sábado, 22 de octubre de 2022

23 de octubre del 2022: 30o domingo del tiempo ordinario (C)



La oración del humilde traspasa las nubes


No dejemos que nuestra autosuficiencia (soberbia, orgullo) nos invada y nos aliene; convirtámonos al Padre. Esta vuelta a Él, suscita una transformación y da nacimiento a una verdadera relación con Él y con los otros. De hecho, esto posibilita una oración auténtica, filial.

****

El domingo es el día del Señor, el día por excelencia del encuentro con Dios. Dispongámonos a su escucha y hagámosle partícipe de nuestras alegrías y de nuestras penas. Nosotros sabemos que Él escucha siempre la oración de los humildes (de los justos).





EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS 18,9-14

Jesús dijo esta parábola por algunos que estaban convencidos de ser justos y despreciaban a los demás.
«Dos hombres subieron al Templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano.
El fariseo, puesto de pie, oraba en su interior de esta manera: «Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, o como ese publicano.
Ayuno dos veces por semana y doy la décima parte de todas mis entradas.»
Mientras tanto el publicano se quedaba atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: «Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador.»
Yo les digo que este último estaba en gracia de Dios cuando volvió a su casa, pero el fariseo no. Porque el que se hace grande será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»

Palabra de Dios



A guisa de introducción:



Por una oración justa en nuestros labios



Vuelve y juega una vez más este domingo en la Palabra de Dios el tema de la humildad y la oración sinceras.


Y es que la una no va sin la otra. Una verdadera oración emerge de un corazón y espíritu humildes. A Dios no le gustan las posiciones fingidas, la poca modestia y que se critique al hermano.


En esta parábola que sucede a la de viuda y el juez injusto, Jesucristo quiere que brote de los labios justo una oración justa.

El publicano (o recolector de impuestos judío que trabaja para los invasores romanos) pecador no contento con su modo de vivir, llegará a ser justo a los ojos de Dios por su humildad frente a un hombre (fariseo) satisfecho de sus prácticas religiosas. Sus oraciones respectivas reflejan la actitud interior de cada uno. Ahora, Dios escucha a los humildes y los pobres (Cfr Lucas 1,52-53). Él no nos mira desde lo alto; Él nos estima. Su amor no se gana por méritos, éste no se compra con una actitud, mismo, religiosa.


¡Atención a la competencia que podría conducir al desprecio de los demás!

¿Es que acaso no hay en cada uno de nosotros, un poco de estos dos personajes? Fariseos algunos días, nos sentimos satisfechos de nosotros mismos hasta el punto de mirar a los otros por encima del hombro. “¡Él, ella! ¡Nunca me atreveré a presentarme a la iglesia si yo hubiera engañado u ofendido a alguien como él o ella, si yo frecuentara o me relacionara con personas como ellos!” Y vivimos satisfechos de nosotros mismos.  Pero otros días, nos parecemos a ese publicano. Cuando nosotros nos detenemos por más largo tiempo, tomamos conciencia de nuestras limitaciones, de nuestras fallas. Vuelve a surgir en nuestro interior esta palabra de San Pablo: “yo no hago el bien que yo quisiera, pero hago el mal que no quiero” (Romanos 7,19).

No se trata de vivir en la culpabilidad, sino de reconocer nuestras debilidades, las debilidades que desdicen de nuestro ser de hijos e hijas de Dios. Nosotros no somos perfectos. Jesús nos invita a volvernos a Dios cuando nos alejamos de Él. Mucho más que la observación de la ley, está esta relación íntima, profunda con Dios que nos conserva o guarda “justos”, “ajustados” a Él.


En esta parábola, cualquier cosa se nos escapa: la justicia de Dios. Ella no se parece a la de los humanos. Su justicia es la de un amor sorprendente e inaudito. El ser humano que se vuelve a Dios en lugar de quedarse centrado en sí mismo y que se deja deslizar dentro del amor del Padre llega “ajustarse” a Él. Jesús nos hace ver que, a pesar de nuestras fallas, Dios confía en nosotros, cree en nosotros. Él nos espera sin contabilidad, con un corazón compasivo y misericordioso. Y esto, es necesario no olvidarlo nunca.



