¿Corazón duro o corazón tierno?
Los
profetas no dejan de llamar a abrir el oído al grito del pobre, del
desamparado, a actuar como Cristo: lo que hayamos hecho al más pequeño de
nuestros hermanos y hermanas en humanidad, al mismo Señor se lo habremos hecho.
Hoy,
¿escucharemos su palabra?
Para
abrir nuestro oído, el Señor cuenta una parábola: un hombre rico que vivía en
la opulencia no pensó más que en su propio bienestar durante toda su vida,
hasta el punto de no ver al pobre que estaba en su puerta, de no oír su
sufrimiento.
La
desgracia de este hombre rico es no haber considerado nunca la situación de
Lázaro, que era como invisible para él. Llegado al lugar de los muertos, no
tiene, sin embargo, ninguna palabra de arrepentimiento. Incluso mientras es
torturado por la sed en el tormento de un horno, sigue comportándose como todopoderoso,
pidiendo a Abraham que envíe a Lázaro a aliviarlo. No ve, no oye: recibió una
felicidad que nunca compartió durante su vida.
Lázaro,
por su parte, vivió en la indigencia y la soledad, y es acogido en el Reino. El
hombre rico, encerrado en sus propias representaciones, pide a Abraham que
envíe a Lázaro a hablar a los suyos para evitarles ese mismo tormento.
El
evangelio evoca el endurecimiento del corazón de los poderosos para tocar su
corazón desde hoy. En efecto, si la palabra de Cristo no produce efecto en
nosotros, ¿cómo creer en el Resucitado y dejarnos transformar por él?
¿Cuál es mi deseo de actuar a la manera de Cristo en lo
cotidiano de mi vida?
¿Cuál será mi manera concreta de compartir lo que tengo y lo que soy con las
personas más necesitadas?
Anne Da, xavière
Primera lectura
Am
6,1a.4-7
Ahora
se acabará la orgía de los disolutos
Lectura de la profecía de Amós.
ESTO dice el Señor omnipotente:
«¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sion,
confiados en la montaña de Samaría!
Se acuestan en lechos de marfil,
se apoltronan en sus divanes,
comen corderos del rebaño y terneros del establo;
tartamudean como insensatos
e inventan como David instrumentos musicales;
beben el vino en elegantes copas,
se ungen con el mejor de los aceites
pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José.
Por eso irán al destierro,
a la cabeza de los deportados,
y se acabará la orgía de los disolutos».
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
146(145),6c-7.8-9a. 9bc-10
R. Alaba, alma
mía, al Señor!
o
bien:
R. Aleluya.
V. El Señor mantiene su
fidelidad perpetuamente,
hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. R.
V. El Señor abre los
ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos. R.
V. Sustenta al huérfano
y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sion, de edad en edad. R.
Segunda lectura
1Tm
6,11-16
Guarda
el mandamiento hasta la manifestación del Señor
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo.
HOMBRE de Dios, busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la
mansedumbre.
Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste
llamado y que tú profesaste noblemente delante de muchos testigos.
Delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que proclamó
tan noble profesión de fe ante Poncio Pilato, te ordeno que guardes el
mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor
Jesucristo, que, en el tiempo apropiado, mostrará el bienaventurado y único
Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único que posee la
inmortalidad, que habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni
puede ver.
A él honor y poder eterno. Amén.
Palabra de Dios.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Jesucristo, siendo
rico, se hizo pobre para enriquecerlos con su pobreza. R.
Evangelio
Lc
16,19-31
Recibiste
bienes, y Lázaro males: ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres
atormentado
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada
día.
Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y
con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.
Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de
los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su
seno, y gritando, dijo:
“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del
dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.
Pero Abrahán le dijo:
“Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males:
por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
Y, además, entre nosotros y ustedes se abre un abismo inmenso, para que los que
quieran cruzar desde aquí hacia ustedes no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de
ahí hasta nosotros”.
Él dijo:
“Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco
hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan
a este lugar de tormento”.
Abrahán le dice:
“Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”.
Pero él le dijo:
“No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.
Abrahán le dijo:
“Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite
un muerto”».
Palabra del Señor.
