13 de abril del 2025: Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor Ciclo C

 

Se levanta un velo

Los textos de la liturgia de este Domingo de Ramos y de la Pasión de Cristo Jesús abren el tiempo del cumplimiento del envío del Hijo por parte del Padre y del Espíritu para salvar a la humanidad.

Esta semana se presenta como un itinerario que llama a todos y cada uno a meditar en la ofrenda de Cristo Jesús, contemplando la anchura, la altura, la longitud y la profundidad del amor de Cristo.

La última cena de Jesús con sus discípulos es precisamente ese momento propicio de cada Eucaristía que nos abre al misterio del don radical del Señor para toda la humanidad: «¡He deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer!». La ofrenda incondicional de sí mismo a quienes lo traicionarán, lo negarán, lo abandonarán, es una revelación.

Un velo que se levanta sobre la inconmensurable misericordia de Dios. El Año Jubilar nos invita a ir al encuentro del Señor atravesando la Puerta Santa, símbolo del Señor mismo que es la Puerta, a acercarnos a él para salir al encuentro de nuestros hermanos y hermanas, a dar testimonio de una esperanza que, en un mundo tan convulso, exige una decisión de todos: creer en la infinita misericordia del Padre expresada por Cristo al Buen Ladrón: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso».

¿No es este amor inagotable lo que despierta el grito de admiración del centurión: «Este era verdaderamente un hombre justo»?

¿He escuchado la llamada a aceptar la misericordia del Señor
y a someterme a él?

¿Respondí?
¿Qué gestos puedo encontrar para mostrar amor a las personas heridas y frágiles que encuentro? 

Anne Da, Xavière

 

 


 

Primera lectura

Is 50,4-7

No escondí el rostro ante ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado
(Tercer cántico del Siervo del Señor)

Lectura del libro de Isaías

EL Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo;
para saber decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los discípulos.
El Señor Dios me abrió el oído;
yo no resistí ni me eché atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
las mejillas a los que mesaban mi barba;
no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.
El Señor Dios me ayuda,
por eso no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.


Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 22(21),8-9.17-18a.19-20. 23-24 (R. 2a)

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

V. Al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere».
 R.

V. 
Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos.
 R.

V. 
Se reparten mi ropa,
echan a suerte mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.
 R.

V. 
Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
«Los que temen al Señor, alábenlo;
linaje de Jacob, glorifíquenlo;
témanlo, linaje de Israel»
R.

 

Segunda lectura

Flp 2,6-11

Se humilló a si mismo; por eso Dios lo exaltó sobre todo

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los Filipenses

CRISTO Jesús, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios;
al contrario, se despojó de sí mismo
tomando la condición de esclavo,
hecho semejante a los hombres.
Y así, reconocido como hombre por su presencia,
se humilló a sí mismo,
hecho obediente hasta la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo
y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre;
de modo que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor,
para gloria de Dios Padre.

Palabra de Dios

 

Aclamación

V. Cristo se ha hecho por nosotros obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió en Nombre-sobre-todo-nombre.

 

Evangelio

Lc 23,1-49

Pasión de nuestro Señor Jesucristo

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas

Cronista:

EN aquel tiempo, los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas llevaron a Jesús a presencia de Pilato.

No encuentro ninguna culpa en este hombre

C.
 Y se pusieron a acusarlo diciendo:
S. «Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey».
C. Pilato le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».
C. Él le responde:
«Tú lo dices».
C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:
S. «No encuentro ninguna culpa en este hombre».
C. Pero ellos insistían con más fuerza, diciendo:
S. «Instiga al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí».
C. Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió.

Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio

C. 
Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante palabrería; pero él no le contestó nada. Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con insistencia. Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre sí.

Pilato entregó a Jesús a su voluntad

C. Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo:
S. «Me han traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de ustedes y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusan; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya ven que no ha hecho nada digno de muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Ellos vociferaron en masa:
S. «¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabás».
C. Este había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando:
S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!».
C. Por tercera vez les dijo:
S. «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío.
Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad.

Hijas de Jerusalén, no lloren por mí

C. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él.
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
«Hijas de Jerusalén, no lloren por mí, lloren por ustedes y por sus hijos, porque miren que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caigan sobre nosotros”, y a las colinas: “Cúbrannos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?».
C. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen

C. Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Jesús decía:
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
C. Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte.

Este es el rey de los judíos

C. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo:
S. «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
C. Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
S. «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
C. Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».

