Solo nos resta ser
creativos en el amor…
Amar a Dios y al
prójimo, he aquí no solamente el mensaje central de la liturgia de este
domingo, sino también el de la Ley judía toda entera; Jesús mismo nos lo dice.
Ahora, el amor es inventivo. Él nos saca de nuestras parálisis y nos hace
actuar como Dios cuya imaginación creadora no tiene límites.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(22,34-40):
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había
hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en
la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento
principal de la Ley?»
Él le dijo: «"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma, con todo tu ser." Este mandamiento es el principal y primero. El
segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo."
Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»
Palabra del Señor
A guisa de introducción :
1
¿Qué fundamenta la
fe?
La enseñanza de Jesús es
inquietante y todos los especialistas de la Ley buscan encontrarle
defectos.
Los partidarios de Herodes le
interrogan sobre los impuestos, los saduceos sobre la resurrección y, habiendo
fracasado todos, ahora llega el turno de los fariseos.
La
Ley incluye hasta 613 preceptos que, aplicados literalmente, expresan la
fidelidad del creyente a Dios. Pero la práctica es compleja y el judaísmo
de la época está dividido sobre si priorizar o no todas las
prescripciones. Jesús debe caer en esta trampa. Pero no, ¡los
fariseos no tuvieron más éxito que los demás que los precedieron! Jesús
cita alternativamente el libro del Deuteronomio (Dt 6,4) y el libro del
Levítico (Lv 19,18).
Uno
para recordar el amor de Dios, el otro para unirle el amor al
prójimo. Jesús recuerda así dos principios válidos para los discípulos de
todos los tiempos.
Primero,
que el amor de Dios es el fundamento de la vida moral y religiosa. ¿De qué
sirve ser amable y buen practicante si el corazón no está vuelto hacia
Dios? En otras palabras, la fe en Cristo se basa en primer lugar en un
encuentro personal antes de definirse por un conjunto de reglas que deben
respetarse.
La
segunda, que el amor de Dios no puede expresarse sino en el amor al
prójimo. “El que no ama a su hermano, a quien ve, es incapaz de amar a
Dios, a quien no ve”, recuerda san Juan en su primera carta (1 Jn
4,20). Y lo contrario es igualmente válido. ¡La oración, como lugar
de encuentro con Dios, y la caridad, como lugar de servicio al prójimo, son los
mismos y el mayor de los mandamientos!
¿Cómo recibo hoy esta enseñanza de Jesús?
2
Un
solo AMOR
El AMOR es la
realidad más importante de la vida. No es necesario realizar encuestas o un
sondeo para llegar a esta conclusión.
Es este también el
punto de vista de Jesús. No nos sorprende porque hemos sido creados a la imagen
y semejanza de Dios que es AMOR.
No tenemos porqué
escoger entre el amor a Dios y el amor al hermano ( o al prójimo).
Jesús nos invita amar
a Dios con todo nuestro corazón y al prójimo como a nosotros mismos.
El une estos dos
mandamientos y declara que el segundo es semejante al primero.
He aquí la novedad de
sus enseñanzas!
Cómo seria de fácil y
cómodo tener que amar solo a Dios. Pero su rostro llega a ser, en ciertos días,
aquel mismo del prójimo poco amable o decepcionante (que nos desinfla).
Los dos mandamientos
no se oponen. No hay más que un amor en el cual la cara oculta se refiere a
Dios pero en el cual el rostro visible concierne a nuestros hermanos. Sí, un
solo impulso y fuerza de amor para Dios y para todos aquellos que Él ama.
El AMOR es un
lenguaje que todo el mundo comprende. Es amando al prójimo que mostramos el
rostro de Jesucristo siempre vivo. “Esta es la señal por la que la
humanidad reconocerá que ustedes son mis discípulos: el amor que ustedes se
tengan los unos para con los otros” (Juan 13,35). No es esta la manera
más convincente de decir a los demás quien es Dios? Y lo más maravilloso es que
está a nuestro alcance.
