sábado, 27 de septiembre de 2025

28 de septiembre del 2025: vigésimo sexto domingo del tiempo ordinario-C

 

¿Corazón duro o corazón tierno?

Los profetas no dejan de llamar a abrir el oído al grito del pobre, del desamparado, a actuar como Cristo: lo que hayamos hecho al más pequeño de nuestros hermanos y hermanas en humanidad, al mismo Señor se lo habremos hecho.

Hoy, ¿escucharemos su palabra?

Para abrir nuestro oído, el Señor cuenta una parábola: un hombre rico que vivía en la opulencia no pensó más que en su propio bienestar durante toda su vida, hasta el punto de no ver al pobre que estaba en su puerta, de no oír su sufrimiento.

La desgracia de este hombre rico es no haber considerado nunca la situación de Lázaro, que era como invisible para él. Llegado al lugar de los muertos, no tiene, sin embargo, ninguna palabra de arrepentimiento. Incluso mientras es torturado por la sed en el tormento de un horno, sigue comportándose como todopoderoso, pidiendo a Abraham que envíe a Lázaro a aliviarlo. No ve, no oye: recibió una felicidad que nunca compartió durante su vida.

Lázaro, por su parte, vivió en la indigencia y la soledad, y es acogido en el Reino. El hombre rico, encerrado en sus propias representaciones, pide a Abraham que envíe a Lázaro a hablar a los suyos para evitarles ese mismo tormento.

El evangelio evoca el endurecimiento del corazón de los poderosos para tocar su corazón desde hoy. En efecto, si la palabra de Cristo no produce efecto en nosotros, ¿cómo creer en el Resucitado y dejarnos transformar por él?

¿Cuál es mi deseo de actuar a la manera de Cristo en lo cotidiano de mi vida?
¿Cuál será mi manera concreta de compartir lo que tengo y lo que soy con las personas más necesitadas?

Anne Da, xavière

 



 

Primera lectura

Am 6,1a.4-7

Ahora se acabará la orgía de los disolutos

Lectura de la profecía de Amós.

ESTO dice el Señor omnipotente:
«¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sion,
confiados en la montaña de Samaría!
Se acuestan en lechos de marfil,
se apoltronan en sus divanes,
comen corderos del rebaño y terneros del establo;
tartamudean como insensatos
e inventan como David instrumentos musicales;
beben el vino en elegantes copas,
se ungen con el mejor de los aceites
pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José.
Por eso irán al destierro,
a la cabeza de los deportados,
y se acabará la orgía de los disolutos».

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 146(145),6c-7.8-9a. 9bc-10

R. Alaba, alma mía, al Señor!

o bien:

R. Aleluya.

V. El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. 
R.

V. El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos. 
R.

V. Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sion, de edad en edad. 
R.

 

Segunda lectura

1Tm 6,11-16

Guarda el mandamiento hasta la manifestación del Señor

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo.

HOMBRE de Dios, busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre.
Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste llamado y que tú profesaste noblemente delante de muchos testigos.
Delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que proclamó tan noble profesión de fe ante Poncio Pilato, te ordeno que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que, en el tiempo apropiado, mostrará el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único que posee la inmortalidad, que habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver.
A él honor y poder eterno. Amén.

Palabra de Dios.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre para enriquecerlos con su pobreza. R.

 

Evangelio

Lc 16,19-31

Recibiste bienes, y Lázaro males: ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día.
Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.
Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:
“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.
Pero Abrahán le dijo:
“Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
Y, además, entre nosotros y ustedes se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia ustedes no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.
Él dijo:
“Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”.
Abrahán le dice:
“Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”.
Pero él le dijo:
“No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.
Abrahán le dijo:
“Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».

Palabra del Señor.


1

 

Introducción

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:


Hoy la Palabra de Dios nos pone frente a un contraste radical: la vida de un rico anónimo que vivía en la abundancia y la de un pobre con nombre propio, Lázaro, que yacía en la puerta, hambriento y enfermo. En ese contraste no solo se juega una lección moral sobre la indiferencia, sino una verdad más profunda: cómo vivimos en esta tierra tiene consecuencias eternas.

