3 de abril del 2022: 5o domingo de Cuaresma (C)
Las lecturas bíblicas que se
nos ofrecen este domingo son una nueva clave que nos ayuda a entrar mejor en el
espíritu de la Cuaresma. Con demasiada frecuencia, usamos aquella clave que nos
abre a soluciones fáciles. Los textos de este domingo quieren ayudarnos a vivir
una Cuaresma liberadora, totalmente orientada hacia el futuro.
Es lo que aparece en el texto
de Isaías (1ª lectura). Para los hebreos, las huellas del pasado ocupan un
lugar importante. Tenían muy presente en su mente recordar las maravillas de
Dios. Hubo la liberación de Egipto, el cruce del Mar Rojo y todos los años del
Éxodo en el desierto. Hoy vemos a Isaías hablando de nuevo a un pueblo
nuevamente en el exilio en Babilonia. El profeta le anuncia el regreso a la
Tierra Prometida. Dios no es solo creador. Él es libertador y salvador. Su
salvación se ofrece a todos, aquí y ahora. No basta con recordar sus maravillas
del pasado. La buena noticia es que Dios nunca dejó de amar a su pueblo. Él
siempre está ahí para salvarnos.
Es muy importante para
nosotros hoy. A menudo tendemos a idealizar “los buenos viejos tiempos” cuando
todo era maravilloso. Y hoy, muchos cristianos están desesperados porque
sienten que todo va a la deriva. Pero hay una cosa que nunca debemos olvidar:
Nuestro Dios no ha cambiado. Él sigue siendo el que quiere salvar el mundo. Él
es capaz de hacer florecer todos los desiertos, los de nuestras familias, los
de nuestro entorno de vida y los de nuestro mundo. La fiesta de la Pascua no es
sólo la de nuestra liberación pasada. Es también la de nuestra propia
liberación por un Dios que salva y perdona.
Es este Cristo salvador y
liberador quien interviene en la vida de Pablo (2ª lectura). El que fue fiel
observador de la ley nos dice que fue librado de un pecado más oculto y
profundo: es el pecado de los que se creen perfectos e irreprensibles, el
pecado de los que se permiten el orgullo. Pablo pensó que tenía la justicia que
viene de la ley. Era un fariseo muy generoso. No pensó que debería ser liberado
de un pecado porque se sentía inmune a él. Pero cuando se encontró con el
Señor, comprendió que esta justicia según la ley no es la verdadera justicia según
Dios. Pablo debe entender que necesita ser liberado de su orgullo. Debe aceptar
que necesita ser salvado.
Además, Pablo pensó que estaba
haciendo una buena obra al perseguir a los cristianos. Ahora entiende que fue
injusto y criminal. Desde el momento en que conoció a Cristo, toda su vida dio
un vuelco total. Pero ahora ha entendido que su relación con él es una relación
que libera. Aparte de él, lo que parece esencial es solo "basura".
Nos hace comprender a todos que la felicidad de conocer a Cristo es un bien que
supera todo lo que el mundo pretende darnos. El apóstol nos muestra el
propósito de nuestra vida, el mundo de Dios donde todos estamos llamados a
unirnos a Cristo.
En su Evangelio, San Juan nos
habla de la misericordia que libera. Nos habla del juicio de esta mujer
culpable de adulterio. Sus acusadores son escribas y fariseos, expertos en la
ley de Moisés, gente conocida por su fervor religioso. Según la ley de Moisés,
esta mujer debía ser apedreada. Pero si se vuelven hacia Jesús, en primer lugar,
es para atraparlo. Si se niega a condenarla, está quebrantando la ley de
Moisés. Y si lo condena, contradice la misericordia que Él predica.
Pero la maniobra de ellos
fracasa: Jesús abre un nuevo juicio, el de los acusadores: “Aquel de ustedes
que esté libre de pecado, que le tire la primera piedra”. Y ahora cada uno es
devuelto a su propia conciencia. Ante Dios, nadie está libre de pecado. De una
forma u otra, todos somos culpables.
Antes de sermonear a otros,
necesitamos quitar la viga o paja que está en nuestro ojo. Esta viga es orgullo
y desprecio por los que han pecado. Todo esto nos impide aceptar el amor que
hay en Dios. Nunca debemos olvidar que Cristo vino a buscar y salvar a todos
los pecadores, incluso a los que han cometido lo peor. Él quiere abrirnos a
todos un camino de esperanza.