Aproximación
psicológica al texto del evangelio:
Amar con el amor de Dios
El evangelio lo
afirma de manera absoluta: El corazón (o centro) de la vida es el amor.
Lo que da éxito en la
vida es el amor a Dios y al prójimo. Es el punto de vista de Dios que Jesús nos
descubre con claridad.
Las muchas
dificultades que nos hacen sufrir en el amor, encuentran su origen en la
mirada negativa que tenemos de nosotros mismos. El amor que recibimos determina
el amor que nosotros le damos a Dios y al prójimo. La dificultad de amar en
nuestra existencia proviene a menudo de la mirada negativa de nuestro ambiente
(aquello que nos rodea) sobre nosotros. No hemos sido siempre amados con gran
respeto. V.g, Sucede que alguno (a) fue abusado (sexualmente) o
violentado en su infancia o adolescencia, fue víctima del escarnio o la burla
de algún otro, Y entonces resulta que hemos sido edificados (educados) en una
“visión” pesimista de nosotros mismos, que hemos recibido de nuestro contorno.
Por suerte y o
felizmente, el amor que Dios nos da manifiesta otra imagen distinta de nosotros
mismos. Es esta imagen (ideal) la que alimenta y refuerza las relaciones de
amor que nos damos a nosotros mismos e inspira nuestra relación de amor con los
otros. En efecto, es necesario que nos amemos en referencia a ese prototipo
(real y tangible) del amor que Dios nos ofrece, su amor que nos
edifica y nos permite podamos entrar en el verdadero AMOR.
En la versión
paralela de este texto que encontramos en Marcos 12, 28-34, no solamente
leemos que el doble mandamiento del amor recapitula el conjunto de las
Sagradas Escrituras sino que también afirma que él vale más que todos los
holocaustos y sacrificios.
Es decir, el culto,
el rito no sirve para nada si ellos no son la expresión y celebración de un
amor que es por otro lado, en la vida cotidiana, el motor de la vida. Solo
nosotros somos muy hábiles y muy sutiles para evadirnos, para encontrar
burdas imitaciones (sustitutos) o reemplazantes a un amor que ama como
Cristo nos ama, es decir, dando nuestra vida (ver Juan 15,13).
Confundimos
fácilmente el amor que se nos muestra en el evangelio (que se dona, que es
oblativo, compasivo, pleno de ternura, desinteresado) con un sentimiento de
afecto que a menudo no sobrevive a las pruebas y o dificultades (cfr, algunos
matrimonios de hoy, las promesas o votos hechos en la vida consagrada). O
confundimos ese amor (del evangelio) con una atracción física, psicológica o
mismo sexual, que puede verificarse o palparse como un uso (o utilización)
invertida del amor: la decisión del don de sí mismo se confunde entonces con su
contrario, la voluntad de poseer, de gozar o utilizar el otro
egoístamente, véase dominarlo. Es por ello que debemos desconfiar cuando vamos
repitiendo muy seguido “amor… amor”…
Para Pablo el amor,
que preferentemente llama “caridad”, y que es el cumplimiento de la ley
(Romanos 13,6-10), está por encima de la fe, que un día cederá el lugar a la
visión; por arriba de la esperanza, que terminará cuando entremos en posesión
de la vida que ella espera y que es el lugar de acceso al amor
integral (1 Corintios 13). Amor, no lo olvidemos, es otro nombre de Dios.
El amor no es una
moral
“Mi religión consiste
en amar mi prójimo”. El compromiso honesto y perseverante al servicio de
sus hermanos, sobre todo de los más pobres entre ellos, representa en efecto la
moral que está en la más profunda conformidad (y o acuerdo) con el
evangelio.
En otra parte,
Jesús mismo afirma que es a partir de esta moral que nuestra vida será evaluada
(cfr, Mateo 25,31-46, el juicio final). Ya lo decía san Juan de la Cruz, “…en
la tarde de la vida seremos juzgados con, sobre y por el amor”.
