2 de marzo del 2025: octavo domingo del tiempo ordinario-ciclo C
Escucha verdadera
"Juzgamos a un hombre
haciéndole hablar."
“Lo que dice la boca es lo que
rebosa del corazón."
Leyendo los textos litúrgicos
del día, es difícil no hacer una mueca: las advertencias contra las personas
que aún no han hablado resuenan como una sabiduría superada en nuestro tiempo
cuando, por el contrario, abundan los discursos engañosos.
Considerándolo todo, ¡ahora
confiamos más en el que habla silenciosamente que en el que habla con suavidad!
Lo que realmente revela el
valor de una persona es la coherencia entre sus palabras y su vida, entre lo
que dice y lo que hace.
Jesús puede haberse
distinguido por la fuerza de su enseñanza, pero en última instancia es el don
de su vida en la cruz, y luego su resurrección, lo que inspira nuestra fe.
Pero los textos de hoy no son
menos actuales. Nos invitan a escuchar realmente, a prestar atención a las
palabras, las propias y las de los demás.
¿Con qué frecuencia filtramos
lo que una persona nos dice, sin escuchar su silencioso llamado de ayuda?
¿Y nosotros mismos nos tomamos
el tiempo para escuchar lo que decimos?
Si lo hiciéramos, nos daríamos
cuenta de que nuestras palabras revelan muchas de nuestras preocupaciones,
mucho de lo que se interpone en el camino de la paz que Dios quiere darnos.
¿Alguna vez he sentido que Dios me habla a través de las palabras de un ser
querido?
¿Me sorprenden alguna vez las
palabras que salen de mi boca?
Jonathan Guilbault, director
editorial de Prions en Église Canada
Primera lectura
Sir
27, 4-7
Antes
de oírlo discurrir, no alabes a nadie
Lectura del libro Eclesiástico
Cuando se agita la criba, quedan los desechos; así, cuando la persona habla,
se descubren sus defectos. El horno prueba las vasijas del alfarero, y la
persona es probada en su conversación. El fruto revela el cultivo del árbol,
así la palabra revela el corazón de la persona. No elogies a nadie antes de
oírlo hablar, porque ahí es donde se prueba una persona.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
92(91), 2-3.13-14.15-16 (R. 146,2a)
R. Es bueno
darte gracias, Señor.
V. Es bueno dar gracias
al Señor,
y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad. R.
V. El justo
crecerá como una palmera
y se alzará como un cedro del Líbano:
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios. R.
V. En la vejez seguirá
dando fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
mi Roca, en quien no existe la maldad. R.
Segunda lectura
1Co
15, 54-58
Nos
da la victoria por medio de Jesucristo
Lectura de la Primera Carta del apóstol San Pablo a los Corintios
HERMANOS:
CUANDO esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista
de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: «La muerte
ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde
está, muerte, tu aguijón?». El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza
del pecado, la ley. ¡Gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de
nuestro Señor Jesucristo! De modo que, hermanos míos queridos, manténganse
firmes e inconmovibles. Entréguense siempre sin reservas a la obra del Señor,
convencidos de que su esfuerzo no será vano en el Señor.
Palabra de Dios.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Ustedes brillan como
lumbreras del mundo, manteniendo firme la Palabra de la vida. R.
Evangelio
Lc
6, 39-45
De
lo que rebosa el corazón habla la boca
Lectura del santo Evangelio según San Lucas
EN aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: «¿Acaso puede
un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el
discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como
su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no
reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano:
“Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que
llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces
verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano. Pues no hay árbol bueno
que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se
conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian
racimos de los espinos. El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón
saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que
rebosa el corazón habla la boca».
Palabra del Señor.
A guisa de introducción:
Autenticidad y conversión
El
Evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre la coherencia entre lo que
somos interiormente y lo que manifestamos exteriormente.
Jesús
utiliza imágenes poderosas: el ciego que guía a otro ciego, la viga en el ojo
propio antes de señalar la paja en el ajeno y el árbol que se reconoce por sus
frutos.
