La Iglesia Católica vive en estos días un momento de profunda trascendencia y recogimiento. Tras el reciente fallecimiento del Santo Padre Francisco, elevamos a Dios nuestro más sincero agradecimiento por su vida entregada y su pontificado fecundo. Francisco fue para nosotros un pastor cercano, un testigo de la misericordia y un sembrador de puentes en tiempos de polarización y heridas abiertas.
Su partida deja un vacío humano, pero también abre una oportunidad para renovar nuestra fe en que la Iglesia no se apoya en hombres, sino en Cristo mismo, su fundamento.
Mientras tanto, el mundo católico se prepara para un acontecimiento siempre cargado de misterio y esperanza: el cónclave. Los cardenales, reunidos en oración y discernimiento, buscarán, bajo la guía del Espíritu Santo, elegir al nuevo Sucesor de Pedro. No se trata de una elección meramente humana, política o estratégica, sino de una escucha profunda de la voluntad de Dios para su Iglesia en este tiempo.
Por eso, en este tiempo de especial oración, rogamos al Señor que envíe a su Iglesia un nuevo Papa conforme a su corazón: un pastor que no sea arrastrado por las modas pasajeras, ni tampoco prisionero de nostalgias estériles; un hombre de fe firme, de corazón compasivo, que guíe al pueblo de Dios en la fidelidad al Evangelio, abrazando los valores esenciales de la vida, la dignidad humana, la verdad y la caridad.
El nuevo Papa no debe ser ni excesivamente progresista que diluya la esencia de la fe, ni extremadamente conservador que cierre las puertas a la acción renovadora del Espíritu. Debe ser, ante todo, un servidor humilde y valiente del Evangelio en este mundo sediento de sentido y de esperanza.
Concluimos este tiempo de reflexión con una certeza: el Señor es fiel a sus promesas. La Iglesia es suya y seguirá siendo la señal visible de su amor en medio del mundo. Que María, Madre de la Iglesia, nos acompañe en esta travesía de fe, y que el Espíritu Santo inspire a los cardenales en la elección del nuevo Pastor que sabrá, como Pedro, fortalecer la fe de sus hermanos.
¡Señor, guía a tu Iglesia y renueva en nosotros la alegría de creer!
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