Acá, Jesús toma una
posición clara de cara a esta moral: Él dice que es también importante tener
una moral como tener una religión.
Pero
él afirma al mismo tiempo que en la tradición espiritual judía ( y a la cual Él
pertenece), queda todavía un lugar para una experiencia humana que es
específicamente diferente de una ética social.
Dentro de esta
tradición religiosa, lo que debe polarizar al creyente, es directamente la
experiencia de Dios como tal.
Para el creyente
enraizado en la tradición judío-cristiana, el compromiso social puede (y en
muchos casos, debe) ocupar un gran sitio. Mas este compromiso esta manifestado
(o aparece) para otra cosa y él desemboca en otra cosa.
Esta otra
cosa, es la experiencia espiritual, es decir la conciencia de que hay en mí
una dimensión de mi ser a la cual todas mis experiencias de vida me
llevan sin cesar, si yo me comprometo con suficiente profundidad.
Con esto nunca
pretendemos afirmar o querer significar que los no creyentes son personas
que no viven con profundidad. Para ellos, esta dimensión espiritual tomará (o
adoptará) otra forma y ellos la nombraran de manera diferente.
Pero Jesús dice: Mi
tradición espiritual me invita a poner a Dios (o a descubrirlo!) en el centro
de mi existencia, a reconocerlo en la conjunción de mis pensamientos y de mis
emociones. Y más aún. Yo estoy invitado a invertir todo mi potencial en mi
experiencia de Dios. El pasaje del Antiguo Testamento citado este domingo acá,
contiene en efecto: “Amarar a Yahvé (…) con todas tus fuerzas (tu poder) “
(Deuteronomio 6,5), esta citación será tomada de manera integral por Marcos
12,33 y Lucas 10,27.
Es por Dios que el
creyente moviliza todo su potencial. Es de cara a Dios que él se pone
disponible, y que ofrece todo lo que él es y todo lo que él
puede.
Cuando esta opción está hecha y que esta canalización está en
curso, los seres humanos llegan a ser los compañeros de Dios en los proyectos
más queridos por Él. Ellos llegan a ser participantes de Dios en su deseo de
ternura y de justicia, y ellos son remitidos a una vida y a una acción
concretas asumidas en la libertad y la creatividad.
“Todo está ahí”, dice
Jesús (v.40).
+++
“Tu amarás el Señor
tu Dios: he aquí el más grande, el primero de los mandamientos”. Este precepto del
evangelio nos es sumamente conocido, y estamos tan habituados a leerlo y
o escucharlo, que no percibimos con profundidad e intensidad su
originalidad. Y por tanto este mandamiento representa una evolución importante
y decisiva con respecto a ese otro tipo de relación con Dios que se podría
resumir en la fórmula: “tu temerás al señor, tu Dios”. La mayoría de las
religiones se han quedado allí (en el miedo a Dios, o a su respectiva
divinidad) y mismo el cristianismo a menudo ”ha agarrado la cuerda del miedo a
Dios”. Vean ustedes por otro lado las reacciones espontaneas de la gente
en la vida cotidiana: ellos reaccionan frente al miedo, que tiene un aire
(apariencia) de ser más eficaz (es así como se afirman todas las formas de
poder). El amor tiene el aire de (pareciera) ser una cosa totalmente abstracta,
que permite no importa qué o es reservada a una sola persona debidamente
elegida. El Dios de la Biblia quiere hacernos superar ese estado: “si su
relación conmigo se debe al temor o por ella quieren satisfacer de manera
formalista los reglamentos o actos cultuales, eso me vale nada, no me interesa.
Lo que yo espero de ustedes es ser comprendido en mis intenciones profundas de
salvar el mundo, yo espero es que ustedes sean seducidos por este mensaje y que
se adhieran a él de todo corazón, y que ustedes se lo apropien, que
llegue a ser suyo, y más intimo a ustedes mismos que ustedes mismos”. Solo una
relación de amor (y no de temor, miedo) puede darnos, no más eficiencia,
pero si la eficiencia adecuada en el Reino de Dios.