En
este pasaje, el Señor nos llama a la autenticidad y a la conversión del
corazón. No basta con aparentar bondad o sabiduría si nuestro interior está
desordenado. Solo cuando nos dejamos transformar por Dios, nuestras palabras y
acciones reflejarán el amor y la verdad de Cristo. Es un llamado a examinar
nuestra vida y a cultivar un corazón que produzca frutos buenos, como la
misericordia, la paciencia y la verdad.
En
esta Eucaristía, pidamos al Señor que nos ayude a ser testigos auténticos de su
Evangelio, con un corazón limpio y una vida que dé frutos de santidad.
Aproximación Psicológica al texto del Evangelio
Para dar buenos frutos
Desde
una perspectiva psicológica, este evangelio de hoy nos invita a reflexionar
sobre la autoconciencia, el juicio a los demás y la coherencia entre lo que
pensamos, sentimos y hacemos.
Jesús
pregunta: “¿Por
qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga en el tuyo?”
(Lc 6, 41).
Desde
la psicología, esto nos remite a la proyección, un mecanismo
de defensa donde atribuimos a otros defectos o conflictos internos que no
queremos reconocer en nosotros mismos. La autoconciencia nos ayuda
a mirar primero nuestras propias fallas antes de señalar las ajenas.
Hay ante
todo una llamada a no juzgar. Jesús no dice que «estaría bien» no juzgar, sino
que el que juzga necesariamente se equivoca. En efecto, sólo Cristo conoce lo
que hay en el corazón del hombre (Jn 2, 24-25), pues «los hombres miran las
apariencias, pero Dios ve el corazón» (1 Sam 16,7). Y además el ojo del que
juzga está incapacitado para ver por la viga que le ciega.
Jesús
advierte que “Un
ciego no puede guiar a otro ciego” (Lc 6, 39). En términos
psicológicos, esto nos habla de la competencia emocional y moral
necesaria para guiar a otros. Un líder o mentor debe primero trabajar en su
propia madurez y crecimiento antes de poder ayudar genuinamente a los demás.
Jesús
insiste en la absoluta necesidad de la limpieza de corazón. Todos tenemos de
algún modo la tarea de guiar a los demás: el padre o la madre de familia, el
catequista, el maestro, el sacerdote...
Pues bien, corremos el riesgo de ser guías ciegos que conduzcan a
los demás a la fosa. Sólo el que tiene el corazón purificado, el que ha quitado
la viga del propio ojo, es capaz de ver claro y con acierto, es capaz de
conducir a los demás hacia el bien, de orientarles con seguridad y evitarles
los peligros.
El que no
ha quitado la viga del propio ojo se equivoca continuamente y rotundamente, aun
sin saberlo; como no ve y está ciego, hace más mal que bien, incluso cuando
cree hacer bien.
El evangelio siempre nos lleva a la interioridad, a lo profundo:
no hay árbol bueno que dé fruto malo ni árbol malo que dé fruto bueno. Frente a
la tentación de vivir las apariencias, de cara a la galería, Cristo nos invita
a ser hombres que echan raíces en él (Col 2,7) para dar fruto bueno, nos
impulsa a mirar el propio corazón para arrancar toda hierba mala.
El Evangelio concluye con la imagen del árbol
que se conoce por sus frutos. Desde la psicología humanista, podríamos
vincularlo con la autorrealización y la congruencia (Carl Rogers), donde
una persona madura es aquella cuyos valores internos se reflejan en su conducta
externa. Una vida auténtica produce frutos buenos, mientras que una vida llena
de incongruencias genera conflictos internos y relaciones disfuncionales.
En resumen, este Evangelio nos invita a un
ejercicio de autoevaluación y crecimiento personal, buscando la coherencia
entre lo que somos y lo que expresamos, cultivando un corazón sano para dar
frutos de amor y verdad en nuestras relaciones.
Homilía
Hoy la Palabra de Dios nos ofrece una profunda
reflexión sobre la autenticidad del corazón humano, la coherencia entre
lo que somos en el interior y lo que expresamos en nuestra vida diaria.
