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27 de abril del 2025: segundo Domingo de Pascua- Domingo de la Misericordia


Amor loco

¡El amor de Jesús por Céline solo lo puede comprender Jesús!... Jesús hizo locuras por Céline... Que Céline haga locuras por Jesús... El amor solo se paga con amor, y las heridas del amor solo se curan con amor. Así le habló, a los 16 años, Santa Teresita del Niño Jesús a su hermana, tres años mayor que ella (LT 85).

El apóstol Tomás, por su parte, tiene gran dificultad para creer en esta «locura de Dios más sabio que los hombres», en esta «debilidad de Dios más fuerte que los hombres» (1 Co 1,25). Tendrá que comprobar que efectivamente es verdad... Y tan pronto como Jesús se exponga a dejarse tocar sus llagas, Tomás proclamará su fe agradecida: «¡Señor mío y Dios mío!».

Llegando unos 2.000 años después de Tomás, nos enriquece el testimonio de innumerables discípulos de Jesús que depositaron su fe en él y que nos fortalecen en nuestra fe. Pero nada en el testimonio de otros, de tiempos pasados ​​o contemporáneos, nos eximirá de dejarnos deslumbrar o tocar personalmente por esta locura de Dios. Es al dejarnos tocar de esta manera que podremos exclamar con santa Teresita: "¡Oh, hermana mía! Os lo ruego, pedid a Jesús que también yo le ame y le haga amar; Quisiera amarlo no con un amor común sino como los santos que hicieron locuras por él. ¡Ay! ¡Qué lejos estoy de parecerme a ellos!... (LT 225 a Sor Ana del Sacré-Cœur, 2 de mayo de 1897).
 
¿Qué pasaría si me tomara el tiempo de hacer una lista de todas las cosas locas que Jesús hizo por mí?


Puesto que «el amor sólo se paga con amor», «¿cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho»?

Emmanuel Schwab, rector del santuario de Lisieux 


La resurrección de Jesús marca un punto de inflexión en la vida de sus Apóstoles. La duda y luego la profesión de fe de Tomás nos dan las palabras, mientras que el estilo de vida de la primera comunidad en Jerusalén nos revela las consecuencias.


Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (4,32-35):

En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y Dios los miraba a todos con mucho agrado. Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno.

Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 117,2-4.16ab-18.22-24

R/.
 Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia


Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón: eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia. R/.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R/.

Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina. R/.

 

 

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (5,1-6):

Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a Dios que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Éste es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. No sólo con agua, sino con agua y con sangre; y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.

Palabra de Dios

 

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-31):

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegria al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos.
Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.


Palabra del Señor

 

1

Comentarios a las Lecturas

Primera Lectura: Hechos 5,12-16

La comunidad apostólica vive una explosión de fe y de milagros. A través de las manos de los apóstoles, el Señor sigue sanando, liberando y extendiendo su Reino. Hay una profunda unidad, un testimonio luminoso que atrae a nuevos creyentes. La Iglesia aparece como un signo visible de la resurrección de Cristo: no como una estructura humana, sino como un espacio de vida nueva, de salvación y de esperanza.

Clave: La fe no se encierra: se expande, se muestra en signos concretos de amor y de poder de Dios.


Salmo 118 (117)

Este salmo es un canto de victoria. Celebra que la piedra rechazada —Cristo— se ha convertido en piedra angular. La misericordia de Dios es eterna. Es un salmo de júbilo, pero también de súplica humilde: “Señor, danos la salvación, danos el éxito”.

Clave: La Pascua nos invita a reconocer a Jesús Resucitado como fundamento de nuestra vida, de nuestra alegría y de nuestra esperanza.


Segunda Lectura: Apocalipsis 1,9-11a.12-13.17-19

Juan, en el destierro de Patmos, ve la gloria del Resucitado: un Cristo lleno de majestad, Señor de la historia, vencedor de la muerte. Él mismo se presenta: "Yo soy el Primero y el Último, el que vive". En medio del sufrimiento y la persecución, esta visión sostiene a Juan y a las comunidades cristianas.

Clave: Cristo resucitado camina en medio de su Iglesia, incluso en tiempos de prueba. No tengamos miedo.


Evangelio: Juan 20,19-31

En dos momentos, Jesús se aparece a sus discípulos: primero a todos (excepto Tomás) y luego al mismo Tomás. La paz, el don del Espíritu Santo y la misión de perdonar los pecados son los regalos pascuales. Tomás, que dudó, termina haciendo la más profunda confesión de fe: "Señor mío y Dios mío".

Clave: La Resurrección es real, y transforma nuestras dudas en fe madura. La fe en Cristo resucitado no elimina las heridas, las transforma en fuentes de vida y de misericordia.


Homilía: "Tocar las heridas de Cristo y confiar en su Misericordia"

Queridos hermanos y hermanas:

¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!

Hoy celebramos el Segundo Domingo de Pascua, que, por deseo ardiente de san Juan Pablo II, es también el Domingo de la Divina Misericordia.
Fue en el año 2024, cuando esta fiesta fue solemnemente reafirmada en toda la Iglesia como expresión del corazón mismo del Evangelio: la infinita misericordia de Dios revelada en Jesucristo.