Aproximación psicológica al texto del evangelio:


La oración vista del lado de Dios




Las personas que se presentan en psicoterapia tienen actitudes bien diferentes.  Unas que tratan de convencer al especialista de que no tienen ningún problema y que por lo tanto todo va bien, que funcionan bien y cumplen con todas sus obligaciones familiares y sociales, y finalmente ponen tanta insistencia en ello que no hay lugar para el diálogo, sino que esperan simplemente aprobación a todo lo que dicen.


A este tipo de personas, uno estaría tentado de decirles: “Mucho mejor si todo va bien para usted; en caso tal que haya cosas que le preocupen no dude en regresar, porque no son quienes están bien quienes tienen necesidad de terapeuta sino aquellos que tienen preocupaciones, y yo no entrevisto aquellos que tienen una buena conciencia, sino que hablo con aquellos que están dispuestos a cuestionarse “(cfr. Lucas 5,31-32).


Contrariamente a las primeras, otras personas llegan a la entrevista con el especialista, tratando de convencer que no todo va bien para ellas, sino confesando de entrada sus dificultades y diciendo: “Es acá, en esto, donde me encuentro ahora, y no es fácil” (¡equivalente al “ten piedad del pecador que yo soy!). Y a menudo uno siente en sus palabras no una tendencia a auto-compadecerse por su suerte o con la intención de conmover aquel que se encuentra al frente suyo, sino que hacen simplemente un esfuerzo por situarse totalmente desnudos ante su verdad. Con este tipo de personas, el diálogo puede emprenderse con facilidad y de manera fructífera, porque uno no se siente distanciado como con las primeras, sino que por el contrario uno se siente invitado a comulgar con sus vivencias.


¿No estará acaso aquí, vista del lado de Dios, la dinámica de la experiencia de oración del fariseo y del publicano?  Por un lado, un hombre blindado, amurallado con sus defensas, protegido detrás su buena conciencia superficial, y que lanza piedras por encima de sus barricadas, sin correr verdaderamente el riesgo del cara a cara.


Y por otra parte, un hombre que vive al descubierto, que acepta situarse totalmente desnudo ante Dios, a la vez que acepta hacerlo (desnudarse) también ante sí mismo, y quien hace de este consentimiento, el centro mismo de su oración: “Mi Dios, Tú me sondeas y me conoces (…) a dónde iré lejos de tu presencia?”  “De qué me sirve creerme alguien distinto a quién soy?”, “Condúceme en el camino…”, “Que yo retome tus senderos” … (Salmo 138,1.7.24).


“Aquel volvió a su casa justificado, y no el otro”, aquel da a Dios la posibilidad y el gusto de entrar con más fuerza en su vida, el otro no.


Es muy cierto que somos los mismos en la oración y en la vida cotidiana: a la defensiva en la vida y estériles en la oración, o bien abiertos en la vida y acogedores y acogidos en la oración.




Reflexión Central

La oración del pobre


En este mes de octubre, el Papa nos recuerda la vocación misionera de la Iglesia.

Nosotros, cristianos bautizados y confirmados, somos todos enviados en misión. Nuestro pensamiento y nuestra oración se centran en esos sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos que han dejado su familia y su país para llevar el Evangelio a otros continentes, poniendo en riesgo la misma vida…

La misión de todos nosotros es anunciar la misericordia, y es el mismo Jesús quien nos envía, y para responder como debe ser a esta misión, nosotros nos disponemos a escuchar la Palabra de Dios.

La primera lectura nos invita a rectificar la imagen que con frecuencia nos hacemos de Dios. La Palabra de Dios viene a recordarnos que “El Señor no hace distinción entre los hombres”. Él escucha la oración y la súplica (la queja, el lamento) del pobre, del oprimido, de la viuda y del huérfano.

