martes, 23 de septiembre de 2025

24 de septiembre del 2025: miércoles de la vigésima quinta semana del tiempo ordinario-I


Ida y vuelta

(Lc 9,1-6)) Jesús reúne y envía, congrega y dispersa.

Todo el dinamismo de la evangelización queda descrito aquí en pocas palabras. Reunidos, porque necesitamos esos momentos en los que nos encontramos para compartir y hacer comunidad – ¡la vida cristiana no es una escapada solitaria! Enviados, porque no se trata de permanecer en un capullo protector o en un círculo cerrado y asfixiante, sino de dar testimonio de las maravillas que hemos visto y escuchado.

Bertrand Lesoing, prêtre de la communauté Saint-Martin

 


Primera lectura

Esd 9,5-9

Dios no nos ha abandonado en nuestra esclavitud

Lectura del libro de Esdras.

YO, Esdras, a la hora de la ofrenda de la tarde salí de mi abatimiento y, con mi vestidura y el manto rasgados, me arrodillé, extendí las palmas de mis manos hacia el Señor, mi Dios, y exclamé:
«Dios mío, estoy avergonzado y confundido; no me atrevo a levantar mi rostro hacia ti, porque nos hemos hecho culpables de numerosas faltas y nuestros delitos llegan hasta el cielo.
Desde la época de nuestros padres hasta hoy hemos pecado gravemente. Por causa de nuestros delitos, nosotros, nuestros reyes y nuestros sacerdotes hemos sido entregados a los reyes extranjeros, a la espada, a la esclavitud, al saqueo y a la vergüenza, como sucede todavía hoy.
Pero ahora, en un instante, el Señor nuestro Dios nos ha otorgado la gracia de dejarnos un resto y de concedernos un lugar en el templo santo. El Señor ha iluminado nuestros ojos y nos ha dado un respiro en medio de nuestra esclavitud.
Porque somos esclavos, pero nuestro Dios no nos ha abandonado en nuestra esclavitud, sino que nos ha otorgado el favor de los reyes de Persia, nos ha dado un respiro para reconstruir el templo de nuestro Dios y restaurar sus ruinas y nos ha proporcionado un refugio seguro en Judá y en Jerusalén».

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal Tb 13,2.3-4.7.8 (R. 1a)

R. Bendito sea Dios, que vive eternamente

V. Bendito sea Dios, que vive eternamente;
y cuyo reino dura por los siglos.
Él azota y se compadece;
hunde hasta el abismo y saca de él
y no hay quien escape de su mano. 
R.

V. Denle gracias, hijos de Israel, ante los gentiles,
porque él nos dispersó entre ellos.
Proclamen allí su grandeza. 
R.

V. Ensálcenlo ante todos los vivientes,
que él es nuestro Dios y Señor,
nuestro Padre por todos los siglos. 
R.

V. Él nos azota por nuestros delitos,
pero se compadecerá de nuevo,
y los congregará de entre las naciones
por donde están dispersados. 
R.

V. Que todos alaben al Señor
y le den gracias en Jerusalén. 
R.


Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Está cerca el reino de Dios; conviértanse y crean en el Evangelio. R.

 

Evangelio

Lc 9,1-6

Los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, habiendo convocado Jesús a los Doce, les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades.
Luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles:
«No lleven nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco tengan dos túnicas cada uno.
Quédense en la casa donde entren, hasta que se vayan de aquel sitio.
Y si algunos no los reciben, al salir de aquel pueblo sacúdanse el polvo de sus pies, como testimonio contra ellos».
Se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes.

Palabra del Señor.

 

1

 

1.    Introducción: el dolor compartido y la intercesión solidaria


Queridos hermanos y hermanas, la liturgia de este día nos invita a entrar en una dinámica profundamente humana y divina: la intercesión. El libro de Esdras nos muestra al sacerdote que, en nombre de todo el pueblo, no se coloca en posición de juez ni de acusador, sino de solidario. Reconoce los pecados, confiesa las culpas, admite el justo juicio de Dios, pero al mismo tiempo clama con humildad por su misericordia. Esta actitud de intercesión solidaria es un signo claro de un corazón pastoral: no mirar al hermano desde arriba, sino ponerse a su lado para suplicar juntos el perdón y la sanación.

Hoy queremos vivir esa misma actitud orante con todos los enfermos de nuestra comunidad, de nuestras familias y de nuestro pueblo. No basta rezar por ellos, sino rezar con ellos, unirnos a su dolor y, al mismo tiempo, ofrecerlo a Dios con la esperanza de que el Señor transforme la debilidad en gracia y la fragilidad en camino de salvación.


