Testigos de la fe:
Santas Perpetua y Felicidad
Ambas eran catecúmenas cuando
fueron arrestadas.
Perpetua, de 22 años, era
madre de un niño muy pequeño.
Felicidad estaba embarazada y
dio a luz a una niña en prisión tres días antes de su martirio: la niña fue
adoptada por un cristiano del pueblo.
El 7 de marzo de 203, las dos
jóvenes fueron entregadas a las bestias en el anfiteatro de Cartago.
Sus nombres aparecen en la primera plegaria eucarística del rito romano.
Salir de la rutina
(Isaías 58, 1-9a) El
ayuno nos hace pensar espontáneamente en los pequeños placeres de la mesa de
los que podríamos privarnos. ¡Un esfuerzo que es bueno para nuestra salud y
nuestra cintura! Por boca del profeta Isaías, Dios nos saca de nuestra rutina.
Un compromiso concreto por la
justicia, el compartir cotidiano, éste es el ayuno que le agrada. La
oportunidad perfecta para encontrarnos con el Señor en la piel del más
desfavorecido. ¡Un compromiso mucho más serio que un cuadrito de chocolate!
Benedicta de la Cruz, cisterciense
(Isaías 58, 1-9a) El ayuno
descrito por Isaías no parece penitencia, sino renacimiento. Nos libera de
nuestro encierro, de nuestro retraimiento en nosotros mismos. Él es una fuente
de alegría.
Primera lectura
Lectura del libro de lsaías (58,1-9a):
ESTO dice el Señor Dios:
«Grita a pleno pulmón, no te contengas;
alza la voz como una trompeta,
denuncia a mi pueblo sus delitos,
a la casa de Jacob sus pecados.
Consultan mi oráculo a diario,
desean conocer mi voluntad.
Como si fuera un pueblo que practica la justicia
y no descuida el mandato de su Dios,
me piden sentencias justas,
quieren acercarse a Dios.
“¿Para qué ayunar, si no haces caso;
mortificarnos, si no te enteras?”
En realidad, el día de ayuno hacéis vuestros negocios
y apremiáis a vuestros servidores;
ayunáis para querellas y litigios,
y herís con furibundos puñetazos.
No ayunéis de este modo,
si queréis que se oiga vuestra voz en el cielo.
¿Es ese el ayuno que deseo en el día de la penitencia:
inclinar la cabeza como un junco,
acostarse sobre saco y ceniza?
¿A eso llamáis ayuno,
día agradable al Señor?
Este es el ayuno que yo quiero:
soltar las cadenas injustas,
desatar las correas del yugo,
liberar a los oprimidos,
quebrar todos los yugos,
partir tu pan con el hambriento,
hospedar a los pobres sin techo,
cubrir a quien ves desnudo
y no desentenderte de los tuyos.
Entonces surgirá tu luz como la aurora,
enseguida se curarán tus heridas,
ante ti marchará la justicia,
detrás de ti la gloria del Señor.
Entonces clamarás al Señor y te responderá;
pedirás ayuda y te dirá: “Aquí estoy”».
Palabra de Dios
Salmo
Sal 50,3-4.5-6a.18-19
R/. Un corazón quebrantado y humillado,
tú, Dios mío, no lo desprecias
V/. Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.
V/. Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti sólo pequé,
cometí la maldad en tu presencia. R/.
V/. Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
El sacrificio agradable a Dios
es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú, oh, Dios, tú no lo desprecias. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,14-15):
EN aquel tiempo, os discípulos de Juan se le acercan a Jesús, preguntándole:
«¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus
discípulos no ayunan?».
Jesús les dijo:
«¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con
ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán».
Palabra del Señor
1
Las lecturas de este viernes
después de Ceniza nos invitan a reflexionar sobre el verdadero sentido del
ayuno y la penitencia.
La primera lectura nos
recuerda que el ayuno no debe ser un acto vacío o meramente externo. Dios nos
pide algo más profundo: justicia, caridad y misericordia con los más
necesitados. No basta con privarse de comida si seguimos siendo indiferentes al
sufrimiento ajeno.