El profeta Amós ya denunciaba hace siglos a los que vivían cómodos y despreocupados, “echados en lechos de marfil, comiendo los mejores manjares”, sin preocuparse por el sufrimiento de su pueblo. Y san Pablo exhorta a Timoteo a huir de la avaricia y buscar la justicia, la fe y el amor. El Evangelio lo concreta con una parábola que sigue siendo actual.


1. El rico sin nombre y el pobre con nombre

Jesús no le da nombre al rico. Para el mundo era alguien importante, pero ante Dios quedó reducido al anonimato. En cambio, el pobre tiene nombre: Lázaro, que significa “Dios ayuda”.
Aquí está el primer mensaje: la dignidad de una persona no depende de sus bienes, sino de cómo Dios la mira.

En la cultura del éxito de hoy, pareciera que vale más quien tiene más: títulos, propiedades, seguidores en redes… Pero Jesús nos recuerda que, al final, lo único que cuenta es la verdad de nuestra vida en relación con Dios y con los demás.


2. La indiferencia que mata

El rico no es presentado como un criminal ni un explotador, simplemente es indiferente. Veía a Lázaro todos los días, pero nunca lo miró con compasión. Lo tenía tan cerca que hasta los perros se acercaban a lamer sus llagas, pero él permanecía ciego.
El pecado del rico fue vivir como si el sufrimiento del otro no existiera.

Hoy, en nuestro mundo globalizado, corremos el mismo riesgo:

  • Nos acostumbramos a ver la pobreza en las calles, en los migrantes, en las familias sin techo.
  • Nos habituamos a las noticias de guerras, desplazados y víctimas de violencia.
  • Incluso, en nuestras propias comunidades, hay hermanos necesitados que quizás nunca escuchan de nosotros una palabra de cercanía o una mano tendida.

La indiferencia mata más que la violencia directa, porque endurece el corazón.


3. El gran abismo

Cuando mueren, las situaciones se invierten. El pobre es llevado al seno de Abraham, mientras el rico termina en tormentos. El detalle clave es el abismo: ya no se puede pasar de un lado a otro.
Ese abismo no lo puso Dios arbitrariamente, sino que lo fue construyendo el rico cada día, con su egoísmo y su falta de amor.

Cuántos abismos seguimos levantando hoy: entre ricos y pobres, entre razas y culturas, entre centro y periferia, entre quienes tienen oportunidades y quienes no. El Jubileo que vivimos nos invita a ser “peregrinos de la esperanza”, y eso significa tender puentes, no cavar abismos.


4. La Palabra como guía

El rico pide que alguien vaya a advertir a sus hermanos. Pero Abraham responde: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen”. Es decir: la Palabra de Dios basta.
Nosotros tenemos incluso más: tenemos al Resucitado. Pero si no escuchamos su Palabra y no dejamos que transforme nuestra vida, tampoco nos convencería que alguien resucitara para gritarnos al oído.


5. Aplicación para nosotros

Hoy esta parábola nos pide tres actitudes concretas:

1.    Mirar: detenernos ante el que sufre, reconocerlo como hermano, no ser indiferentes.

2.    Compartir: no basta sentir compasión; hay que dar tiempo, recursos, escucha, cariño.

3.    Convertirnos: cambiar de estilo de vida, huir del consumismo, buscar la justicia y la piedad, como dice san Pablo.


Una anécdota para iluminar

Cuenta la historia que san Vicente de Paul —a quien celebramos esta semana— decía a sus misioneros: “Los pobres son nuestros señores y amos, y debemos servirlos de rodillas”.
Ese es el espíritu contrario al del rico de la parábola: ver en el pobre no un estorbo, sino el rostro de Cristo mismo.


Conclusión y exhortación jubilar

Queridos hermanos, esta parábola no es para asustarnos con castigos, sino para despertarnos del sueño de la indiferencia. Cada Lázaro que encontramos es una oportunidad de amar y de salvarnos.
El Jubileo nos recuerda que somos peregrinos de la esperanza, y que el camino a la eternidad se abre con gestos concretos de misericordia hoy.