Nosotros pensamos en todas las víctimas de las guerras y de la violencia absurda en el Medio Oriente, en otros lados y en nuestro mismo país. Nosotros no podemos permanecer indiferentes ante tanto sufrimiento.

Más tarde, Jesús proclamará que el Evangelio, es la Buena Noticia anunciada a los pobres. Y Él precisará que se reconoce en aquel que tiene hambre, en aquel que está desnudo, en aquel que es extranjero o prisionero. A través de ellos, es a Él, a Jesucristo que nosotros acogemos o rechazamos.

En el momento de escribir su carta, el apóstol san Pablo se encuentra en una difícil situación. Está en prisión y sabe que muy pronto, será ejecutado. Toda su vida ha sido un combate, pero él ha permanecido fiel hasta el final.

Él se ha comprometido totalmente en su misión que era la de anunciar el Evangelio a las naciones paganas. Ahora, Pablo espera la recompensa prometida al “servidor fiel”, encontrar al Señor y estar con Él en su Reino. Esta es su esperanza y su fortaleza. Su oración está enteramente centrada en el Señor y dirigida a Él.

Hoy, el Evangelio de San Lucas está ahí para valorizar la oración del pobre y del humilde.

Jesús nos cuenta una parábola para transmitirnos un mensaje muy importante. Él nos presenta un fariseo y un publicano, todos dos suben al templo para orar, ellos practican la misma religión, pero no están de acuerdo. El fariseo presenta a Dios un reporte espiritual impresionante: él no ha cometido ninguna falta, él ayuna, él da limosna. Todo de lo que se muestra orgulloso, es sin duda verdad. Por otro lado, no es eso lo que Jesús le reprocha.

¿Cuál es el problema de este hombre? El problema de este hombre es su orgullo; él está convencido de ser justo y desprecia a los demás. Y no se contenta con ensalzarse, echarse flores, sino que al mismo tiempo hace el examen de conciencia del publicano.

Él no ha comprendido que, para ser escuchado, hemos de estar llenos de bondad y de comprensión por los otros, mismo, si ellos son pecadores. Y es esto lo que nos recuerda este mes misionero extraordinario: Dios quiere la salvación de todos los hombres.

Por otro lado, bien a distancia, tenemos al publicano. Es un hombre despreciado y mismo detestado por todos. Él se ha aliado con el ocupante romano. Además, él les cobra los impuestos. Él se confiesa pecador y se reconoce culpable. Él está hundido en el pantano. La única cosa que puede hacer es implorar a Dios su perdón: “Oh mi Dios, ten piedad de mí que soy un pecador”.

Al contarnos esta parábola, Cristo viene a anunciarnos una Buena Noticia: Él nos dice que Dios es amor. Y este amor va hasta el perdón. Todo esto nos es ofrecido de manera gratuita y sin mérito de nuestra parte. Aquel que se cree superior a los demás no ha comprendido nada. ¿Cómo podremos dirigirnos a Dios teniendo o sintiendo desprecio por aquellos que nos rodean? Si nosotros realizamos algo bueno no es por nuestros méritos sino por la acción del Señor en nosotros. Él espera que nosotros vengamos hacia Él con las manos vacías para llenarlas de su amor. No olvidemos que Él ha dado su vida y derramado su sangre por nosotros y por muchos, entre ellos, los publicanos.

 Él ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido. Él cuenta con nosotros para amarlos y tenerlos en cuenta en nuestra oración.

Al celebrar esta Eucaristía, venimos a alimentarnos de la Palabra de Dios y de su Cuerpo. El Señor se nos da, se nos entrega por amor, y viene a llenarnos de su fuerza para anunciar el Evangelio. Esta fuerza, es la gracia del bautismo que es vivificada sin cesar por la Eucaristía.

Oremos a Dios para que todos los hombres y mujeres de la tierra puedan escuchar y acoger esta Buena Noticia que su Hijo Jesucristo ha venido a traerle al mundo.

