2 de febrero del 2025: Fiesta de la Presentación del Señor
Presentación del Señor en el Templo
La santidad de la vida
cotidiana
José y María son descritos
como judíos observantes que presentan a su hijo primogénito al templo. Sin
embargo, tal práctica ya no existía en tiempos de Jesús. Ya no era necesario
llevar al niño al Templo para consagrarlo al Señor. Una simple ofrenda hecha en
Nazaret hubiera bastado.
La escena significa mucho más:
Jesús hace su primera entrada en su Templo para iluminarlo con su presencia.
Entre todos los bebés llevados en brazos de sus padres ese día, dos ancianos,
Ana y Simeón, reconocen al Mesías.
A primera vista, ven a esta
familia como ninguna otra. ¡Es la Sagrada Familia!
Que también nosotros
reconozcamos la santidad allí donde vivimos: la santidad de Dios, por supuesto,
pero también la de los hombres y mujeres creados a su imagen y semejanza. Y que
acojamos esta cercanía a Dios en el día a día de nuestras vidas.
Lo que es sagrado, lo que
viene de Dios e ilumina la vida de los hombres debe ser reconocido por todos.
Jesús no es ajeno a nuestro modo de vida. No está separado de quienes somos ni
distante de nuestras expectativas.
En cualquier momento, la
novedad de Dios puede surgir de nuestras tradiciones y hábitos. El misterio de
la encarnación se extiende hasta nosotros.
Hoy, el Dios que nadie puede
sostener ni sostener se deja llevar y acoger bajo la apariencia de un niño.
La luz es el signo de la celebración de este día (Candelaria).
¿Qué viene Jesús a iluminar en mi vida?
Siguiendo a José y María, Simeón y Ana, ¿cómo
acogeré la presencia de Jesús en su Iglesia?
(Malaquías 3, 1-4) El profeta anuncia que Dios en persona vendrá a “lavar” a su pueblo. Pero no hay treinta y seis recetas para vencer el mal. Esta purificación sólo se hará por medio de la cruz.
Primera lectura
Lectura del libro de Malaquías (3,1-4):
Así dice el Señor: «Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Miradlo entrar –dice el Señor de los ejércitos–. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos.»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 23
R/. El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R/.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra. R/.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R/.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta a los Hebreos (2,14-18):
Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también Jesús; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos. Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo. Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Lucas (2,22-40):
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
Palabra del Señor
1
Jesús,
luz del mundo
El 2 de febrero, los
cristianos celebran la presentación de Jesús en el Templo. En aquella época
todos los padres hacían este acto de ofrecer a su hijo primogénito. Pero la
celebración de hoy no es sólo un recordatorio del acontecimiento. Ante todo,
debemos ver en ello una revelación del misterio de Jesús. Allí descubrimos al
anciano Simeón que reconoce en él la Luz del mundo. Por eso esta fiesta se
llama “La Candelaria”, la fiesta de la Luz.
Esta luz había sido anunciada
por el profeta Malaquías (1ª lectura). Este libro hace una mirada muy crítica a
los sacerdotes de la época que trabajaban en el templo de Jerusalén. Denuncia
las estafas, los fraudes, las injusticias. Todo esto no durará. El mal no puede
tener la última palabra. Dios sabrá enviar un mensajero para poner las cosas en
su lugar. Por supuesto, el sueño de Malaquías se limitaba a una restauración y
un retorno a los valores del pasado. Más tarde veremos a Jesús llegar al
templo. Los cristianos descubrirán en Él a Aquel que es la Luz del mundo. Comprenderán
que el templo que Jesús quiere purificar somos cada uno de nosotros.