Hoy estarás conmigo en el paraíso

C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
S. «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
C. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
S. «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo».
C. Y decía:
S. «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
C. Jesús le dijo:
+ «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu

C. Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:
+ «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».
C. Y, dicho esto, expiró.

Todos se arrodillan, y se hace una pausa.

C. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo:
S. «Realmente, este hombre era justo».
C. Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho.
Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.

Palabra del Señor.

 

 

1

Lucas 19, 28-40 ● “Bendito el que viene en nombre del Señor”

Isaías 50, 4-7 ● “No escondí el rostro ante ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado” 

Salmo 21 ● “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”  Filipenses 2, 6-11 ● “Se humilló a sí mismo; por eso Dios lo exaltó sobre todo” 

Lucas 22,14-23,56 ● “Pasión de nuestro Señor Jesucristo” 

 

Reflexión y oración

“Jesús es mi Dios,

Jesús es mi esposo,

Jesús es mi vida,

Jesús es mi solo amor,

Jesús es mi todo.

Estad cerca de Jesús.

Él os quiere.”

(Madre Teresa de Calcuta)

 

• Pido el auxilio del Espíritu para comprender lo que Dios quiere decirme con este relato.

• Contemplo a Jesús dando órdenes, entrando a Jerusalén montado en un borrico, aclamado por la gente sencilla de una forma espontánea. Me fijo en los celos o rabia que tenían los fariseos que contemplaban la escena. En medio de la gente bien podría ser yo uno de los que lo aclamaban. ¿Qué diría ahora de Jesús?

• Hoy también hay personas que con su vida aclaman a Jesús.

• Doy gracias a Dios por habernos enviado a Jesús.

• Llamadas.

• Oro lo contemplado. 

 

Notas para fijarnos en el Evangelio

• La celebración de este domingo constituye el pórtico de la celebración anual de la Pascua, de la conmemoración de la Muerte y Resurrección de Jesús.

• Empezamos la semana grande para los cristianos.

• Durante estos días recordaremos los momentos últimos de la vida de Jesús, especialmente su camino hacia la cruz, su entrega a Dios Padre, la realización de las expresiones: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo…” (Jn 3,16) “no hay amor más grande que aquel que da la vida…” (Jn 15,13) Y también, o sobre todo, recordaremos y celebremos su Resurrección, aunque no sé por qué nos solemos quedar más en la Cruz que en la Vida, que en la victoria. 

• Como si el escritor, el evangelista estuviese presente nos va describiendo con detalles concretos la entrada triunfante de Jesús a Jerusalén: Jesús que envía a dos de sus discípulos a la aldea de enfrente con un encargo, les dice donde han de ir, qué es lo que encontrarán, el borrico atado, la reacción del propietario al desatarlo, el espontáneo recibimiento que le hacen colocando los mantos en el suelo y los gritos de bienvenida aclamándolo como el enviado de Dios… “¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor!” (38). 

• En este Evangelio Jesús es proclamado como rey. Es lo que más tarde se dirá en el juicio de Jesús: “¿Eres tú rey de los judíos?” (23,3) y lo que escribirán sobre la cruz: “Este es el rey de los judíos” (23,38). Sí, pero un rey especial, no como los de este mundo, un rey que ha venido a servir, un rey que trae la verdadera paz.

• Terminado el recorrido de Jesús por Galilea entra en Jerusalén, la ciudad de su destino final, la meta de su vida. Ahora llega el momento definitivo.

• Jesús entra en Jerusalén como peregrino y sobre todo como el “rey” como el que tenía que venir. El viene a cumplir lo que dice el profeta Malaquías “Mirad yo os envío un mensajero a prepararme el camino. De pronto entrará en el santuario el Señor que buscáis, el mensajero de la alianza que deseáis, miradlo entrar, dice el Señor de los ejércitos” (Mal 3, 1)

• Por un día Jesús es aclamado y exaltado. Lo permite, cosa que ha evitado a lo largo de su vida, pero en vísperas de su Pasión no pone resistencia al entusiasmo de la gente, que reconoce el bien que hace.

• La entrada de Jesús en el templo inaugura el tiempo de la Pasión, la última fase del tiempo de Jesús.

• Jesús encabeza la marcha, es Él quien una vez más toma la iniciativa (35).

• La entrada de Jesús es motivo de alabanza a Dios por lo que habían visto que Jesús realizaba, en concreto por los milagros que Él hacía.

