lunes, 31 de marzo de 2025

Primero de abril del 2025: martes de la cuarta semana de Cuaresma


¡Sumerjámonos en la vida ¡

(Juan 5:1-16) En Betzatá, nos encontramos entre la multitud de los enfermos, esperando la curación.

“¿Quieres ser sanado?” ¿Acaso no podríamos desearlo? ¿Pero podemos hacerlo solos?

Dejemos que la pregunta de Jesús resuene en nosotros y digámosle nuestro deseo. Sin dudarlo, ¡sumerjámonos en él! «Levántate, anda."

Es la vida la que llama, más fuerte que el yugo de una ley despiadada. Para Dios, siempre hay tiempo para levantarse.

Colette Hamza, Xavière


(Ezequiel 47, 1-9.12) Ezequiel me enseña hoy que la fe es una fuerza en perpetua renovación. Puede "contaminar" a otros y traerles vida. Pero para eso, tienes que aceptarla, dejarla fluir y compartirla. 


(Juan 5, 1-16) Las curaciones y los beneficios de Dios pueden mejorar mucho nuestra vida en la tierra, pero ellos son mucho más que simples dones puntuales: nos llaman a la conversión, para que entremos en la vida eterna.



Primera lectura

Lectura de la profecía de Ezequiel (47,1-9.12):

EN aquellos días, el ángel me hizo volver a la entrada del templo del Señor.
De debajo del umbral del templo corría agua hacia el este —el templo miraba al este—. El agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar.
Me hizo salir por el pórtico septentrional y me llevó por fuera hasta el pórtico exterior que mira al este. El agua corría por el lado derecho.
El hombre que llevaba el cordel en la mano salió hacia el este, midió quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta los tobillos. Midió otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta las rodillas. Midió todavía otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta la cintura. Midió otros quinientos metros: era ya un torrente que no se podía vadear, sino cruzar a nado.
Entonces me dijo:
«¿Has visto, hijo de hombre?»,
Después me condujo por la ribera del torrente.
Al volver vi en ambas riberas del torrente una gran arboleda. Me dijo:
«Estas aguas fluyen hacia la zona oriental, descienden hacia la estepa y desembocan en el mar de la Sal, Cuando hayan entrado en él, sus aguas serán saneadas. Todo ser viviente que se agita, allí donde desemboque la corriente, tendrá vida; y habrá peces en abundancia. Porque apenas estas aguas hayan llegado hasta allí, habrán saneado el mar y habrá vida allí donde llegue el torrente.
En ambas riberas del torrente crecerá toda clase de árboles frutales; no se marchitarán sus hojas ni se acabarán sus frutos; darán nuevos frutos cada mes, porque las aguas del torrente fluyen del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales».

Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 45,2-3.5-6.8-9

R/.
 El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob


V/. Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.
Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar. R/.

V/. Un río y sus canales alegran la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.
Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora. R/.

V/. El Señor del universo está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra. R/.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (5,1-16):

SE celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos.
Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice:
«¿Quieres quedar sano?».
El enfermo le contestó:
«Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado».
Jesús le dice:
«Levántate, toma tu camilla y echa a andar».
Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.
Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano:
«Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla».
Él les contestó:
«El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla y echa a andar”».
Ellos le preguntaron:
«¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?».
Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, a causa del gentío que había en aquel sitio, se había alejado.
Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice:
«Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor».
Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado.
Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.

Palabra del Señor



1

"El Río de la Gracia que Sana y Transforma"

 

Comentarios a las Lecturas

 

Ezequiel 47,1-9.12

El profeta Ezequiel nos presenta una imagen poderosa: un río de agua viva que brota del templo y transforma la tierra árida en un lugar fértil y lleno de vida. Este río es símbolo de la gracia de Dios, que sana, restaura y da vida en abundancia. Nos invita a confiar en el poder sanador del Señor, que puede renovar incluso lo que parece estéril o muerto en nuestras vidas.

Salmo 46(45),2-3.5-6.8-9

El salmista proclama la presencia de Dios como nuestro refugio y fortaleza. Aunque el mundo se tambalee, quienes confían en el Señor no serán conmovidos. Dios es nuestro auxilio constante, como un río que alegra la ciudad santa. Esta imagen se conecta con la primera lectura y nos anima a vivir con esperanza y confianza en el poder del Señor.

Juan 5,1-3a.5-16

En el Evangelio, Jesús sana a un hombre enfermo desde hace 38 años en la piscina de Betesda. Este pasaje nos muestra la compasión de Jesús, quien no espera que el hombre tenga fuerzas por sí mismo, sino que le da la sanación por pura gracia. Sin embargo, también hay un llamado a la conversión: "No peques más, no sea que te suceda algo peor". La sanación física es solo una parte de la restauración total que Dios quiere para nosotros.

 

Homilía

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Hoy la Palabra de Dios nos habla de transformación y sanación. La imagen del río en la visión de Ezequiel y la sanación del paralítico en el Evangelio nos recuerdan que Dios es la fuente de vida y restauración.

