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12 de septiembre del 2022: lunes de la vigésima cuarta semana del tiempo ordinario

 

Testigo de la fe

 

Santo Nombre de María

 

Como era práctica entre los judíos, María probablemente recibió su nombre poco después de su nacimiento. El nombre hebreo de María significa "señora" o "gobernante". A los pocos días de haber celebrado la Natividad de María, celebramos su santo nombre y nos encomendamos a su intercesión.

 

 

(Lucas 7, 1-10)  ¿Quién es este centurión de corazón abierto a Dios? ¿Quién es este pagano que creía que nuestro padre celestial está obrando en este mundo? ¿Quién es este hombre que tiene fe en lo que manda Cristo? Es a alguien como él, dice Jesús, a quien debemos asemejarnos.




Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (11,17-26.33):

Al recomendaros esto, no puedo aprobar que vuestras reuniones causen más daño que provecho. En primer lugar, he oído que cuando se reúne vuestra Iglesia os dividís en bandos; y en parte lo creo, porque hasta partidos tiene que haber entre vosotros, para que se vea quiénes resisten a la prueba. Así, cuando os reunís en comunidad, os resulta imposible comer la cena del Señor, pues cada uno se adelanta a comerse su propia cena y, mientras uno pasa hambre, el otro está borracho. ¿No tenéis casas donde comer y beber? ¿O tenéis en tan poco a la Iglesia de Dios que humilláis a los pobres? ¿Qué queréis que os diga? ¿Que os apruebe? En esto no os apruebo. Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva. Así que, hermanos míos, cuando os reunís para comer, esperaos unos a otros.

Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 39,7-8a.8b-9.10.17

R/. Proclamad la muerte del Señor,
hasta que vuelva


Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy.» R/.

«Como está escrito en mi libro
para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas. R/.

He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes. R/.

Alégrense y gocen contigo
todos los que te buscan;
digan siempre: «Grande es el Señor»
los que desean tu salvación. R/.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (7,1-10):

En aquel tiempo, cuando terminó Jesús de hablar a la gente, entró en Cafarnaún. Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, para rogarle que fuera a curar a su criado. Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente: «Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga.»
Jesús se fue con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y viene; y a mi criado: "Haz esto", y lo hace.»
Al oír esto, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo: «Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe.» Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.

Palabra del Señor

 

 

Desatando la misericordia de Dios

 

“Señor, no te inquietes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo”.  

 

Lucas 7:6b

 

 

Estas palabras son pronunciadas por un rico centurión romano. Su sirviente estaba enfermo y se enviaron mensajeros a Jesús para pedirle que viniera a sanar al sirviente. Sin embargo, este centurión sintió profundamente su indignidad ante Jesús. Mientras Jesús llegaba, el centurión envió a sus amigos a saludar humildemente a Jesús, profesar su indignidad y profesar su fe en que Jesús podía sanar a su siervo a la distancia. Jesús hace precisamente eso después de declarar públicamente: “Os digo que ni aun en Israel he hallado tal fe” ( Lucas 7:9 ).

Una verdad profunda que revela este pasaje es que la humildad, la fe y la misericordia están entrelazadas. El centurión conocía la humilde verdad de la grandeza de Jesús y su propia indignidad. La humilde profesión de esa verdad fue un acto de gran fe de su parte. El resultado fue que se envió misericordia sobre el centurión y su siervo.

El ejemplo que nos dio este centurión es poderoso. Con demasiada frecuencia en nuestra vida de oración oramos como si tuviéramos derecho a la gracia de Dios. Este es un profundo error. Debemos tratar de seguir el ejemplo de este centurión entendiendo que no tenemos derecho a nada de nuestro Señor. Este humilde reconocimiento es el fundamento necesario para la acogida de la abundante misericordia de Dios. La misericordia es un don, no un derecho. Pero la buena noticia es que el corazón de Dios arde con el deseo de derramar ese don. Reconocer la misericordia como un don absoluto, al que no tenemos derecho, desata su poder en nuestra vida. Entender esta humilde verdad es una profesión de fe en la misericordia de Dios y deleita Su corazón abundantemente.

Reflexiona, hoy, sobre aquellas inspiradoras palabras del centurión. “Señor, no soy digno…” Dilas una y otra vez y permite que se conviertan en el fundamento de tu relación con nuestro Señor. En esta humildad, serás ricamente bendecido.

 

Señor misericordioso no soy digno de que vengas a mí. No soy digno del don precioso de la Sagrada Comunión ni de Tu misericordia en mi vida. Por favor, Señor, ayúdame a ver continuamente que todo lo que Tú das es un regalo de Tu misericordia ilimitada. Te agradezco, amado Señor. Jesús, en Ti confío.

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