Santos Cosme y Damián, mártires
Médicos y hermanos gemelos, vivieron en Siria o Cilicia hacia finales del siglo III. Educados en la fe cristiana, practicaron la medicina de manera gratuita, por lo cual fueron llamados anárgiros (“los que no reciben dinero”).
Su testimonio de caridad y gratuidad atrajo a muchos a la fe en Cristo. Durante la persecución de Diocleciano, fueron arrestados y, tras múltiples tormentos de los que salieron milagrosamente ilesos, finalmente decapitados junto con tres de sus hermanos. Muy pronto su culto se extendió por Oriente y Occidente, y se les invoca como patronos de médicos, cirujanos y farmacéuticos. La Iglesia los venera como modelos de servicio desinteresado y de fidelidad al Evangelio hasta el martirio.
“En el horizonte”
(Lc 9,18-22) Justo después de la
gozosa proclamación de la fe, viene el anuncio sombrío: «Es necesario que el
Hijo del hombre sufra mucho […], que sea matado.»
Seguir a Cristo no
significa apartarse del misterio de la Pasión y de la muerte, sino avanzar
hacia la Cruz: la suya y la nuestra. Pero, en el horizonte, despunta una
esperanza: el mal nunca tendrá la última palabra. «Al tercer día
resucitará.»
Bertrand Lesoing, prêtre de la communauté Saint-Martin
Primera lectura
Ag
1,15b - 2,9
Dentro
de poco llenaré este templo de gloria
Lectura de la profecía de Ageo.
EL año segundo del rey Darío, el día veintiuno del mes séptimo, llegó la
palabra del Señor por medio del profeta Ageo:
«Di a Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judá, a Josué, hijo de
Josadac, sumo sacerdote, y al resto de la gente:
“¿Quién de entre ustedes queda de los que vieron este templo en su primitivo
esplendor? Y el que ven ahora, ¿no les parece que no vale nada?
Ánimo, pues, Zorobabel
—oráculo del Señor—;
ánimo también tú, Josué,
hijo de Josadac, sumo sacerdote.
¡Ánimo gentes todas!
—oráculo del Señor—.
¡Adelante, que estoy con ustedes!
—oráculo del Señor del universo—.
Ahí está mi palabra,
la que les di al sacarlos de Egipto;
y mi espíritu está en medio de ustedes. ¡No teman!
Pues esto dice el Señor del universo:
Dentro de poco haré temblar cielos y tierra, mares y tierra firme. Haré temblar
a todos los pueblos, que vendrán con todas sus riquezas y llenaré este templo
de gloria, dice el Señor del universo.
Míos son la plata y el oro —oráculo del Señor del universo—. Mayor será la
gloria de este segundo templo que la del primero, dice el Señor del universo.
Y derramaré paz y prosperidad en este lugar, oráculo del Señor del universo”».
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
43(42),1.2.3.4 (R. 5bc)
R. Espera en Dios, que
volverás a alabarlo:
«Salud de mi rostro, Dios mío».
V. Hazme justicia,
oh Dios,
defiende mi causa
contra gente sin piedad,
sálvame
del hombre traidor y malvado. R.
V. Tú eres mi Dios y
protector,
¿por qué me rechazas?,
¿por qué voy andando sombrío,
hostigado por mi enemigo? R.
V. Envía tu luz y
tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada. R.
V. Me acercaré al
altar de Dios,
al Dios de mi alegría,
y te daré gracias al son de la cítara,
Dios, Dios mío. R.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. El Hijo del
hombre ha venido a servir y dar su vida en rescate por muchos. R.
Evangelio
Lc
9,18-22
Tú
eres el Mesías de Dios. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
UNA vez que Jesús estaba orando solo, lo acompañaban sus discípulos y les
preguntó:
«¿Quién dice la gente que soy yo?».
Ellos contestaron:
«Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros dicen que ha resucitado
uno de los antiguos profetas».
Él les preguntó:
«Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?».
Pedro respondió:
«El Mesías de Dios».
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Porque decía:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos,
sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».
Palabra del Señor.
1. Introducción: entre la luz y
la sombra
Hoy, queridos hermanos, la Palabra de Dios nos pone
en el corazón mismo del misterio cristiano: fe, cruz y esperanza. El Evangelio
de Lucas nos narra cómo, después de que Pedro confiesa con alegría que Jesús es
el Mesías, inmediatamente viene la cruda realidad: el Hijo del Hombre debe
sufrir, ser rechazado y morir. Esta tensión entre la proclamación luminosa y el
anuncio oscuro refleja también nuestra vida: celebramos la fe con júbilo, pero
no podemos huir de la cruz.