• Por una vez Jesús se deja llevar por el entusiasmo de la gente ante su persona, pero montado en un borrico en signo de humildad.

• Aquello fue fruto del entusiasmo, flor de un día que muy pronto al que lo aclamaban como rey lo condenarán a muerte.

• Unos fariseos no están de acuerdo con el proceder de la gente. Serán los que después harán todo lo preciso para condenarlo (39).

 

Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor

Así, Señor Jesús, te aclamaban todas aquellas personas de Jerusalén que te veían entrar en su ciudad.

Habría de todo, gentes que te conocían, algunos que te habían escuchado o que se habían beneficiado de tu fuerza sanadora…

pero por un día se oye una sola voz en reconocimiento tuyo.

Esa ciudad, Jerusalén, niña de tus ojos, que tanto querías y tanto representaba para el pueblo judío; esa ciudad a la que fuiste innumerables veces en peregrinación desde Nazaret…

esa ciudad de quien te lamentarás porque no ha sabido acoger tu mensaje…

por un día hace un acto de fe en tu persona.

Muchas veces, Señor Jesús, nosotros con nuestros cantos en nuestras celebraciones te aclamamos, reconociendo tu grandeza, tu realeza.

Para nosotros y para el mundo, Tú eres nuestro rey.

Ahora te digo con aquella gente de Jerusalén: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

Gracias, Señor Jesús, porque viniste en nombre de Dios para hablarnos de Dios, del mundo y de nosotros.

Gracias, Señor Jesús, porque viniste para darnos la vida de Dios, para hacernos hijos e hijas de Dios.

No ha habido en el mundo en toda la larga historia de la humanidad venida más provechosa para nosotros.

Gracias, Señor Jesús.

En este día de la festividad del Domingo de Ramos quiero quedarme en la fiesta, aunque fue corta porque enseguida empezaron a maquinar tu condena a muerte.

Bueno es que viva lo que hoy me presenta la liturgia con ese sabor agridulce: por una parte, los ramos y las palmas con los cantos de alegría y por otro el relato de la Pasión que es lo que acontecerá bien pronto.

Así es, a veces nuestra vida con su agridulce: con momentos de alegría y días de pena, con éxitos y fracasos, con pecado y gracia. Que sepa, Señor Jesús, vivir la vida, los momentos de alegría y los de pena como Tú los viviste.

Y que por encima de todo mi vida sea para gloria tuya; para mostrar al mundo que Tú eres el que viene en nombre del Señor.

Que a tu manera seamos en el mundo, donde nos encontremos los que están, los que viven en nombre del Señor.

Perdón por todas las veces que no estamos en el nombre del Señor. Perdón por tantas veces que nuestras vidas no tienen ninguna relación con tu persona.

 


Homilía

LAS ESPERANZAS HUMANAS

VER

Estamos celebrando el Jubileo que tiene por lema “Peregrinos de esperanza”, y nuestro Vicariato, ha publicado un material de reflexión, que vamos a seguir durante esta Semana Santa, sobre la Bula de convocatoria, titulada “Spes non confundit” (La esperanza no defrauda). 

La Bula es un documento en el que el Papa Francisco nos invita a reflexionar profundamente sobre la virtud de la esperanza en nuestras vidas, una virtud de la que estamos muy necesitados, tanto cada uno de nosotros como también nuestro mundo actual.

JUZGAR

No resulta fácil hablar hoy de esperanza, en un ambiente generalizado de dolor, guerras que no cesan, inmigración pobreza, soledad y tantos otros dramas que nos aquejan.

Es comprensible que, ante la acumulación de sacrificios y problemas, muchos se sientan tentados de abandonar y de sucumbir al pesimismo. Como dice el Papa Francisco: «Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad».

Pero también el Papa nos habla de que «en el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana, porque la esperanza está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive». (Fratelli tutti 55) 

Esta esperanza enraizada en el corazón humano se basa en principio en unas ‘esperanzas humanas’ que necesitamos para vivir. Ya Benedicto XVI, en “Spe salvi” dijo que, «a lo largo de su existencia, el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los períodos de su vida. Sin embargo, aunque estas esperanzas se cumplan, el hombre necesita una esperanza que vaya más allá. Nosotros necesitamos tener esperanzas —más grandes o más pequeñas—, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquéllas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día sin perder el impulso de la esperanza».

Por eso, «para nosotros, la esperanza tiene un nombre y una razón: Cristo». Él es nuestra Gran Esperanza, que va más allá, supera y da sentido a las esperanzas humanas, y la Semana Santa nos ofrece la oportunidad de encontrarnos con Él para enraizarnos en ‘la esperanza que no defrauda’.