El profeta Ezequiel nos presenta un río que brota del templo y, a medida que avanza, crece y transforma todo a su paso. Las aguas de este río sanan lo que está enfermo y hacen florecer la vida en lugares áridos. Esta imagen representa la gracia de Dios, que tiene el poder de renovar incluso lo que parece muerto. Del mismo modo, Jesús, el verdadero Templo de Dios, trae esa agua viva a quienes lo necesitan.

El paralítico del Evangelio llevaba 38 años esperando una oportunidad de sanación en la piscina de Betesda, pero nunca lograba llegar a tiempo. Jesús se acerca a él y le hace una pregunta clave: "¿Quieres quedar sano?" No le pregunta si tiene fuerzas o si es digno, sino si quiere ser sanado. La misericordia de Dios no depende de nuestro esfuerzo, sino de nuestra apertura a su gracia.

Muchos de nosotros podemos sentirnos como este hombre: paralizados por nuestras debilidades, nuestras heridas del pasado o el peso del pecado. Pero Jesús nos ofrece hoy la misma oportunidad: levantarnos, caminar y vivir una vida nueva.

El Salmo de hoy nos recuerda que Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro auxilio en las tribulaciones. Nos dice que "un río alegra la ciudad de Dios". Ese río es el mismo del que habla Ezequiel, pero también es imagen del Espíritu Santo, que actúa en nosotros con su gracia. No estamos solos en nuestro camino de sanación y conversión. Dios camina con nosotros y nos fortalece en medio de nuestras pruebas.

Al mismo tiempo, Jesús le advierte al hombre sanado: "No peques más, no sea que te suceda algo peor." Esto nos recuerda que la sanación de Dios no es solo física, sino también espiritual. La verdadera vida nueva implica un cambio de corazón, una conversión genuina. No basta con recibir la gracia de Dios; debemos responder con fidelidad y compromiso, dejando atrás lo que nos aleja de Él.

En este tiempo de Cuaresma, preguntémonos: ¿Hay áreas de nuestra vida que necesitan la sanación de Dios? ¿Estamos dispuestos a confiar en su misericordia y dar pasos concretos hacia la conversión?

Hoy queremos ofrecer nuestra oración por nuestros familiares, amigos y benefactores. Que el Señor los bendiga, les conceda salud, paz y fortaleza en sus dificultades. Que su gracia sea para ellos como ese río de agua viva que todo lo transforma.

Que la Virgen María, Madre de la Misericordia, nos ayude a acercarnos a su Hijo con confianza y a vivir cada día en su amor.

Amén.

 

 2

Paciente resistencia


(Salmo 45) Todos los que trabajan para promover la paz en el mundo pueden contar con Dios. Es una fuente de inspiración y fuerza a la que siempre pueden recurrir.

Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice:
«¿Quieres quedar sano?».

Juan 5: 5–6

 

 

Solo aquellos que han estado lisiados durante muchos años pueden comprender lo que este hombre soportó en la vida. Estuvo lisiado y no pudo caminar durante treinta y ocho años. Se creía que la piscina junto a la que estaba acostado tenía el poder de curar. Por lo tanto, muchos que estaban enfermos y lisiados se sentaban junto al estanque y trataban de ser los primeros en entrar cuando se agitaban las aguas. De vez en cuando, se decía que alguna persona había recibido curación.

 

Jesús ve a este hombre y percibe claramente su deseo de sanar después de tantos años. Lo más probable es que su deseo de curarse fuera el deseo dominante en su vida. Sin la capacidad de caminar, no podría trabajar y mantenerse por sí mismo. Habría tenido que depender de la mendicidad y la generosidad de los demás. Pensar en este hombre, sus sufrimientos y sus continuos intentos de curarse en este estanque debería mover cualquier corazón a la compasión. Y dado que el corazón de Jesús estaba lleno de compasión, se sintió impulsado a ofrecer a este hombre no solo la curación que tanto deseaba, sino mucho más.

 

Una virtud en el corazón de este hombre que habría movido especialmente a Jesús a la compasión es la virtud de la paciencia. Esta virtud es la capacidad de tener esperanza en medio de una prueba prolongada y en curso. También se le conoce como "longanimidad"… Por lo general, cuando uno se enfrenta a una dificultad, la reacción inmediata es buscar una salida. A medida que pasa el tiempo y esa dificultad no desaparece, es fácil caer en el desánimo e incluso en la desesperación. La perseverancia paciente es la cura para esta tentación. Cuando uno puede soportar con paciencia todo lo que sufre en la vida, hay una fuerza espiritual dentro de nosotros que beneficia de muchas maneras. Otros pequeños desafíos se soportan más fácilmente. La esperanza nace dentro de uno en un grado poderoso. Incluso la alegría viene con esta virtud a pesar de la lucha en curso.

 

Cuando Jesús vio esta virtud viva en este hombre, se sintió impulsado a extender la mano y sanarlo. Y la razón principal por la que Jesús sanó a este hombre no fue solo para ayudarlo físicamente, sino para que el hombre creyera en Él y lo siguiera.

 

Reflexione hoy sobre esta hermosa virtud de la paciencia. Lo ideal sería que las pruebas de la vida no se vieran de manera negativa, sino como una invitación a la perseverancia paciente. Reflexione sobre la forma en que soporta sus propias pruebas. ¿Es con paciencia, esperanza y alegría profundas y continuas? O es con ira, amargura y desesperación? Ore por el don de esta virtud y busque imitar a este hombre lisiado.