1.    El envío de los Doce: instrumentos débiles de un poder infinito


El Evangelio según san Lucas nos narra que Jesús, después de enseñar, sanar y liberar, decide asociar a sus discípulos a su misma misión. Los envía de dos en dos, les da autoridad sobre los demonios y poder de curar, y les encarga anunciar la Buena Nueva del Reino. Pero al mismo tiempo, les pide no llevar nada para el camino: ni bastón, ni alforja, ni dinero… Solamente confianza.

¡Qué paradoja tan fuerte! Se les da poder sobre las fuerzas del mal y sobre la enfermedad, pero se les pide vivir en absoluta precariedad. ¿Por qué? Porque el verdadero poder no está en las seguridades humanas, sino en la confianza radical en la providencia divina. De hecho, el milagro más grande no es expulsar demonios o curar cuerpos, sino proclamar y vivir que el Reino de Dios está cerca, que la salvación es don gratuito, no conquista personal.

Nosotros, discípulos del Señor, también somos enviados. Y en este Año Jubilar el Papa nos recuerda que somos Peregrinos de la Esperanza. Como los Doce, no nos apoyamos en recursos materiales ni en la fuerza de nuestras propias capacidades, sino en la certeza de que el Señor camina con nosotros. Es esa fe la que sostiene a tantas familias que, aun en medio de la enfermedad, proclaman: “Dios no me abandona, Él me sostiene”.


2.    Intercesión humana y divina: la misión de la Iglesia ante los enfermos


Un aspecto esencial de este pasaje evangélico es el poder de sanar que Jesús comparte con sus apóstoles. Y la Iglesia, desde sus orígenes, ha mantenido ese ministerio de consuelo y sanación a través de los sacramentos: la Unción de los Enfermos, la Eucaristía como alimento de vida eterna, la Reconciliación que renueva el corazón.

Hoy, más que nunca, la humanidad herida necesita experimentar que la Iglesia sigue siendo signo de misericordia. Pensemos en nuestros hospitales, en quienes cuidan con amor a los enfermos, en las familias que sostienen con paciencia y ternura a sus seres queridos debilitados. Todo eso es misión, es anuncio del Reino, es prolongación de los gestos de Jesús.

La intercesión no es una huida del dolor, sino un cargarlo juntos y presentarlo ante Dios. Así como Esdras levantó sus manos en súplica, así como los apóstoles caminaron sin seguridades materiales, también nosotros estamos llamados a ser instrumentos de sanación espiritual y corporal para quienes sufren.


3.    Un camino jubilar de esperanza


El Jubileo que estamos viviendo no es solo celebración, es sobre todo misión. Jesús nos envía de nuevo, como a los Doce, para anunciar la esperanza en medio de la oscuridad. La misión de la Iglesia no es un añadido, es su identidad más profunda. Y hoy, nuestra misión prioritaria es acercarnos a los enfermos, no como portadores de respuestas fáciles, sino como signos de la presencia compasiva de Dios.

Pidamos al Señor que cada visita a un enfermo, cada palabra de consuelo, cada oración compartida sea un anuncio concreto de que el Reino de Dios está cerca.


4.    Conclusión


Queridos hermanos, la Palabra de Dios hoy nos enseña tres cosas esenciales:

  • Que la intercesión solidaria abre siempre la puerta a la misericordia.
  • Que la misión no se apoya en recursos humanos, sino en la confianza en Dios.
  • Que el servicio a los enfermos es lugar privilegiado donde el Reino se hace presente.

Que este Año Jubilar renueve en nosotros el ardor misionero y nos convierta en verdaderos peregrinos de esperanza, capaces de llevar la luz de Cristo a quienes sufren.


Oración final (inspirada en la colecta propuesta)

Señor Dios nuestro,
tu misericordia alcanza a todos y cada uno de nosotros.
Haz que tu Iglesia, pobre en medios pero rica en fe,
salga con humildad a anunciar tu Reino.
Que nuestro servicio a los enfermos y a los débiles
sea signo de tu consuelo y de tu amor sanador.
Que el ejemplo de san Vicente de Paúl
nos impulse a vivir con ternura y compasión.
Y que en este Año Jubilar,
seamos verdaderos peregrinos de esperanza,
portadores de vida y de paz.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

2

 

1. Introducción: la dinámica del “ida y vuelta”

Queridos hermanos y hermanas, el Evangelio de hoy nos muestra con claridad la esencia de la vida cristiana: somos un pueblo que vive en un permanente movimiento de ida y vuelta, de ser reunidos por Jesús para después ser enviados por Él.
El Señor nos convoca para hacer comunidad, para escuchar juntos su Palabra, para fortalecer nuestra fe; pero al mismo tiempo nos envía a anunciar lo que hemos recibido, a compartir lo que hemos visto y oído, a no guardarnos para nosotros mismos el tesoro del Evangelio.