El Domingo de Ramos conmemora la entrada del Señor en Jerusalén. Como hemos escuchado, “la multitud de los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios a grandes voces, diciendo: «¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor!»”

Jesús es aclamado por el pueblo porque se le identifica con el rey descendiente de David, el Mesías que por fin liberará al pueblo del dominio romano y restablecerá el reino de Israel. Jesús, para ellos, personifica ‘las esperanzas humanas’ que tanto habían ansiado desde hacía siglos, unas esperanzas que sobre todo son de tipo político, social y económico. Pero, como también hemos escuchado en el relato de la Pasión, el pueblo pronto se sentirá defraudado en sus esperanzas y pedirá la condena de Jesús: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”

Incluso en la Cruz continuarán mostrando su rechazo a Jesús por haber defraudado sus esperanzas: “Los magistrados le hacían muecas, diciendo: «Que se salve a sí mismo, si Él es el Mesías de Dios, el Elegido…» Los soldados le ofrecían vinagre: «Si eres Tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Incluso uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres Tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros…»”

Para ellos, Jesús no cumple las esperanzas humanas que habían depositado en Él, y por eso lo crucifican.

ACTUAR

El Domingo de Ramos, primer día de la Semana Santa, nos invita a preguntarnos:

¿Cuáles son mis esperanzas? ¿Son, principalmente, ‘esperanzas humanas’, de tipo material, familiar, económico, político, social…?

¿Espero que Jesús satisfaga esas esperanzas?

¿Me he sentido o siento defraudado por Él, lo rechazo y ‘crucifico’ cuando alguna de mis esperanzas no se cumple?

Como veremos en los próximos días, Jesús es la Gran Esperanza que no defrauda, una Esperanza enraizada en la realidad, por dura que ésta sea, pero superándola y dándole un alcance infinito.

Hoy, nosotros aclamamos a Jesús porque realmente “viene en nombre del Señor”, porque la esperanza cristiana no engaña ni defrauda, ya que está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino, manifestado en Jesús, su Hijo muerto en la Cruz y resucitado.


2

🌿 Comentario para la procesión de Ramos (Lc 19,28-40)

Hermanos y hermanas:

Con esta procesión con ramos damos inicio a la Semana Santa, el corazón del Año Litúrgico.

En este Domingo de Ramos, conmemoramos la entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado como Rey por una multitud sencilla y alegre.
Él entra no con poder ni violencia, sino con humildad, montado en un burro, como el Rey de la paz. Esta entrada marca el inicio de su entrega total, por amor, hasta la cruz.

En este Año Jubilar, en el que somos llamados a ser “peregrinos de la esperanza”, iniciamos también un camino espiritual que nos lleva con Jesús desde la alabanza al sufrimiento, desde la cruz a la gloria de la resurrección.

Sigamos a Cristo con los ramos en alto, pero sobre todo con el corazón dispuesto a caminar con Él hasta el final.

 

Homilía para la Misa del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor (Ciclo C)

Queridos hermanos:

Después de aclamar con gozo a Jesús en su entrada a Jerusalén, la liturgia de este día nos conduce al corazón del misterio cristiano: la Pasión del Señor. Hemos pasado de los “¡Hosanna!” al “¡Crucifíquenlo!”, y esta contradicción nos recuerda una verdad profunda: el amor verdadero pasa por la entrega.

La primera lectura, del profeta Isaías, nos presenta la figura del Siervo sufriente, que no retrocede ante la humillación y la violencia. Nos habla de Jesús, el que “no ocultó el rostro a insultos y salivazos”, pero tampoco perdió la esperanza. Sabía que Dios estaba con Él.

En el Salmo 22, escuchamos el grito de Jesús en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” … Y sin embargo, ese salmo no termina en la desesperanza, sino en la confianza. Jesús, en su humanidad, toca el abismo del dolor, pero también nos enseña que la esperanza no muere, incluso en la oscuridad.

San Pablo, en la carta a los Filipenses, nos da la clave: Jesús “se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz”. Y por eso, Dios lo exaltó. La humillación de la cruz es el camino hacia la gloria.

En el Evangelio según san Lucas, vemos que Jesús no solo sufre, sino que ama hasta el extremo: consuela a las mujeres de Jerusalén, perdona a sus verdugos, y promete el paraíso a un ladrón arrepentido. Jesús no es víctima de un destino cruel; es el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. En su Pasión, se manifiesta la esperanza más fuerte que la muerte.