 

Mi Señor de toda esperanza, soportaste tanto en la vida y perseveraste a través de todo en perfecta obediencia a la voluntad del Padre. Dame fuerza en medio de las pruebas de la vida para que pueda crecer fuerte en la esperanza y el gozo que viene con esa fuerza. Que me aleje del pecado y me vuelva a ti con total confianza. Jesús, en Ti confío.

31 de marzo del 2025: lunes de la cuarta semana de Cuaresma


En una palabra

(Juan 4:43-54) Jesús dio señales en Caná de Samaria. Pero ¿necesitamos señales para creer?

De nuevo, en Caná, al tercer día, una segunda señal, un anuncio pascual. ¡Con una palabra, con este hombre lloroso, como con tantos otros hoy, se devuelve la vida! Se trata de ponerse en camino, sin esperar, a pesar de todo, según la palabra del Viviente.

Que esta Palabra resuene hasta lo más profundo de nuestros abismos para hacernos subir de nuevo.

Colette Hamza, Xavière


(Isaías 65, 17-21) Cuando una mujer finalmente sostiene a su hijo recién nacido en sus brazos, ya no piensa en los dolores del parto. Toda alegría que tenga su origen en Dios, calienta los pliegues más íntimos del corazón. Derrite el hielo que lo paralizó: no se trata en absoluto del pasado.

 

(Salmo 29) Dios no nos promete un camino de fe sin dolor ni errores de nuestra parte; nos dice que si volvemos a él, siempre seremos acogidos y podremos conocer la alegría de la reconciliación.


Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (65,17-21):

ESTO dice el Señor:
«Mirad: voy a crear un nuevo cielo
y una nueva tierra:
de las cosas pasadas
ni habrá recuerdo ni vendrá pensamiento.
Regocijaos, alegraos por siempre
por lo que voy a crear:
yo creo a Jerusalén “alegría”,
y a su pueblo, “júbilo”.
Me alegraré por Jerusalén
y me regocijaré con mi pueblo,
ya no se oirá en ella ni llanto ni gemido;
ya no habrá allí niño
que dure pocos días,
ni adulto que no colme sus años,
pues será joven quien muera a los cien años,
y quien no los alcance se tendrá por maldito.
Construirán casas y las habitarán,
plantarán viñas y comerán los frutos».


Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 29,2.4.5-6.11-12a.13b


R/.
 Te ensalzaré, Señor, porque me has librado

V/. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R/.

V/. Tañed para el Señor, fieles suyos,
celebrad el recuerdo de su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo. R/.

V/. Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.
 R/.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (4,43-54):

EN aquel tiempo, salió Jesús de Samaría para Galilea. Jesús mismo había atestiguado:
«Un profeta no es estimado en su propia patria».
Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta.
Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino.
Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose.
Jesús le dijo:
«Si no veis signos y prodigios, no creéis».
El funcionario insiste:
«Señor, baja antes de que se muera mi niño».
Jesús le contesta:
«Anda, tu hijo vive».
El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron:
«Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre».
El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea.

Palabra del Señor

 

 

1


Renovación y Gratitud


En este lunes de la cuarta semana de Cuaresma, las lecturas nos invitan a reflexionar sobre la renovación y la fe. El profeta Isaías (65,17-21) nos presenta la promesa divina de "crear un cielo nuevo y una tierra nueva", un futuro donde el dolor y el llanto serán cosas del pasado, y la alegría y el gozo reinarán en Jerusalén. Esta visión nos anima a confiar en la capacidad transformadora de Dios, quien nos llama a participar en esta nueva creación a través de nuestra conversión y esperanza.

​Este pasaje de Isaías surge en un contexto donde el pueblo de Israel, tras experimentar el exilio y el sufrimiento, recibe una visión esperanzadora del futuro. Dios, en su infinita misericordia, no solo promete restaurar lo que se había perdido, sino que va más allá, ofreciendo una realidad completamente nueva y transformada. Esta promesa nos recuerda que, aunque enfrentemos dificultades y desolación, el Señor tiene el poder de renovar nuestras vidas y nuestro entorno, invitándonos a participar activamente en esta transformación mediante nuestra fe y compromiso.​

El Salmo responsorial (Salmo 29,2 y 4.5-6.11-12a y 13b) es una respuesta de alabanza y gratitud a la acción salvadora de Dios. El salmista proclama: "Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí". Estas palabras reflejan una experiencia personal de liberación y sanación, reconociendo que es el Señor quien rescata del abismo y devuelve la vida. El salmo también nos enseña sobre la temporalidad del sufrimiento y la permanencia de la bondad divina: "Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría". Esta afirmación nos anima a mantener la esperanza incluso en los momentos más oscuros, confiando en que la luz y el gozo retornarán con la intervención de Dios

El Evangelio según san Juan (4,43-54) narra el encuentro entre Jesús y un funcionario real cuyo hijo estaba gravemente enfermo. A pesar de la aparente reprimenda de Jesús sobre la necesidad de signos para creer, el funcionario muestra una fe sincera y perseverante, suplicando por la vida de su hijo. Jesús, conmovido por esta fe, le dice: "Tu hijo vive". El hombre cree en la palabra de Jesús y, al regresar a su casa, confirma la sanación de su hijo en el momento exacto en que Jesús pronunció esas palabras. Este relato subraya la importancia de una fe que trasciende la necesidad de evidencias visibles y confía plenamente en la palabra del Señor.

