Ida y vuelta
(Lc 9,1-6)) Jesús reúne y envía, congrega y dispersa.
Todo el dinamismo de la evangelización queda
descrito aquí en pocas palabras. Reunidos, porque necesitamos esos
momentos en los que nos encontramos para compartir y hacer comunidad – ¡la vida
cristiana no es una escapada solitaria! Enviados, porque no se trata de
permanecer en un capullo protector o en un círculo cerrado y asfixiante, sino
de dar testimonio de las maravillas que hemos visto y escuchado.
Bertrand Lesoing, prêtre de la communauté Saint-Martin
Primera lectura
Esd
9,5-9
Dios
no nos ha abandonado en nuestra esclavitud
Lectura del libro de Esdras.
YO, Esdras, a la hora de la ofrenda de la tarde salí de mi abatimiento y, con
mi vestidura y el manto rasgados, me arrodillé, extendí las palmas de mis manos
hacia el Señor, mi Dios, y exclamé:
«Dios mío, estoy avergonzado y confundido; no me atrevo a levantar mi rostro
hacia ti, porque nos hemos hecho culpables de numerosas faltas y nuestros
delitos llegan hasta el cielo.
Desde la época de nuestros padres hasta hoy hemos pecado gravemente. Por causa
de nuestros delitos, nosotros, nuestros reyes y nuestros sacerdotes hemos sido
entregados a los reyes extranjeros, a la espada, a la esclavitud, al saqueo y a
la vergüenza, como sucede todavía hoy.
Pero ahora, en un instante, el Señor nuestro Dios nos ha otorgado la gracia de
dejarnos un resto y de concedernos un lugar en el templo santo. El Señor ha
iluminado nuestros ojos y nos ha dado un respiro en medio de nuestra
esclavitud.
Porque somos esclavos, pero nuestro Dios no nos ha abandonado en nuestra
esclavitud, sino que nos ha otorgado el favor de los reyes de Persia, nos ha
dado un respiro para reconstruir el templo de nuestro Dios y restaurar sus
ruinas y nos ha proporcionado un refugio seguro en Judá y en Jerusalén».
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
Tb 13,2.3-4.7.8 (R. 1a)
R. Bendito sea
Dios, que vive eternamente
V. Bendito sea
Dios, que vive eternamente;
y cuyo reino dura por los siglos.
Él azota y se compadece;
hunde hasta el abismo y saca de él
y no hay quien escape de su mano. R.
V. Denle gracias,
hijos de Israel, ante los gentiles,
porque él nos dispersó entre ellos.
Proclamen allí su grandeza. R.
V. Ensálcenlo ante
todos los vivientes,
que él es nuestro Dios y Señor,
nuestro Padre por todos los siglos. R.
V. Él nos azota
por nuestros delitos,
pero se compadecerá de nuevo,
y los congregará de entre las naciones
por donde están dispersados. R.
V. Que todos
alaben al Señor
y le den gracias en Jerusalén. R.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Está cerca el reino
de Dios; conviértanse y crean en el Evangelio. R.
Evangelio
Lc
9,1-6
Los
envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, habiendo convocado Jesús a los Doce, les dio poder y autoridad
sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades.
Luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos,
diciéndoles:
«No lleven nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco
tengan dos túnicas cada uno.
Quédense en la casa donde entren, hasta que se vayan de aquel sitio.
Y si algunos no los reciben, al salir de aquel pueblo sacúdanse el polvo de sus
pies, como testimonio contra ellos».
Se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y
curando en todas partes.
Palabra del Señor.
1
1.
Introducción: el dolor compartido y la intercesión solidaria
Queridos hermanos y hermanas, la liturgia de este día nos invita a entrar en
una dinámica profundamente humana y divina: la intercesión. El libro de Esdras
nos muestra al sacerdote que, en nombre de todo el pueblo, no se coloca en
posición de juez ni de acusador, sino de solidario. Reconoce los pecados,
confiesa las culpas, admite el justo juicio de Dios, pero al mismo tiempo clama
con humildad por su misericordia. Esta actitud de intercesión solidaria es un
signo claro de un corazón pastoral: no mirar al hermano desde arriba, sino
ponerse a su lado para suplicar juntos el perdón y la sanación.
Hoy queremos vivir esa misma actitud orante con
todos los enfermos de nuestra comunidad, de nuestras familias y de nuestro
pueblo. No basta rezar por ellos, sino rezar con ellos, unirnos a
su dolor y, al mismo tiempo, ofrecerlo a Dios con la esperanza de que el Señor
transforme la debilidad en gracia y la fragilidad en camino de salvación.
1.