En este contexto recordamos a los santos mártires
Cosme y Damián. Ellos, médicos y hermanos de sangre y de espíritu, gastaron su
vida curando gratuitamente a los enfermos, aliviando el sufrimiento del cuerpo
y del alma, y sellaron su testimonio con la sangre. Su memoria ilumina nuestra
oración de hoy: queremos orar por quienes sufren, reconocer nuestros pecados,
unirnos a la pasión de Cristo y vivir con esperanza en este Año Jubilar.
2. Penitencia: reconocer nuestras
sombras
El anuncio de Jesús nos recuerda que el pecado y el
mal tienen un peso real en la historia. No podemos disimular: el egoísmo, la
injusticia, la violencia, las heridas personales y colectivas siguen
crucificando a Cristo en los pobres, en los enfermos, en los descartados. Por
eso, en clave penitencial, hoy pedimos perdón:
- Perdón
por nuestros pecados personales, tantas veces repetidos.
- Perdón
por los pecados de la humanidad, que ofenden la vida, la dignidad, la
creación.
- Perdón
porque muchas veces preferimos huir de la cruz antes que cargarla con
amor.
La memoria de los mártires Cosme y Damián nos
recuerda que la fe auténtica exige coraje: no se trata de palabras bonitas,
sino de testimonio real.
3. El sufrimiento humano: unirse
a la Cruz
Jesús no promete un camino sin dolor. Dice
claramente: «El Hijo del Hombre debe sufrir mucho.» Al contemplar a
Cristo que se encamina hacia Jerusalén, vemos también a tantos hermanos que hoy
sufren en el alma y en el cuerpo: enfermos que esperan alivio, familias
heridas, personas angustiadas por la soledad, víctimas de guerras y violencias.
La medicina de los santos Cosme y Damián no fue
solo de hierbas o ungüentos: fue sobre todo la caridad. Así también nosotros,
como Iglesia jubilar, estamos llamados a ser “hospital de campaña” que
acompaña, cuida, consuela y sana.
Aquí está el misterio: la cruz no es solo signo de
dolor, es también lugar de encuentro con un Dios que se abaja, que se
solidariza, que asume nuestras heridas. En Cristo crucificado está la fuerza
que transforma el sufrimiento en esperanza.
4. La esperanza: horizonte de
resurrección
El Evangelio no termina en la cruz. Jesús añade: «Y
al tercer día resucitará.» Esta frase abre el horizonte: el mal no tendrá
la última palabra, ni en la vida de Jesús ni en la nuestra.
Los mártires son testigos de ello: Cosme y Damián
fueron perseguidos y asesinados, pero hoy los veneramos como santos. Su
martirio no fue derrota, sino victoria pascual. Así también, cada cruz que
cargamos, si la vivimos con Cristo, lleva escondida una semilla de
resurrección.
El Año Jubilar, con su invitación a ser “Peregrinos
de la Esperanza”, nos pide mirar más allá de las heridas y descubrir que
Dios hace nuevas todas las cosas.
5. Conclusión: llamada a la fe
viva
Queridos hermanos, sigamos a Cristo aceptando el
camino de la cruz, confiando en que después viene la gloria. Que los santos
Cosme y Damián intercedan por todos los enfermos, por quienes sufren en el alma
y en el cuerpo, y por nosotros pecadores que buscamos conversión.
Oremos:
- Señor,
perdónanos y límpianos en este Jubileo de tu misericordia.
- Sana
a los heridos del alma y del cuerpo con tu amor.
- Fortalece
a tu Iglesia para ser testigo fiel, como lo fueron Cosme y Damián.
- Haznos
peregrinos de esperanza, mirando siempre hacia el horizonte de la
Resurrección.
Amén.
2
La gloria que transforma el
templo del corazón
Lecturas: Ag 1,15b–2,9; Sal 43(42),1-4 (R. 5bc); Lc
9,18–22 — Memoria
de los santos Cosme y Damián, mártires
1)
Introducción: del desaliento a la esperanza pascual
La
Palabra de hoy nos conduce del desaliento a la esperanza y de la confesión de fe al camino de la cruz. En el profeta Ageo, Israel contempla un
templo pobre y siente nostalgia del esplendor pasado; pero Dios promete: “La gloria de esta segunda casa será
mayor que la primera… y en este lugar daré la paz” (Ag 2,9). En el Salmo 43, un corazón probado
suplica: “Hazme justicia, oh
Dios… envía tu luz y tu verdad” (vv. 1.3), y repite al alma
abatida: “Espera en Dios: volverás
a alabarlo, ¡salud de mi rostro y Dios mío!” (R. 5bc). En el Evangelio, Jesús, orando a solas, interpela: “¿Quién dice la gente que soy yo?… Y
ustedes, ¿quién dicen que soy?” (Lc 9,18-20). Pedro confiesa: “Tú eres el Mesías”; y
Jesús, en el mismo acto, revela el escándalo de la cruz: “Es necesario que el Hijo del Hombre
sufra mucho… sea matado, y al tercer día resucite” (Lc 9,22).