Pero esta historia de amor de Dios hacia la humanidad tiene un testigo especial: Santa Faustina Kowalska, la humilde religiosa polaca, conocida como “la secretaria de la Divina Misericordia”.
En los años difíciles entre las dos guerras mundiales, Jesús se apareció a sor Faustina y le pidió que difundiera en todo el mundo el mensaje de su amor misericordioso. En su Diario, dejó escrito el llamado apasionado de Cristo: "La humanidad no encontrará paz hasta que no se dirija con confianza a mi misericordia." (Diario 300)

El Señor le pidió la institución de una fiesta dedicada a su misericordia, el rezo de la Coronilla de la Misericordia, y la difusión de la imagen que conocemos: Cristo Resucitado, que nos muestra su corazón abierto, del que brotan rayos de sangre y agua, signos del Bautismo y de la Eucaristía, fuentes de vida nueva.

San Juan Pablo II, profundamente marcado por su propia historia de sufrimiento bajo los regímenes totalitarios, vio en este mensaje la respuesta de Dios para nuestro tiempo.
Él mismo dijo:
"No existe para el hombre otra fuente de esperanza que la misericordia de Dios" (Homilía, 30 de abril 2000).
Por eso, el mismo día de la canonización de sor Faustina, en el año 2000, instituyó esta fiesta para toda la Iglesia, proclamando que el mundo necesitaba más que nunca abrirse al amor misericordioso de Cristo.


A la luz de este gran don, las lecturas de hoy nos hablan con fuerza.

En el libro de los Hechos, vemos cómo la Iglesia naciente es un signo visible de la misericordia de Dios: cura a los enfermos, libera a los oprimidos, da testimonio del amor que salva. Donde el mundo pone límites y rechaza, la Iglesia de Cristo acoge y sana.

En el Apocalipsis, san Juan nos muestra a Jesús glorioso, pero también cercano: "No temas", le dice. No es un juez lejano y terrible, sino el Viviente que ha vencido la muerte y nos ofrece su perdón, su cercanía, su compasión en medio de nuestras tribulaciones.

En el Evangelio, encontramos la escena conmovedora de Tomás, el discípulo que duda. Y Jesús, en su infinita misericordia, no lo rechaza. Se deja tocar. Muestra sus heridas, no para humillar, sino para sanar.
Las llagas gloriosas de Cristo son el lugar donde nuestra incredulidad puede encontrar consuelo. Jesús no niega nuestras heridas, nuestras caídas, nuestras dudas: las abraza y las transforma.

Hoy también nosotros, como Tomás, somos invitados a acercarnos a las llagas del Resucitado y decir con fe renovada: "¡Señor mío y Dios mío!"


La Misericordia, fuente de misión

Pero este Domingo de la Misericordia no es solo para nosotros. ¡Es una misión!
Jesús, al aparecerse a los discípulos, sopla sobre ellos el Espíritu Santo y les dice:
"A quienes les perdonen los pecados, les quedarán perdonados."

La Iglesia, nacida del costado traspasado de Cristo, es enviada al mundo para ser instrumento de su misericordia.

  • En la Confesión, Cristo nos limpia y nos abraza.
  • En la Eucaristía, nos alimenta con su amor vivo.
  • En el servicio a los pobres y heridos, nos llama a ser sus manos y su corazón en el mundo.

El mensaje de la Misericordia es urgente:

  • Porque vivimos en un mundo herido por el egoísmo, el rencor, la violencia.
  • Porque muchos sienten que no son dignos de Dios, que sus pecados son demasiado grandes.
  • Porque hoy, como en tiempos de sor Faustina, Jesús clama: "Confíen en mi misericordia."

Queridos hermanos:

Hoy, contemplemos el corazón abierto de Jesús.
Hoy, digámosle como sor Faustina:
"Jesús, en Ti confío."
Hoy, pidamos que su misericordia cure nuestras heridas y nos haga testigos de esperanza en medio de nuestro mundo.

¡No tengamos miedo! Como nos enseñó san Juan Pablo II, abramos de par en par las puertas a Cristo y a su misericordia. Y salgamos al encuentro de los heridos, los pobres, los caídos, llevando no juicios, sino el abrazo de un Dios que nunca se cansa de perdonar.

Porque solo su amor salva. Solo su misericordia transforma. Solo su resurrección da sentido pleno a nuestra vida.

Amén.

2

Esto cambia todo!


En el evangelio de este día, San Juan nos cuenta una aparición de Jesús Resucitado, la tarde del primer día de la semana es decir el domingo de Pascua; recordemos que hubo otras apariciones, netamente   a María Magdalena. Los apóstoles están confinados en el cenáculo, en el lugar donde estaban. Ellos se esconden porque tienen miedo de ser buscados y condenados como su Maestro. Este miedo también lo conocemos nosotros. Caminar tras los pasos de Jesús no está libre de peligros, de riesgos. En ciertos países, es peligroso tener una Biblia o un signo cristiano. Cuando nosotros queremos afirmar nuestra fe, nosotros podemos vernos expuestos a las burlas o a la indiferencia. Es siempre el mismo temor el que nos invade.