El envío de los Doce: instrumentos débiles de un poder infinito
El Evangelio según san Lucas nos narra que Jesús, después de enseñar, sanar y
liberar, decide asociar a sus discípulos a su misma misión. Los envía de dos en
dos, les da autoridad sobre los demonios y poder de curar, y les encarga anunciar
la Buena Nueva del Reino. Pero al mismo tiempo, les pide no llevar nada para el
camino: ni bastón, ni alforja, ni dinero… Solamente confianza.
¡Qué paradoja tan fuerte! Se les da poder sobre las
fuerzas del mal y sobre la enfermedad, pero se les pide vivir en absoluta
precariedad. ¿Por qué? Porque el verdadero poder no está en las seguridades
humanas, sino en la confianza radical en la providencia divina. De hecho, el
milagro más grande no es expulsar demonios o curar cuerpos, sino proclamar y
vivir que el Reino de Dios está cerca, que la salvación es don gratuito, no
conquista personal.
Nosotros, discípulos del Señor, también somos
enviados. Y en este Año Jubilar el Papa nos recuerda que somos Peregrinos de
la Esperanza. Como los Doce, no nos apoyamos en recursos materiales ni en
la fuerza de nuestras propias capacidades, sino en la certeza de que el Señor
camina con nosotros. Es esa fe la que sostiene a tantas familias que, aun en
medio de la enfermedad, proclaman: “Dios no me abandona, Él me sostiene”.
2.
Intercesión humana y divina: la misión de la Iglesia ante los enfermos
Un aspecto esencial de este pasaje evangélico es el poder de sanar que Jesús
comparte con sus apóstoles. Y la Iglesia, desde sus orígenes, ha mantenido ese
ministerio de consuelo y sanación a través de los sacramentos: la Unción de los
Enfermos, la Eucaristía como alimento de vida eterna, la Reconciliación que
renueva el corazón.
Hoy, más que nunca, la humanidad herida necesita
experimentar que la Iglesia sigue siendo signo de misericordia. Pensemos en
nuestros hospitales, en quienes cuidan con amor a los enfermos, en las familias
que sostienen con paciencia y ternura a sus seres queridos debilitados. Todo
eso es misión, es anuncio del Reino, es prolongación de los gestos de Jesús.
La intercesión no es una huida del dolor, sino un
cargarlo juntos y presentarlo ante Dios. Así como Esdras levantó sus manos en
súplica, así como los apóstoles caminaron sin seguridades materiales, también
nosotros estamos llamados a ser instrumentos de sanación espiritual y corporal
para quienes sufren.
3.
Un camino jubilar de esperanza
El Jubileo que estamos viviendo no es solo celebración, es sobre todo misión.
Jesús nos envía de nuevo, como a los Doce, para anunciar la esperanza en medio
de la oscuridad. La misión de la Iglesia no es un añadido, es su identidad más
profunda. Y hoy, nuestra misión prioritaria es acercarnos a los enfermos, no
como portadores de respuestas fáciles, sino como signos de la presencia
compasiva de Dios.
Pidamos al Señor que cada visita a un enfermo, cada
palabra de consuelo, cada oración compartida sea un anuncio concreto de que el
Reino de Dios está cerca.
4.
Conclusión
Queridos hermanos, la Palabra de Dios hoy nos enseña tres cosas esenciales:
- Que
la intercesión solidaria abre siempre la puerta a la misericordia.
- Que
la misión no se apoya en recursos humanos, sino en la confianza en Dios.
- Que
el servicio a los enfermos es lugar privilegiado donde el Reino se hace
presente.
Que este Año Jubilar renueve en nosotros el ardor
misionero y nos convierta en verdaderos peregrinos de esperanza, capaces de
llevar la luz de Cristo a quienes sufren.
Oración final (inspirada en la
colecta propuesta)
Señor
Dios nuestro,
tu misericordia alcanza a todos y cada uno de nosotros.
Haz que tu Iglesia, pobre en medios pero rica en fe,
salga con humildad a anunciar tu Reino.
Que nuestro servicio a los enfermos y a los débiles
sea signo de tu consuelo y de tu amor sanador.
Que el ejemplo de san Vicente de Paúl
nos impulse a vivir con ternura y compasión.
Y que en este Año Jubilar,
seamos verdaderos peregrinos de esperanza,
portadores de vida y de paz.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
2
1. Introducción: la dinámica del
“ida y vuelta”
Queridos hermanos y hermanas, el Evangelio de hoy
nos muestra con claridad la esencia de la vida cristiana: somos un pueblo que
vive en un permanente movimiento de ida y vuelta, de ser reunidos por
Jesús para después ser enviados por Él.