La carta a los Hebreos (2ª
lectura) subraya fuertemente el misterio de Jesús. Es él quien quiso compartir
con nosotros “la condición humana”. Quería ser solidario con nosotros hasta el
extremo. No escapó de la muerte, que es parte de nuestra condición. Simeón
había previsto este desenlace fatal cuando profetizó que el niño sería un signo
de división. Pero este destino no terminó con la muerte. Jesús pertenece
plenamente a la familia humana y plenamente a la familia de Dios; Por lo tanto,
él es quien abre las puertas del templo celestial. Ahora, con él y en él, los
hermanos de Jesús tienen acceso a Dios mismo.
Así en este día se nos
presenta Jesús como “luz de las naciones”. Es importante para nosotros porque
vivimos en un mundo que está perdiendo el rumbo. Cada día los medios de
comunicación nos dan tristes ejemplos de ello. No tiene sentido quejarse.
Tenemos cosas mucho mejores que hacer: como el anciano Simeón, estamos llamados
a mostrar a Jesús al mundo. Un día, el cardenal Barbarin dijo que no tenemos
una obligación de resultados sino una obligación de testimonio. Al igual que
Bernadette de Lourdes, no somos responsables de hacer creer a la gente, sino de
decírselo.
La obra principal la realiza
Dios en el corazón de cada uno. Él es la luz del mundo. Como Simeón, podemos
decir: “Mis ojos han visto tu salvación, la que preparaste ante los pueblos”.
El Antiguo Testamento nos
reveló un Dios que hizo un pacto con su pueblo elegido. Con la venida de Jesús,
esta alianza se amplía: no se ofrece sólo al pueblo elegido, sino a todos los
pueblos del mundo. Por medio de Cristo, la humanidad está llamada a convertirse
en el único pueblo de la nueva alianza. Ésta es la buena noticia que todos debemos
testimoniar.
Más tarde Jesús dirá: “Yo
soy la luz del mundo”. La luz ilumina y da vida. Una persona que viviera en
una habitación oscura todo el tiempo eventualmente enfermaría. Cristo se nos
presenta como esta luz que nos indica el camino, que ilumina nuestra conciencia
y que nos hace vivir. Es esta luz de Dios la que nos fue transmitida el día de
nuestro bautismo. Y es por eso que lo estamos reviviendo el 2 de febrero.
La celebración de hoy
despierta en cada uno de nosotros un gran deseo de encontrar a Jesús y de
dejarnos transformar por la Luz que hay en Él.
Lo encontramos en la liturgia
que nos lleva a través de las etapas de su vida.
Lo encontramos también en los
sacramentos: el bautismo que nos hace hijos de Dios, el sacramento del perdón
que nos purifica.
Pero sobre todo, Jesús viene a
nosotros a través de la Eucaristía: «El que come mi carne y bebe mi sangre
permanece en mí y yo en él». (Jn 6,56) Todos necesitamos de este encuentro
“fuente y culmen de toda vida cristiana” (Concilio Vaticano II)
Con Simeón, todos estamos
invitados a tomar al Niño Jesús en nuestros brazos para contemplarlo y dar
gracias a Dios. La Salvación que hoy se nos anuncia no es una simple teoría
sino alguien. Él es entregado en nuestras manos pecadoras. Él espera que tengamos
los brazos abiertos para recibir su Salvación. Al final de cada Misa, somos
enviados a mostrarla y comunicarla a nuestro mundo. Esta misión nos concierne a
todos, sea cual sea nuestra edad. Pero el encuentro de Simeón y Ana nos muestra
la importancia de los “mayores” en la transmisión de la fe. Muchos niños sólo
oyeron hablar de Jesús a través de sus abuelos. He aquí el rostro de una
Iglesia cuya renovación depende también de sus miembros más antiguos.
Vivimos en un mundo que a menudo es indiferente a la presencia de Dios. Te rogamos Señor, envía tu Espíritu Santo: que nos haga testigos de la Luz, apóstoles de Jesús para todos aquellos que esperan su liberación. Amén
2
La culminación de una vida de fe
«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Lucas 2: 29-32
En el momento del nacimiento de Jesús, había un hombre llamado Simeón que había pasado toda su vida preparándose para un momento significativo. Como todos los judíos fieles de la época, Simeón estaba esperando la venida del Mesías. El Espíritu Santo le había revelado que de hecho vería al Mesías antes de su muerte, y así sucedió cuando María y José llevaron a Jesús al templo para ofrecerlo al Señor cuando era un bebé.