La combinación de estas lecturas nos ofrece una poderosa lección sobre la capacidad de Dios para transformar nuestras realidades y sobre la importancia de responder con gratitud y alabanza. En tiempos de prueba, podemos aferrarnos a la promesa de una nueva creación, donde el dolor y el sufrimiento serán reemplazados por alegría y plenitud. Nuestra respuesta debe ser la de un corazón agradecido que reconoce las maravillas que el Señor ha hecho y sigue haciendo en nuestras vidas.​

En este tiempo de Cuaresma, se nos invita a reflexionar sobre las áreas de nuestra vida que necesitan ser renovadas. Así como Dios promete crear un mundo nuevo, también nos llama a una conversión personal, a dejar atrás lo que nos aparta de Él y abrazar la vida nueva que nos ofrece. Esta transformación interior debe manifestarse en nuestras acciones, irradiando la alegría y la esperanza que provienen de una relación renovada con Dios.​

Finalmente, elevamos nuestras oraciones por nuestros seres queridos, benefactores y feligreses difuntos, confiando en la misericordia infinita de Dios. Que Él, en su amor y bondad, les conceda el descanso eterno y la plenitud de vida en su presencia.

Que estas palabras nos inspiren a confiar plenamente en la promesa de Dios de renovación y a vivir con un espíritu de gratitud y alabanza, reconociendo su constante presencia y acción en nuestras vidas.


2

Fe en todas las cosas


Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose.
Jesús le dijo:
«Si no veis signos y prodigios, no creéis».

 

 Juan 4: 46–48

 

 

Jesús terminó sanando al hijo del oficial real. Y cuando el oficial real regresó y descubrió que su hijo había sanado, se nos dice que “creyó él con toda su familia”. Algunos llegaron a creer en Jesús solo después de que realizó milagros. 

 

Hay dos lecciones que debemos aprender de esto:

 

En primer lugar, el hecho de que Jesús realizó milagros es un testimonio de quién es Él. Es un Dios de abundante misericordia. Como Dios, Jesús podría haber esperado fe de aquellos a quienes benefició sin ofrecerles la “prueba” de señales y prodigios. Esto se debe a que la fe verdadera no se basa en evidencia externa, como ver milagros; más bien, la fe auténtica se basa en una revelación interior de Dios mediante la cual Él se comunica con nosotros y creemos. Por lo tanto, el hecho de que Jesús hizo señales y prodigios muestra cuán misericordioso es. Ofreció estos milagros no porque alguien los mereciera, sino simplemente por Su abundante generosidad para ayudar a despertar la fe en las vidas de aquellos a quienes les resultaba difícil creer a través del don interior de la fe.

 

Dicho esto, es importante entender (en segundo lugar) que debemos trabajar para desarrollar nuestra fe sin depender de señales externas. Imagínese, por ejemplo, si Jesús nunca hubiera realizado milagros. ¿Cuántos habrían llegado a creer en él? Quizás muy pocos. Pero habría algunos que llegaron a creer, y los que lo hicieron habrían tenido una fe que era excepcionalmente profunda y auténtica…

 

En cada una de nuestras vidas, es esencial que trabajemos para desarrollar nuestra fe, incluso si Dios no parece actuar de manera poderosa y evidente. De hecho, la forma más profunda de fe nace en nuestras vidas cuando elegimos amar a Dios y servirle, incluso cuando las cosas son muy difíciles. La fe en medio de las dificultades es signo de una fe muy auténtica.

 

Reflexione hoy sobre la profundidad de su propia fe. Cuando la vida es dura, ¿ama a Dios y le sirve de todos modos? ¿Incluso si no le quita las cruces que lleva? Busque tener una fe verdadera en todo momento y en toda circunstancia y se sorprenderá de lo real y sustentable que se vuelve su fe.

 

Jesús misericordioso, tu amor por nosotros está más allá de lo que jamás llegaremos a imaginar. Tu generosidad es realmente grandiosa. Ayúdame a creer en Ti y a abrazar Tu santa voluntad tanto en los días buenos como en los difíciles. Ayúdame, especialmente, a estar abierto al don de la fe, incluso cuando tu presencia y acción en mi vida parezcan silenciosas. Que esos momentos, querido Señor, sean momentos de verdadera transformación interior y gracia. Jesús, en Ti confío.

sábado, 29 de marzo de 2025

30 de marzo del 2025: cuarto domingo de cuaresma- año C

La alegría de volver

La Cuaresma es un tiempo de conversión y de alegría.

Este domingo celebramos la alegría de la conversión, tanto la del pecador que regresa a Dios como nuestra propia conversión cuando se trata de cambiar nuestra visión de Dios.

Jesús comparte con los pecadores y los fariseos se escandalizan. Quien come con ellos sólo puede ser cómplice del pecado y compartir su impureza.

Ante la acusación, Jesús no se justifica. Nos muestra el verdadero rostro del Padre. Y para ello narra una parábola de un padre admirable y dos hijos.

