16 de abril del 2025: Miércoles Santo
Enfrentando lo absurdo
(Isaías 50, 4-9a; Mateo
26:14-25) Mateo nos ofrece la historia de la preparación de la cena
pascual, enmarcada por la mención de la traición de Judas.
El enfrentamiento con el
absurdo y con la muerte son parte integrante de la aventura humana de Jesús,
que los interpreta a la luz de las Escrituras de Israel.
En cuanto a la primera
lectura, nos abre al secreto de la relación de Jesús con su Padre, que le
permitirá atravesar los acontecimientos trágicos que le esperan, escuchando y
acogiendo la fuerza que viene de lo alto.
Emmanuelle Billoteau, ermitaña
(Isaías 50, 4-9a) El Siervo sufriente busca aliviar a los que han perdido toda esperanza transmitiéndoles la Palabra, porque puede confiar en su fe en el Señor. Es ella quien le da su fuerza y le permite soportar todos los ultrajes.
(Salmo 68) En la tormenta, en el mayor de los dolores, o incluso en la peor de las soledades, yo alabo el nombre del Señor y le doy gracias porque sé que su luz brillará sobre mí.
Primera lectura
Lectura del libro de IsaIas (50,4-9a):
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Tengo cerca a mi defensor, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos. ¿Quién tiene algo contra mí? Que se me acerque. Mirad, el Señor me ayuda, ¿quién me condenará?
Palabra de Dios
Salmo
Sal 68,8-10.21-22.31.33-34
R/. Señor, que me escuche tu gran bondad el día de tu favor
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre;
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí. R/.
La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre. R/.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias.
Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (26,14-25):
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a donde los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?»
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?»
Él contestó: «ld a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: “El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos.”»
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce.
Mientras comían dijo: «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.»
Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: «¿Soy yo acaso, Señor?»
Él respondió: «El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.»
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?»
Él respondió: «Tú lo has dicho.»
Palabra del Señor
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Comentarios
bíblicos
Primera
lectura: Isaías 50, 4-9a
Este
pasaje es uno de los llamados “Cánticos del Siervo”, y en él encontramos la
figura del Siervo sufriente que, a pesar de ser ultrajado, permanece fiel y
sereno. El Siervo ha recibido de Dios “una lengua de discípulo”, lo que nos
habla de alguien que no solo habla en nombre de Dios, sino que escucha
profundamente su voz cada mañana.
En
el marco del Año Jubilar, esta imagen resuena con fuerza: el verdadero peregrino de esperanza es
aquel que escucha antes de hablar, que no responde al mal con violencia, sino
que confía plenamente en el Señor que lo justifica. Esta es una
lección poderosa para una Iglesia que camina, a menudo en medio de sufrimientos
y desafíos, como sucede con nuestras comunidades insulares.
Salmo 68
Este
salmo es el lamento de un justo perseguido. “Por ti he aguantado afrentas… me
cubrió la vergüenza”. Es un eco del sufrimiento inocente que se identifica con
Cristo. Pero también es una súplica confiada: “me escuchaste en tu gran bondad,
Señor”.
El
salmista, como el Siervo de Isaías, encuentra su fuerza en Dios. Y esto nos invita a mirar las pruebas actuales
como oportunidades para profundizar la esperanza, no como
derrotas.
En
nuestras islas, donde las condiciones sociales, ambientales y espirituales
pueden poner a prueba la fe y la vida digna, esta oración del salmista nos
recuerda que Dios no se
desentiende de los suyos, y que el clamor del pobre llega a Él.
Evangelio:
Mateo 26, 14-25
Este
texto nos lleva al corazón del drama pascual: la traición. Judas vende al
Maestro por 30 monedas de plata. Y sin embargo, el tono de Jesús sigue siendo
sereno, incluso cuando revela lo que está por suceder. Lo más impactante es la
respuesta de Judas: “¿Acaso soy yo, Maestro?”
Aquí
encontramos el contraste radical entre el
amor que se entrega y el egoísmo que traiciona. Este Evangelio
no busca solo acusar a Judas, sino interpelarnos a todos: ¿cómo respondemos al
amor de Cristo? ¿Lo vendemos por intereses personales, por comodidad, por
miedo?
En
este tiempo jubilar, estamos llamados a ser testigos de una esperanza que no se vende ni se corrompe,
a mantenernos fieles incluso cuando la oscuridad se cierne sobre el mundo.
Homilía
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Nos
encontramos en el umbral del Triduo Pascual, en este Miércoles Santo,
contemplando a Cristo que se prepara a entregar su vida. Las lecturas de hoy
nos sumergen en el misterio del sufrimiento inocente, la traición y la
fidelidad.
El
profeta Isaías nos presenta a un siervo que, aunque ultrajado, no se esconde.
Su fuerza no viene del orgullo, sino de la confianza en Dios. No busca
venganza, sino que permanece firme en su vocación. ¡Qué imagen tan poderosa
para nosotros hoy, peregrinos de esperanza en medio de un mundo herido!