2)
Ageo: “¡Ánimo! Yo estoy con ustedes” (Ag 2,4-5)
El
contexto de Ageo es pastoralmente muy actual: cansancio, comparaciones estériles, recursos escasos. Allí, el Señor no
promete restaurar nostalgias, sino su Presencia: “Yo estoy con ustedes… mi Espíritu
permanece en medio de ustedes; no teman” (cf. Ag 2,4-5).
·
El
Templo que hoy levantamos es,
ante todo, Cristo y, en Él, la comunidad; cada enfermo, cada
pobre, cada herido del alma es “piedra viva” que el Señor acarrea con ternura.
·
Dios
“conmoverá cielo y tierra” (cf.
Ag 2,6-7) para que su paz (shalom) habite en este “lugar”: nuestra parroquia, nuestras familias, nuestras heridas. La gloria nueva no vendrá del mármol,
sino de la caridad.
3)
El Salmo 43(42): del litigio interior al altar de la alegría
El
salmista clama: “Hazme
justicia… defiende mi causa” (v.1). Somos esa alma que pugna entre
la fe y la tristeza. Dos imploraciones
sostienen el camino:
·
“Envía tu luz y tu verdad” (v.3): pedimos
discernimiento en medio de la confusión; luz para el enfermo que no entiende su
dolor; verdad para el pecador que necesita nombrar su pecado.
·
“Entraré al altar de Dios, al Dios de mi alegría” (v.4): en la Eucaristía, el abatimiento se
convierte en alabanza. Por eso el estribillo
insiste: “Espera en Dios:
volverás a alabarlo” (R. 5bc). Esta es una palabra-ungüento para quienes sufren en el
alma y en el cuerpo.
4)
El Evangelio (Lc 9,18–22): orar, confesar, cargar la cruz
Lucas
subraya que Jesús formula la gran pregunta mientras ora. La oración no es telón de fondo:
es el lugar donde el Padre revela
la verdad
de Jesús
y la verdad
de nuestros corazones.
·
“¿Quién dice la gente…?”: rumores, opiniones, etiquetas.
·
“Y ustedes, ¿quién dicen…?”: es la decisión del discípulo. Pedro acierta: “Tú eres el Mesías.”
·
Jesús
prohíbe
divulgarlo
(el llamado “secreto mesiánico”) y anuncia su Pasión: “Es necesario (dei) que el Hijo del
Hombre sufra…” (v.22). No es un accidente trágico: es el camino querido por el
Padre
para salvar.
Aplicación amplia:
1.
Toda confesión de fe madura en la oración. Sin oración, Jesús
queda reducido a idea o ideología.
2.
El Mesías verdadero pasa por la cruz. La fe que evita la
cruz se vuelve frágil.
3.
Del “Tú eres” brota el “Yo me doy”: la identidad de Jesús
nos compromete en la entrega por los demás, especialmente por los heridos.
5)
Memoria de Santos
Cosme y Damián:
la medicina de la gratuidad
Estos
hermanos médicos (los anárgiros, “sin plata”, porque no cobraban) curaban cuerpos y almas con la gracia gratuita de Cristo. Sellaron
con su martirio que el amor es más
fuerte que la muerte. Ellos encarnan la promesa de Ageo: la gloria mayor del
nuevo templo es la caridad que se vuelve sanación.
·
Para
nuestra pastoral: acoger, escuchar, acompañar al enfermo; promover
la Unción
de los Enfermos;
articular redes de caridad concreta.
·
Para
nuestras conciencias: practicar la gratuidad en el servicio, la honestidad en la profesión, la misericordia en lo cotidiano.
6)
Itinerario penitencial: volver al Padre para
sanar
Al
pie de la Cruz, pidamos perdón:
·
Por
los pecados
personales
que alimentan la cultura del descarte.
·
Por
las omisiones ante el dolor ajeno.
·
Por
las veces que buscamos “templos” de apariencia y no el Templo vivo del hermano.
En el Año
Jubilar,
volvamos con decisión a la Reconciliación; allí el Padre no solo
borra culpas: reconstruye el templo interior.
