6 de abril del 2025: 5o Domingo de Cuaresma - Ciclo C
Reconciliaciones
Quedan pocos días para vivir
el sacramento de la reconciliación, uno de los acontecimientos de la Cuaresma.
Pasar por un proceso así no es
fácil para nadie, pero las tres lecturas pueden ayudarnos a prepararnos para
recibir la gracia del perdón de Dios.
Estos tres textos son
fuertemente contrastados, con una llamada a la renovación en Isaías, una
provocación paulina y avizorar una meta o la cima, en términos de narración
evangélica.
La promesa divina, de la que
da testimonio el pueblo de Israel, incluye esta novedad radical: «miren
que realizo algo nuevo», nos dice Isaías de parte o en el nombre del
Señor.
El camino que se abre depende
sólo de Dios, pero está en nosotros acoger su plena fecundidad.
Ahora bien, san Pablo nos
advierte: para acoger la justicia que viene de Dios, él tuvo que renunciar a lo
que él llama “desechos (basura-pérdida)”, según la traducción litúrgica. ¡De
hecho, es una palabra mucho más vulgar la que usa Pablo! Quiere ayudar a los
cristianos a tomar conciencia de lo que se les promete. Nos recuerda que Cristo
Jesús es el principio esencial de toda justicia divina, que nos pone contra la
pared. ¡Acoger a Cristo resucitado en el corazón de nuestra vida exige
auténticas renuncias!
Finalmente, el episodio del
perdón concedido a la mujer acusada de adulterio, así como a quienes escaparon
a la complicidad en el homicidio, subraya la doble acción de Cristo. Dos veces
se agacha hasta el suelo y luego se levanta de nuevo para poner en práctica el
perdón que sólo Dios puede conceder y para que todos puedan aceptarlo.
¿Qué significa para mí el perdón?
¿Con qué persona(s) puedo reconciliarme?
Luc Forestier, sacerdote de La
Madeleine (diócesis de Lille)
Primera lectura
Miren que
realizo algo nuevo; daré de beber a mi pueblo
Lectura del libro de Isaías
ESTO dice el Señor,
que abrió camino en el mar
y una senda en las aguas impetuosas;
que sacó a batalla carros y caballos,
la tropa y los héroes:
caían para no levantarse,
se apagaron como mecha que se extingue.
«No recuerden lo de antaño,
no piensen en lo antiguo;
miren que realizo algo nuevo;
ya está brotando, ¿no lo notan?
Abriré un camino en el desierto,
corrientes en el yermo.
Me glorificarán las bestias salvajes,
chacales y avestruces,
porque pondré agua en el desierto,
corrientes en la estepa,
para dar de beber a mi pueblo elegido,
a este pueblo que me he formado
para que proclame mi alabanza.»
Palabra de Dios.
Salmo
R. El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.
V. Cuando el
Señor hizo volver a los cautivos de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares. R.
V. Hasta los
gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos.»
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres. R.
V. Recoge,
Señor, a nuestros cautivos
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares. R.
V. Al ir, iban
llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelven cantando,
trayendo sus gavillas. R.
Segunda
lectura
Por Cristo lo
perdí todo, muriendo su misma muerte
Lectura de la Carta del apóstol San Pablo a los Filipenses
HERMANOS:
Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de
Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con
tal de ganar a Cristo y ser hallado en él, no con una justicia mía, la de la
ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y
se apoya en la fe. Todo para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y
la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza
de llegar a la resurrección de entre los muertos. No es que ya lo haya conseguido
o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido
alcanzado por Cristo. Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Solo
busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que
está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios
desde arriba en Cristo Jesús.
Palabra de Dios.
Aclamación
Evangelio
El que esté
sin pecado, que tire la primera piedra
Lectura del santo Evangelio según San Juan
EN aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se
presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose,
les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en
adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las
adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder
acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como
insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que
le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos,
al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y
quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se
incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha
condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te
condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Palabra del
Señor.
Reflexión y oración
• Haz
Padre bueno que comprenda lo que Tú quieres revelarme por medio de este
fragmento de la Palabra de Dios.
