Una relación única
(Juan 20:11-18) Juan
es el único evangelista que escenifica diálogos entre el Resucitado y una sola
persona (aquí María, más tarde Tomás). Para él, de hecho, el encuentro con
Cristo eternamente vivo es tanto un acontecimiento comunitario como una
aventura singular: cada persona está unida en su propia historia y en su deseo
propios a Cristo.
¡Hagamos de este tiempo de Pascua una aventura en nuestro
camino único de discipulado!
Jean-Marc Liautaud, Fondacio
(Hechos 2, 36-41) La Buena Nueva concierne a todos, incluso a “todos los que están lejos”, como tan bien lo dijo Pedro en su discurso. Dado que la muerte es la suerte de todos los seres humanos, es probable que el anuncio de la resurrección y la esperanza que suscita toquen el corazón de todos y cada uno de nosotros.
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (2,36-41):
EL día de Pentecostés, decía Pedro a los judíos:
«Con toda seguridad conozca toda la casa de Israel que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías».
Al oír esto, se les traspasó el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles:
«¿Qué tenemos que hacer, hermanos?».
Pedro les contestó:
«Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos, y para los que están lejos, para cuantos llamare a sí el Señor Dios nuestro».
Con estas y otras muchas razones dio testimonio y los exhortaba diciendo:
«Salvaos de esta generación perversa».
Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día fueron agregadas unas tres mil personas.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 32,4-5.18-19.20.22
R/. La misericordia del Señor llena la tierra
La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R/.
Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esteran su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,11-18):
EN aquel tiempo, estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntan:
«Mujer, ¿por qué lloras?».
Ella contesta:
«Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».
Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Jesús le dice:
«Mujer, ¿por qué lloras?».
Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta:
«Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré».
Jesús le dice:
«¡María!».
Ella se vuelve y le dice.
«¡Rabbuní!», que significa: «¡Maestro!».
Jesús le dice:
«No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, ande, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”».
María la Magdalena fue y anunció a los discípulos:
«He visto al Señor y ha dicho esto».
Palabra del Señor
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Comentario a las Lecturas
Primera
Lectura – Hechos 2, 14a.36-41
Pedro, lleno del Espíritu
Santo, proclama con valentía que Jesús, crucificado por los hombres, ha sido
constituido Señor y Mesías por Dios. El anuncio lleva a la conversión: “¿Qué
tenemos que hacer, hermanos?” Es la respuesta del corazón tocado por la verdad.
Claves:
- La resurrección transforma a Pedro, antes
temeroso, ahora valiente testigo.
- El kerigma pascual provoca una respuesta:
metanoia (conversión) y apertura a una vida nueva en el Espíritu.
Salmo
33(32)
El salmista canta la fidelidad
y justicia del Señor. Los que esperan en Él, no serán defraudados. La esperanza
se convierte en un estilo de vida confiado y sostenido en la misericordia de
Dios.
Claves:
- La liturgia de hoy resalta la esperanza
como fundamento de la fe pascual .
- “El Señor cuida de aquellos que lo temen”,
es decir, de quienes viven en su amor.
Evangelio
– Juan 20,11-18
María Magdalena llora, no sólo
porque ha perdido al Maestro, sino porque todavía no comprende que Él ha
vencido a la muerte. Jesús la llama por su nombre: el Resucitado se
revela en el encuentro personal. Ella se convierte en apóstol
de la resurrección.
Claves:
- El llanto se transforma en anuncio.
- María es figura de la Iglesia misionera
que anuncia al Viviente.
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Homilía – “El Señor nos llama por nuestro nombre: peregrinos en la esperanza
pascual”
Queridos hermanos y hermanas
en el Señor:
Celebramos hoy el martes de la
Octava de Pascua, en este tiempo sagrado donde la Iglesia canta con gozo la
victoria del Resucitado. Y lo hacemos con el corazón también conmovido, porque
ayer partió a la Casa del Padre el Papa Francisco, peregrino incansable de
esperanza, pastor que nos enseñó a caminar con misericordia, sencillez y amor a
los últimos.
En medio del luto eclesial,
resuena aún más fuerte el mensaje del Evangelio de hoy: “María se quedó
afuera, junto al sepulcro, llorando...” ¿Cuántas veces hemos estado allí, también
nosotros, junto al sepulcro de nuestras pérdidas, nuestras angustias o la
confusión ante la muerte?
Pero el Señor no se queda
mudo. Jesús Resucitado pronuncia el nombre de María: “¡María!”
. Y con ese gesto, el dolor se transforma. El encuentro personal con Cristo
vivo devuelve el sentido, el rumbo, la misión.
Hoy, conmovidos por la muerte
del Papa Francisco —quien tanto amó la Palabra, a los pobres y a esta Iglesia en
salida— escuchamos con fe la voz de Cristo que también nos llama por nuestro
nombre. Nos
recuerda que no hemos sido abandonados, que Él ha vencido a la muerte, y que
hay esperanza más allá del sepulcro.