Pidamos a la Virgen María, Madre de los pobres, que nos ayude a abrir los ojos, a conmovernos, a compartir, y que nunca nos acostumbremos al dolor de nuestros hermanos.


Oración final

Señor Jesús,
que en el pobre Lázaro nos llamas a reconocerte,
abre nuestros ojos a la realidad de quienes sufren,
ensancha nuestro corazón para compartir,
y haznos testigos de tu esperanza en este Jubileo,
para que, cuando llegue nuestra hora,
seamos recibidos en tu casa como hijos amados. Amén.

 

2

 

Introducción

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy la Palabra de Dios nos coloca frente a una pregunta crucial: ¿tenemos un corazón duro o un corazón tierno? La parábola del rico epulón y del pobre Lázaro no es un relato de terror sobre la otra vida, sino un espejo para revisar la nuestra. No se trata de condenar a quien tiene bienes, sino de discernir qué hacemos con ellos y cómo nos relacionamos con el hermano que sufre a nuestra puerta.

El Año Jubilar que celebramos nos invita a caminar como peregrinos de la esperanza. Y la esperanza solo florece cuando nuestros corazones se abren al clamor de los pobres y se dejan transformar por el Evangelio.


1. El grito del pobre y la ceguera del rico

Amós, con voz profética, denuncia a los que se acuestan en lechos de marfil y se dan banquetes mientras “no se preocupan por la ruina de José”. El evangelio muestra al rico que disfrutaba espléndidamente, vestido con lujo, pero incapaz de ver a Lázaro que yacía a su puerta.

El verdadero drama de este hombre no es haber tenido riquezas, sino no haber tenido ojos ni oídos para el pobre. Su corazón se endureció tanto que el dolor de Lázaro le resultaba invisible. Y lo más duro es que, ni en la otra vida, muestra arrepentimiento: trata a Lázaro como un sirviente que debe aliviar su sed o advertir a sus hermanos.

Aquí está la enseñanza central: la indiferencia nos deshumaniza, nos aísla y nos encierra en un egoísmo sin salida.


2. Lázaro: el pobre con nombre

El rico permanece anónimo; Lázaro tiene nombre. Para el mundo, Lázaro era un don nadie, un estorbo en la puerta. Para Dios, era alguien digno, amado, llamado por su nombre.
Esto nos recuerda que, ante Dios, los pobres no son estadísticas, ni masas anónimas: tienen rostro, historia y nombre.

En nuestro Vicariato, en nuestra Colombia y en nuestro mundo, cuántos Lázaros encontramos: migrantes que llegan con las manos vacías, familias sin techo, jóvenes sin oportunidades, ancianos olvidados. ¿Los vemos? ¿O se nos han vuelto invisibles?


3. El abismo que construimos

El evangelio menciona un gran abismo que separa al rico de Lázaro después de la muerte. Ese abismo no lo puso Dios: lo fue construyendo el rico cada día, con cada gesto de indiferencia, con cada banquete cerrado, con cada mirada que evitaba al mendigo en su puerta.

Hoy también levantamos abismos:

  • entre los que pueden acceder a educación y salud y los que no,
  • entre las ciudades ricas y las periferias olvidadas,
  • entre quienes tienen voz y quienes son silenciados.

El Jubileo nos invita a derribar esos muros y tender puentes, porque somos peregrinos que caminamos juntos, no privilegiados que se aíslan en su comodidad.


4. La fuerza de la Palabra

El rico pide que alguien resucite para advertir a sus hermanos. Abraham responde: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen”.
La conversión comienza por escuchar la Palabra. Si la Palabra no toca nuestro corazón, ni un milagro nos cambiará.
Y nosotros tenemos aún más: no solo Moisés y los profetas, sino a Cristo Resucitado, que se nos da en la Eucaristía y nos habla cada día en su Evangelio.

La pregunta es: ¿dejamos que su voz ablande nuestro corazón o seguimos endurecidos en nuestras seguridades?