En este Año Jubilar, el lema “Peregrinos de la Esperanza” cobra una fuerza especial. Jesús nos invita a caminar con Él, no solo en momentos de alegría, sino también en el dolor, en las pruebas, en los fracasos. No hay cruz sin resurrección. No hay Viernes Santo sin Domingo de Pascua. Por eso, aunque contemplemos la Pasión, no somos espectadores de una tragedia, sino creyentes que descubren la victoria del amor.

Hoy, como comunidad del Vicariato Apostólico de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, marcada por su historia de resistencia, fe y reconstrucción, estamos llamados a vivir esta Semana Santa con la certeza de que Dios camina con su pueblo, incluso en medio de las tormentas. Nuestra historia también está entretejida de pasiones, pero en Cristo encontramos fuerza, consuelo y futuro.


Conclusión:


Sigamos a Cristo con fidelidad. Caminemos con Él, aunque el camino pase por la cruz. Seamos verdaderamente peregrinos de esperanza, sabiendo que el amor de Dios es más fuerte que el pecado, más grande que el miedo, y más luminoso que la oscuridad.

Y al terminar esta contemplación del misterio de la cruz, volvemos los ojos a María, Nuestra Señora de los Dolores, la madre que permaneció de pie junto a la cruz, en silencio, con el corazón traspasado, pero firme en la fe.

Ella vivió en carne propia la profecía del Siervo doliente, acompañando a su Hijo en la humillación y el rechazo. En su silencio, escuchó también el grito del Salmo: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, y lo convirtió en oración confiada. María no huyó del dolor ni se cerró a la esperanza. Por eso es modelo de quien peregrina con amor, aun en la noche del sufrimiento.

En este Año Jubilar, bajo su amparo maternal, queremos aprender de ella a caminar como peregrinos de esperanza, sostenidos por la cruz y guiados por la luz del Resucitado. Que Nuestra Señora de los Dolores acompañe a nuestro Vicariato, consuele a los que sufren, fortalezca a los que sirven, y nos ayude a ser fieles hasta el amanecer de la Pascua.

 

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En asamblea con niños:


Homilía – Domingo de Ramos (Ciclo C)
Jesús entra a mi corazón… y yo, ¿cómo lo recibo?

Queridos niños, adolescentes, jóvenes, papás y demás hermanos:

Hoy comenzamos la Semana Santa, y lo hacemos con una escena que parece una fiesta.
¡Jesús entra a Jerusalén! Lo aclaman, le tienden mantos, agitan palmas y gritan: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”
Es como un desfile lleno de alegría, pero… sabemos que detrás de esa entrada triunfal, se acerca la cruz.

Y aquí viene la pregunta: ¿cómo recibimos nosotros a Jesús hoy?
¿Le abrimos nuestro corazón? ¿O lo aclamamos solo cuando todo va bien?

Niños, adolescentes, jóvenes: Jesús quiere entrar en sus vidas. No como un personaje lejano, sino como un amigo que siempre está.

  • Él te conoce.

  • Él te escucha.

  • Él cree en ti, incluso cuando tú dudas de ti mismo.

Hoy celebramos el inicio de la Semana Santa, y también recordamos que somos parte de una gran aventura: este año, la Iglesia nos invita a ser “Peregrinos de la Esperanza”.
¿Y qué hace un peregrino?

  • Camina.

  • A veces se cansa.

  • A veces se pierde.
    Pero sigue adelante, porque tiene un destino: el encuentro con Dios.

Jesús también caminó. Caminó hacia Jerusalén sabiendo que lo iban a rechazar, pero no se echó para atrás.
Y nosotros, como peregrinos, seguimos sus pasos, no con miedo, sino con esperanza, sabiendo que la cruz no es el final, sino el camino hacia la Resurrección.

Al terminar esta homilía, los invito a que no solo agiten las palmas, sino que abran el corazón a Jesús.
Que esta Semana Santa no sea solo un recuerdo, sino una experiencia viva.

Y en este caminar, no estamos solos.
Nos acompaña una Madre valiente y dolorosa: la Virgen María, Nuestra Señora de los Dolores,
que estuvo firme al pie de la cruz, como testigo del amor más grande.

A ella le confiamos nuestra vida, nuestras familias, nuestra juventud y nuestro deseo de ser peregrinos de esperanza, discípulos valientes de Jesús.