El hermano menor reclama su parte de la herencia. Quiere alejarse de su padre y llevar una vida propia. Anticipa su desaparición y se libera de su autoridad. Habiéndolo perdido todo, decide regresar a casa, sin saber que su padre lo espera para darle la ropa, el anillo de bodas y las sandalias para continuar su viaje. Se le devuelve su dignidad de hombre, pero más aún su dignidad de hijo. Dios no es un juez que castiga nuestras desviaciones sino un Padre amoroso que espera pacientemente nuestro regreso.

Al igual que los fariseos con respecto a Jesús, también el hijo mayor necesita cambiar su visión del padre. Él es el mayor obediente y fiel. Pero él demuestra ser incapaz de saborear su presencia y reconocer su amor por él. El padre todavía está obligado a salir a recibirlo. No son sus obras las que lo mantienen vivo, sino la ternura de su padre. Ojalá pueda él también entrar en la alegría de la salvación.

Somos sin duda los dos hijos de la parábola.

¿Cuál es nuestra alegría al leer este evangelio?


El Señor es quien me ama más de lo que yo he sido amado, ¿esto me ayuda a vivir mi fe de manera diferente? 

Vincent Leclercq, sacerdote asuncionista






PRIMERA LECTURA

LECTURA DEL LIBRO DE JOSUÉ
5, 9a.10-12

En aquellos días, el Señor dijo a Josué: -- Hoy os he despojado del oprobio de Egipto. Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron la pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó. El día siguiente a la pascua, ese mismo día, comieron el fruto de la tierra: panes ázimos y espigas fritas. Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná. Los israelitas ya no tuvieron maná, sino aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán. Palabra de Dios.


SALMO RESPONSORIAL

SALMO 33

R.- GUSTAD Y VED QUE BUENO ES EL SEÑOR

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegran. R.-

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R.-

Contempladlo y quedareis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor,
él lo escucha y lo salva de sus angustias. R.-


SEGUNDA LECTURA

LECTURA DE LA SEGUNDA CARTA DE SAN PABLO A LOS CORINTIOS
5, 17-21

Hermanos: El que es de Cristo es una criatura nueva: lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de la reconciliación. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado el mensaje de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio nuestro. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado, Dios lo hizo expiación por nuestros pecados, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios. Palabra de Dios.


ACLAMACIÓN
Lc 15, 18

Me pondré en camino adonde está mi padre y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”.



EVANGELIO LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS

15- 1-3.11-32

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos. -- Ese acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo esta parábola: -- Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna" El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces se dijo: "Cuantos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: "Padre he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros." Se puso en camino adonde estaba su padre: cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”: Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo, ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado." Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó que pasaba. Este le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud." El se indignó y se negaba a entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres le matas el ternero cebado." El padre le dijo: "Hijo, tu estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado."
Palabra del Señor




REFLEXIÓN CENTRAL

Homilía

INDULGENCIA


VER

Debido a la celebración del Jubileo “Peregrinos de esperanza”, muchas personas han preguntado cómo ‘ganar la indulgencia’.

Éste es un término que, durante siglos y hasta hace poco tiempo, ha sido mal explicado y comprendido.

En general se entiende como una especie de ‘perdón fácil’, una ‘transacción comercial’ mediante la cual una persona hace unas prácticas religiosas o entrega una cantidad de dinero a cambio de ‘librarse’ de las penas derivadas de los pecados cometidos.

JUZGAR

Pero este año jubilar nos enseña qué es realmente la indulgencia.

En primer lugar, no es ‘algo que se gana’, sino que es un don de Dios, como nos dice el Papa Francisco en la Bula de convocatoria del Jubileo: «La indulgencia permite descubrir cuán ilimitada es la misericordia de Dios. No sin razón en la antigüedad el término “misericordia” era intercambiable con el de “indulgencia”, precisamente porque pretende expresar la plenitud del perdón de Dios que no conoce límites».

Y hoy en el Evangelio hemos escuchado la mejor expresión de esa misericordia y perdón de Dios sin límites: la parábola del padre misericordioso, en la que sus personajes, por medio de lo que hacen y dicen, nos enseñan qué es verdaderamente la indulgencia.

El hijo menor, tras el desprecio hecho a su padre (“dame la parte que me toca de la fortuna”) y el estilo de vida que ha llevado (“derrochó su fortuna viviendo perdidamente”), acaba reconociendo su pecado, aunque sea de un modo interesado (“cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre”), pero eso es suficiente para ponerse en camino “adonde estaba su padre”.

La indulgencia requiere, por tanto, que nos reconozcamos realmente pecadores. Seguidamente, confiesa su pecado: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti…La indulgencia conlleva la confesión sacramental: «La Reconciliación sacramental representa un paso decisivo, esencial e irrenunciable para el camino de fe de cada uno» (Bula).

Esto a muchos les supone un obstáculo, pero, como escribió el arzobispo de Valencia en su Carta Pastoral con motivo del Jubileo:

«A quienes han abandonado la práctica de este sacramento les quiero invitar a volver a él, para redescubrir el gozo de la salvación; a quienes lo viven de una forma rutinaria los animo a profundizar en su significado, a acoger la gracia de Dios que nos ayuda a intensificar la amistad con Él y a avanzar en el camino de la santidad. Soy consciente de que la mediación eclesial en la recepción del perdón es para muchos una dificultad, cuando en realidad debería ser una ayuda para una auténtica reconciliación: la humildad para reconocer y confesar nuestras faltas ante un ministro de la Iglesia nos ayuda a vivir este encuentro con Dios no con miedo».