Las lecturas de este domingo nos recuerdan que
nuestra boca habla de lo que rebosa el corazón y que nuestras acciones son el
fruto visible de nuestra vida interior.
1. El corazón se revela en la
prueba (Primera Lectura: Eclesiástico 27, 5-8)
El libro del Eclesiástico nos dice que "el
fruto muestra cómo ha sido cultivado el árbol y la palabra manifiesta los
sentimientos de la persona". Así como el fuego prueba la calidad de la
cerámica, las pruebas de la vida revelan la verdadera esencia de nuestro
corazón. ¿Cómo reaccionamos cuando enfrentamos dificultades? ¿Mostramos
paciencia y amor, o dejamos salir la impaciencia y el juicio?
Muchas veces creemos conocer nuestro corazón, pero
es en las crisis donde aflora nuestra verdadera identidad. Si queremos dar
frutos de bondad, debemos cultivar nuestro interior con la sabiduría y la
gracia de Dios.
2. El justo florece como la palma
(Salmo 91)
El salmista proclama: "El justo florecerá
como la palma y crecerá como los cedros del Líbano". Esta imagen nos
invita a confiar en que, si permanecemos en Dios, nuestra vida dará frutos
abundantes, incluso en medio de las adversidades. Un árbol plantado en tierra
fértil y bien cuidado dará frutos buenos; lo mismo ocurre con nosotros cuando
arraigamos nuestra vida en la Palabra de Dios y la oración.
3. Victoria sobre el pecado y la
muerte (Segunda Lectura: 1 Corintios 15, 54-58)
San Pablo nos recuerda que en Cristo hemos vencido
el pecado y la muerte: "¿Dónde está, muerte, tu victoria?".
Esta es una gran esperanza para nosotros: si vivimos en Dios, el mal no tiene
la última palabra. Sin embargo, este llamado a la vida eterna también implica
un compromiso: nuestra vida debe reflejar la victoria de Cristo sobre el
pecado.
Esto significa dejar atrás el egoísmo, la
hipocresía y toda incoherencia, para vivir con autenticidad y fidelidad.
4. El árbol se conoce por sus
frutos (Evangelio: Lucas 6, 39-45)
Jesús nos da imágenes claras: “No hay árbol
bueno que dé fruto malo” y “de la abundancia del corazón habla la boca”.
Nuestro modo de hablar, nuestras reacciones y nuestras decisiones reflejan lo
que hay en nuestro interior. No podemos dar amor si nuestro corazón está lleno
de resentimiento; no podemos hablar de misericordia si no la practicamos.
Además, Jesús nos invita a revisarnos antes de
juzgar a los demás. “¿Cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame
sacarte la paja del ojo, ¿si tú no ves la viga en el tuyo?” Es un llamado a
la humildad y la autoconciencia. En lugar de centrarnos en los defectos
ajenos, examinemos nuestro propio corazón y pidamos al Señor que lo purifique.
Conclusión: Cultivar un corazón
que dé frutos buenos
Hoy, la Palabra de Dios nos invita a un examen
profundo: ¿qué frutos estamos dando? ¿Qué palabras salen de nuestra boca?
¿Estamos siendo auténticos discípulos de Cristo?
Para dar frutos buenos, debemos cultivar nuestro
interior con la oración, la Eucaristía y la caridad. Solo con un corazón
transformado por el amor de Dios podremos hablar y actuar con coherencia,
reflejando la luz de Cristo en el mundo.
Pidamos al Señor que haga nuestro corazón semejante
al suyo, para que, en todo momento, nuestras palabras y obras sean signo de su
amor y verdad.
Que Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, nos
acompañe en nuestro caminar de fe. Ella que guardó en su corazón las palabras del
Señor y las meditó con amor, nos ayude a cultivar un corazón puro y fiel. Que
ella Interceda por nosotros para que, como verdaderos discípulos de Cristo,
nuestras palabras y acciones reflejen la bondad y la misericordia de Dios.
Amén.
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