18 de junio del 2023: decimoprimer domingo del tiempo ordinario (año A)


Como los apóstoles, todos somos enviados a proclamar que el Reino de Dios está cerca; es nuestra misión como cristianos bautizados y confirmados.


En la Biblia, la compasión es un atributo de Dios. El rey David dirá que la compasión del Señor es inmensa (2 S 24, 14). Y el profeta Isaías, que el Señor consuele a su pueblo y tenga compasión de sus pobres (Is 49,13). Dios mismo se presenta a Moisés (Ex 34,6) como un “Dios tierno y misericordioso [otras dos palabras para traducir compasión del hebreo], lento para la ira, lleno de amor y de verdad”. Dios es compasivo. El Evangelio de este domingo presenta a un Jesús conmovido. Jesús siente compasión. Esto le sucede en presencia de multitudes desorientadas o hambrientas, cerca de ciegos, al acercarse a los leprosos y ante toda clase de personas que sufren. Los relatos testifican que la compasión de Jesús precede a la curación de los enfermos, a la resurrección de los muertos, a la enseñanza de las multitudes, la multiplicación de los panes… En otras palabras, es un índice del reino de Dios. En adelante, esta emoción que va acompañada de una acción a favor de los demás es mucho más que una virtud moral que dicta la conducta. La compasión es una virtud espiritual. Nos acerca a Dios y nos revela su reino. Se cultiva y se recibe. La compasión es la huella de la imagen de Dios que cada uno lleva. ¡Y lo conseguimos gratis!

¿Qué palabra me toca en la historia de este domingo?
¿A qué me llama Jesús hoy?
¿Cómo me preparo para la misión? 

 Karem Bustica, jefe de redacción de Prions en Eglise, Québec-Canadá


PRIMERA LECTURA

Lectura del libro del Éxodo 19, 2-6ª

 

En aquellos días, los israelitas llegaron al desierto del Sinaí y acamparon allí, frente al monte.

Moisés subió hacia Dios. El Señor lo llamó desde el monte, diciendo:

—«Así dirás a la casa de Jacob, y esto anunciarás a los israelitas:

"Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa"».

Palabra de Dios.

 

Salmo responsorial:

Salmo 99, 2. 3. 5 (R.: 3c)

 

R. Nosotros somos su pueblo
y ovejas de su rebaño.

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores, R.

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño. R.

El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades. R.

 

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5, 6-11

 

Hermanos:

Cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos del castigo!

Si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!

Y no sólo eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.

Palabra de Dios.

 

Aleluya Mc 1, 15

Está cerca el reino de Dios:
convertíos y creed en el Evangelio.

 

EVANGELIO

*    Lectura del santo evangelio según san Mateo 9, 36—10, 8

 

En aquel tiempo, al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos:

—«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».

Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia.

Éstos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el Celote, y Judas Iscariote, el que lo entregó.

A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:

—«No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaria, sino id a las ovejas descarriadas de Israel.

Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis».

Palabra del Señor.

 

 

 

 

Aproximación psicológica y política al texto del Evangelio

 

En este pasaje que leemos hoy hay un detalle que representa una verdadera clave para comprender la posición de Jesús frente a las instituciones de su tiempo, tanto en el plan social como religioso.

En otra parte del evangelio, Jesús afirma claramente su convicción que el cuadro judío o la manera de ver las cosas de este pueblo un día va a explotar, y que la verdadera religión será entonces, un día, accesible a todos, independientemente de su nacionalidad o de su cultura. “Muchos vendrán de oriente y occidente y se sentarán en la mesa…” (Mateo 8,11).

Para Jesús, de cara al Reino que se acerca, todas las instituciones son pasajeras y relativas. A tal punto, que no se desgasta o cree que no vale la pena atacarlas de frente. Jesús no muestra ningún gusto de intentar abatir globalmente las instituciones para quizás reconstruir otras que serán de igual modo relativas y provisorias. Él quiere concentrar toda su energía sobre aquello que puede ser cambiado en profundidad y en lo inmediato.

Y cuando él dice: “Así que, no se afanen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su propio afán”, uno podría decirlo con otras palabras: “No se afanen entonces por los cambios que van a venir en el futuro. Busquen ante todo la justicia de Dios hoy y cambien en consecuencia. A cada día le basta su cambio…”

En consecuencia, uno no se sorprenderá al escuchar a Jesús ordenando a sus discípulos que se conformen a las prácticas de su tiempo: «No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaria, sino id a las ovejas descarriadas de Israel”.