El Salmo 50, una de las
oraciones más bellas de arrepentimiento, nos ayuda a reconocer nuestra
fragilidad y a pedirle a Dios que nos transforme interiormente. Es el corazón
contrito y humillado lo que agrada al Señor.
En el Evangelio, Jesús habla
del ayuno en un contexto nupcial. Sus discípulos no ayunaban mientras Él estaba
con ellos, pero cuando llegara su Pasión, entonces el ayuno sería un signo de
su amor y sacrificio. Esto nos recuerda que toda penitencia tiene sentido solo
si nos acerca a Dios y nos une a su Cruz.
Homilía: La penitencia y el
testimonio de las santas Perpetua y Felicidad
Queridos hermanos, en este
camino cuaresmal, el Señor nos invita a vivir la penitencia no como una carga,
sino como un camino de amor y transformación.
Hoy, además, recordamos a dos
grandes mujeres que nos enseñan el verdadero sentido del sacrificio y la
entrega total a Dios: santas Perpetua y Felicidad, mártires del siglo III.
Perpetua, una joven madre de
noble familia, y Felicidad, su esclava y compañera en la fe, fueron
encarceladas por negarse a renunciar a Cristo. A pesar de la insistencia de su
familia y el dolor de dejar a sus hijos, ellas abrazaron su martirio con
valentía. Mientras esperaban su ejecución en la arena, se fortalecían mutuamente
en la oración, sabiendo que su sufrimiento no era en vano.
Su testimonio nos recuerda que
la verdadera penitencia es la que nos lleva a una entrega total a Dios. No se
trata solo de abstenernos de algo, sino de configurar nuestra vida con Cristo,
abrazando nuestra cruz con amor.
Unir el sufrimiento a la Cruz
de Cristo
Así como Perpetua y Felicidad
encontraron en su sufrimiento una participación en la Pasión del Señor, también
nosotros estamos llamados a unir nuestras pruebas a su Cruz.
Hoy oramos especialmente por
los enfermos, por quienes sufren en el cuerpo o en el alma. Muchos enfrentan
enfermedades, dolores físicos, angustias emocionales, persecuciones o
dificultades. En su sufrimiento, pueden encontrar a Cristo, quien no nos deja
solos en nuestras penas, sino que nos acompaña y transforma nuestro dolor en
fuente de redención.
Jesús nos enseña que el
verdadero ayuno es el que nos hace más solidarios y compasivos. No sirve
abstenerse de comida si no somos capaces de consolar al que sufre. No basta con
sacrificarnos si no ofrecemos nuestro sacrificio con amor.
Que en esta Cuaresma
aprendamos de las santas Perpetua y Felicidad a vivir nuestra fe con valentía.
Que nuestra penitencia no sea solo renuncia, sino entrega generosa. Y que
quienes sufren encuentren en Cristo la fortaleza para seguir adelante, sabiendo
que su dolor, unido a la Cruz, tiene un valor eterno.
Amén.
Un día para el ayuno y la abstinencia
6 viernes de Cuaresma… ¿está
preparado para ellos? Cada viernes de Cuaresma es un día de abstinencia de
carne. Así que asegúrese de abrazar este pequeño sacrificio hoy en unión
con toda nuestra Iglesia. ¡Qué bendición es ofrecer sacrificio como
Iglesia entera!
Los viernes de Cuaresma (y, de
hecho, durante todo el año) son también días en los que la Iglesia nos pide que
hagamos alguna forma de penitencia. La abstinencia de carne ciertamente
entra en esa categoría, a menos que no le guste la carne y le guste el
pescado. Lo más importante que hay que entender sobre los viernes de
Cuaresma es que deben ser un día de sacrificio. Jesús ofreció el último
sacrificio un viernes y soportó el dolor más insoportable para la expiación de
nuestros pecados.
No debemos vacilar en ofrecer
nuestro propio sacrificio y esforzarnos por unir espiritualmente ese sacrificio
al de Cristo. ¿Por qué haríamos eso?