Pero vemos que Jesús se une a sus apóstoles en su encierro. Y Él hoy continúa uniéndose a nosotros en nuestros confinamientos o encierros. Sus primeras palabras son para desearles la Paz. Después de todo lo que ellos han vivido, Él quiere apaciguarlos. Esta paz , es la alegría Vuelta a encontrar, es el perdón, la reconciliación. En el momento de enviarlos a la misión, Él quiere liberarlos de esta angustia que les obsesiona. El mismo Cristo se nos une hoy para darnos su paz, para decirnos que Él tiene misericordia de nosotros. A pesar de que hayamos caído muy bajo, Él desea volvernos a levantar. Allí donde el pecado ha abundado su misericordia ha sobreabundado.

Este Jesús que se manifiesta a sus apóstoles es el mismo que ellos han seguido durante tres años. Pero Él es transfigurado por la Resurrección, es cambiado…Ante esta aparición, el miedo de los apóstoles se borra. San Juan nos dice que al verlo se llenaron de alegría. Es también esta alegría que nosotros acogemos y nos invade a lo largo de todo este tiempo de Pascua. Cristo Resucitado está aquí. Él viene a unírsenos en la cotidianidad de nuestras vidas, de nuestras alegrías y nuestras pruebas.  Es cerca de Él que nosotros encontramos la verdadera alegría. Nosotros sabemos que en adelante, nada puede separarnos de su amor.

Tenemos el caso del apóstol Tomás el que cree tardíamente. A Él no le harán creer lo que no ha visto. Lo que Él ha visto es a Jesús crucificado y encerrado dentro de un sepulcro. Pero Cristo Resucitado no carece de sentido del humor, Para responder a su petición, a su demanda, invita a Tomás a acercarse y tocar sus llagas. Pero Tomás no ha tenido necesidad de hacerlo. Él va mucho más lejos que sus amigos, pues él ha sido el primero en reconocer en Jesús “mi Señor y mi Dios”. Es  el encuentro y la Palabra de Jesús que provocan la profesión de fe del incrédulo. Nosotros al igual que este discípulo, nos gustaría tener pruebas, pero el Señor no cesa de recordarnos estas palabras: “Felices los que creen sin haber visto”. Entonces, seamos como el apóstol Tomás, seámoslo hasta el final; y que su aventura sea la nuestra.

Este encuentro con Cristo Resucitado sacudió completamente la vida de los apóstoles y también la de los primeros cristianos. Con Él presente, en medio de ellos, ya nada más puede ser como antes. San Lucas nos lo recuerda en la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles: En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía.” Y era con una gran fuerza que los apóstoles daban testimonio de la resurrección de Jesús. Lo que hace su testimonio creíble es el compartir, ellos ponían todo en común.

Esto también es verdad para cada uno de nosotros. Las bellas palabras no son suficientes. Todos estamos invitados a compartir. El ejemplo de los primeros cristianos puede ayudarnos a ser más fraternales, más caritativos. Y cristianos que se desvelan por servir a los demás, nosotros conocemos muchos. Durante la cuaresma, han sido muchos los que han compartido con los que tienen hambre…Pensemos también en todos aquellos gestos de solidaridad entre vecinos durante el confinamiento…Los ejemplos no faltan. Esta solidaridad es ahora más que nunca necesaria, sobre todo en este periodo de pandemia donde la crisis golpea a los pobres cada vez más numerosos.

Testimoniar a Cristo Resucitado es ser portador de su amor. Y es necesario que esto se vea en nuestras familias y comunidades cristianas.

Con este evangelio, estamos más que nunca sumergidos en la misericordia de Jesús. Recordemos: unos días antes Judas lo traicionó, ; Pedro lo negó . Todos lo abandonaron, Yahora, ellos se esconden, ellos se encierran. En efecto, ellos tienen miedo de ser buscados y atrapados por aquellos que han matado a su maestro.

Y sin embargo Jesús viene a unírseles. Él habría podido hacerles reproches y sin embargo, es la paz lo que Él viene a traerles. Esta paz es el perdón, es la reconciliación. Con Jesús Resucitado, el mal no puede tener la última palabra. Es la misericordia que triunfa. Y esta es una Buena Noticia para nosotros: cuando nos alejamos del Señor, Él está siempre ahí, Él no se cansa de unirse a nosotros para aportarnos su paz.

En este domingo de la Misericordia, pidámosle al Señor de hacernos más disponibles a la fuerza de la fe, Que Él esté con nosotros para que seamos más valientes en el testimonio. Que Él nos haga más generosos en la práctica de la caridad fraterna. “Tu que eres luz, Tú que eres el amor, pon en nuestras tinieblas tu Espíritu de amor”.

Que Santa María Nuestra Señora de la Pascua y San José nos acompañen y nos inspiren en la fe y el amor que nos impulsan a seguir tus pasos… Amén!

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