El Señor nos convoca para hacer comunidad, para escuchar juntos su Palabra,
para fortalecer nuestra fe; pero al mismo tiempo nos envía a anunciar lo que
hemos recibido, a compartir lo que hemos visto y oído, a no guardarnos para
nosotros mismos el tesoro del Evangelio.
2. Reunidos: comunidad que
sostiene y sana
La primera parte de esta dinámica es el ser reunidos.
El Evangelio señala que Jesús reúne a los Doce para darles poder y autoridad,
para compartir con ellos su misión. También nosotros necesitamos de esos
momentos en los que nos encontramos en comunidad: la Eucaristía, la oración
común, la escucha de la Palabra, el servicio compartido.
Un cristianismo vivido en soledad se convierte en fragilidad, porque la fe
necesita la fuerza de la comunidad. Así como los enfermos encuentran en la
cercanía de su familia y de la Iglesia un alivio a su dolor, nosotros
necesitamos sentirnos acompañados para poder perseverar. Reunirnos no es un
simple hábito, es una gracia: es descubrir que juntos somos el Cuerpo de
Cristo.
3. Enviados: la misión que nace
del encuentro
El segundo movimiento es el ser enviados.
Jesús no permite que los discípulos se queden en la comodidad de un grupo
cerrado, ni que se refugien en un “cocoon” protector. La fe, cuando se
encierra, se marchita.
La misión es parte constitutiva de nuestra identidad. Anunciar lo que hemos
visto y oído –los milagros, el perdón, la cercanía de Dios– es nuestra tarea
permanente. Los apóstoles salieron a proclamar la Buena Noticia, llevando solo
lo esencial y confiando radicalmente en la providencia. Esa misma confianza es
la que hoy el Señor nos pide.
En este Año Jubilar, llamados a ser Peregrinos
de la Esperanza, recordamos que nuestra misión no puede ser asfixiada por
el miedo ni encerrada en un círculo de pocos: debemos llevar la esperanza al
mundo, especialmente a los enfermos, a los pobres, a quienes sienten que la vida
se les apaga.
4. Aplicación: misión sanadora y
jubilar
Hoy, la Iglesia está llamada a ser signo de
sanación. No sólo curando enfermedades físicas –aunque la oración por los
enfermos sigue siendo fundamental–, sino también sanando soledades, heridas
interiores, desesperanzas.
Cada visita a un enfermo, cada gesto de cercanía, cada palabra de consuelo es
un modo de prolongar la misión de los Doce: anunciar que el Reino de Dios está
cerca.
Ser reunidos y enviados es también aceptar que la fe
es dinámica, que no podemos detenernos. Nos reunimos para ser fortalecidos;
somos enviados para ser testigos. La verdadera evangelización no consiste en
discursos elaborados, sino en el testimonio de vida, en mostrar lo que hemos
visto y oído: la misericordia de Dios que actúa en medio de nosotros.
5. Conclusión
Queridos hermanos, la Palabra de hoy nos deja un
camino claro:
- Ser reunidos
en comunidad para orar, compartir y sostenernos mutuamente, especialmente
en la fragilidad de la enfermedad.
- Ser enviados
a anunciar y testimoniar las maravillas de Dios, confiando en su
providencia.
- Vivir
este movimiento de ida y vuelta como signo del Jubileo: peregrinos que
encuentran fuerza en la comunidad y que llevan esperanza al mundo.
Pidamos al Señor que nunca nos acostumbremos a una
fe cómoda, encerrada, sino que vivamos siempre en salida, llevando a los
enfermos, a los pobres y a los olvidados el anuncio de que el Reino de Dios
está cerca.
Oración final
Señor
Jesús,
tú que nos reúnes en tu amor
y nos envías a anunciar tu Reino,
haz que tu Iglesia viva siempre en este dinamismo de ida y vuelta:
alimentada en la comunidad y en los sacramentos,
y enviada con fe y confianza a ser signo de esperanza.
Te confiamos hoy a los enfermos:
dales fortaleza en el dolor, compañía en la soledad,
y esperanza en medio de la prueba.
Que este Año Jubilar nos convierta en verdaderos peregrinos de tu amor,
capaces de dar testimonio de las maravillas que hemos visto y oído.
Amén.
3
Enviados
con poder, sin bastón ni alforja
1. Introducción: Un envío que
sorprende
El Evangelio de san Lucas nos presenta hoy la
primera gran “misión” de los Doce. Jesús los reúne, les da poder y autoridad
sobre los demonios y sobre las enfermedades, y los envía a anunciar el Reino de
Dios. El encargo es solemne, pero sus instrucciones son desconcertantes: “No
lleven nada para el camino”. No bastón, ni bolsa, ni pan, ni dinero. Solo
la confianza.