1
Introducción
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Hoy la Palabra de Dios nos pone frente a un contraste radical: la vida de un
rico anónimo que vivía en la abundancia y la de un pobre con nombre propio,
Lázaro, que yacía en la puerta, hambriento y enfermo. En ese contraste no solo
se juega una lección moral sobre la indiferencia, sino una verdad más profunda:
cómo vivimos en esta tierra tiene consecuencias eternas.
El profeta Amós ya denunciaba hace siglos a los que
vivían cómodos y despreocupados, “echados en lechos de marfil, comiendo los
mejores manjares”, sin preocuparse por el sufrimiento de su pueblo. Y san Pablo
exhorta a Timoteo a huir de la avaricia y buscar la justicia, la fe y el amor.
El Evangelio lo concreta con una parábola que sigue siendo actual.
1. El rico sin nombre y el pobre
con nombre
Jesús no le da nombre al rico. Para el mundo era
alguien importante, pero ante Dios quedó reducido al anonimato. En cambio, el
pobre tiene nombre: Lázaro, que significa “Dios ayuda”.
Aquí está el primer mensaje: la dignidad de una persona no depende de sus
bienes, sino de cómo Dios la mira.
En la cultura del éxito de hoy, pareciera que vale
más quien tiene más: títulos, propiedades, seguidores en redes… Pero Jesús nos
recuerda que, al final, lo único que cuenta es la verdad de nuestra vida en
relación con Dios y con los demás.
2. La indiferencia que mata
El rico no es presentado como un criminal ni un
explotador, simplemente es indiferente. Veía a Lázaro todos los días, pero
nunca lo miró con compasión. Lo tenía tan cerca que hasta los perros se
acercaban a lamer sus llagas, pero él permanecía ciego.
El pecado del rico fue vivir como si el sufrimiento del otro no existiera.
Hoy, en nuestro mundo globalizado, corremos el
mismo riesgo:
- Nos
acostumbramos a ver la pobreza en las calles, en los migrantes, en las
familias sin techo.
- Nos
habituamos a las noticias de guerras, desplazados y víctimas de violencia.
- Incluso,
en nuestras propias comunidades, hay hermanos necesitados que quizás nunca
escuchan de nosotros una palabra de cercanía o una mano tendida.
La indiferencia mata más que la violencia directa,
porque endurece el corazón.
3. El gran abismo
Cuando mueren, las situaciones se invierten. El
pobre es llevado al seno de Abraham, mientras el rico termina en tormentos. El
detalle clave es el abismo: ya no se puede pasar de un lado a otro.
Ese abismo no lo puso Dios arbitrariamente, sino que lo fue construyendo el
rico cada día, con su egoísmo y su falta de amor.
Cuántos abismos seguimos levantando hoy: entre
ricos y pobres, entre razas y culturas, entre centro y periferia, entre quienes
tienen oportunidades y quienes no. El Jubileo que vivimos nos invita a ser “peregrinos
de la esperanza”, y eso significa tender puentes, no cavar abismos.
4. La Palabra como guía
El rico pide que alguien vaya a advertir a sus
hermanos. Pero Abraham responde: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los
escuchen”. Es decir: la Palabra de Dios basta.
Nosotros tenemos incluso más: tenemos al Resucitado. Pero si no escuchamos su
Palabra y no dejamos que transforme nuestra vida, tampoco nos convencería que
alguien resucitara para gritarnos al oído.
5. Aplicación para nosotros
Hoy esta parábola nos pide tres actitudes
concretas:
1. Mirar: detenernos ante el que sufre,
reconocerlo como hermano, no ser indiferentes.
2. Compartir: no basta sentir compasión; hay
que dar tiempo, recursos, escucha, cariño.
3. Convertirnos: cambiar de estilo de vida, huir
del consumismo, buscar la justicia y la piedad, como dice san Pablo.
Una anécdota para iluminar
Cuenta la historia que san Vicente de Paul —a quien
celebramos esta semana— decía a sus misioneros: “Los pobres son nuestros
señores y amos, y debemos servirlos de rodillas”.
Ese es el espíritu contrario al del rico de la parábola: ver en el pobre no un
estorbo, sino el rostro de Cristo mismo.
