Abramos nuestros corazones
(Hechos 4:13-21; Marcos
16:9-15) En estos dos textos, un punto común une extrañamente a los
discípulos de Jesús y a los miembros del Supremo Consejo: el rechazo a creer.
Pedro y Juan, que hoy predican
con confianza ante el Sanedrín, eran ayer aquellos hombres asustados por la
Pasión y luego sordos al testimonio de María Magdalena. ¡Perseverancia de Dios
que llama constantemente a nuestras puertas para que nuestro corazón se abra a
su generosidad!
Jean-Marc Liautaud, Fondacio
Salmo 117 y Marcos 16, 9-15) ¿Por qué a veces es tan difícil aceptar una buena noticia, y más aún, la buena nueva? Sin embargo, tenemos todos los motivos para regocijarnos y dar gracias al Señor, porque “¡eterno es su amor!” Manifestémoslo sin demora a todos los que nos rodean.
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (4,13-21):
EN aquellos días, los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, viendo la seguridad de Pedro y Juan, y notando que eran hombres sin letras ni instrucción, estaban sorprendidos. Reconocían que habían sido compañeros de Jesús, pero, viendo de pie junto a ellos al hombre que había sido curado, no encontraban respuesta. Les mandaron salir fuera del Sanedrín y se pusieron a deliberar entre ellos, diciendo:
«¿Qué haremos con estos hombres? Es evidente que todo Jerusalén conoce el milagro realizado por ellos, no podemos negarlo; pero, para evitar que se siga divulgando, les prohibiremos con amenazas que vuelvan a hablar a nadie de ese nombre».
Y habiéndolos llamado, les prohibieron severamente predicar y enseñar en el nombre de Jesús. Pero Pedro y Juan les replicaron diciendo:
«¿Es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a él? Juzgadlo vosotros. Por nuestra parte no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído».
Pero ellos, repitiendo la prohibición, los soltaron, sin encontrar la manera de castigarlos a causa del pueblo, porque todos daban gloria a Dios por lo sucedido.
Palabra de Dios
Salmo
Salmo responsorial Sal 117,1.14-15.16-18.19-21
R/. Te doy gracias, Señor, porque me escuchaste
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
El Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos R/.
«La diestra del Señor es poderosa.
La diestra del Señor es excelsa».
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte. R/.
Abridme las puertas de la salvación,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación. R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (16,9-15):
JESÚS, resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a anunciárselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando.
Ellos, al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron.
Después se apareció en figura de otro a dos de ellos que iban caminando al campo.
También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no los creyeron.
Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado.
Y les dijo:
«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación».
Palabra del Señor
1
Comentarios litúrgicos
Monición de entrada:
Queridos hermanos, celebramos hoy el sábado de
la Octava de Pascua, en la luminosa alegría de la Resurrección del Señor.
Sin embargo, nuestro corazón también se siente tocado por la tristeza y la
oración, pues esta Eucaristía la ofrecemos por el eterno descanso del Papa
Francisco, pastor bueno, servidor fiel del Evangelio y de los pobres.
Hoy, como María en aquel sábado santo, nos sentamos
a la puerta de la esperanza. Ella, mujer creyente, sostuvo la fe de la Iglesia
naciente en medio del dolor. Con ella caminamos también nosotros, sabiendo que
la muerte no es el final. En Cristo Resucitado, toda lágrima encuentra sentido.
Comentario a la primera lectura (Hechos 4,13-21):
Los apóstoles, testigos de la Resurrección, hablan
con valentía, sin temor al castigo. Su fuerza no viene de sí mismos, sino del
Espíritu. Hoy, como entonces, se nos invita a obedecer a Dios antes que a los
hombres, a no callar lo que hemos visto y oído. Así lo hizo también el Papa
Francisco: fue un profeta incómodo para muchos, pero profundamente evangélico.
Comentario al salmo responsorial (Salmo 117):
El salmo canta la misericordia eterna de Dios. Aún
en medio de la prueba y del dolor, proclamamos: "No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor". Estas palabras resuenan como eco de fe
en esta celebración fúnebre: el Papa Francisco ya contempla lo que tanto
predicó: el rostro misericordioso del Padre.
Comentario al Evangelio (Marcos 16,9-15):
El Evangelio nos presenta el primer anuncio de la
Resurrección. Jesús se aparece, pero sus discípulos tardan en creer. Aún así,
el Señor los envía: “vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Noticia”. Esa
fue la pasión del Papa Francisco: llevar el Evangelio a todas las periferias,
abrir puertas, tender puentes, curar heridas. Hoy, esa misión sigue siendo
nuestra.
Homilía sugerida
Queridos
hermanos:
Celebramos la Pascua, esa luz que brota de la tumba
vacía. Pero lo hacemos en este día particular, orando por el eterno descanso de
un hombre que vivió con pasión la fe en el Resucitado: el Papa Francisco. Su
muerte nos conmueve. Su vida nos inspira. Su testimonio nos interpela.
Las
lecturas de hoy parecen escritas para un día como este.
En los Hechos, Pedro y Juan hablan con valentía.
Aquellos pescadores, transformados por el Espíritu, no pueden callar lo que han
visto y oído. Así fue también Francisco: no calló el Evangelio. Lo proclamó con
palabras sencillas, gestos proféticos y opciones claras por los pobres, los
descartados y la Casa Común. Aunque no todos lo entendieron, él permaneció firme,
con la mansedumbre de los santos y la fuerza del Buen Pastor.
El salmo nos recuerda: “No he de morir, viviré”.
Francisco ya vive en el corazón del Padre. Su Pascua personal es semilla para
toda la Iglesia. Murió en el tiempo pascual, como queriendo decirnos: “no
tengan miedo, el amor ha vencido para siempre”.