Porque en el sacramento de la Reconciliación, por medio del ministro ordenado, vivimos lo que hizo el padre de la parábola: “Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas… se le echó al cuello y lo cubrió de besos…”

«En la Reconciliación sacramental permitimos que el Señor destruya nuestros pecados, que sane nuestros corazones, que nos levante y nos abrace, que nos muestre su rostro tierno y compasivo» (Bula).

Pero, «como sabemos por experiencia personal, el pecado “deja huella”, lleva consigo unas consecuencias; no sólo exteriores, en cuanto consecuencias del mal cometido, sino también interiores. En nuestra humanidad débil y atraída por el mal, permanecen los “efectos residuales del pecado”. Éstos son removidos por la indulgencia». Tras la confesión de nuestros pecados, Dios también dice: “Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies…” 

Esto es la indulgencia: Dios nos devuelve a nuestra dignidad inicial, nos restituye como verdaderos hijos suyos, como si nunca nos hubiéramos alejado de Él. La indulgencia es el regalo, el don que Dios pone a nuestro alcance especialmente en este año jubilar, invitándonos a recorrer de forma consciente el proceso del hijo menor de la parábola, porque «un camino de conversión vivido en profundidad no puede limitarse a la celebración del sacramento de la Reconciliación; debe ser un camino de purificación que todos debemos recorrer». (Carta pastoral)

ACTUAR

¿Qué idea tengo sobre la indulgencia?

¿Me he propuesto ‘ganarla’ en este año Jubilar?

¿Las prácticas externas (oración, confesión sacramental, peregrinación, comunión de bienes…) me ayudan vivir la indulgencia como un don de Dios y una experiencia de su amor misericordioso?

Decía la 2ª lectura: “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”.

«Las prácticas para vivir la indulgencia del año jubilar expresan la aspiración de que, no sólo nuestras obras, sino también nuestros deseos y nuestras intenciones broten de un corazón que quiere estar en la presencia del Señor en justicia y santidad. La indulgencia jubilar, expresión de la sobreabundancia del perdón y de la misericordia de Dios, es también el signo de que la gracia de Dios, además de perdonarnos, tiene poder para transformarnos interiormente» (Carta), como ocurrió con el hijo menor.


2

De tal padre tal hijo (a)…De tal palo tal astilla




Pensándolo bien, hay un poco de estos dos hermanos en cada uno de nosotros. A veces somos como el hijo menor. Buscamos construir nuestras vidas sin Dios. Nos aventuramos insensatamente en la autosuficiencia y negamos su existencia basados en las opiniones infundadas y los intereses ateos de otros, entre otras cosas, por ejemplo, nos dejamos arrastrar por la corriente manipuladora de los medios de comunicación…si, negamos con rapidez y negligencia el misterio del totalmente OTRO y nos entregamos irresponsablemente al ateísmo (negando a Dios)  sin profundizar en la propia fe, sin pedir a nuestros padres las razones de su creencia y sin adentrarnos siquiera un poco en nuestra ciencia teológica.

Pero cuando llega una crisis o afrontamos una dificultad, nos volvemos hacia Dios y esperamos que Él arregle todos nuestros problemas. Y entonces nos mostramos dispuestos a muchas conversiones de estómago, siempre y cuando Dios nos provea y nos de todo lo que deseamos.

En otras ocasiones nos parecemos al hijo mayor. Vemos a Dios como un amo o capataz exigente, alguien ante quien no tenemos otra elección que servir, mismo si deseamos hacer otra cosa; vemos a Dios como alguien que nos debe algo puesto que hacemos lo que Él nos manda. Y, sobre todo, nos parecemos al hijo mayor cuando se nos dificulta amar a los hermanos y hermanos (semejantes) que nos rodean.

Por fortuna, la Buena Noticia de este domingo no se encuentra del lado de los hijos. La Buena Noticia de este domingo la encontramos del lado del padre. Ante todo, él acepta dejar partir a su hijo menor con su herencia. Sin cesar, él mira constantemente hacia el horizonte con la esperanza de que volverá. Cuando a lo lejos lo ve volver, corre hacia él, se lanza entre sus brazos y lo cubre de besos. Él no le hace ningún reproche, pero a través de gestos concretos a su hijo más joven le restablece en su dignidad de hijo. Como dicen los mexicanos: ¡qué padre este hombre con corazón de madre!

Cuando Jesús nos cuenta la parábola del hijo prodigo, nos revela los verdaderos rasgos de Dios, nuestro Padre. Él nos dice de nuevo que Padre tan amoroso y amante tenemos. También, Jesús nos revela el deseo ardiente de nuestro Padre de devolvernos nuestra dignidad de hijos de Dios, su deseo de reconciliarnos con Él, su deseo de reconciliarnos los unos con los otros.