• Veo a Jesús que se retira
para estar con Dios Padre. La oración ocupa un espacio importante en la vida de
Jesús ¿Y en la mía?
• Jesús en su vida encontró
situaciones conflictivas, tensas. Su vida no fue fácil.
• ¿Qué dificultades encuentro
en mi vida?
• Jesús afronta las
situaciones por difíciles que fuesen y no se deja amedrentar.
• Defiende la verdad, sale en
defensa de los desvalidos, hace caer en la cuenta de la realidad de cada uno.
Busca la conversión de todos.
• Jesús perdona y al mismo
tiempo ánima a que procuren no caer en la tentación, porque el pecado no es un
sueño es una realidad.
• Jesús sabe mantener el justo
equilibrio: del rechazo al pecado y del ejercicio de la misericordia.
• Llamadas.
• Oro a partir de lo que he
contemplado, especialmente de la manera de actuar de Jesús.
Notas para fijarnos en el Evangelio
• Nos estamos acercando a la
celebración de la Pascua.
• Juan nos ofrece hoy el
rostro misericordioso de Dios en la persona de Jesús, que no ha venido a
condenar sino a salvar lo que estaba perdido. Este texto nos viene bien
contemplarlo en estos días en los que seguramente participaremos en alguna
Celebración Penitencial.
• Jesús se retira a rezar, a
estar con Dios, en el lugar donde pasará la última noche de su vida en este
mundo (1).
• A Jesús lo encontramos
después en el templo (2), en la casa de Dios como los demás judíos piadosos.
Allí aprovecha los espacios que la vida le ofrece para presentar su Buena
Noticia. En el templo enseña. Es el maestro de la Buena Nueva que no para de
ofrecerla a todos.
• A Jesús los letrados y los
fariseos le ponen una trampa (3). Otras veces lo han hecho.
• Una mujer ha sido encontrada
en adulterio ¿hay que apedrearla, según dice la Ley? (5) Y el hombre ¿dónde
está? ¿Por qué hay una doble vara de medir?
• Y Jesús, como respuesta, les
devuelve la pelota, les cuestiona sobre sus vidas: “El que esté sin pecado, que
le tire la primera piedra” (7), les dice Jesús a los que le pusieron la
trampa.
• Jesús dirá “no juzguéis y no
seréis juzgados” (6,37) y también que tenemos que quitarnos la viga de nuestro
ojo antes de pretender quitar la paja del ojo ajeno (6,42).
• Jesús, esperando su
reacción, se entretiene dibujando en el suelo (6), provocando la reflexión para
que cada uno tuviese tiempo de mirarse en su interior y preguntarse ¿qué tal
era su vida?
• Poco a poco, la gente, los
acusadores, se van retirando, van tomando conciencia de que el pecado está
también en cada uno de ellos, comenzando por los más viejos hasta que se quedan
solos la mujer y Jesús (9). Todos han reconocido que son pecadores.
• Yo tampoco estoy limpio de
culpa. Es saludable tomar conciencia de nuestro pecado en este tiempo de
cuaresma, en vísperas de la Pasión y Resurrección.
• Le dice Jesús a la mujer:
“Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más” (11). Con lo que
Jesús no quita importancia al pecado y al mismo tiempo muestra el perdón y la misericordia
de Dios para la mujer. San Agustín comenta “se encontraron dos: la miseria y la
misericordia”. Es lo que vemos que expresa Jesús con sus palabras.
• La Iglesia dispensadora del
perdón y de misericordia de Dios. Ella, continuadora de la obra de Jesús,
también está no para condenar sino para salvar.
• Se acusa sólo la mujer y el
hombre ¿dónde estaba? cómo si sólo fuese culpable la mujer.
• Me llama la atención la
valentía de Jesús al enfrentarse a los letrados y fariseos que serían
seguramente numerosos y que formaban parte de los notables de aquella sociedad.
Él sólo y delante un buen grupo de personas importantes.
• Jesús sale en defensa de los
que no tienen voz y trata de poner a cada uno en su sitio.
• A final encontramos a Jesús
sólo con la mujer (9), la verdad se ha impuesto y la misericordia también.
Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más
Señor
Jesús,
hoy me
parece que lo mío es
quedarme
sentado contemplando esta escena tan conmovedora y observar atentamente lo que
acontece:
unos
hombres enfurecidos con pedruscos en sus manos dispuestos a apedrear a la
adultera;
la
mujer llorosa y desmelenada arrastrada en manos de unos hombres viendo que su
vida se había terminado;
quien
sabe si en alguna esquina no estaría contemplando la escena el hombre también
adúltero;
tal
vez más de un curioso contemplaría aquel pequeño tumulto pero sin implicarse lo
más mínimo.
Y en
esas llegas Tú, seguramente acompañado de los Apóstoles. Había gente, Señor
Jesús, que no te quería bien,
les
molestabas y te ponen una trampa para tener un motivo más para acusarte.
Hoy,
por desgracia, también los hay.
Tú
solo ante el peligro, los Apóstoles serían tan solo los acompañantes y Tú
mantienes la serenidad: escuchas, pones preguntas, les cuestionas, y dejas
tranquilamente pasar el tiempo para que cada uno se examine a sí mismo.
Hoy
también, Señor Jesús, hay seguidores tuyos que también están solos ante el
peligro y defienden a los desvalidos y dan la cara por ellos.
Tus
palabras, Señor Jesús, fueron certeras.
No
entras en discusión alguna, sino que les interpelas.
Todos
se sienten culpables.
La
mujer queda en libertad, nadie le condena y Tú tampoco.
Tú,
Señor Jesús, has salvado la vida de esta mujer.
¡Qué
suerte tuvo la mujer de que aquel día casualmente pasases por allí!
¡Las
casualidades de la vida, que llamamos providencia!
Pero a
la mujer le adviertes que no está bien lo que ha hecho y le animas a que viva
honradamente.
¿Qué
pensaría la mujer? ¿Qué valoración haría de tu persona?
Y los
letrados y fariseos ¿qué comentarían entre ellos?
¿cómo
reaccionaron a partir de este hecho?
Jesús,
Tú eres listo y das la cara con valentía.
Tu
vida es un interrogante permanente para todos.
Tú
sales en defensa de los que no tienen voz.
Gracias,
Señor, por tu manera de ser, todo un ejemplo para nosotros, tus seguidores.
Señor,
ayúdanos a hablar por los que no tienen voz.
Ayúdanos
a salir en defensa de los maltratados.
Haz,
Señor, que estemos contra el pecado, pero al lado siempre de los pecadores.
Que
seamos misericordiosos y al mismo tiempo que luchemos, con todas nuestras
fuerzas, contra el pecado.
Homilía
DECIR LOS PECADOS AL CONFESOR
VER
En esta etapa final de la
Cuaresma es muy habitual que en las comunidades parroquiales se organicen
celebraciones penitenciales comunitarias con confesión y absolución
individuales. Y, salvo excepciones, de año en año se nota la disminución de la
participación en estas celebraciones. Y lo mismo ocurre el resto del año: cada
vez son menos los fieles que piden confesión.
Las causas son muchas: separación
entre fe y vida, pérdida del sentido del pecado, pero hay una que supone un
fuerte obstáculo: ‘Decir los pecados al confesor’. Muchos piensan que
por qué deben contarle al cura sus pecados, y por eso prescinden de este
Sacramento.
JUZGAR
Cuando se dialoga sobre este
punto, aparecen múltiples razones: muchos aluden sentimientos de vergüenza,
escrúpulos… Otros, lamentablemente, han tenido malas experiencias, al
encontrarse con actitudes y palabras muy duras por parte del confesor. Y otras
personas, simplemente, no entienden la razón de la presencia del sacerdote y
dicen: ‘Yo me confieso directamente con Dios’.
El Arzobispo de Valencia, en
su Carta Pastoral con motivo de Jubileo “Peregrinos de esperanza”, hacía esta
referencia a este elemento del Sacramento de la Penitencia: «Soy consciente
de que la mediación eclesial en la recepción del perdón es para muchos una
dificultad, cuando en realidad debería ser una ayuda para una auténtica
reconciliación: la humildad para reconocer y confesar nuestras faltas ante un
ministro de la Iglesia nos ayuda a vivir este encuentro con Dios, no con miedo,
sino sintiéndonos pobres a causa de nuestras faltas».