Intenta imaginar la escena. Simeón había vivido una vida santa y devota. Y en el fondo de su conciencia, sabía que su vida en la tierra no llegaría a su fin hasta que tuviera el privilegio de ver al Salvador del mundo con sus propios ojos. Lo sabía por un don especial de fe, una revelación interior del Espíritu Santo, y creyó.
Es útil pensar en este don único de conocimiento que tuvo Simeón a lo largo de su vida. Normalmente obtenemos conocimiento a través de nuestros cinco sentidos. Vemos algo, oímos algo, saboreamos, olemos o sentimos algo y, como resultado, llegamos a saber aquello que es verdad.
El conocimiento físico es muy confiable y es la forma normal en que llegamos a conocer las cosas. Pero este don de conocimiento que tenía Simeón era diferente. Fue más profundo y de naturaleza espiritual. Sabía que vería al Mesías antes de morir, no por alguna percepción sensorial externa que había recibido, sino por una revelación interior del Espíritu Santo.
Esta verdad plantea la pregunta, ¿Qué tipo de conocimiento es más cierto? ¿Algo que se ve con los ojos, se toca, se huele, oye o saborea? ¿O algo que Dios habla en lo más profundo del alma por una revelación de gracia?
Aunque estos tipos de conocimiento son diferentes, es importante entender que el conocimiento espiritual que nos da el Espíritu Santo es mucho más seguro que cualquier cosa percibida a través de los cinco sentidos únicamente. Este conocimiento espiritual tiene el poder de cambiar la vida y dirigir todas las acciones hacia esa revelación.
Para Simeón, este conocimiento interior de naturaleza espiritual se unió repentinamente con sus cinco sentidos cuando Jesús fue llevado al Templo. Simeón de repente vio, escuchó y sintió a este Niño a quien sabía que un día vería con sus propios ojos y tocaría con sus propias manos. Para Simeón, ese momento fue el momento culminante de su vida.
Reflexiona hoy sobre todo lo que nuestro Señor te ha dicho en lo más profundo de tu alma. A menudo ignoramos Su voz suave mientras habla, prefiriendo en cambio vivir solo en el mundo sensorial. Pero la realidad espiritual dentro de nosotros debe convertirse en el centro y fundamento de nuestras vidas. Es allí donde Dios habla, y es allí donde nosotros también descubriremos el propósito central y el significado de nuestras vidas.
Mi espiritual, Señor te agradezco por las innumerables formas en las que me hablas día y noche en lo más profundo de mi alma. Ayúdame a estar siempre atento a Ti y a Tu suave voz cuando me hablas. Que tu voz y solo tu voz se conviertan en la dirección de mi vida. Que pueda confiar en Tu Palabra y nunca vacilar de la misión que me has encomendado. Jesús, en Ti confío.
2 de febrero: Presentación del Señor—Fiesta
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»
María y José eran judíos fieles que obedecían la Ley de Moisés. La ley judía prescribía que se debían realizar dos actos rituales para un hijo primogénito. Primero, la madre de un hijo recién nacido estaba ritualmente impura durante siete días, y luego debía “pasar treinta y tres días más en un estado de pureza de sangre” (Levítico 12 ).
Durante estos cuarenta días no debía “tocar nada sagrado ni entrar en el santuario hasta que se cumplieran los días de su purificación”. Por eso, a la fiesta de hoy se le ha llamado en ocasiones la “Purificación de María”. En segundo lugar, el padre del hijo primogénito debía “redimir” al niño haciendo una ofrenda al sacerdote de cinco siclos para que el sacerdote presentara el niño al Señor (ver Números 18:16 ).).