Virgen María, Señora de los Dolores,
camina con nosotros en esta Semana Santa.
Enséñanos a estar con Jesús en la cruz,
y a esperar con fe la luz de la resurrección. Amén.


3

Siguiéndolo hasta la cruz

 

Bendito el rey que viene en el nombre del Señor. Paz en el cielo y gloria en las alturas. Algunos fariseos de entre la multitud le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos». Él respondió: «Les digo que si callan, las piedras hablarán».

Lucas 19:38-40

 

Al pie del Monte de los Olivos se encontraba el Huerto de Getsemaní, donde Jesús agonizó en oración y fue arrestado. Pero varios días antes de que eso sucediera, nuestro Señor cruzó la colina junto al Monte de los Olivos con sus apóstoles y luego se acercó a la ladera que conducía al Huerto. Al descender, se encontró con «toda la multitud de sus discípulos» que «comenzaron a alabar a Dios con alegría por todas las maravillas que habían visto». Entonces exclamaron: «¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas». Lo encontraron a la vista de la puerta de la ciudad de Jerusalén. Esto debió dejar a los Doce asombrados.

Entre los que se asombraron estaban los fariseos. Pero no se asombraron de alegría. Su asombro fue causado por la envidia y condujo a la condenación. La respuesta de Jesús fue muy clara: «Les digo que si callan, las piedras clamarán». Esto nos lleva a preguntarnos: si estos discípulos no hubieran ofrecido a nuestro Señor esta gloriosa bienvenida, ¿de verdad habrían clamado las piedras? ¡Claro que sí! Lo hicieron tan solo unos días después de que Jesús fuera abandonado por la multitud.

Recordemos que cuando Jesús fue crucificado, casi todos sus discípulos lo abandonaron. Huyeron atemorizados. Incluso la mayoría de los Doce huyeron y se escondieron. Solo quedaron nuestra Santísima Madre, San Juan y algunos otros. Por lo tanto, cuando Jesús murió en la cruz, abandonado por la multitud, esta profecía suya se cumplió. «Y he aquí, el velo del santuario se rasgó en dos, de arriba abajo. La tierra tembló, las rocas se partieron, los sepulcros se abrieron y los cuerpos de muchos santos que habían dormido resucitaron» ( Mateo 27:51-52 ).

Nunca debemos callarnos al alabar y adorar a Dios. Hay una lección importante que aprender de estos dos momentos de aquella primera Semana Santa. Al principio, al entrar Jesús en Jerusalén con gran entusiasmo, muchos le ofrecieron alabanzas. Es fácil alabar y glorificar a Dios cuando es popular y cuando muchos otros lo hacen. Comparemos esto con el final de la Semana Santa, cuando Jesús fue perseguido y asesinado. De repente, las alabanzas y las aclamaciones públicas ya no eran tan populares. El miedo silenció a la multitud y puso fin a su adoración a nuestro Señor. Por esa razón, las piedras clamaron y la tierra tembló.

Al comenzar esta Semana Santa, reflexiona sobre si te pareces más a la multitud de discípulos de Jesús que lo alababan cuando era fácil y popular, o si te pareces más a nuestra Santísima Madre y a San Juan, quienes permanecieron fieles a Él cuando no era nada popular hacerlo. ¿Perseveras en tu alabanza y adoración a Dios en momentos difíciles? ¿O permites que el miedo al qué dirán, el temor al rechazo y otras formas de humillación te desvíen de tu vocación sagrada?

Reflexiona hoy sobre estos dos momentos contrastantes de aquella primera Semana Santa. Únete hoy a la multitud que aclama a Jesús como Rey. Al hacerlo, vuelve tu mirada hacia el Rey a quien adoras. Elige seguirlo hasta su traición, su sufrimiento y su muerte. Comprométete con la fidelidad, especialmente cuando sea difícil. No flaquees en tu compromiso. Mira el amor en el corazón de la madre de Jesús y pídele que tengas la valentía que ella tuvo para permanecer fiel a nuestro Señor, para que las piedras no se vean obligadas a clamar por ti.

 

Glorioso Rey, fuiste debidamente adorado y venerado al entrar en Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Me comprometo a esa adoración y alabanza, y ruego que te honre y te ame, no solo cuando sea fácil, sino también cuando sea impopular. Que nunca permita que el miedo me impida amarte y seguirte hasta el glorioso trono de tu cruz. Jesús, en ti confío.

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