No se agoten en discusiones teóricas sobre lo que debería ser una estrategia de cambio a largo plazo. Hagan lo que ustedes puedan de inmediato. Yendo hacia los marginados (los perdidos) antes que, a los notables, ustedes provocan desde ya un gran cambio. Vayan por etapas (pero vayan verdaderamente) y los otros cambios vendrán por añadidura, a su tiempo.

Esta clave permite comprender todos los pasajes del Evangelio, donde Jesús parece legitimar las instituciones de su época:  la Ley, el templo, las autoridades…No hay en él ninguna consagración del statu quo, pero tampoco, afirma la idea que las instituciones sociales y religiosas no sean importantes…eso sí, par contra, denunció ampliamente el carácter opresivo y alienante de aquellas. Mas en la visión teológica que Él comparte con Juan Bautista y otros contemporáneos, Él cree que ha llegado la hora donde todo esto pasará y que en consecuencia una protesta sistemática a ese nivel no es prioritaria. Su opción, es que cada uno se ponga en marcha en lo inmediato de Dios, que asuma enseguida su conversión en su propia vida, y sea llevado progresivamente por ahí a “dar gratuitamente” y a comprometerse “por la justicia” (Mateo 5,10), al ritmo de sus intuiciones y descubrimientos.

La misión que Jesús confía aquí, en este pasaje, a sus discípulos (10,5) y a nosotros mismos a través de ellos, debe ser entonces comprendida a la luz de la idea que Él se hacía a sí mismo de su propia misión.

 

Reflexión Central

 

Nuestro Dios es el Dios-con-nosotros, el Dios-que-ve: “He visto la miseria de mi pueblo”.

“Jesús, al ver la multitud, se compadeció de ellos, porque estaban cansados ​​y abatidos como ovejas sin pastor”.

En el Evangelio de Mateo, Jesús pronuncia el Sermón de la Montaña (capítulos 5, 6 y 7), que constituye la base de su enseñanza sobre el Reino. Luego hace un viaje misionero alrededor del lago (8, 1 - 9, 34). Ahora quiere extender su acción para ayudar a la multitud de personas “cansadas y abatidas”. Por eso elige a doce apóstoles y les da sus instrucciones para la misión... primero en Israel (en su propio ambiente) y luego en todo el mundo (Mt 28, 29). Dios nos necesita para cumplir su sueño de fraternidad y amor.

Nosotros solemos tener una idea muy restrictiva de la palabra “vocación” y cuando rezamos por las vocaciones solemos pensar en los demás. Pero el llamado de Dios es para todos y cada uno de nosotros. Todos estamos llamados a poner de nuestra parte en este gran proyecto de Dios para nuestra humanidad.

Dios nos necesita para cumplir su sueño de fraternidad y amor.

El Señor nos llama donde estemos. Abraham es invitado a dejar su casa y su clan, Moisés, la soledad de su desierto, Pedro, a dejar sus redes, Mateo, su aduana, Eliseo, a abandonar su hacienda y Natanael, a dejar su retiro…

Las personas llamadas por Jesús no forman una comunidad de personas perfectas, héroes, santos... Son personas comunes y corrientes y Jesús las acepta tal como son. Este llamado se escucha de generación en generación y cada comunidad cristiana debe promover la invitación a “seguir” al Señor.

Jesús recorrió ciudades y pueblos, enseñó, proclamó el Reino y sanó. Cuando llama a sus discípulos, les da su poder para expulsar los malos espíritus y sanar toda enfermedad y dolencia. Deben ayudar a las personas a vivir plenamente, a mejorar sus vidas. Deben marcar la diferencia en la vida cotidiana teniendo un corazón que escucha y un espíritu compasivo.

Estamos rodeados de personas que sufren soledad, rechazo, incomprensión, depresión, personas víctimas de adicciones, rabia, violencia, que viven sin muchas esperanzas. El Señor nos pide que los ayudemos.

El llamado del evangelio se aplica tanto a nosotros hoy como a los discípulos del tiempo de Jesús:

- Resucitar a los muertos, es decir, ayudarlos a encontrar sentido a su existencia, a redescubrir la alegría de vivir...

- Purificar a los leprosos: permitir que aquellos que están excluidos de la sociedad recuperen su dignidad, se reintegren a su comunidad. Aquellos que son apartados por razón de nacionalidad, religión, afiliación política, para ser parte integral de la comunidad humana.