Amén



2

EL Dios de Jesús, Dios de pecadores y de publicanos



De pronto algunos comprendimos por mucho tiempo que la parábola del fariseo y del publicano era un instrumento para juzgar los otros.


Y juzgando a los otros nos hacíamos o nos hacemos (aún) fariseos sin darnos cuenta.


El texto de Lucas lo dice bien. Jesús cuenta esta parábola “por algunos que estaban convencidos de ser justos y despreciaban a los demás.


Los fariseos no eran mediocres. Ellos eran una élite. La oración del fariseo del evangelio parece perfecta, pues da gracias al Señor por los dones recibidos.  Su vida es impecable y fuera de toda sospecha. Él ayuna dos veces a la semana y se muestra generoso a la hora de dar sus tributos o limosnas al Templo. El defecto del fariseo no es carecer de religión. Es un hombre fiel y religioso. Su defecto es pretender obligar a Dios y de no tener más necesidad de Él.


El publicano de la parábola, por su parte, es un pobre tipo.  Es un hombre despreciado, marginado que se encuentra preso en una situación de la cual no puede salir. Se dice del publicano que es un recaudador de impuestos. En el imperio romano, el imperio a los inmuebles, la capitación-un impuesto personal- eran recaudados por funcionarios del Estado. Pero también había otros impuestos, por ejemplo, las aduanas y los impuestos de tránsito, donde el Estado no tenía funcionarios, pero daba esto en forma de contratos a colectores privados. La posibilidad o poder de acción de estos funcionarios, era más grande. Ese era el trabajo del publicano. De ahí la impresión negativa que tenía la gente de ellos, los publicanos eran ladrones, pecadores públicos, traidores a su país, una especie de bandido distinguido y más o menos legalizado. 

Nuestro equivalente hoy podría ser el traficante de drogas, o el amerindio que trafica con cigarrillos de contrabando cruzando la reserva forestal; o bien la compañía privada que logra privatizar un acueducto y que no duda en cortar el agua a los pobres que no pagan su cuenta.  El publicano de la parábola se sabe rechazado, pero nada indica en la parábola que tenga el deseo o la capacidad de cambiar de situación o estado de vida. Entonces, ora como muchas personas lo hacen, desde el fondo de su desespero. Él tiene el corazón roto, partido en mil pedazos. Él no tiene nada más que su sufrimiento para ofrecerlo en oración. “Ten piedad de mí que soy un pecador”.

La enseñanza de Jesús en esta parábola es un verdadero escándalo. El Dios que proclama Cristo es el Dios de los desesperados, de la gente cuya condición es ser marginada y que arriesgan permanecer en dicha situación por siempre. Hay personas que no pueden cambiar de vida porque serán asesinados, o corren el riesgo de hacer mayor mal al cambiar, y eso sería peor.


Había en la Edad Media trabajos llamados vergonzosos, por ejemplo, los verdugos, a veces los sepultureros. En la antigüedad lo era el de los embalsamadores.  O mismo los pastores que comerciaban con animales. Su trabajo era indispensable pero vergonzoso.


Nosotros soñamos siempre con una Iglesia de puros, con una Iglesia Santa y corremos el riesgo bajo la excusa de la excelencia de hacer de esta Iglesia, una secta.


El amor de Jesús por los publicanos, es el espacio infinito de la ternura de Dios por los desesperados, los sin lugar en el mundo (o domicilio), los sin-futuro, los rechazados. Cada vez que les negamos o cerramos la salvación a los demás, estamos pretendiendo tomar el lugar de Dios y dictar el juicio en su nombre. En ese momento nos convertimos en fariseos: “El sacrificio que le gusta a Dios es un corazón contrito…un corazón roto, Tú no lo desprecias Señor” (Salmo 50 (51).