La primera lectura nos
presenta a Pedro, lleno del Espíritu Santo, proclamando: “A este Jesús que
ustedes crucificaron, Dios lo ha constituido Señor y Mesías”. ¡Qué fuerza hay en
este anuncio! Y es el mismo que hoy nos impulsa a seguir caminando. Somos
Iglesia viva, aún de luto, pero con la certeza de que la Pascua no se
detiene : continúa en cada discípulo que se deja transformar
por el Resucitado.
En este Año Jubilar, proclamamos
con más fuerza que nunca que somos “Peregrinos de la Esperanza”
. Aun cuando los pastores parten, la esperanza no muere. Francisco nos lo
mostró con su vida: abrazando las periferias, dialogando con todos, y señalando
siempre a Cristo.
Hoy, en esta Eucaristía:
- Oramos
por su eterno descanso, pidiendo que el Buen Pastor reciba a su
siervo fiel en la plenitud de su Reino.
- Damos
gracias por nuestros benefactores vivos, aquellos hombres
y mujeres que, con generosidad, sostienen la misión de la Iglesia y de nuestra
Comunidad. Que el Señor los bendiga abundantemente y los colme de
esperanza y alegría pascual.
Y como María Magdalena, al
escuchar nuestro nombre, también nosotros somos enviados: “Ve y di a mis
hermanos” . Que esta Pascua nos convierta en mensajeros de la vida
nueva, testigos de la Resurrección, caminantes de la esperanza.
Amén.
2
Jesús le dice:
«No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, ande, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”».
María Magdalena fue una de las primeras personas a las que se apareció Jesús. Ella estaba profundamente dedicada a Él, especialmente debido a la gran misericordia que Él le ofreció cuando le perdonó sus pecados manifiestos y expulsó a siete demonios de ella. Después de haber hecho eso, María se convirtió en una devota seguidora y fue una de las pocas que permanecieron fieles a Él, incluso mientras colgaba de la Cruz.
El primer día de la semana, el domingo después de la crucifixión, María fue al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús de acuerdo con la costumbre judía. Pero cuando llegó, el cuerpo de Jesús había desaparecido. Y cuando Jesús se le apareció mientras ella lloraba, no lo reconoció de inmediato, porque tenía Su nuevo cuerpo glorificado. Pero cuando Jesús pronunció su nombre, “María”, ella lo reconoció. Pero en lugar de abrazarla, Jesús dijo: "No me retengas." ¿Por qué diría Jesús esto?
Aunque el apego y la devoción de María a Jesús eran hermosos y santos, aún no se habían perfeccionado. Quería a su Señor, a quien había conocido y seguido. Quería que se le devolviera su relación anterior con Jesús. Pero por esta razón, Jesús dijo: "No me retengas..." Jesús quería mucho más. Le estaba diciendo que su relación con Él pronto cambiaría para mejor. Ya no sería simplemente su compañero terrenal; en cambio, pronto viviría dentro de ella, moraría dentro de su mismo corazón, se volvería uno con ella y sería su Esposo por la eternidad. Pero esto solo podría suceder una vez que Jesús ascendiera al Padre Celestial para completar Su misión divina de salvación.
A veces, también buscamos favores de nuestro Señor que son puramente temporales. Aunque necesitamos confiar en Él para “nuestro pan de cada día”, es decir, para todas las necesidades básicas de la vida, debemos darnos cuenta de que los dones que Dios quiere darnos superan con creces cualquier cosa en este mundo. El don sobrenatural de la gracia, el don de la Residencia de la Santísima Trinidad, el don de la unidad con nuestro Señor es para lo que estamos hechos y es la meta y el deseo final de nuestro Señor.
Reflexione hoy sobre estas palabras que Jesús le dijo a María: «No me retengas, que todavía no he subido al Padre.” Pero hágalo sabiendo que, ahora, Jesús ciertamente ha ascendido al Padre. Por lo tanto, ahora nos invita a todos a aferrarnos a Él mientras Él reina en el Cielo.
Reflexione sobre el profundo deseo del corazón de nuestro Señor y aférrate a Él con cada fibra de tu ser. Quiere habitar dentro de ti, volverse uno contigo y transformarte en todos los sentidos. Esta santa unión está siendo disfrutada ahora por toda la eternidad por Santa María Magdalena, y este mismo regalo se nos ofrece a todos. Aférrate a Él y nunca lo sueltes, porque este será tu gozo eterno.
Mi Señor resucitado y ascendido, Tú ahora reinas en el Cielo en perfecta gloria y esplendor. Llévame a tu gloriosa vida e invítame a aferrarme a ti con todo mi corazón. Te invito, querido Señor, a que vengas y hagas tu morada dentro de mí para que pueda aferrarme a ti para siempre. Jesús, en Ti confío.
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