- Expulsar a los demonios: ayudar a aquellos que están bajo el dominio de las esclavitudes de nuestro sistema económico - moda, comida, drogas, violencia de todo tipo - a salir de todo eso...

Jesús nos recuerda hoy que somos fieles a nuestra alianza con Dios cada vez que ayudamos a alguien, ya sea un niño, un adulto o una persona mayor. Esta alianza no nos aleja de las necesidades de nuestro mundo actual, sino todo lo contrario. Nos anima a participar en la construcción de un mundo mejor.

A menudo es ayudando a los demás que damos sentido a nuestras vidas.

Nuestro mundo es un mundo de fragmentación, soledad, violencia. Podemos hablar hoy de una aldea global, pero nunca ha habido tanta soledad por metro cuadrado. Cristo nos llama a hacer una diferencia en la vida de algunas personas. No resolveremos todos los problemas del mundo, pero podemos ayudar a una, dos, cinco personas a nuestro alrededor. Todos estamos invitados a trabajar en la viña del Señor...

Toda Eucaristía que es la reunión de cristianos termina con este envío: ¡Id en la paz de Cristo! La comunidad eclesial, bajo su aspecto litúrgico, es una reunión provisional que nos invita a separarnos para volver a nuestro ámbito familiar, para crear con todos, creyentes o no, una comunidad más humana.

"Sanad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, echad fuera demonios" es una fórmula que expresa el hermoso y gran "proyecto de Dios" para nuestro mundo de hoy.

Recibiste gratis, da gratis


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“Jesús al ver a la gente veía personas que estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor”.

 Esta es la triste situación del pueblo de Israel que nos es descrita en el libro del Éxodo. Pero Dios no permanece indiferente ante esta tragedia. Llamó a Moisés para sacar a su pueblo de la esclavitud. Llegado al final de su camino, este pueblo es invitado a una revisión de vida: “Acordaos de todo lo que habéis recibido del Señor a pesar de vuestras infidelidades…”. De todo esto debéis dar testimonio; con vuestro modo de vivir debéis mostrar a todos los pueblos lo que es una vida renovada por la alianza”.

En su carta a los Romanos (2ª lectura) el apóstol Pablo insiste en la grandeza del amor de Dios. Si Cristo dio su vida, no fue para premiar nuestros méritos; no tenemos nada que ver con eso; sólo la sangre de Cristo nos ha hecho justos. Por su muerte y resurrección, somos reconciliados con Dios, ya somos salvos. Lo que se nos pide es que abramos nuestras manos y nuestro corazón, para acoger esta vida de Cristo y dejarnos transformar por él.

 

En el Evangelio, san Mateo nos muestra esta mirada compasiva de Jesús sobre la multitud. Los ve angustiados y abatidos como ovejas sin pastor. Lo que le preocupa no es sólo la angustia de cada miembro es sobre todo la falta de dirección. No tienen a nadie que los guíe.

Jesús entonces toma una decisión: llama a sus discípulos; les pide que oren a su Padre para que envíe misioneros a estas multitudes angustiadas. Luego recluta. El Evangelio nos habla de los doce apóstoles a los que llama Jesús. Él los envía en una misión. Inicialmente, deberán limitarse únicamente a los nacionales de Israel; tendrán que curar enfermos, resucitar muertos, expulsar demonios; deben sobre todo anunciar que el Reino de Dios está cerca; Dios ama a todas las personas y quiere que todas sean felices. Después de Pentecostés, esta buena noticia será anunciada a todo el mundo. Los trabajadores de la hora 11 recibirán el mismo saludo que los de la primera.

Este Evangelio nos llega; nos impide ser indiferentes al sufrimiento físico y moral que golpea a nuestro mundo. No podemos dejar de conmovernos por la angustia material, espiritual y moral de las multitudes de hoy; muchos viven en desorden y desaliento. Los niños y jóvenes viven sin bases o luces y sin futuro; los creyentes abandonan las iglesias porque no se sienten acogidos ni escuchados. No encuentran respuesta a sus preguntas.

Ante esta dramática situación, la decisión más urgente es ponernos en oración: “Rogad al Padre que envíe obreros a su mies…” El Reino de Dios no puede realizarse sin nuestra oración; si oramos al Padre es para acomodarnos a su amor, es para que nos haga entrar en su voluntad. Le pedimos que nos transforme para que seamos trabajadores apasionados y eficientes para la “cosecha”.