En el corazón de la respuesta
a esa pregunta hay una comprensión básica de la redención del pecado. Es
importante entender la enseñanza única y profunda de nuestra Iglesia Católica
sobre esto. Como católicos, compartimos una creencia común con otros
cristianos de todo el mundo de que Jesús es el único Salvador del
mundo. El único camino al Cielo es a través de la redención ganada por Su
Cruz. En cierto sentido, Jesús “pagó el precio” de la muerte por nuestros
pecados. Asumió nuestro castigo.
Pero dicho esto, debemos
comprender nuestro papel y responsabilidad al recibir este regalo
invaluable. No es simplemente un regalo que Dios ofrece diciendo: "Está
bien, pagué el precio, ahora están completamente libres". No, creemos
que Él dice algo más como esto: “He abierto la puerta a la salvación a
través de mi sufrimiento y muerte. Ahora los invito a entrar por esa
puerta conmigo y unir sus propios sufrimientos a los míos para que mis sufrimientos,
unidos a los suyos, los lleven a la salvación y la libertad del pecado”. Entonces,
en cierto sentido, no estamos "fuera del encargo y sacrificio de
Cristo""; más bien, ahora tenemos un camino hacia la libertad y
la salvación al unir nuestras vidas, sufrimientos y pecados a la Cruz de
Cristo. Como católicos, entendemos que la salvación tuvo un precio y que
el precio no fue solo la muerte de Jesús, sino también nuestra participación
voluntaria en Su sufrimiento y muerte.
Los viernes de Cuaresma son
días en los que estamos especialmente invitados a unirnos, voluntaria y
libremente, al Sacrificio de Jesús. Su Sacrificio requirió de Él gran
desinterés y abnegación. Los pequeños actos de ayuno, abstinencia y otras
formas de abnegación que escojamos disponen nuestra voluntad a ser más
conformes a la de Cristo para poder unirnos más plenamente a Él, recibiendo la
gracia de la salvación.
Reflexione hoy sobre los
pequeños sacrificios que usted está llamado a hacer en esta Cuaresma,
especialmente los viernes de Cuaresma. Tome la decisión de sacrificarse
hoy y descubrirá que es la mejor manera de entrar en una unión más profunda con
el Salvador del Mundo.
Señor sacrificado, hoy elijo
ser uno contigo en tu sufrimiento y muerte. Te ofrezco mi sufrimiento y mi
pecado. Por favor, perdona mi pecado y permite que mi sufrimiento,
especialmente el que resulta de mi pecado, sea transformado por Tu propio
sufrimiento para que pueda compartir el gozo de Tu Resurrección. Que los
pequeños sacrificios y actos de abnegación que te ofrezco se conviertan en
fuente de mi unión más profunda contigo. Jesús, en Ti confío.
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Santas
Perpetua y Felicidad, mártires
finales del siglo II–203
Patronos
de mujeres embarazadas, viudas y carniceros
Madres jóvenes se desangran en la arena mientras ojos paganos beben en el espectáculo
Hace muchos siglos, en las
tierras desérticas del norte de África ahora pobladas por decenas de millones
de seguidores del Islam, una vez hubo una próspera Iglesia
Católica. Diócesis, obispos, teólogos, santuarios, cementerios, escuelas,
monasterios, conventos y santos llenaron los pueblos que abrazan la costa sur
del mar Mediterráneo.
Este catolicismo
vibrante dio a luz y se inspiró en el testimonio de numerosos mártires. Se
conocen muchos de sus nombres, entre ellos los santos de hoy, Felicidad y
Perpetua. Pocos documentos en la historia de la Iglesia pueden igualar el
poder puro del relato en primera persona de un testigo del asesinato de
Perpetua y Felicidad. Es una narración apasionante llena de impresionantes
detalles dramáticos. El lector casi puede sentir la arena caliente de la
arena calentando sus pies, una suave brisa marina acariciando sus mejillas…
En vida, Perpetua, de
veintidós años, era casada, mujer noble y madre primeriza cuyo bebé aún estaba
amamantando. Su padre pagano le rogó a su hija favorita que renunciara a
su fe cristiana, pero fue en vano.