Recordemos que los primogénitos varones de todos los egipcios, animales y niños, fueron asesinados durante la décima plaga, pero los primogénitos varones de los israelitas se salvaron. Así, esta ofrenda hecha por el hijo primogénito en el Templo era una forma de redimirlo ritualmente en conmemoración de aquella plaga. Dado que Jesús fue presentado en el Templo para esta redención, la fiesta de hoy ahora se conoce como la "Presentación en el Templo".
“Candelaria” es también un nombre tradicional que se le da a la fiesta de hoy porque ya en el siglo V se desarrolló la costumbre de celebrar esta fiesta con velas encendidas. Las velas encendidas simbolizaban la profecía de Simeón de que Jesús sería “una luz para revelación a los gentiles”. Por último, esta Fiesta ha sido referida como la “Fiesta del Santo Encuentro” porque Dios, en la Persona de Jesús, se encontró con Simeón y Ana en el Templo.
La fiesta de hoy se celebra en nuestra Iglesia cuarenta días después de Navidad, marcando el día en que María y José habrían llevado a Jesús al Templo. Aunque María era pura y libre de pecado desde el momento de su concepción, y aunque el Hijo de Dios no necesitaba ser redimido, María y José cumplieron con estas obligaciones rituales.
En el corazón de esta celebración está el encuentro de Simeón y Ana con el Niño Jesús en el Templo. Es en ese encuentro santo que la divinidad de Jesús es manifestada por un profeta humano por primera vez. En Su nacimiento, los ángeles proclamaron Su divinidad a los pastores, pero en el Templo, Simeón fue el primero en comprender y proclamar a Jesús como el Salvador del Mundo. También profetizó que esta salvación sería realizada por una espada de dolor que traspasaría el Inmaculado Corazón de María.
Ana, una profetisa, también se adelantó y “dio gracias a Dios y habló del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén” ( Lucas 2:38 ). Así, estos actos rituales fueron también un momento en el que la misión divina de Jesús se manifestó al mundo.
Mientras celebramos el ritual de purificación de María y el ritual de redención de Jesús, debemos verlos como actos en los que estamos llamados a participar. Primero, cada uno de nosotros es indigno de entrar al verdadero Templo del Señor en el Cielo. Sin embargo, estamos invitados a entrar en ese Templo en unión con María, nuestra Santísima Madre. Fue su consentimiento a la voluntad de Dios lo que abrió la puerta de la gracia de Dios para todos nosotros, permitiéndonos convertirnos espiritualmente en la “madre” de Jesús al permitirle nacer en nuestros corazones por gracia. Con ella, ahora podemos presentarnos ante Dios, purificados y santos a sus ojos.
También debemos ver a San José redimiéndonos al presentar a Jesús en el Templo porque al ofrecer a Cristo Jesús al sacerdote para ofrecerlo al Padre, San José también presenta a todos los que se esfuerzan por vivir en unión con Jesús. La esperanza es que, como Simeón y Ana, otros vean a Dios vivo dentro de nosotros y experimenten al Salvador del mundo a través de nosotros.
Medita, hoy, siendo tu alma el nuevo templo del Señor, y reconoce tu necesidad de que sea purificada y ofrecida al Padre del Cielo. A medida que Cristo continúa entrando en el templo de tu alma, ora para que brille para que otros lo vean, para que, como Simeón y Ana, encuentren a nuestro Señor dentro de ti.
Mi Señor salvador, Tus amados padres Te ofrecieron a Tu Padre en el Templo de acuerdo con la Ley que revelaste a Moisés. En esa ofrenda, nuestras almas son purificadas y somos ofrecidos a Tu Padre contigo. Te agradezco por el regalo de la salvación y oro para que mi alma siempre irradie tu luz mientras habitas dentro de mí. Jesús, en Ti confío.
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