2. Reunidos: comunidad que sostiene y sana

La primera parte de esta dinámica es el ser reunidos. El Evangelio señala que Jesús reúne a los Doce para darles poder y autoridad, para compartir con ellos su misión. También nosotros necesitamos de esos momentos en los que nos encontramos en comunidad: la Eucaristía, la oración común, la escucha de la Palabra, el servicio compartido.
Un cristianismo vivido en soledad se convierte en fragilidad, porque la fe necesita la fuerza de la comunidad. Así como los enfermos encuentran en la cercanía de su familia y de la Iglesia un alivio a su dolor, nosotros necesitamos sentirnos acompañados para poder perseverar. Reunirnos no es un simple hábito, es una gracia: es descubrir que juntos somos el Cuerpo de Cristo.


3. Enviados: la misión que nace del encuentro

El segundo movimiento es el ser enviados. Jesús no permite que los discípulos se queden en la comodidad de un grupo cerrado, ni que se refugien en un “cocoon” protector. La fe, cuando se encierra, se marchita.
La misión es parte constitutiva de nuestra identidad. Anunciar lo que hemos visto y oído –los milagros, el perdón, la cercanía de Dios– es nuestra tarea permanente. Los apóstoles salieron a proclamar la Buena Noticia, llevando solo lo esencial y confiando radicalmente en la providencia. Esa misma confianza es la que hoy el Señor nos pide.

En este Año Jubilar, llamados a ser Peregrinos de la Esperanza, recordamos que nuestra misión no puede ser asfixiada por el miedo ni encerrada en un círculo de pocos: debemos llevar la esperanza al mundo, especialmente a los enfermos, a los pobres, a quienes sienten que la vida se les apaga.


4. Aplicación: misión sanadora y jubilar

Hoy, la Iglesia está llamada a ser signo de sanación. No sólo curando enfermedades físicas –aunque la oración por los enfermos sigue siendo fundamental–, sino también sanando soledades, heridas interiores, desesperanzas.
Cada visita a un enfermo, cada gesto de cercanía, cada palabra de consuelo es un modo de prolongar la misión de los Doce: anunciar que el Reino de Dios está cerca.

Ser reunidos y enviados es también aceptar que la fe es dinámica, que no podemos detenernos. Nos reunimos para ser fortalecidos; somos enviados para ser testigos. La verdadera evangelización no consiste en discursos elaborados, sino en el testimonio de vida, en mostrar lo que hemos visto y oído: la misericordia de Dios que actúa en medio de nosotros.


5. Conclusión

Queridos hermanos, la Palabra de hoy nos deja un camino claro:

  • Ser reunidos en comunidad para orar, compartir y sostenernos mutuamente, especialmente en la fragilidad de la enfermedad.
  • Ser enviados a anunciar y testimoniar las maravillas de Dios, confiando en su providencia.
  • Vivir este movimiento de ida y vuelta como signo del Jubileo: peregrinos que encuentran fuerza en la comunidad y que llevan esperanza al mundo.

Pidamos al Señor que nunca nos acostumbremos a una fe cómoda, encerrada, sino que vivamos siempre en salida, llevando a los enfermos, a los pobres y a los olvidados el anuncio de que el Reino de Dios está cerca.


Oración final

Señor Jesús,
tú que nos reúnes en tu amor
y nos envías a anunciar tu Reino,
haz que tu Iglesia viva siempre en este dinamismo de ida y vuelta:
alimentada en la comunidad y en los sacramentos,
y enviada con fe y confianza a ser signo de esperanza.
Te confiamos hoy a los enfermos:
dales fortaleza en el dolor, compañía en la soledad,

y esperanza en medio de la prueba.
Que este Año Jubilar nos convierta en verdaderos peregrinos de tu amor,
capaces de dar testimonio de las maravillas que hemos visto y oído.

Amén.

 

3

 

Enviados con poder, sin bastón ni alforja

1. Introducción: Un envío que sorprende

El Evangelio de san Lucas nos presenta hoy la primera gran “misión” de los Doce. Jesús los reúne, les da poder y autoridad sobre los demonios y sobre las enfermedades, y los envía a anunciar el Reino de Dios. El encargo es solemne, pero sus instrucciones son desconcertantes: “No lleven nada para el camino”. No bastón, ni bolsa, ni pan, ni dinero. Solo la confianza.