Felicidad era una
esclava y estaba embarazada cuando fue encarcelada. Ella dio a luz unos
días antes de su martirio. Su hijo sería criado por mujeres cristianas en
Cartago.
Perpetua, de su propia
mano, registró los acontecimientos que condujeron a su martirio, mientras que
un testigo de su muerte completó el texto más tarde.
Cuando fueron arrojadas
por primera vez a la arena, Perpetua y Felicidad fueron atacadas por una
novilla rabiosa, que fue elegida porque compartía el mismo sexo que sus
víctimas.
Las jóvenes resultaron
gravemente heridas por la vaca loca y luego se retiraron momentáneamente de la
arena hasta que trajeron a los gladiadores para concluir el espectáculo del
día. Los verdugos cumplieron con su deber rápidamente, aunque Perpetua
tuvo que guiar la espada del gladiador hacia su garganta después de que primero
golpeó dolorosamente un hueso en lugar de una vena. Como dice la narración,
"Quizás una mujer así... no podría morir a menos que ella misma lo hubiera
querido".
Perpetua y Felicidad
fueron encarceladas juntas, sufrieron juntas y murieron juntas en 203 d.C en
Cartago, África del Norte, junto con otros mártires nobles cuyos nombres se
conservan en el mismo relato.
La vívida descripción de
sus muertes fue tan conmovedora que se conservó fielmente a lo largo de los
siglos y nos ha llegado prácticamente intacta. Aparte de los propios
escritos del Nuevo Testamento, solo unos pocos documentos de la Iglesia
primitiva son anteriores a la narración de la pasión de Perpetua y
Felicidad.
¡Invita a una tentadora
reflexión sobre cuántos testimonios similares de primera mano de martirios
famosos de la Iglesia primitiva se han perdido! ¡Qué se hubiera podido
saber de los momentos finales de san Pablo, Cecilia, Ireneo y tantos apóstoles
y papas! Los relatos de Perpetua, Felicidad y Policarpo deben encender
nuestra imaginación para todo lo demás. La Iglesia en el norte de África
leyó con tanta frecuencia el relato de Perpetua y Felicidad en sus liturgias
públicas que San Agustín, un obispo del norte de África que vivió doscientos
años después de su martirio, tuvo que recordar a sus fieles que la
narración no estaba a la altura de la Escritura misma.
El hecho de que mujeres
y esclavas, ambas madres que amaban a sus hijos, estuvieran dispuestas a morir
antes que renunciar a su fe, es un testimonio del mensaje revolucionario de
Jesucristo.
El Hijo de Dios nos dio
una religión verdadera. Pero también nos dio una verdadera
antropología. Ha revelado al hombre sus verdaderos orígenes, su alta
dignidad y su propósito último. Jesús revela al hombre a sí mismo.
Entonces, cuando los
primeros cristianos, o incluso los cristianos de la actualidad, entienden que
están hechos a imagen y semejanza de Dios, y que Su Hijo murió por ellos y que
daría la vida por cualquier otra persona, entonces se proponen llegar mucho más
alto. Si a un cristiano se le dice que es basura, esclavo, viejo, preso o
extranjero, no debe inmutarse ante el insulto, porque bajo tales denigraciones
hay una identidad más profunda: “hijo de Dios”, “hecho en Dios”. imagen y
semejanza de Dios,” y “digno de la sangre del Cordero”. Estos son los
títulos de un ciudadano del Reino de Dios, cuya sombra cubre la tierra y
consuela a todos los que viven a su sombra.
Felicidad y Perpetua se
aferraron a su identidad cristiana frente al encarcelamiento, el ridículo, la
tortura y el dolor. La novedad de la fe, y la dignidad que ella impartía,
las fortaleció para aceptar la muerte en lugar de regresar al tosco paganismo. Que
nuestra fe hoy sea tan lúcida y convencida como la de estas santas mujeres.
Santas Perpetua y Felicidad,
su martirio fue un acto de valentía, que conmovió a los cristianos de su época
y nos sigue conmoviendo hoy. Den a todos los que invocan sus nombres,
valor, fortaleza y fe similares para vencer la timidez al dar testimonio de
Cristo en circunstancias difíciles.
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