3

un erróneo planteamiento religioso


Recordemos para empezar el significado exacto de algunas expresiones de la parábola:

§       Fariseo, en sí, no tiene ninguna connotación negativa. Más bien se puede afirmar que eran una clase muy respetada por su escrupuloso cumplimiento de la Ley, aun en sus más mínimos detalles, aunque caían ya en cumplimientos muy literales y "se tenían por santos". El fariseo de la parábola no exagera su cumplimiento, aunque se ve que está satisfecho de sí mismo.

§        Publicano: Recaudador de impuestos. Se comprometía a pagar un tanto al Estado (romano o de Herodes que viene a ser lo mismo). Lo que sacara de más, se lo embolsaba. Se las arreglaban (con ayuda de los soldados) para explotar a la gente y enriquecerse. Clase social absolutamente despreciada, considerada como pecador público, al mismo nivel que las prostitutas. Aparecen dos en el evangelio: Zaqueo y Leví (Mateo), llamado por Jesús a ser uno de los doce, con gran escándalo. El publicano de la parábola se siente abrumado por su situación, no puede salir de ella, y no hace más que pedir a Dios que se apiade de él.

§        La postura normal de oración entre los judíos era de pie, levantando las manos al cielo. En momentos concretos, se postran con el rostro en el suelo como señal de adoración o sumisión absoluta.

§        El fariseo dice que cumple la ley "de sobra". No era obligatorio ayunar dos veces por semana, sino sólo una al año, el día de la Expiación. Tampoco era obligatorio pagar diezmo de todo, sino del grano, el mosto y el aceite.

§        Justificado: Es un término "anterior" a la noción, más jurídica, que se desarrolla luego en la Iglesia a partir sobre todo de Trento. Aquí nos basta con señalar que es sinónimo a "hallar gracia a los ojos de Dios", "quedar a bien con Dios". No se trata por lo tanto del tema de "la justificación por la fe o por las obras". El autor ni lo tiene en la mente.

La parábola es escandalosa. Jesús se atreve a ridiculizar a la gente más respetable, a los más piadosos, a los más cumplidores de la Ley. A nadie le parecería mal la oración del Fariseo, pensarían que tenía razón. Y no era así; su acción de gracias muestra que está satisfecho de sí mismo y que no se tiene por pecador. Es exactamente lo contrario de lo que anuncia Jesús.

Tradicionalmente hemos exagerado la hipocresía de los fariseos, para apartarnos del mensaje profundo. Jesús no rechaza simplemente la hipocresía del fariseo, sino su mismo planteamiento religioso. Este planteamiento consiste en observar rigurosamente todos los preceptos de la Ley de manera que se siente uno justo ante Dios y por tanto mejor que otros que no lo cumplen todo tan bien como yo. Soy santo porque obro bien, por tanto, soy mejor que otros. Dar gracias a Dios por todo esto es un sarcasmo.

 Todos somos pecadores.

Apenas podemos evitar "sentirnos justos", con "pequeños" defectos. De eso nos solemos confesar: me distraigo en la oración, he murmurado de mi vecina, pierdo la paciencia... Pero no nos acusamos de algo más importante: he recibido millones y sólo produzco céntimos.

Porque todo lo que soy me lo ha dado Dios para que trabaje por el Reino... Y a otros no les ha dado casi nada. Y yo, el rico, estoy satisfecho de lo que tengo y doy gracias a Dios. Esta es la misma línea de la parábola de los Talentos.

Paralelamente, seguimos viendo el pecado como culpa. Vemos drogadicción, prostitución, sexualidad desenfrenada, corrupción pública... Y probablemente nos produce horror, y lo condenamos. Condenamos a las acciones y quizá también a las personas. Vemos el pecado cometido. Pero no vemos el pecado padecido. Y no nos preguntamos "por qué ellos sí y yo no". Si nos lo preguntáramos, acabaríamos gritando de corazón a Dios "no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal", porque, en sus mismas circunstancias, nosotros seríamos como esos que nos producen tanto rechazo.

No es primero nuestra virtud, por la que Dios nos recibe: es primero Dios salvador, que nos hace tener esas virtudes. Éste es el error del fariseo. Se cree bueno, y que, por eso, Dios le mira con buenos ojos. No sabe que Dios le ha mirado y por eso es bueno. Se ha apropiado del regalo de Dios.