Y en el fondo, mismo
en las cosas de la vida corriente, en lugar de juzgar o de dejarnos juzgar
sobre criterios de eficacia inmediata, superficial, sobre el éxito o la
rentabilidad, no podríamos mejor preguntarnos: “Aquello que yo hago, todo lo
que hago, lo hago por amor?” El amor de Dios (es decir, la preocupación, el
cuidado que Él tiene por salvar el mundo y nuestra adhesión a este deseo
o empresa) tiene su lugar en lo que yo hago y en la manera como yo lo hago?
El segundo
mandamiento; « Amaras a tu prójimo como a ti mismo » ha llegado a ser
para nosotros tan normal y o habitual (al nivel de principio) que no vemos más
tampoco la originalidad. En efecto, si miran alrededor de ustedes (y
quizás mismo en ustedes), el principio que parece regir las relaciones podría
enunciarse como sigue: “yo te amaré en la medida que tu me ames también”. Este
principio de reciprocidad es ya un enorme progreso en relación al principio de
egoísmo (“Ámame, pero no esperes nada de mi”), pero Cristo (que aquí, no hace
más que citar un precepto del 3er del A.T , del libro del Levítico)
bien seguro, nos exige mucho más.
"Amar al otro
como a sí mismo”. Notemos en el pasaje que es supuesto (se pretende) amarse a
sí mismo! Es una dimensión que el cristianismo ha ocultado mucho, sobre todo en
ciertos periodos, en provecho de una teología del sacrificio, de la abnegación,
del olvido de sí mismo (si no es del desprecio de sí mismo). Esto no es sano.
El amor propio, si él se compaginara o encuadrara con el amor de Dios, no
sabría caer en el egoísmo. Al contrario él (el amor a sí mismo) es
condición indispensable para amar el otro. Yo debo poder presentarme ante el
otro como una persona feliz, pacifica, confiada (plena de confianza), gracias a
esta relación con Dios.
La lectura del Éxodo
viene a enriquecer todavía más, nuestra comprensión del amor al otro. La razón
que nos da el Éxodo en su precepto de “no maltratar al inmigrante”, tiene el
aire de hacer sobresalir el principio de la reciprocidad. Pero no es el
caso. El texto habría dicho entonces: “porque los egipcios no los han oprimido
cuando estaban en Egipto” , lo que por otro lado, habría sido falso. No, el
texto nos hace caer en cuenta sobre el hecho “todos nosotros somos,
fundamentalmente emigrantes, extranjeros, sobre toda tierra, mismo aquella que
nosotros creemos la nuestra (por otra parte, no hay tierra que pertenezca, como
una propiedad privada, a alguien ni a ningún pueblo).
De igual modo, el
amor a sí mismo no impide que nosotros (en cierta manera permanezcamos siempre
extranjeros para nosotros mismos y que la persona que amamos de la manera más
íntima debe permanecer siendo ella misma para que el amor sea verdadero.)
Nuestra relación con
Dios tiene que ver con nuestra relación con nosotros mismos y con nuestro
prójimo. Que ella este hecha de dignidad y de amor.
+++
El gran mandamiento
Ellos se reúnen y uno entre el grupo lanza una pregunta para
poner a prueba a Jesús. Una pregunta tramposa. Cuál es el mandamiento más
grande? Entre los 613 mandamientos que habían sido reseñados por
los doctores de la ley, en cuál de todos esos, uno debe esforzarse
mejor por observar, para estar en regla, para ser perfecto? Y El (Jesús) no se
detiene en la trampa. El responde de modo sabio y sorprendente. No hay más
que un mandamiento: Tu amaras tu prójimo como a ti mismo. El amor a Dios, el
amor a sí mismo, el amor al prójimo: constituyen un solo mandamiento.