7)
Para quienes sufren en el alma y en el cuerpo
A
la luz de las lecturas:
·
Ageo
promete presencia y paz en medio del desánimo:
“Yo estoy con ustedes… no
teman.”
·
El
Salmo pone en labios del herido una oración valiente: “Envía tu luz y tu verdad… entraré al altar
del Dios de mi alegría.”
· El Evangelio nos enseña que la oración de Jesús sostiene nuestra noche, y su cruz da sentido al sufrimiento.
Gestos
concretos
(escuela de Cosme y Damián):
1.
Visita y unción: acercarnos a enfermos
y ofrecer la Unción de los Enfermos con catequesis previa.
2.
Clínica del alma: horarios visibles de confesiones y acompañamiento
espiritual.
3.
Mesa que reanima: promover la comunión frecuente a enfermos y mayores;
organizar ministros
extraordinarios.
4.
Red de caridad: medicamentos,
traslados, escucha telefónica, oración intercesora.
8)
Peregrinos de la Esperanza: “En este lugar daré la paz” (Ag 2,9)
El
Jubileo nos recuerda que el Templo donde Dios quiere
manifestar su gloria
mayor
es la comunidad que sirve. Si confesamos con Pedro “Tú eres el Mesías”, aceptemos con Jesús el camino de la cruz y descubramos, como
Cosme y Damián, que la caridad es la medicina más alta. Entonces, sí, este lugar —nuestra parroquia,
nuestras casas, nuestros hospitales— será morada de paz.
Oración
(penitencial e intercesora)
Señor
Jesús,
Tú que orabas a solas y enseñaste a Pedro a reconocer tu misterio,
míranos en nuestra pobreza: envía tu luz y tu verdad;
haz de nuestra comunidad un templo vivo donde resplandezca tu
gloria.
Perdona nuestros pecados;
cura a los que sufren en el alma y en el cuerpo;
sostén a médicos, cuidadores y familias.
Por intercesión de Santos Cosme y Damián,
haznos gratuitos en el amor y fieles en la cruz,
para que, como Peregrinos de la Esperanza,
podamos oír cumplida tu promesa: “En este lugar daré la paz.”
Amén.
Envío
Hermanos:
que esta Eucaristía nos encuentre diciendo con verdad “Tú eres el Mesías” y viviendo con
generosidad el “es
necesario”
de la caridad crucificada. Que el Padre nos conceda, por Cristo, la gloria nueva del templo del
corazón. Santos
Cosme y Damián, rueguen por nosotros.
26 de septiembre:
Santos Cosme y Damián,
Mártires — Memoria opcional
c. Finales del siglo III – c. 287 o 303
Santos patronos de boticarios,
barberos, ciegos, industria química, droguistas, parteras, médicos,
farmacéuticos, cirujanos.
Invocados contra la ceguera, cálculos
renales, hernias y pestes.
Cita
El juez ordenó que los arrojaran a un gran
fuego, pero las llamas se apartaron de ellos y mataron a muchos. Luego ordenó
que los colocaran en un instrumento de tortura… pero un ángel del Señor los
protegió… El juez ordenó encarcelar a los tres y mandó que Cosme y Damián
fueran crucificados y apedreados por la gente, pero las piedras regresaban
contra quienes las lanzaban, hiriendo a muchos. Entonces el juez, lleno de
locura, hizo que los tres hermanos se colocaran junto a la cruz y ordenó a
cuatro caballeros que dispararan flechas contra Cosme y Damián. Sin embargo,
las flechas se volvieron en contra… Al ver esto, el juez quedó totalmente desconcertado,
atormentado hasta la muerte, y ordenó que los cinco hermanos fueran decapitados
juntos.
~
Extracto de la Leyenda Dorada,
siglo XIII
Reflexión
Hoy
la Iglesia honra a los santos Cosme y Damián: hermanos gemelos, médicos y
mártires que han sido ampliamente venerados en Oriente y Occidente desde el
tiempo de sus muertes. Poco se sabe con certeza de estos santos. Lo que sí
sabemos es que fueron mártires, probablemente bajo el emperador romano
Diocleciano. Lo que nos llega por vía de la leyenda, sin embargo, ofrece un
testimonio inspirador de fe y valentía de la Iglesia primitiva.
Cosme
y Damián pudieron haber nacido en Cirro, en la actual Siria, y más tarde
haberse trasladado al golfo de Iskenderun en Cilicia, actual Turquía, hacia
mediados o finales del siglo III. Eran gemelos, hijos de una madre cristiana y
posiblemente de un padre cristiano, quienes los educaron en la fe. Se formaron
en la ciencia de la curación y se convirtieron en médicos.