5. Aplicaciones concretas en clave jubilar

  • Escuchar: aprender a detenernos y prestar atención al clamor de los pobres, de los jóvenes, de las familias que luchan.
  • Compartir: no solo dar cosas, sino también tiempo, cercanía, escucha, acompañamiento.
  • Transformar: revisar estilos de vida consumistas, dejar de vivir “de fiesta en fiesta” como denunciaba Amós, y optar por una vida más sencilla y solidaria.

El Jubileo nos llama a ser peregrinos de esperanza para los demás, y eso significa: en cada encuentro, en cada decisión, en cada gesto, sembrar la semilla de la fraternidad.


6. Una imagen para reflexionar

Cuenta un testimonio que un voluntario de Cáritas visitaba a una familia muy pobre. Al llegar, la madre le ofreció un pan duro y un café aguado, lo único que tenía. El voluntario se resistió, pero la mujer insistió: “Si no lo comparte conmigo, me roba la alegría de poder dar”.
Esa mujer pobre tenía el corazón tierno de Lázaro: en medio de su necesidad, compartía. El rico de la parábola, en cambio, tenía de sobra, pero su corazón era duro.


Conclusión

Queridos hermanos, el evangelio de hoy no es para asustarnos, sino para abrirnos los ojos. El verdadero abismo no está en la eternidad, sino en la indiferencia de cada día. El Jubileo es un tiempo de gracia para cerrar distancias, para mirar al otro como hermano, para vivir como Iglesia en salida que se hace cercana a los Lázaros de nuestro tiempo.

Pidamos al Señor que, al final de nuestra vida, podamos ser reconocidos no por nuestras riquezas, sino por haber tenido un corazón tierno, capaz de amar, de escuchar y de compartir.


Oración final

Señor Jesús,
toca nuestro corazón endurecido,
enséñanos a ver en cada pobre tu rostro,
a escuchar en cada clamor tu voz,
a compartir con alegría lo que tenemos y lo que somos.
Haznos, en este Año Jubilar,
peregrinos de la esperanza
que caminan contigo hacia el Reino eterno.
Amén.

 

 

3

 

ntroducción

Queridos hermanos y hermanas:


La Palabra de Dios hoy nos presenta un contraste radical entre dos formas de vivir: la del rico que se viste de púrpura y lino finísimo y banquetea cada día; y la del pobre Lázaro, cubierto de llagas, que sueña con comer las migajas que caen de aquella mesa.

El profeta Amós ya había denunciado siglos antes esa tentación de vivir cómodamente, indiferentes al sufrimiento de los demás: “¡Ay de los que se sienten seguros en Sión… recostados en lechos de marfil, comiendo corderos y becerros, cantando y bebiendo vino en grandes copas, sin preocuparse por la ruina de José!” (Am 6).

La primera carta a Timoteo, en cambio, exhorta a buscar no la riqueza pasajera, sino la verdadera ganancia: la justicia, la fe, la caridad, la paciencia, la mansedumbre. Y el Evangelio nos revela con crudeza el destino final de uno y de otro: el rico termina en el tormento, el pobre es llevado al seno de Abraham.

Este mensaje, en el marco de nuestro Año Jubilar, nos interpela profundamente: ¿estamos siendo peregrinos de la esperanza, o nos hemos instalado en la indiferencia y el egoísmo?


1. Riquezas materiales y riquezas espirituales

El rico de la parábola no es condenado por tener bienes, sino por no compartirlos, por vivir encerrado en sí mismo. Sus riquezas le cegaron los ojos y le endurecieron el corazón. Lázaro estaba en su puerta, lo veía cada día, pero era como invisible para él.

Jesús nos enseña que las riquezas materiales no garantizan la felicidad ni la salvación; al contrario, son una gran tentación al egoísmo. Como decía san Pablo: “El amor al dinero es la raíz de todos los males” (1 Tim 6,10).

Por eso, el verdadero tesoro no está en acumular, sino en cultivar las riquezas espirituales: la fe, la esperanza, el amor, la compasión, la capacidad de compartir.


2. El abismo que se construye desde ahora

El Evangelio habla de un “gran abismo” que separa al rico de Lázaro después de la muerte. Ese abismo no lo cavó Dios: lo cavó el rico con cada acto de indiferencia, con cada migaja que negó, con cada puerta que cerró.

