20 de junio del 2023: martes de la undécima semana del tiempo Ordinario (I)
(2 Corintios 8, 1-9) La generosidad va de la mano con la alegría.
La de
contribuir al bienestar de otra persona o de toda una comunidad, la alegría de
enriquecerse con el amor de Dios que se entrega sin reservas por la vida del
mundo.
(2 Corintios 8, 1-9 )Pablo nos recuerda que las
situaciones de angustia y alegría no son incompatibles, como tampoco lo son la
pobreza y la generosidad. ¿No es la alegría un “fruto del Espíritu” (Ga 5,
22) que sabemos que es “amor […] derramado en nuestros corazones” (Rm 5,
5)? Si el Espíritu ensancha el corazón, un corazón ensanchado puede ser,
sin embargo, un corazón que sufre. Por eso Pablo vuelve a centrar a los
corintios en el Señor Jesucristo que, en su encarnación y su trágica muerte en
la cruz, nos enriqueció con “su pobreza”. ■
Emmanuelle Billoteau, ermitaña
Primera lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios
(8,1-9):
Queremos que conozcáis, hermanos, la gracia que Dios ha dado a las Iglesias
de Macedonia: En las pruebas y desgracias creció su alegría; y su pobreza
extrema se desbordó en un derroche de generosidad. Con todas sus fuerzas y aún
por encima de sus fuerzas, os lo aseguro, con toda espontaneidad e insistencia
nos pidieron como un favor que aceptara su aportación en la colecta a favor de
los santos. Y dieron más de lo que esperábamos: se dieron a sí mismos, primero
al Señor y luego, como Dios quería, también a nosotros. En vista de eso, como
fue Tito quien empezó la cosa, le hemos pedido que dé el último toque entre
vosotros a esta obra de caridad. Ya que sobresalís en todo: en la fe, en la
palabra, en el conocimiento, en el empeño y en el cariño que nos tenéis,
distinguíos también ahora por vuestra generosidad. No es que os lo mande; os
hablo del empeño que ponen otros para comprobar si vuestro amor es genuino.
Porque ya sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se
hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 145,2.5-6.7.8-9a
R/. Alaba,
alma mía, al Señor
Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob,
el que espera en el Señor, su Dios,
que hizo el cielo y la tierra,
el mar y cuanto hay en él;
que mantiene su fidelidad perpetuamente. R/.
Que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. R/.
El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(5,43-48):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo:
“Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad
a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de
vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos,
y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué
premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo
a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también
los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»
Palabra del Señor
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El “regalo” de ser perseguido
dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu
prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros
enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre
que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la
lluvia a justos e injustos”.
Jesús continúa profundizando y aclarando su
llamado a su nuevo mandato de amar a los demás. El amor al que nos llama
es radical, total y puede resultar muy desafiante al principio. Él nos
llama a ir más allá de la comprensión de la justicia del Antiguo Testamento al
ordenar que amemos a todos, incluidos los que nos persiguen. Esta llamada
al amor no es una opción sino un mandato. Es un requisito para todo
cristiano.
Al implementar este mandato, Jesús no solo nos
da el mandato en sí, sino que también ofrece algunos consejos muy prácticos
sobre cómo podemos lograr esta profundidad de amor. Dice que no solo
debemos amar a nuestros enemigos, sino que debemos orar por ellos cuando nos
persiguen. En primer lugar, un "enemigo" es aquel que intenta
infligirnos algún tipo de daño y, en general, peca contra nosotros. La
respuesta común a estas experiencias es defendernos y contraatacar. Entonces,
el primer paso es rechazar cualquier tentación de ese tipo. Como dijo Jesús
en el evangelio de ayer: "no
ofrezcas resistencia al malvado".
El pasaje del Evangelio de hoy nos lleva aún
más lejos. El consejo práctico que da nuestro Señor es "orar por los
que te persiguen". Este mandato no solo requiere que rechaces la
tentación de "vengarte" de una persona o incluso simplemente
"resistir" lo que nos hace. Ahora debes orar por ellos. Orar
por alguien que peca contra ti es un acto de la mayor caridad y generosidad. Y
es una forma muy práctica de imitar la abundante misericordia de Dios. Por
eso, rezar por tus perseguidores te transforma radicalmente interiormente y te
santifica. En cierto sentido, el mal que otro te hace tiene el potencial
de transformarse en un regalo que te da, porque te da la oportunidad de
devolver la oración por una herida infligida. Y ese es un regalo muy real
y práctico que debemos abrazar con este nuevo mandato de nuestro Señor.
Reflexiona hoy sobre aquellos por quienes este
nuevo mandamiento te llama a orar. ¿De quién es el pecado que te ha
causado algún daño a ti o a tu familia? ¿A quién le guardas rencor? Quienquiera
que se te ocurra, comprométete a orar profunda y sostenidamente por esa
persona. Ora con frecuencia por tus enemigos y continúa esa oración
mientras continúe la persecución. Hacerlo transformará todos y cada uno de
los intentos de malicia emitidos hacia ti en gracia para ellos y santidad para
ti.
Mi Señor de abundante misericordia, Tu mandamiento de orar por aquellos que nos persiguen fue vivido primero por Ti a la perfección. Oraste por aquellos que te crucificaron mientras colgabas de la cruz. Dame la gracia que necesito no solo para perdonar, sino también para orar por aquellos que lo han hecho y continúan tratando de infligirme daño. Dame un corazón tan lleno de misericordia que cada pecado cometido contra mí se transforme en amor y en mi propia santidad de vida. Jesús, en Ti confío.
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