Conclusión y exhortación jubilar
Queridos hermanos, esta parábola no es para
asustarnos con castigos, sino para despertarnos del sueño de la indiferencia. Cada
Lázaro que encontramos es una oportunidad de amar y de salvarnos.
El Jubileo nos recuerda que somos peregrinos de la esperanza, y que el camino a
la eternidad se abre con gestos concretos de misericordia hoy.
Pidamos a la Virgen María, Madre de los pobres, que
nos ayude a abrir los ojos, a conmovernos, a compartir, y que nunca nos
acostumbremos al dolor de nuestros hermanos.
Oración final
Señor
Jesús,
que en el pobre Lázaro nos llamas a reconocerte,
abre nuestros ojos a la realidad de quienes sufren,
ensancha nuestro corazón para compartir,
y haznos testigos de tu esperanza en este Jubileo,
para que, cuando llegue nuestra hora,
seamos recibidos en tu casa como hijos amados. Amén.
2
Introducción
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy la Palabra de Dios nos coloca frente a una
pregunta crucial: ¿tenemos un corazón duro o un corazón tierno? La parábola del
rico epulón y del pobre Lázaro no es un relato de terror sobre la otra vida,
sino un espejo para revisar la nuestra. No se trata de condenar a quien tiene
bienes, sino de discernir qué hacemos con ellos y cómo nos relacionamos con el
hermano que sufre a nuestra puerta.
El Año Jubilar que celebramos nos invita a caminar
como peregrinos de la esperanza. Y la esperanza solo florece cuando
nuestros corazones se abren al clamor de los pobres y se dejan transformar por
el Evangelio.
1. El grito del pobre y la
ceguera del rico
Amós, con voz profética, denuncia a los que se
acuestan en lechos de marfil y se dan banquetes mientras “no se preocupan por
la ruina de José”. El evangelio muestra al rico que disfrutaba espléndidamente,
vestido con lujo, pero incapaz de ver a Lázaro que yacía a su puerta.
El verdadero drama de este hombre no es haber
tenido riquezas, sino no haber tenido ojos ni oídos para el pobre. Su
corazón se endureció tanto que el dolor de Lázaro le resultaba invisible. Y lo
más duro es que, ni en la otra vida, muestra arrepentimiento: trata a Lázaro
como un sirviente que debe aliviar su sed o advertir a sus hermanos.
Aquí está la enseñanza central: la indiferencia
nos deshumaniza, nos aísla y nos encierra en un egoísmo sin salida.
2. Lázaro: el pobre con nombre
El rico permanece anónimo; Lázaro tiene nombre.
Para el mundo, Lázaro era un don nadie, un estorbo en la puerta. Para Dios, era
alguien digno, amado, llamado por su nombre.
Esto nos recuerda que, ante Dios, los pobres no son estadísticas, ni masas
anónimas: tienen rostro, historia y nombre.
En nuestro Vicariato, en nuestra Colombia y en
nuestro mundo, cuántos Lázaros encontramos: migrantes que llegan con las manos
vacías, familias sin techo, jóvenes sin oportunidades, ancianos olvidados. ¿Los
vemos? ¿O se nos han vuelto invisibles?
3. El abismo que construimos
El evangelio menciona un gran abismo que separa al
rico de Lázaro después de la muerte. Ese abismo no lo puso Dios: lo fue
construyendo el rico cada día, con cada gesto de indiferencia, con cada
banquete cerrado, con cada mirada que evitaba al mendigo en su puerta.
Hoy también levantamos abismos:
- entre
los que pueden acceder a educación y salud y los que no,
- entre
las ciudades ricas y las periferias olvidadas,
- entre
quienes tienen voz y quienes son silenciados.
El Jubileo nos invita a derribar esos muros y
tender puentes, porque somos peregrinos que caminamos juntos, no
privilegiados que se aíslan en su comodidad.
4. La fuerza de la Palabra
El rico pide que alguien resucite para advertir a
sus hermanos. Abraham responde: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los
escuchen”.
La conversión comienza por escuchar la Palabra. Si la Palabra no toca nuestro
corazón, ni un milagro nos cambiará.