Y el Evangelio nos lleva al primer anuncio pascual.
Jesús resucitado envía a sus discípulos, aunque dudan, aunque temen. También
hoy nos envía. La misión no termina con la muerte de un pastor. Al contrario,
su testimonio nos impulsa. Como él, estamos llamados a salir, a anunciar con
alegría y con ternura, que Cristo vive y quiere vivir en cada corazón.
Hoy también es sábado. Y el sábado, en la
tradición cristiana, es día mariano. Recordamos a María, la madre que esperó en
silencio. Ella sostuvo la fe en el "gran silencio del sábado santo",
cuando todo parecía perdido. Hoy, como ella, acompañamos a la Iglesia en este
momento de luto. Pero también como ella, creemos que después del dolor viene la
alegría. Que después de la cruz está la vida.
Francisco amó a María con ternura. ¡Cuántas veces
repitió: “No se olviden de rezar por mí”! Hoy somos nosotros quienes rezamos
por él. Le encomendamos a la Madre. Le pedimos que lo reciba en sus brazos de
ternura, como recibió a tantos en su ministerio.
Hoy
oramos con dolor, pero sobre todo con esperanza. Porque si Cristo ha resucitado,
también nosotros resucitaremos. Y en esa certeza, Francisco vive.
Oración de los fieles (adaptada)
- Por
la Iglesia, para que, sostenida por la fuerza del Resucitado, siga
anunciando con valentía el Evangelio, roguemos al Señor.
R. Te rogamos, óyenos. - Por el alma del Papa
Francisco, para que el Buen Pastor lo reciba en su gloria, le conceda el
premio de los servidores fieles y lo haga intercesor por la Iglesia,
roguemos al Señor.
R. Te rogamos, óyenos. - Por los que lloran hoy su
partida: los pobres, los migrantes, los descartados a los que él amó con
ternura, para que encuentren consuelo en la fe pascual, roguemos al Señor.
R. Te rogamos, óyenos. - Por quienes ejercen
responsabilidades en la Iglesia y en el mundo, para que inspirados por su
testimonio de cercanía y misericordia, trabajen por el bien común y la
paz, roguemos al Señor.
R. Te rogamos, óyenos. - Por nosotros, para que como
María, vivamos la esperanza en medio del dolor y sigamos caminando como
peregrinos de la esperanza, roguemos al Señor.
R. Te rogamos, óyenos.
Jesús, resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios.
La primera persona registrada en las Escrituras a quien Jesús se apareció fue María Magdalena. En particular, ella fue de quien Jesús echó siete demonios. Tradicionalmente se ha entendido que estar poseída por siete demonios significa que estaba completamente poseída. Antes de que Jesús la liberara, satanás y sus demonios se habían apoderado por completo de su voluntad por su libre sumisión al mal. Y, sin embargo, fue a ella, una mujer con un pasado tan horrible, a quien Jesús eligió darle el honor de su primera aparición. ¡Qué hecho tan asombroso!
Todo el mundo tiene un pasado. Algunos han sido pecadores graves. Otros, como Santa Teresa de Lisieux, nunca han cometido un pecado mortal. Obviamente, la belleza de un alma como Santa Teresa es profundamente admirable, y tal alma será grandemente recompensada en el Cielo. Pero ¿qué pasa con el pecador grave? ¿Qué pasa con aquellos como María Magdalena que han vivido vidas horriblemente pecaminosas? ¿Qué piensa nuestro Señor de ellos?
El hecho de que María Magdalena sea la primera persona registrada en las Escrituras que vio al Señor resucitado debería decirnos mucho acerca de cómo Jesús ve a una persona que ha luchado mucho con un pecado grave, pero que luego venció ese pecado y se volvió de todo corazón a nuestro Señor. El pecado es desmoralizador. Cuando no se arrepiente, deja una pérdida de dignidad e integridad. Sin embargo, incluso después de que uno se haya arrepentido, algunas personas seguirán luchando con la culpa y la vergüenza malsanas. Y para algunos, estas luchas pueden convertirse en un arma con la que el maligno trata de desalentarlos de sentirse dignos de servir a nuestro Señor con celo y pasión.
Pero la verdad en la mente de Dios es que los pecadores arrepentidos son verdaderas joyas y hermosos a los ojos de nuestro Señor. Son dignos de los mayores honores. Dios no se detiene en nuestro pecado pasado. En cambio, nuestro pecado pasado, cuando se haya arrepentido y perdonado, será una señal eterna del amor y la misericordia de Dios.
¿Cómo lidias con tu pecado pasado? Primero, ¿lo has reconocido completamente, te has arrepentido y has buscado el perdón de nuestro Señor? Si es así, ¿todavía te persigue? ¿El maligno todavía intenta recordarte tu pasado y despojarte de tu esperanza en la misericordia de Dios?
Reflexiona, hoy, sobre el más grave de tus pecados pasados. Si aún no lo has confesado, hazlo tan pronto como puedas. Si es así, trata de ver tu alma a través de los ojos de Dios. Dios no ve tus pecados pasados con ira y disgusto. Más bien, Él ve solo la profundidad de tu conversión, dolor y arrepentimiento. Y, para Él, esto es santo y hermoso. Reflexiona sobre la belleza de tu corazón arrepentido y debes saber que, al hacerlo, estarás mirando tu propio corazón a través de los ojos de Dios.
Mi Dios misericordioso, Tú amas al pecador y odias el pecado. Me amas de maneras que están más allá de mi comprensión. Ayúdame a comprender cuán profundamente amas mi corazón cuando me arrepiento por completo. Y ayúdame a ver mi corazón solo a través de Tus ojos. Te agradezco por Tu amor y misericordia, amado Señor. Ayúdame a amarte aún más. Jesús, en Ti confío.
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