Hoy también construimos abismos:

  • Entre ricos y pobres, entre los que tienen acceso a salud, educación y oportunidades, y los que no.
  • Entre comunidades enteras que viven en abundancia y pueblos que apenas sobreviven.
  • Entre el norte y el sur del mundo, entre el centro y las periferias.

El Jubileo nos llama a cerrar esos abismos, a ser peregrinos que no caminan solos, sino que tienden puentes de solidaridad.


3. El peligro de la indiferencia

Lo más duro de este relato es que el rico nunca muestra arrepentimiento. Incluso en el lugar del tormento sigue viendo a Lázaro como un sirviente: “Padre Abraham, manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua”. ¡Ni en la eternidad cambia su mirada!

El Papa Francisco lo repite: la peor enfermedad del corazón es la indiferencia. La indiferencia mata. Nos volvemos insensibles ante el dolor de los demás, acostumbrados a ver a los Lázaros de nuestro tiempo sin que nos conmuevan.

El Jubileo nos urge a despertar: a volver a tener un corazón tierno, capaz de escuchar y responder al clamor del pobre.


4. La Palabra como llamada a la conversión

El rico pide que Lázaro resucite y vaya a advertir a sus hermanos. Abraham responde: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen”. Es decir, ya tienen la Palabra.
Nosotros tenemos aún más: tenemos al Resucitado que nos habla en el Evangelio y se nos da en la Eucaristía. Pero si no escuchamos, ni un milagro nos hará cambiar.

Por eso, la pregunta clave hoy es: ¿dejamos que la Palabra transforme nuestra manera de vivir?


5. Aplicación práctica en clave jubilar

El Año Jubilar es un tiempo de gracia para hacer tres cosas:

  • Revisar nuestro estilo de vida: ¿vivimos para acumular o para compartir?
  • Tender puentes de esperanza: acortar distancias entre ricos y pobres, entre centro y periferias, entre Iglesia y mundo.
  • Sembrar misericordia concreta: gestos sencillos de compartir, visitar enfermos, escuchar a los solos, acompañar a los jóvenes, defender la vida.

Solo así seremos verdaderos peregrinos de la esperanza.


6. Una anécdota iluminadora

Se cuenta que san Vicente de Paul, patrono de la caridad, decía: “Los pobres son nuestros señores y amos”. Él no los veía como una carga, sino como la presencia misma de Cristo.
Cada Lázaro de hoy —el vecino que sufre, el migrante que toca nuestra puerta, el anciano abandonado, el niño hambriento— es Cristo mismo que nos espera.


Conclusión

Queridos hermanos, la parábola de hoy no es para asustarnos, sino para despertarnos. El verdadero infierno comienza cuando dejamos de amar, cuando dejamos de ver al otro, cuando vivimos indiferentes.

El Jubileo es la oportunidad de abrir los ojos, de compartir nuestras riquezas espirituales y materiales, y de caminar juntos hacia la vida eterna. Que nunca nos pase lo del rico de la parábola, que descubrió demasiado tarde que había vivido para sí mismo.


Oración final

Señor Jesús,
Tú que te hiciste pobre para enriquecernos con tu amor,
libéranos de la avaricia y del egoísmo,
derriba los abismos que levantamos con nuestra indiferencia,
haznos capaces de escuchar el clamor del pobre,
y en este Año Jubilar,
haznos peregrinos de la esperanza,
que siembren en la tierra la riqueza del cielo.

Amén.

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Gracias por visitar mi blog, Deje sus comentarios que si son hechos con respeto y seriedad, contestaré con mucho gusto. Gracias. Bendiciones




9 de octubre del 2025: jueves de la vigésima séptima semana del tiempo ordinario-I- Memoria de San Luis Bertrán, San Dionisio y compañeros mártires, San Juan Leonardi

  Santos del día:   1.     San Dionisio y compañeros mártires ✝ 258. Tras venir a evangelizar la Galia, se convirtió en el primer obi...