Es sorprendente en el Evangelio la reiteración del tema de que Jesús acoge a los pecadores, los busca, come con ellos, se rodea de ellos, es bien recibido. Sorprendente, reiterativo, escandaloso. La mujer adúltera, la pecadora en casa de Simón, la Magdalena, Zaqueo, Leví, los leprosos... "Éste acoge a los pecadores y come con ellos". Y Jesús: - "No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores". ¿Por qué? Por dos razones:

         - porque todos somos pecadores.
         - porque Dios es el Médico.

El mensaje de esta Parábola es la mayor revolución religiosa. Dios no es el premio de los buenos y el castigo de los malos: es el médico de los enfermos y el sembrador. Ha sembrado mucho en mí, y cura mis enfermedades... para que yo siembre mucho y cure muchas enfermedades. Mientras no cambiemos de Dios seguiremos sin entender nada. Por eso a Jesús le recibían con entusiasmo los pecadores: este Dios soluciona la vida, no la carga aún más. Este Dios exige a los ricos y cura a los pobres.

No hemos entendido nada de la justicia y la misericordia de Dios. Dice la teología que en Dios todas las cualidades son la misma, que la justicia y la misericordia son lo mismo.

Y lo solemos entender así: Dios es justo, retribuye a cada uno según sus obras, pero es un juez benigno, no es severo, está inclinado a la bondad. Todo esto es mentira. Dios es justo perdonando, porque sabe que lo que llamamos culpa es cruz. Si fuéramos culpables, Dios no sería justo perdonando. Si perdona es porque proclama que no hay culpa. Esto proclama la Palabra ya desde el Libro del Génesis: Eva no peca por maldad, sino por error, porque no puede aguantarse las ganas de comer el apetitoso fruto.

Esto no significa que el pecado no importa, que es indiferente pecar. Al revés. El pecado nos destruye, es la peor de las enfermedades, el antagonista de Dios en toda la Biblia, porque es el antagonista del hombre. El que lleva a Jesús hasta la muerte, como puede llevar a todos los hombres hasta la muerte total. Pero Dios es para resucitar, Dios es para vivir, Dios es para curar, para regar, para iluminar.

Hemos convertido el pecado en una cuestión jurídica. El malo es culpable y debe ser castigado: el bueno tiene mérito y debe ser premiado. La Palabra de Jesús va mucho más adentro: estás enfermo y Dios te cura: estás sano porque Dios te ha curado porque te necesita para trabajar.

Este es un tema profundo de toda la Sagrada Escritura, una de las desviaciones más peligrosas de Israel. Israel siempre se ha tenido por "el pueblo elegido" y ha dado gracias a Dios por ello. Y se equivocaba al entenderlo mal. Se ha creído preferido por Dios, privilegiado por Dios libre y caprichosamente en detrimento de otros pueblos. Se ha creído superior porque conoce la Palabra, conoce la Ley y la práctica, y el Señor pelea por él contra sus enemigos.

Este es un mensaje equivocado de toda la Biblia: es el pecado básico de Israel: creer que "Dios es para mí". Cuando la realidad es que Dios le ha elegido para ser luz de las naciones, exigiéndole mucho más que a todos los demás, responsabilizándole mucho más que a todos los demás.

Israel ha sido elegido y dotado como instrumento de Dios Salvador, y se ha apropiado de la salvación para presumir de ser "el pueblo de Dios". Y Dios es de todos y para todos, madre de todos, que ama más al más enfermo, porque le necesita más. Israel, llamado a ser médico y luz, se vanagloria de su luz y de su salud, sin saber que las ha recibido para que cure e ilumine, sin mérito propio alguno.