El Evangelio que hemos
escuchado nos orienta para recuperar el verdadero sentido de este Sacramento y
la necesidad del ministro ordenado en el mismo.
Los escribas y los fariseos
traen ante Jesús a “una mujer sorprendida en flagrante adulterio”. No
hay duda de su pecado y los escribas y fariseos tienen clara la sentencia: “La
ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras”. Ellos no son personas
ignorantes, tienen su conciencia formada desde el estudio de la Palabra de
Dios, y por eso no dudan que ése es el parecer de Dios y que deben aplicarlo.
Ese peligro lo corremos
nosotros cuando nos creemos ‘formados’, cuando nos creemos que ‘tenemos claro
lo que Dios quiere’.
Pero los escribas y fariseos,
aunque con mala intención (para comprometerlo y poder acusarlo), se dejan
cuestionar por Jesús: “Tú, ¿qué dices?” Y se encuentran con una
respuesta que no va contra lo que ellos creían tener tan claro respecto a Dios,
sino que amplía y completa lo que Dios dice sobre el pecado cometido: “El
que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”.
Sin la presencia de Jesús, esa
mujer hubiera sido condenada y apedreada; pero su presencia es la que despierta
de verdad la conciencia de escribas y fariseos, que, “al oírlo, se fueron
escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos”.
Y, sobre todo, la presencia de
Jesús es la que hace posible el diálogo con la mujer y que ésta se dé cuenta
del mal cometido y encuentre el perdón (tampoco yo te condeno) y la posibilidad
de reconducir su vida (Anda, y en adelante no peques más).
Es en el diálogo con el
confesor donde el pecador se encuentra ‘a solas con Jesús’, porque el
sacerdote, por voluntad de Cristo y en virtud del Sacramento del Orden, actúa
no a título personal sino en representación del mismo Cristo. La presencia del
sacerdote en el Sacramento de la Penitencia permite el diálogo, que
cuestionemos ‘nuestras’ ideas, a menudo preconcebidas, limitadas, erróneas…
desde la Palabra de Dios, para conocer realmente Su voluntad.
Y, sobre todo, nos permite
escuchar, no sólo en nuestra conciencia sino realmente, las palabras del mismo
Jesús: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.
ACTUAR
¿Me confieso regularmente o
‘me confieso directamente con Dios’?
¿Me da reparo decir los
pecados al confesor?
¿Me abro al diálogo, me dejo
cuestionar?
¿Experimento la presencia de
Jesús?
Aunque ‘decir los pecados al
confesor’ nos suponga un obstáculo, acojamos la invitación que hoy el Señor nos
hace para vivir la experiencia de la mujer adúltera.
Como dice el Papa Francisco: «El
sacramento de la Penitencia nos asegura que Dios quita nuestros pecados. La
Reconciliación sacramental no es sólo una hermosa oportunidad espiritual, sino
que representa un paso decisivo, esencial e irrenunciable para el camino de fe
de cada uno. En ella permitimos que Señor destruya nuestros pecados, que sane
nuestros corazones, que nos levante y nos abrace, que nos muestre su rostro
tierno y compasivo. No hay mejor manera de conocer a Dios que dejándonos
reconciliar con Él, experimentando su perdón. Por eso, no renunciemos a la
Confesión, sino redescubramos la belleza del sacramento de la sanación y la
alegría, la belleza del perdón de los pecados». (Bula de convocatoria del
Jubileo 2025)
https://www.accioncatolicageneral.es/index.php/publicaciones/acompanantes/preparando-adultos
"Yo tampoco te condeno.
Vete, y no vuelvas a pecar"
Queridos
hermanos y hermanas:
Nos
encontramos ya en el quinto
domingo de Cuaresma, a tan solo unos días de comenzar la Semana
Santa, el corazón del año litúrgico. La liturgia de hoy nos invita a mirar
profundamente dentro de nuestro corazón, a reconocer nuestra fragilidad, y al
mismo tiempo, nos muestra el rostro tierno y misericordioso de Dios. Un Dios
que no condena,
sino que libera y
transforma, especialmente a través del Sacramento de la Reconciliación.