¿Cuál es nuestra reacción ante los hijos, la esposa, el marido, que nos dejan? ¿Ante la ingratitud o las calumnias que nos afectan, y mucho más cuando vienen de nuestros parientes y cercanos? ¿Cólera? ¿Venganza? ¿Palabras que matan? “Ojo por ojo, diente por diente “, “él está muerto, ella está muerta para mí. “Tú no eres más mi hija (o), mi padre, mi madre”.

¿Quieren conocer ustedes la alegría plena, la felicidad completa? Aprendan a parecerse o a asemejarse al Padre, a dar y a perdonar…que se pueda decir de nosotros: “De tal padre tal hijo (a)”, “Hijo de tigre sale pintado” …

Pero la parábola de Jesús termina sin que sepamos si el hijo mayor se reconciliará con su hermano. No sabemos tampoco si los dos hermanos reconocerán, en fin, se darán cuenta del padre extraordinario que tienen.

Nos corresponde a nosotros escribir el fin de la parábola en lo cotidiano de nuestras vidas.



REFLEXION 3

La comida de Jesús con pecadores es una expresión evidente de que no vino “a llamar a los justos sino a los pecadores” (5,32); es su costumbre contraria a la religiosidad “tradicional” la que está en cuestión; Jesús quiere cambiar el rostro de Dios como se ha dicho más de una vez, quiere reemplazar el Dios de la pureza por el Dios de la misericordia, sus comidas reflejan ese Dios que Jesús propone, uno que recibe a pecadores, a “todos”. Este marco de las comidas de Jesús que revela un nuevo rostro de Dios es el que el Señor quiere ahora mostrar en la parábola.

El Jesús que ama y prefiere a los pecadores, y come con ellos, no hace otra cosa que conocer la voluntad del Padre y realizarla concretamente, sus mesas compartidas y sus comidas nos hablan de Dios, ¡claramente! En el comportamiento de Jesús se manifiesta el comportamiento de Dios, Jesús mismo es parábola viviente de Dios: su acción es entonces una revelación. ¿Qué Dios, qué Iglesia, qué ser humano revelamos con nuestra vida? Con frecuencia, como hermanos mayores estamos tan orgullosos de no haber abandonado la casa del padre, que creemos saber más que Él mismo: “Dios es injusto”, para nuestras justicias; Dios es "de poco carácter" para nuestra inmensa sabiduría. Quizá, Dios ya esté viejo, para dedicarse a su tarea y debería jubilarse y dejarnos a nosotros...

Frente a tanta gente que rechaza la Iglesia ("creo en Dios, no en la Iglesia"), a veces decimos "pero Dios sí quiere la Iglesia", ¿no debemos preguntarnos constantemente qué Iglesia es la que Él quiere? ¿No debemos preguntarnos, en nuestras actitudes, qué Iglesia mostramos? Esta Iglesia, la que yo-nosotros mostramos, ¿es como Dios la quiere? Jesús, con su vida, y hasta con sus comidas, muestra el rostro verdadero de Dios, muestra la comunidad de mesa en la que él participa; hasta comiendo Él revela al verdadero Dios.

 Quizá debamos, de una buena vez, dejar nuestra actitud de hijo mayor, y ya que nos sale tan mal el papel de Dios, debamos asumir el papel de hijo menor; debemos volver a Dios para llenarlo de alegría, para participar de su fiesta; y, participando de su alegría empecemos a mostrar el rostro de la misericordia de este Dios de puertas abiertas.

La misma cena eucarística es expresión de la universalidad del amor de Dios: es comida para el perdón de los pecados. El Dios de la misericordia, no quiere excluir a nadie de su mesa; es más, quiere invitar especialmente a todos aquellos que son excluidos de las mesas de los hombres por su situación social, por su pobreza, por su sexo o por cualquier otro motivo; y va más allá, no ve con buenos ojos que crean participar de su cena quienes no esperan a sus hermanos excluidos de la mesa por ser pobres. El Dios que no hace distinción de personas, ama dilectamente a los menos amados. Sin embargo, muchas veces tomamos la actitud del hermano mayor. ¿Cuándo nos sentaremos en la mesa de los pobres, y abandonaremos nuestra tradicional postura soberbia y sectaria de "buenos cristianos"? ¿Cuándo nos decidiremos a participar de la fiesta de Dios reconociéndonos hermanos de los rechazados y despreciados? Jesús nos invita a su comida, una comida en la que mostramos -como en una parábola- cómo es el Dios, como es la fraternidad en la que creemos. Y nos mostraremos cómo somos hermanos, cómo somos hijos en la medida de participar de la alegría del padre y del reencuentro de los hermanos.   (Koinonia.org)

Lo primero que hay que hacer al escuchar esta parábola del Hijo Prodigo, es comparar la imagen que tenemos de Dios con la imagen que Jesús nos da de su Padre. El primer objetivo de la parábola es enseñarnos, en efecto, quién es Dios. 
Charles Peguy, ese gran poeta francés escribía: “Si todos los ejemplares del evangelio debieran ser destruidos en el mundo, sería necesario que se guardara al menos una página, aquella que relata la parábola del Hijo Prodigo para comprender quién es Dios: ese padre que aguarda, que espera, abre sus brazos, perdona y organiza una gran fiesta por el regreso de su hijo”.