Es el pecado del Antiguo Testamento, el pecado del Pueblo, el que hará que sea rechazado por Dios, porque no es un instrumento válido. Y ése es, también, uno de los mensajes básicos del Evangelio. La Iglesia, nosotros, somos el Pueblo Elegido... elegido para trabajar más que los demás. Y seguiremos siendo el Pueblo Elegido mientras respondamos bien. Y si no lo hacemos, Dios se buscará otro pueblo, como sucede en Israel.

Esto se muestra también en una desviada concepción del Sacramento de la Penitencia, convertido en un juicio. Llevamos nuestros pecados al tribunal, y el juez, que es blando como un padrazo, nos perdona, siempre que estemos arrepentidos y prometamos no hacerlo más. ¡Triste parodia! Vamos al Sacramento a reconocer que somos pecadores y lo seguiremos siendo, porque no podemos librarnos de nuestra enfermedad, así como así, por un acto de voluntad. Vamos a reconocer ante Él que seguimos estando enfermos, y a celebrar, con enorme alegría, que sigue contado con nosotros, que seguimos contando con Él para curarnos. ¡Curioso juez, el sacerdote, que no tiene facultades más que para perdonar!

La cumbre de todo esto es el final de la Parábola del Hijo Pródigo. El hermano mayor es justo, y se indigna de la injusticia que hace su padre al recibir al pródigo. El padre es más que justo, se ha llevado un alegrón "porque estaba perdido y lo hemos encontrado".

Lo aplicamos a la eucaristía. En la eucaristía "subimos al Templo a orar". Y nos encontramos, para empezar, con un rito de acogida en que se anuncia el perdón de los pecados. Buen principio: estamos ahí porque "Éste acoge a los pecadores y come con ellos".

Estamos en la Eucaristía porque contamos con Él para sanar, para responder, para trabajar. No vamos a la Eucaristía porque seamos justos, sino porque Él invita a los pecadores. Y allí estamos, agradecidos y deseando comprometernos con Él. Llevamos a la Eucaristía lo que somos, lo bueno y lo malo, sin temor, lo traemos ante Dios. Y recibimos Palabra, conocimiento de nosotros mismos y de Dios, ánimo para seguir... La Eucaristía es nuestro gran medio de conversión, para convertirnos cada vez más en Hijos.

José Enrique Galarreta
!



OBJETIVO DE VIDA PARA LA SEMANA



1.    Miro cómo me acerco al Señor: ¿de manera interesada o acogiendo simplemente el don de su presencia?

2.    Veo cómo es fácil para mí de juzgar los otros sin antes tener una mirada realista de mi vida.


3.    Ir hacia las personas que yo sé encuentran solas en su vida personal o en su fe.


En presencia de Dios, vuelvo a decir mis pobrezas, y me atrevo mismo a agradecer por ellas, puesto que ellas me abren a Él.





ORACIÓN-MEDITACIÓN



Señor-Amor, que tu templo sea lugar de adoración,

de Verdad, de conversión y de humanización.


Entonces, por todas esas veces en que hemos entrado

con un corazón de fariseo a tu santa morada…Perdónanos…


Por todas esas ocasiones en que hemos entrado

inconscientes dominando al otro con nuestros conocimientos…


Por todas esas veces en que hemos entrado sin arrepentirnos

por la presunción que hacemos de nuestra riqueza…


Por todas las veces en que hemos entrado

sin habernos lamentado por haber utilizado nuestro poder

para humillar en lugar de engrandecer…


Por todas esas veces en que hemos entrado a tu iglesia,

sin realizar que en el otro está tu belleza

que se ofrece aun para ser compartida…


Por todas esas ocasiones en que hemos entrado a tu casa

sin contemplar en el rostro del otro,

tu imagen y tu semejanza…


Por todas esas veces en que hemos penetrado en tu santuario

sin darnos cuenta que al ser humildes servidores

hemos de tomar parte activa en la evangelización del mundo…




Referencias bibliográficas




Pequeño misal Prions en Église, Novalis, Québec, 2010-2013-2016

Hétu, Jean Luc. Les Options de Jésus.


BEAUCHAMP, André. Comprendre la Parole, Année C. Novalis, 2007


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