Es una pedagogía profunda: la misión no se sustenta
en medios humanos, sino en la fuerza de Dios que acompaña a sus enviados.
2. Primera lectura (Esd 9,5-9):
El respiro de la misericordia
Esdras se postra en oración y confiesa los pecados
del pueblo. Reconoce la justicia del castigo, pero al mismo tiempo proclama la
fidelidad de Dios: “Dios nos ha concedido un respiro, nos ha dejado un
resto, nos ha dado un lugar en su santuario”.
Esta actitud es clave para nosotros: interceder por el pueblo y pedir ese
“respiro” de la gracia. Para quienes viven la enfermedad —en carne propia o
acompañando a un ser querido— esta palabra es luz: aunque la debilidad pese,
Dios nos concede alivio, descanso y fortaleza en medio de la prueba.
3. Salmo/Cántico (Tb 13):
Bendecir aun en la prueba
El cántico de Tobías nos hace proclamar: “Bendito
sea Dios que vive por los siglos”. Él hiere y cura, derriba y levanta, para
que volvamos a Él con todo el corazón.
Es una invitación a los enfermos a no perder la confianza: Dios no se complace
en el dolor, sino que lo transforma en ocasión de bendición. Y es un llamado a
la comunidad a vivir la solidaridad activa: bendecimos a Dios cuando
cuidamos al hermano frágil.
4. Evangelio (Lc 9,1-6):
Autoridad, pobreza y misión
Jesús entrega a los apóstoles una triple tarea:
- Expulsar
demonios: es
decir, enfrentar las fuerzas del mal que oprimen la vida. Hoy esos
“demonios” se expresan en tantas adicciones y esclavitudes que Fr. Tony
nos recordaba: alcohol, drogas, consumismo, pornografía, egoísmo. La
misión de la Iglesia es acompañar procesos de liberación, con paciencia y
firmeza.
- Curar
enfermedades: la
Iglesia siempre ha sido hospital de campaña, lugar de consuelo y de
alivio. La misión incluye el cuidado de los cuerpos y de las almas, la
atención a los enfermos, la oración por ellos y la certeza de que Cristo
está cerca.
- Proclamar
el Reino:
todo lo anterior no se queda en lo social o terapéutico: apunta a algo más
grande, a anunciar que Dios reina, que su amor es la noticia que cambia la
vida.
Y para que quede claro que no es un proyecto
humano, Jesús añade la condición: “No lleven nada para el camino”. La
misión nace de la gratuidad y se sostiene en la providencia. Así se evita la
tentación de manipular el anuncio para obtener prestigio, poder o dinero.
5. Aplicación jubilar: Peregrinos
de la esperanza
El Papa nos invita en este Año Jubilar a ser peregrinos
de esperanza. Hoy el Evangelio nos muestra cómo:
- Confiando en la providencia: caminar
ligeros, sin seguridades falsas.
- Sanando a los enfermos, física y
espiritualmente, con gestos concretos de cercanía.
- Liberando de demonios modernos,
desenmascarando las mentiras del mal con la luz de la verdad.
- Proclamando con alegría el Reino, no
con discursos vacíos, sino con la coherencia de una vida transparente.
6. Vida para los enfermos:
nuestra misión concreta
Hoy pedimos por los enfermos. Ellos son los
primeros destinatarios de esta misión. El Señor les dice: “Yo te envío
consuelo, te doy poder contra la desesperanza, pongo a tu lado una comunidad
que ora contigo y te sostiene”.
Y a nosotros nos recuerda: cada visita a un hospital, cada llamada a un
enfermo, cada oración por ellos, es un modo concreto de vivir el envío del
Evangelio.
7. Conclusión
La Palabra de hoy nos deja tres certezas:
1. Dios concede respiro en la debilidad (Esdras).
2. Es bueno bendecirlo siempre, porque Él cura y levanta
(Tobías).
3. Jesús nos envía a liberar, sanar y anunciar con
confianza radical (Lucas).
Que este Jubileo nos haga vivir como Iglesia
misionera, pobre en medios, pero rica en fe y esperanza, especialmente junto a los
enfermos y los que sufren.
Oración final
Señor
Jesús,
tú que diste a los Doce poder sobre el mal y capacidad de sanar,
renueva también hoy tu Iglesia.
Haznos instrumentos de tu paz,
luz en medio de las tinieblas,
consuelo para los enfermos,
y anuncio vivo de tu Reino.
En este Año Jubilar,
que caminemos ligeros, confiados solo en Ti,
y que cada enfermo sienta tu presencia cercana
por medio de nuestras palabras y gestos de amor.
Amén.
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