4

Buscando lo perdido


En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos. -- Ese acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo esta parábola

Lucas 15:1-3

¡Qué buena noticia! Nuestro Señor acoge a los pecadores y come con ellos. Por eso, ¡hay lugar en su mesa para ti!

A veces es difícil admitir que somos pecadores. Claro que en el fondo lo sabemos. Pero nuestro orgullo puede llevarnos fácilmente a justificar nuestro pecado, restarle importancia y concluir que, después de todo, no somos tan malos. Si piensas así, ten cuidado. Hacerlo te hará como los fariseos y escribas del pasaje anterior. Claramente, ellos no se consideraban pecadores, por eso condenaron a Jesús por recibir a pecadores y comer con ellos. 

El pasaje anterior proviene del comienzo del capítulo 15 del Evangelio de Lucas y sirve de introducción a tres parábolas posteriores.

Primero, nuestro Señor narra la parábola de la oveja perdida, luego la parábola de la moneda perdida y, finalmente, la parábola que se encuentra en el resto del pasaje del Evangelio de hoy, la parábola del hijo perdido.

En la primera parábola, el pastor que encuentra su oveja perdida se regocija.

En la segunda parábola, la mujer que encuentra su moneda perdida se regocija.

Y en la parábola que leemos hoy, el padre que encuentra a su hijo perdido se regocija y organiza una fiesta para celebrarlo.

Volvamos, de nuevo, al pasaje anterior que presenta estas tres parábolas: «Los publicanos y los pecadores se acercaban para escuchar a Jesús».

Una vez que se acercaron, Jesús les habló de la alegría de encontrar lo perdido.

Quizás, al hablar inicialmente de la oveja y la moneda perdidas, esto habría resonado en cierta medida con estos publicanos y pecadores. Pero entonces nuestro Señor les cuenta la larga y detallada historia de este muchacho que irrespeta a su padre, toma su herencia, la malgasta en una vida ilícita y termina sin nada. La historia expresa la confusión de este muchacho, su desesperación, su culpa y su vergüenza. Conocemos sus pensamientos, razonamientos, miedos y ansiedades.

Al reflexionar sobre esta parábola, procura comprender el efecto que tuvo en los publicanos y pecadores que se acercaron a nuestro Señor. Tenían hambre espiritual, igual que el hijo pródigo. Tenían un pasado lleno de arrepentimiento, igual que este joven. Estaban insatisfechos con la vida y buscaban una salida, igual que este hijo del padre amoroso. Por estas razones, aquellos publicanos y pecadores que se acercaron a Jesús quedaron fascinados por todo lo que Él les enseñó y también llenos de esperanza, al ver que ellos también podrían compartir la alegría que tan generosamente se concedió a este hijo descarriado.

Reflexiona hoy sobre la conmovedora imagen de estos publicanos y pecadores acercándose a Jesús. Aunque sintieran cierto temor y cautela, también albergaban esperanza.

Intenta comprender lo que debieron pensar y sentir al escuchar esta historia de la abundante misericordia del Padre.

Piensa en cómo se habrían sentido al descubrir que también había esperanza para ellos. Si tiendes a parecerte a los escribas y fariseos, rechaza esa tentación. En cambio, imagínate como uno de esos pecadores que se acercaron a nuestro Señor y serás motivo de alegría en el Corazón del Padre Celestial.

 

Señor amoroso y compasivo, publicanos y pecadores se sintieron atraídos hacia Ti. Encontraron en Ti a alguien que podía liberarlos de las cargas que llevaban dentro. Ayúdame a verme como una de esas almas humildes que necesitan de Ti y de Tu misericordia. Rechazo el orgullo que me lleva a la autojustificación y te pido humildad para poder acercarme a Ti y alegrar el Corazón del Padre Celestial. Jesús, confío en Ti.




OBJETIVO DE VIDA PARA LA SEMANA

1.     Verifico mi confianza en la misericordia de Dios: ¿estoy convencido que Dios me acoge y me perdona en todo lo que yo soy?

2.     Realizo gestos concretos que favorezcan la reconciliación: vivir el sacramento de la penitencia y de la reconciliación, volver a comunicarme o fortalecer los lazos con alguien de quien me había alejado, visitar una persona sola o marginada, colaborar con un organismo humanitario, etc.




ORACIÓNMEDITACIÓN

Hijo pródigo, hijo mayor,
Hija prodiga, hija fiel,
Padre inflexible y severo, padre alcahuete y bonachón,
¿Madre ingenua, madre vigilante?
Yo no sé quién o qué soy
Y me niego mismo a saberlo.
Yo querré justo y todo simplemente
Acoger la revelación del amor del Padre
Que Tú me develas (o descubres) en esta parábola, Señor.
Mis errores no acaban,
Por momentos hijo menor, a ratos hijo mayor,
Yo navego entre el perdón para mí
Y la severidad (exigencia) para el otro.
Permíteme hundirme simplemente en la alegría del Padre.

Amén.




REFERENCIAS:

https://www.prionseneglise.ca/


-       Pequeño misal “Prions en Église”, edición en francés, Quebec, 2013.

-        https://www.accioncatolicageneral.es/index.php/publicaciones/acompanantes/preparando-adultos



17 de julio del 2025: jueves de la decimoquinta semana del tiempo ordinario- año I

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