Qué liberación! (cuánto peso se quita uno de encima!) No
se trata ya más de tener una rigurosa – y a menudo meticulosa
(escrupulosa)- contabilidad de sus cumplimientos (deberes) para ver bien
en donde se está en la propia perfección, para poder decirle a Dios: Epa!, yo
aprovecho, lo tengo bien merecido, yo espero mi salario. Basta con amar,
y el resto se desprende de este amor.
Un mandamiento que es el más grande y a la vez el único? Es
mucho más que eso. Una actitud de vida, un valor en el centro de la existencia,
en el corazón de la vida y que llega a ser la motivación profunda, fecunda y
actuante. Todo llega a ser simple. Basta amar. Todo llega a ser simple
pero al mismo tiempo todo se hace complejo y comprometedor. Observar una serie
de prescripciones, es estorboso, pero al mismo tiempo imprime confianza
(tranquilidad, seguridad). Uno ve donde está. Y llega el momento donde
se puede decir: está hecho. Todo está en orden. Pasemos a
otra cosa. Pero se trata de amar, y ello no tiene más límites fijos.
No se puede, idealmente amar mucho. Desde el arranque (la partida, el
despegue, o el principio) esta proposición del amor, es difícil.
Toda vez, la verdadera dificultad, está en el amor que es
demandado (pedido, exigido). Amar a Dios: alguien que uno no ve, que se le
conoce mal. Amar al otro, al prójimo, quien es bien diferente a mí, que piensa
diferente a mí, que tiene sus gustos, sus hábitos que no son los míos. El otro,
el prójimo que muy a menudo no es particularmente amable. Y después: amarse a
sí mismo. Es quizás frecuentemente lo más difícil, porque yo me conozco
demasiado bien o, al contrario me conozco muy poco y mal. Y la
cuestión si entendida con frecuencia y que monta en nosotros: se puede demandar
(exigir, pedir) el amor? El amor tiene sus cambios de luces, sus variaciones de
estaciones a la medida de mi humor, de acuerdo al grado de las actitudes y
sentimientos del otro.
La gran novedad, el carácter único de la palabra de Jesús, es
de convidarnos a una salida de nosotros mismos y de todos nuestros “porqué” y
nuestros “cómo”, sobre todo de nuestros “cómo”.
Amar llega a ser una decisión a tomar. La decisión de liarse
(ligarse, unirse) a alguien de quien se quiere el bien, y a quien se le otorga
derechos sobre sí mismo. Una decisión que se traduce en actos concretos. Y esta
salida de si tiene su razón, su justificación fuera de sí mismo. Dios, en
primer lugar, nos ha amado con un gran amor. Él se ha prendido de (apegado
a) nosotros, nos ha dado derechos sobre Él. Se puede esperar en Él,
recibir de Él, gritarle en la alegría o en la tristeza. A Dios, se le puede
amar porque Él nos da un rostro suyo en el prójimo que tiene el mismo rostro
que nosotros.
Demos gracias a Dios por el amor desbordante y gratuito que
nos da y que este amor nos posibilite AMAR como Él.
oración-contemplación
Te amo Señor, mi fuerza.
Tú eres mi roca, mi
fortaleza,
pero también mi
vulnerabilidad,
mi belleza escondida bajo
las heridas.
Yo te amo con todo mi
corazón, oh mi Dios,
pues el amor no tiene miedo
de ser frágil;
le es suficiente con ser, es
todo.
Señor, Tú mismo eres el amor
en todas sus amalgamas,
que se desenvuelven y evolucionan
sin cesar,
dentro y alrededor de
nosotros.
Has que mi amor, Señor,
no se quede solo en
palabras,
sino que él se levante
y entre en la danza que tu
diriges,
mano a mano con toda
a humanidad.
Amén!
REFERENCIAS
BIBLIOGRÁFICAS
http://vieliturgique.ca
http://prionseneglise.ca
Pequeño Misal
« prions en Église », version de Quebec, Novalis 2011.
HETU, Jean-Luc, Les options
de Jésus.
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