Y nosotros tenemos aún más: no solo Moisés y los profetas, sino a Cristo
Resucitado, que se nos da en la Eucaristía y nos habla cada día en su
Evangelio.
La pregunta es: ¿dejamos que su voz ablande nuestro
corazón o seguimos endurecidos en nuestras seguridades?
5. Aplicaciones concretas en
clave jubilar
- Escuchar: aprender a detenernos y
prestar atención al clamor de los pobres, de los jóvenes, de las familias
que luchan.
- Compartir: no solo dar cosas, sino
también tiempo, cercanía, escucha, acompañamiento.
- Transformar: revisar estilos de vida
consumistas, dejar de vivir “de fiesta en fiesta” como denunciaba Amós, y
optar por una vida más sencilla y solidaria.
El Jubileo nos llama a ser peregrinos de
esperanza para los demás, y eso significa: en cada encuentro, en cada
decisión, en cada gesto, sembrar la semilla de la fraternidad.
6. Una imagen para reflexionar
Cuenta un testimonio que un voluntario de Cáritas
visitaba a una familia muy pobre. Al llegar, la madre le ofreció un pan duro y
un café aguado, lo único que tenía. El voluntario se resistió, pero la mujer
insistió: “Si no lo comparte conmigo, me roba la alegría de poder dar”.
Esa mujer pobre tenía el corazón tierno de Lázaro: en medio de su necesidad,
compartía. El rico de la parábola, en cambio, tenía de sobra, pero su corazón
era duro.
Conclusión
Queridos hermanos, el evangelio de hoy no es para
asustarnos, sino para abrirnos los ojos. El verdadero abismo no está en la
eternidad, sino en la indiferencia de cada día. El Jubileo es un tiempo de
gracia para cerrar distancias, para mirar al otro como hermano, para vivir como
Iglesia en salida que se hace cercana a los Lázaros de nuestro tiempo.
Pidamos al Señor que, al final de nuestra vida,
podamos ser reconocidos no por nuestras riquezas, sino por haber tenido un
corazón tierno, capaz de amar, de escuchar y de compartir.
Oración final
Señor
Jesús,
toca nuestro corazón endurecido,
enséñanos a ver en cada pobre tu rostro,
a escuchar en cada clamor tu voz,
a compartir con alegría lo que tenemos y lo que somos.
Haznos, en este Año Jubilar,
peregrinos de la esperanza
que caminan contigo hacia el Reino eterno.
Amén.
3
ntroducción
Queridos hermanos y hermanas:
La Palabra de Dios hoy nos presenta un contraste radical entre dos formas de
vivir: la del rico que se viste de púrpura y lino finísimo y banquetea cada
día; y la del pobre Lázaro, cubierto de llagas, que sueña con comer las
migajas que caen de aquella mesa.
El profeta Amós ya había denunciado siglos antes
esa tentación de vivir cómodamente, indiferentes al sufrimiento de los demás:
“¡Ay de los que se sienten seguros en Sión… recostados en lechos de marfil,
comiendo corderos y becerros, cantando y bebiendo vino en grandes copas, sin
preocuparse por la ruina de José!” (Am 6).
La primera carta a Timoteo, en cambio, exhorta a
buscar no la riqueza pasajera, sino la verdadera ganancia: la justicia, la
fe, la caridad, la paciencia, la mansedumbre. Y el Evangelio nos revela con
crudeza el destino final de uno y de otro: el rico termina en el tormento,
el pobre es llevado al seno de Abraham.
Este mensaje, en el marco de nuestro Año Jubilar,
nos interpela profundamente: ¿estamos siendo peregrinos de la esperanza,
o nos hemos instalado en la indiferencia y el egoísmo?
1. Riquezas materiales y riquezas
espirituales
El rico de la parábola no es condenado por tener
bienes, sino por no compartirlos, por vivir encerrado en sí mismo. Sus
riquezas le cegaron los ojos y le endurecieron el corazón. Lázaro estaba en su
puerta, lo veía cada día, pero era como invisible para él.
Jesús nos enseña que las riquezas materiales no
garantizan la felicidad ni la salvación; al contrario, son una gran tentación
al egoísmo. Como decía san Pablo: “El amor al dinero es la raíz de todos los
males” (1 Tim 6,10).