Hermanos, en este día hemos
venido aquí, acudiendo a Jesús con el deseo de acoger su palabra y dejarnos
transformar por ella. Él puede convertir nuestros corazones de piedra en
corazones de carne. Es con él que encontraremos la alegría de ayudar, apoyar, consolar
y amar. Que su Palabra sea luz para nuestro mundo y que su amor alivie a los
que sufren. Amén
3
De la CEC
I.
Orientaciones para la Predicación
Introducción
Este domingo nos apartamos del evangelio de Lucas para entrar, dentro del
evangelio de Juan, en un bellísimo pasaje que de todas formas tiene sabor
lucano y no pierde de vista la experiencia de la misericordia.
Se trata
del episodio de la mujer sorprendida en adulterio (Juan 8,1-11). Frente a ella
y también frente a sus acusadores hoy vemos a Jesús como Señor de la
misericordia y del perdón, que penetra en lo más íntimo del corazón del hombre.
El contexto del pasaje es del conflicto.
Como vimos
el domingo pasado, la misericordia de Jesús escandalizó a los fariseos y
escribas de su tiempo. Por eso desaprobaron la praxis de Jesús y buscaron la
manera de demostrarle que solamente su comportamiento era el que correspondía a
la voluntad de Dios. Para ellos el punto de referencia era estrictamente la
Ley. Precisamente en este punto es que ahora ponen a prueba a Jesús y ésta será
la ocasión para una magnífica enseñanza sobre el dinamismo del perdón: reconocer
el pecado, ser perdonado y perdonar a los demás. Y viceversa, así como no está
autorizado para juzgar quien tiene motivos para ser juzgado, igualmente sólo
quien perdona puede ser perdonado por Dios…
1.
Lectio:
¿Qué dice la Sagrada Escritura?
A Jesús le presentan una mujer sorprendida en adulterio, con ello buscaban
algún motivo para hacerle caer. Según la ley de Moisés, la mujer adúltera debía
ser lapidada. Si Jesús aceptaba la lapidación, la misericordia que él predicaba
quedaría desvirtuada; si la rechazaba, estaría contrariando la Ley. La
respuesta de Cristo es una lección de justicia y misericordia: “El que esté
libre de pecado que tire la primera piedra”. Quienes pedían castigo por el
pecado, estaban llenos también de culpa. A la mujer, quien ha quedado sola con
Él, Jesús, le ofrece su misericordia diciéndole: “yo tampoco te condeno”,
pero la invita a la conversión: “vete y no peques más”
2.
Meditatio:
¿Qué me
dice la Sagrada Escritura y que me sugiere para decirle a la comunidad?
1.
Después de pasar la noche en el monte de los Olivos, Jesús madruga para
ir al Templo y allí lo rodea una gran cantidad de gente que busca su enseñanza.
El texto dice que el auditorio estaba compuesto por “todo el pueblo”. Pareciera
exagerado, pero es la manera de ambientar la escena y preparar lo que viene:
Jesús está ante la Ciudad Santa en calidad de “Maestro”, por eso dice “se sentó
y se puso a enseñarles”. El reconocimiento de la autoridad de Jesús llega al
máximo entre la gente.
Puesto que
“todo” el pueblo está allí, un fracaso ante los otros maestros podría
desautorizarlo definitivamente. La situación es peligrosa. La situación será
aprovechada por los enemigos de Jesús para emboscarlo en una trampa jurídica,
desacreditarlo y llevarlo al patíbulo.
2. En esa circunstancia, “los
escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio”. Parece
ser que el hecho es indudable. Al respecto la Ley es muy clara: “Si un
hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el
adúltero como la adúltera” (Levítico 20,10).
Jesús es abordado como Maestro que
debe dar el veredicto. Los acusadores le presentan a Jesús el hecho; le
recuerdan la norma de la Ley: “Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas
mujeres”; le piden el veredicto: “¿Tú que dices?”.
Jesús es colocado entre la espada y
la pared, en principio no le queda más alternativa que asociarse a la praxis de
sus adversarios y responder pidiendo la pena de muerte de la mujer. De no
hacerlo daría suficientes motivos para ser señalado de actuar contra la Ley de
Dios.
El evangelista nos dice que “esto
lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle”. Oportuna precisión
que saca a la luz la cuestión de fondo: Si Jesús aprueba el comportamiento de
sus enemigos, también acepta su posición contra los pecadores; en consecuencia,
tendría que ponerle fin a su praxis de misericordia y aparecer ante el pueblo
como un falso maestro. Pero si Jesús no lo hace, resulta que termina
desaprobando una Ley inequívoca ante un hecho inequívoco, e igualmente daría
motivos para ser acusado de falso maestro que aparta a la gente de la Ley de
Dios y, en consecuencia, debería ser quitado de en medio del Pueblo.