Es una pedagogía profunda: la misión no se sustenta en medios humanos, sino en la fuerza de Dios que acompaña a sus enviados.


2. Primera lectura (Esd 9,5-9): El respiro de la misericordia

Esdras se postra en oración y confiesa los pecados del pueblo. Reconoce la justicia del castigo, pero al mismo tiempo proclama la fidelidad de Dios: “Dios nos ha concedido un respiro, nos ha dejado un resto, nos ha dado un lugar en su santuario”.
Esta actitud es clave para nosotros: interceder por el pueblo y pedir ese “respiro” de la gracia. Para quienes viven la enfermedad —en carne propia o acompañando a un ser querido— esta palabra es luz: aunque la debilidad pese, Dios nos concede alivio, descanso y fortaleza en medio de la prueba.


3. Salmo/Cántico (Tb 13): Bendecir aun en la prueba

El cántico de Tobías nos hace proclamar: “Bendito sea Dios que vive por los siglos”. Él hiere y cura, derriba y levanta, para que volvamos a Él con todo el corazón.
Es una invitación a los enfermos a no perder la confianza: Dios no se complace en el dolor, sino que lo transforma en ocasión de bendición. Y es un llamado a la comunidad a vivir la solidaridad activa: bendecimos a Dios cuando cuidamos al hermano frágil.


4. Evangelio (Lc 9,1-6): Autoridad, pobreza y misión

Jesús entrega a los apóstoles una triple tarea:

  • Expulsar demonios: es decir, enfrentar las fuerzas del mal que oprimen la vida. Hoy esos “demonios” se expresan en tantas adicciones y esclavitudes que Fr. Tony nos recordaba: alcohol, drogas, consumismo, pornografía, egoísmo. La misión de la Iglesia es acompañar procesos de liberación, con paciencia y firmeza.
  • Curar enfermedades: la Iglesia siempre ha sido hospital de campaña, lugar de consuelo y de alivio. La misión incluye el cuidado de los cuerpos y de las almas, la atención a los enfermos, la oración por ellos y la certeza de que Cristo está cerca.
  • Proclamar el Reino: todo lo anterior no se queda en lo social o terapéutico: apunta a algo más grande, a anunciar que Dios reina, que su amor es la noticia que cambia la vida.

Y para que quede claro que no es un proyecto humano, Jesús añade la condición: “No lleven nada para el camino”. La misión nace de la gratuidad y se sostiene en la providencia. Así se evita la tentación de manipular el anuncio para obtener prestigio, poder o dinero.


5. Aplicación jubilar: Peregrinos de la esperanza

El Papa nos invita en este Año Jubilar a ser peregrinos de esperanza. Hoy el Evangelio nos muestra cómo:

  • Confiando en la providencia: caminar ligeros, sin seguridades falsas.
  • Sanando a los enfermos, física y espiritualmente, con gestos concretos de cercanía.
  • Liberando de demonios modernos, desenmascarando las mentiras del mal con la luz de la verdad.
  • Proclamando con alegría el Reino, no con discursos vacíos, sino con la coherencia de una vida transparente.

6. Vida para los enfermos: nuestra misión concreta

Hoy pedimos por los enfermos. Ellos son los primeros destinatarios de esta misión. El Señor les dice: “Yo te envío consuelo, te doy poder contra la desesperanza, pongo a tu lado una comunidad que ora contigo y te sostiene”.
Y a nosotros nos recuerda: cada visita a un hospital, cada llamada a un enfermo, cada oración por ellos, es un modo concreto de vivir el envío del Evangelio.


7. Conclusión

La Palabra de hoy nos deja tres certezas:

1.    Dios concede respiro en la debilidad (Esdras).

2.    Es bueno bendecirlo siempre, porque Él cura y levanta (Tobías).

3.    Jesús nos envía a liberar, sanar y anunciar con confianza radical (Lucas).

Que este Jubileo nos haga vivir como Iglesia misionera, pobre en medios, pero rica en fe y esperanza, especialmente junto a los enfermos y los que sufren.


Oración final

Señor Jesús,
tú que diste a los Doce poder sobre el mal y capacidad de sanar,
renueva también hoy tu Iglesia.
Haznos instrumentos de tu paz,
luz en medio de las tinieblas,
consuelo para los enfermos,
y anuncio vivo de tu Reino.
En este Año Jubilar,
que caminemos ligeros, confiados solo en Ti,
y que cada enfermo sienta tu presencia cercana
por medio de nuestras palabras y gestos de amor.

Amén.

 

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