Por eso, el verdadero tesoro no está en acumular,
sino en cultivar las riquezas espirituales: la fe, la esperanza, el
amor, la compasión, la capacidad de compartir.
2. El abismo que se construye
desde ahora
El Evangelio habla de un “gran abismo” que separa
al rico de Lázaro después de la muerte. Ese abismo no lo cavó Dios: lo cavó
el rico con cada acto de indiferencia, con cada migaja que negó, con cada
puerta que cerró.
Hoy también construimos abismos:
- Entre
ricos y pobres, entre los que tienen acceso a salud, educación y
oportunidades, y los que no.
- Entre
comunidades enteras que viven en abundancia y pueblos que apenas
sobreviven.
- Entre
el norte y el sur del mundo, entre el centro y las periferias.
El Jubileo nos llama a cerrar esos abismos,
a ser peregrinos que no caminan solos, sino que tienden puentes de solidaridad.
3. El peligro de la indiferencia
Lo más duro de este relato es que el rico nunca
muestra arrepentimiento. Incluso en el lugar del tormento sigue viendo a Lázaro
como un sirviente: “Padre Abraham, manda a Lázaro que moje en agua la punta de
su dedo y refresque mi lengua”. ¡Ni en la eternidad cambia su mirada!
El Papa Francisco lo repite: la peor enfermedad
del corazón es la indiferencia. La indiferencia mata. Nos volvemos
insensibles ante el dolor de los demás, acostumbrados a ver a los Lázaros de
nuestro tiempo sin que nos conmuevan.
El Jubileo nos urge a despertar: a volver a tener
un corazón tierno, capaz de escuchar y responder al clamor del pobre.
4. La Palabra como llamada a la
conversión
El rico pide que Lázaro resucite y vaya a advertir
a sus hermanos. Abraham responde: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los
escuchen”. Es decir, ya tienen la Palabra.
Nosotros tenemos aún más: tenemos al Resucitado que nos habla en el Evangelio y
se nos da en la Eucaristía. Pero si no escuchamos, ni un milagro nos hará
cambiar.
Por eso, la pregunta clave hoy es: ¿dejamos que la
Palabra transforme nuestra manera de vivir?
5. Aplicación práctica en clave
jubilar
El Año Jubilar es un tiempo de gracia para hacer
tres cosas:
- Revisar
nuestro estilo de vida: ¿vivimos para acumular o para compartir?
- Tender
puentes de esperanza: acortar distancias entre ricos y pobres, entre centro y
periferias, entre Iglesia y mundo.
- Sembrar
misericordia concreta: gestos sencillos de compartir, visitar enfermos, escuchar a los
solos, acompañar a los jóvenes, defender la vida.
Solo así seremos verdaderos peregrinos de la
esperanza.
6. Una anécdota iluminadora
Se cuenta que san Vicente de Paul, patrono de la
caridad, decía: “Los pobres son nuestros señores y amos”. Él no los veía
como una carga, sino como la presencia misma de Cristo.
Cada Lázaro de hoy —el vecino que sufre, el migrante que toca nuestra puerta,
el anciano abandonado, el niño hambriento— es Cristo mismo que nos espera.
Conclusión
Queridos hermanos, la parábola de hoy no es para
asustarnos, sino para despertarnos. El verdadero infierno comienza cuando
dejamos de amar, cuando dejamos de ver al otro, cuando vivimos indiferentes.
El Jubileo es la oportunidad de abrir los ojos, de
compartir nuestras riquezas espirituales y materiales, y de caminar juntos
hacia la vida eterna. Que nunca nos pase lo del rico de la parábola, que
descubrió demasiado tarde que había vivido para sí mismo.
Oración final
Señor
Jesús,
Tú que te hiciste pobre para enriquecernos con tu amor,
libéranos de la avaricia y del egoísmo,
derriba los abismos que levantamos con nuestra indiferencia,
haznos capaces de escuchar el clamor del pobre,
y en este Año Jubilar,
haznos peregrinos de la esperanza,
que siembren en la tierra la riqueza del cielo.
Amén.
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