Esto es importante porque con demasiada frecuencia tendemos a lamentar la dureza de nuestro tiempo y el futuro incierto. Necesitamos redescubrir una mirada optimista y generosa. Es a través de la oración que aprendemos a amar como ama el Padre. Es Jesús quien nos pide: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (tanto como yo os he amado). Aprendemos a amar el mundo a la manera de Dios, a amar a la Iglesia a pesar de sus debilidades.

Después de la oración, Jesús elige a los Doce para confiarles la misión del Evangelio. Él sienta así las bases de lo que debe ser la Iglesia, “un pueblo misionero” enviado a todas las naciones.

Como los apóstoles, todos somos enviados a proclamar que el Reino de Dios está cerca; es nuestra misión como cristianos bautizados y confirmados. Como Bernardita de Lourdes, no nos encargamos de hacer creer sino de decir y testimoniar; el resto es obra del Espíritu Santo; nos precede y actúa en el corazón de los que pone en nuestro camino.

Durante esta Eucaristía, nos volvemos al Señor; le pedimos que nos enseñe a tener la misma mirada que él tiene sobre las multitudes desesperadas de hoy; que nos dé fuerza y ​​coraje para dar testimonio cada día de la esperanza que nos anima.

 

2

 

Enviados por el poder de Dios

 

al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos:

—«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».

Mateo 9:36–38

 

Este pasaje del Evangelio de hoy comienza revelándonos el Corazón de Jesús. Su Corazón es está “movido de piedad”. Cuando Jesús miró a las multitudes ante Él, pudo ver que estaban “angustiadas y desamparadas como ovejas que no tienen pastor”. La vista de ellos evocó compasión, preocupación y misericordia desde dentro de Él. Esta es una hermosa imagen para reflexionar en oración. 

Cuando Jesús te mira, Él te mira como miró a las multitudes hace mucho tiempo. Mientras lo hace, las mismas profundidades de misericordia y compasión son evocadas dentro de Su Sagrado Corazón. A veces, cuando pensamos en Dios, nos permitimos tener percepciones inexactas de quién es Él y cómo nos ve. Si no ves regularmente el Corazón compasivo de Jesús, entonces reflexiona sobre este pasaje y debes saber que Su Corazón de amor por ti es el mismo que avistó las multitudes.

La segunda parte de este pasaje nos revela una de las formas en que Jesús se acerca a nosotros. Él es el “amo de la mies” Quien ha llamado a otros a Sí mismo y luego los ha enviado a ministrar en Su nombre y con Su autoridad. Las líneas que siguen nos dicen que Jesús inmediatamente “llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad sobre los espíritus inmundos para expulsarlos y curar toda enfermedad y toda dolencia”. 

Al mirar tu propia vida, tus luchas, tus necesidades espirituales y tu deseo de crecer en la fe, ¿cómo te ha alimentado Dios? ¿A través de quién te ha hablado? Este pastoreo se realizará por tu participación en la Misa, por el Sacramento de la Confesión, por la santa predicación, por la palabra escrita, por el testimonio inspirado de otro, y de muchas otras maneras. Lo que es útil para reflexionar es que cada vez que has encontrado la gracia de Dios a través de otro, sucedió porque el Dueño de la Cosecha decidió enviarte un obrero. Cuando hay buen fruto en tu vida, fue Dios Quien inició esa buena obra a través de otro, por la misericordia y compasión de Su Sagrado Corazón.

Reflexiona hoy sobre la imagen de Jesús que te mira con amor y que decide enviarte a sus ministros en su nombre y con su autoridad. Presta especial atención a cómo Dios te ha estado hablando recientemente. Si es a través de un libro en particular, sigue leyéndolo. Si es a través de cierto predicador del Evangelio, sigue escuchándolo. Si es a través de cierta conversación con un amigo, cónyuge o ser querido, sigue hablando. Dios te ama, tiene un Corazón lleno de compasión por ti y continuará acercándose a ti de muchas maneras diferentes, especialmente enviándote a otros en Su nombre.

Mi Señor y Maestro, buscas producir una abundante cosecha de gracia en mi vida. Continuamente inspiras a otros a actuar como instrumentos de Tu amor y me hablas a través de ellos, llamándome a Ti. Que siempre esté abierto a las muchas formas en que Tú vienes a mí, y que siempre reciba Tu santa Palabra a través de los ministros que me envías. Jesús, en Ti confío.

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