en Jerusalén para la Pascua, tenías la intención de darle un nuevo poder a esa celebración al convertirte en el Nuevo y Eterno Cordero Pascual. Que siempre te adore, que sufriste por mí, y te entregue todo lo que soporto en la vida para que sea transformado por Tu acto salvador. Jesús, en Ti confío.

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