Jesús responde con un gesto y con
una frase. El gesto silencioso: “Inclinándose, se puso a escribir con el
dedo en la tierra”. Jesús no se precipita para dar el veredicto, se toma un
tiempo. Quizás esto sea lo más importante puesto que lo hace dos veces, enmarcando
la única frase que pronuncia. Su primera respuesta es el silencio, un silencio
que invita a todos a la reflexión. Jesús se comporta como si estuviera
completamente solo, concentrado en su juego de hacer garabatos en la
tierra.
Este gesto podría ser interpretado
como una indicación de la calma y la seguridad que Jesús tiene; como una manera
de cansar e irritar a sus enemigos; como un gesto simbólico.
Muchos han explorado la tercera
posibilidad, una de las más interesantes es la que ve allí la referencia de
Jeremías 17,13: “Los que se apartan de ti, en la tierra serán escritos, por
haber abandonado el manantial de aguas vivas, Yahveh”. De ser así, ¿Jesús
le estaría recordando a sus adversarios que son infieles a Dios y merecen ser
escritos en el polvo y extinguidos? De cualquier forma, ellos pierden la
paciencia y presionan a Jesús para que les dé una respuesta.
Jesús se levanta y les dice la
siguiente frase: “Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la
primera piedra”.
Por fin Jesús los toma en cuenta y
se dirige directamente a sus adversarios citando de forma adaptada la norma de
Deuteronomio 17,7. Con sus palabras, les hace caer en cuenta de un tercer
elemento que no han tenido en cuenta: ellos apuntaron el delito, lo
confrontaron con la Ley; pero no han tenido en cuenta sus propios pecados.
Ellos no pueden presentarse como si no tuvieran ninguna falta y por eso también
necesitan de la paciencia, de la misericordia y del perdón de Dios. ¿Por qué
tienen tanto afán en la condenación de la mujer adúltera?
Los escribas y fariseos quieren
tratar a la mujer como un caso más, fríamente, como si fuera un problema de
aritmética. Jesús introduce una nueva consideración: la situación de los
acusadores ante Dios. Los lleva a examinarse a sí mismos, ¿cómo quisieran ser
tratados? Jesús deja un nuevo espacio de reflexión.
Los adversarios son honestos y
aceptan en su corazón la palabra de Jesús: “al oír estas palabras, se iban
retirando uno tras otro”. Lo mismo hace todo el auditorio. ¡Qué increíble
lección recibieron aquel día! Ninguno de los presentes afirmó que no tuviera
ninguna culpa ni arrojó la primera piedra. Todos se fueron. Jesús y la mujer
quedan solos.
3. Jesús se levanta y se percata de
que no quedan sino la mujer y él. Hasta el momento Jesús se ha dedicado a los
acusadores, ahora se dirige a la mujer acusada. Este grandioso momento final
gira en torno a un diálogo delicado y concreto entre los dos. Jesús hace dos
preguntas y dos afirmaciones: Las dos preguntas aclaran la nueva situación: los
acusadores ya no están y ninguno ha condenado a la mujer.
En las dos afirmaciones Jesús
plantea su propia posición: tampoco él la condena a la pena de muerte y la
despide exhortándola a comenzar una nueva vida. En otras palabras: una
absolución y el encargo de una nueva tarea. Interesante esta postura de Jesús:
no le aprueba el pecado, pero tampoco se lo relativiza como si no hubiera
pasado nada. Jesús le habla enérgicamente pidiéndole que se abstenga del
comportamiento que la apartó de la voluntad de Dios y la expuso a la muerte.
3.
Oratio y Contemplatio:
¿Qué
suplicamos al Señor para vivir con mayor compromiso la misión? ¿Cómo reflejo en
la vida este encuentro con Cristo?
“Ayúdame Señor, a que mis ojos sean misericordiosos para que yo jamás
sospeche o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de
mi prójimo y acuda a ayudarle. Ayúdame, Señor, a que mis oídos sean
misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea
indiferente a sus penas y gemidos. Ayúdame Señor, a que mi lengua sea
misericordiosa para que jamás critique a mi prójimo, sino que tenga una palabra
de consuelo y de perdón para todos” (Sor Faustina Kowalska).
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Recomendaciones
prácticas:
• Comienza la semana de dolor. Por tanto, una oportunidad privilegiada
para convocar a una celebración comunitaria del Sacramento de la Penitencia.
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