1. El Dios que hace algo nuevo
La
primera lectura, tomada del profeta Isaías, nos presenta a un Dios que habla a
su pueblo exiliado y cansado. Les dice: “No
recuerden lo pasado... miren que realizo algo nuevo”. Dios no se
queda en los errores del pasado, sino que abre caminos en el desierto, da agua en la tierra árida,
y renueva la esperanza. Esta palabra también es para nosotros hoy.
Tal
vez en esta Cuaresma hemos hecho propósitos que no hemos cumplido, tal vez
nuestras caídas han sido frecuentes, o quizá arrastramos heridas, pecados o
culpas que no hemos entregado todavía. Pero Dios nos repite: "Yo hago algo nuevo. No te
estanques en lo viejo, no te encierres en la culpa. Levántate, ven a mí. Te
haré nuevo."
2. Pablo: Todo lo considero basura comparado con Cristo
San
Pablo, en la segunda lectura, nos muestra el dinamismo de la vida cristiana. Él
no se gloría en sus logros ni se queda anclado en su pasado —incluso cuando fue
perseguidor de la Iglesia— sino que todo lo estima como pérdida en comparación
con el conocimiento de
Cristo.
Esto
es esencial en este tiempo: no basta con una religiosidad superficial. Cristo
debe ser el centro, y para ello es necesario quitar lo que estorba: el orgullo,
la soberbia, el pecado que nos aleja de Dios. San Pablo corre hacia la meta, pero con humildad,
reconociendo que no ha llegado, que necesita avanzar, y eso implica conversión
continua.
3. El Evangelio: Una mirada que sana
El
pasaje del evangelio de Juan es uno de los más bellos y humanos de todos los
evangelios. La mujer sorprendida en adulterio es llevada ante Jesús. No la
llevan por compasión, sino para usarla como trampa. Pero Jesús, con su
sabiduría y misericordia, desarma a los acusadores y rescata a la mujer. Nadie
lanza la piedra. Y cuando todos se han ido, Jesús le dice: “Tampoco yo te condeno. Vete y no peques
más”.
Este
es el corazón de nuestro Dios: no
un juez frío que se goza en el castigo, sino un médico que sana con su perdón.
Jesús no minimiza el pecado, pero muestra
que la misericordia es más poderosa. Nos perdona para que
podamos vivir de otro modo.
4. Prepararse para la Pascua: Volver al Sacramento del Perdón
Hermanos,
esta escena del Evangelio es un llamado fuerte a la conversión y a volver al Sacramento de la Reconciliación.
A veces, por rutina, miedo, vergüenza o desinterés, dejamos de confesarnos. Pero
Jesús nos espera. La confesión no
es una tortura, sino un encuentro
sanador con el amor que no juzga, sino que reconstruye.
La
Pascua es el momento de renovar nuestro bautismo, de celebrar la victoria de
Cristo sobre la muerte. No tiene sentido vivir la Pascua si el corazón sigue
encadenado por el pecado. Es ahora el tiempo de limpiar el alma, de dejar que el Señor nos escriba una
historia nueva, como escribió en la arena cuando desarmó a los
fariseos.
5. Una invitación concreta
Por
eso, en esta semana, hagamos un compromiso serio: vayamos a confesarnos.
No mañana, no la próxima semana, sino esta
misma semana. Y si tenemos miedo o dudas, pidamos ayuda. Los
sacerdotes estamos para acompañar, no para juzgar. La Iglesia es madre, no
tribunal. El confesionario es el lugar donde las lágrimas se transforman en
gozo, donde el alma herida encuentra descanso.
Recordemos
lo que dice el salmo de hoy: "Los
que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares." Este es
el fruto del perdón: alegría, libertad, esperanza.
Conclusión
Dios
no se cansa de perdonar. No importa cuán lejos estemos, cuán manchados nos
sintamos. Hoy es el día de volver. Hoy Jesús nos mira como miró a aquella
mujer: sin condenarnos, pero sí invitándonos a cambiar. Que esta semana sea
para todos nosotros un camino hacia el Sacramento de la Reconciliación, para
que podamos celebrar la Pascua con un corazón verdaderamente resucitado.
Amén.
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