En
aquel tiempo, los médicos solían cobrar según su reputación. Los más hábiles y
exitosos atendían a los ricos, recibiendo de ellos un salario regular. Otros
cobraban por caso atendido. Como Cosme y Damián eran cristianos, cuenta la
leyenda que decidieron evangelizar a la comunidad pagana en la que vivían
haciendo algo extraordinario: ofrecían sus servicios médicos gratuitamente.
Este gesto de caridad les valió el título de “Anárgiros”, que significa “sin
plata”. Su práctica contracultural llamó la atención de sus conciudadanos y
atrajo a muchos a la fe. Se dice que eran excelentes médicos que curaban a
muchos, quizás más por sus oraciones que por su ciencia. Una leyenda afirma que
fueron los primeros en trasplantar una pierna a un amputado, lo que suele
representarse en el arte.
En
el año 284, Diocleciano se convirtió en emperador romano y emprendió numerosas
reformas en el Imperio. En el 303 comenzó a emitir una serie de edictos que
desembocaron en una persecución general contra los cristianos, con la muerte de
muchos. Antes de esto, las persecuciones eran más localizadas y esporádicas.
Hacia el año 287 o 303 (los registros son contradictorios), el prefecto romano
Lisias de Cilicia arrestó a los gemelos Cosme y Damián. Los cristianos
prominentes solían ser los primeros en ser atacados.
Como
era costumbre, se les ofreció la oportunidad de renunciar públicamente a su fe
y honrar a los dioses romanos para salvar la vida. Ellos se negaron y fueron
condenados a muerte. Diversas leyendas sobre sus muertes cuentan que fueron
primero torturados para obligarlos a obedecer, pero fueron milagrosamente
preservados del dolor, sin sufrir heridas. Se intentó matarlos ahogándolos,
quemándolos, atravesándolos con flechas y apedreándolos, pero cada intento
fracasó. Finalmente, Cosme y Damián, junto con tres de sus hermanos, fueron
decapitados.
Se
cree que fueron sepultados en la ciudad de Cirro, su posible lugar de
nacimiento. Desde entonces han sido ampliamente venerados. Muchos milagros de
curación se les han atribuido por intercesión. A menos de un siglo de su
martirio, ya se habían erigido iglesias en su honor en Jerusalén, Egipto y
Mesopotamia.
En
el siglo VI, el emperador romano Justiniano I honró a estos santos restaurando
la ciudad de su sepultura. Poco después, el emperador recibió una curación
milagrosa por su intercesión. En agradecimiento, llevó sus reliquias a
Constantinopla, donde construyó una iglesia en su honor que se convirtió en
popular lugar de peregrinación. En esa iglesia surgió la costumbre de velar
toda la noche en oración junto a su tumba, pidiendo curación para las
enfermedades. A lo largo de los siglos se reportaron numerosos milagros.
También
en el siglo VI, el papa Símaco insertó los nombres de Cosme y Damián en el
Canon Romano (Plegaria Eucarística I), y el papa Félix IV adaptó un templo
pagano del siglo IV en Roma, dentro del Foro de la Paz, dándole el nombre de Basílica de los Santos
Cosme y Damián.
Aunque ha sido renovada varias veces, los mosaicos del siglo V que narran su
historia siguen siendo de las obras de arte sagrado más veneradas en Roma.
Aunque
nunca conoceremos con certeza los detalles históricos de la vida y el martirio
de los santos Cosme y Damián hasta que lleguemos a la gloria del Cielo, las
virtudes que encarnan deben ser fuente de inspiración y estímulo. Su obra de
evangelización mediante un servicio gratuito y desinteresado en nombre de
Cristo es digna de imitación. Su heroico martirio nos presenta las virtudes de
la valentía y la fidelidad a Cristo. Su intercesión milagrosa a favor de los
enfermos nos invita a recurrir hoy a ellos por los que sufren.
Oración
Santos
Cosme y Damián,
ustedes fueron tocados por Cristo y buscaron compartir su fe en Él mediante un
servicio gratuito y desinteresado a todos los que necesitaban de su cuidado
médico. Al ser perseguidos, permanecieron firmes en la fe, prefiriendo la
muerte antes que el pecado.
Por favor,
intercedan por mí, para que siga su ejemplo de servicio abnegado a los demás y
tenga el valor de dar testimonio de Cristo, sin importar el costo. Hoy les
confío también a todos los enfermos que necesitan sus oraciones.
Santos
Cosme y Damián, rueguen por mí. Jesús, en Ti confío.
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