El
salmo nos deja escuchar el corazón de alguien que sufre incomprensión, burla y
abandono. Pero lejos de hundirse en la desesperación, eleva su oración
confiada: “En tu bondad escúchame, Señor”. Esto es esperanza: no negar el dolor, sino atravesarlo con
fe.
Y
el Evangelio nos pone frente a Judas, que por unas monedas entrega al Hijo del
Hombre. No hay mayor contraste que este: mientras Cristo se ofrece, Judas se
vende. Y la pregunta que flota en el aire es inquietante: “¿Soy yo, Señor?”. En
el fondo, esa es la pregunta que cada uno debe hacerse esta Semana Santa. ¿Soy
yo quien traiciona la esperanza por interés o comodidad? ¿Soy yo quien me alejo
del camino, aunque camine externamente junto a Jesús?
Pero
no olvidemos que incluso en esta traición, el plan de Dios no se detiene. La cruz, que
parece derrota, se convierte en el trono de la esperanza. Por eso, en este Año
Jubilar, resuena con fuerza nuestro lema: “Peregrinos
de Esperanza”.
Estamos
en camino. No hacia cualquier destino, sino hacia la Pascua, hacia la vida
plena. Pero para llegar allí, como Jesús, debemos pasar por el despojo, por la
entrega, por la cruz. No hay resurrección sin pasión.
Y
este llamado a la esperanza no es abstracto. Hoy queremos unirnos en oración por nuestras islas:
San Andrés, Providencia y Santa Catalina, donde nuestros
hermanos viven desafíos reales: dificultades sociales, heridas dejadas por los
huracanes, problemas estructurales y, a veces, abandono. Pero también hay allí
rostros concretos de fe, comunidades vivas, jóvenes que buscan sentido, adultos
que resisten con esperanza.
Pidamos
al Señor que nos conceda líderes
con lengua de discípulo, que sepan escuchar y animar; comunidades valientes que
no vendan su fe ni su esperanza por “30 monedas” de indiferencia; y un
Vicariato que, como el Siervo de Isaías, sepa mantener la frente alta, no por
orgullo, sino porque Dios le sostiene.
Que
María, Madre de la Esperanza, nos acompañe en este camino pascual. Que no
claudiquemos en medio de la noche, sino que caminemos como peregrinos, con la
mirada fija en Cristo, que no solo fue traicionado y crucificado, sino que venció la muerte y nos abrió el camino a
la vida verdadera.
Amén.
2
uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?»
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El deseo de dinero puede convertirse en un poderoso incentivo para traicionar a nuestro Señor. En este pasaje del Evangelio, parece claro que la traición de Judas se basó en su deseo de dinero. Lo más probable es que tuviera algo de fe en nuestro Señor, o no se habría convertido en Su discípulo. Pero incluso si Judas hubiera tenido algo de fe, su deseo de dinero podría haber eclipsado la fe que pudo haber tenido.
Una de las lecciones centrales que podemos aprender de Judas es que el deseo de dinero es un poderoso incentivo para las decisiones que tomamos. Tantos de los grandes santos nos han enseñado que el camino a la santidad consiste, primero, en una purificación de todos nuestros afectos desordenados. Y dado que uno de los apegos más poderosos con el que muchos luchan es el apego al dinero, este es un deseo importante de purificar en todas nuestras vidas.
Es cierto que las posesiones materiales no son malas cuando se utilizan para el cumplimiento de la voluntad de Dios. Pero el deseo de más, de un exceso, siempre nublará nuestra capacidad de ver claramente la voluntad de Dios y vivir solo para Su gloria.
Una vez que Judas traicionó a nuestro Señor y Jesús fue arrestado, recuerde que éste “lamentó profundamente lo que había hecho". Y durante el juicio de Jesús, Judas volvió a los principales sacerdotes y dijo: "He pecado al entregar sangre inocente" en un aparente intento de detener el juicio. Pero la muerte de Jesús se puso en marcha y no se pudo detener. Como resultado, Judas devolvió el dinero y, con tristeza, se fue a ahorcar (véase Mateo 27: 3-5 ).
El deseo de Judas por el dinero nubló su pensamiento. Y su pecado le hizo lo que el pecado siempre hace. Tan pronto como cometió su pecado de traición, Judas vio las consecuencias de esa elección. Y las consecuencias lo afligieron profundamente. Aprendió que elegir el pecado termina con una promesa vacía. Se dio cuenta de que treinta piezas de plata no valían el valor de su alma. Pero, por supuesto, incluso entonces Judas podría haberse arrepentido y recibido la misericordia de Dios. Pero no lo hizo. Simplemente terminó su vida en la máxima desesperación.
Reflexione hoy sobre el testimonio de Judas. Úselo como fuente de meditación y autoexamen esta Semana Santa. ¿Qué es lo que desea más en su vida que a nuestro Señor? ¿Qué tentación nubla su pensamiento y le lleva a tomar opciones que sabe terminarán en el vacío? Esfuércese por erradicar cada deseo desordenado dentro de usted este día y en su lugar elija sabiamente la voluntad de Dios No siga creyendo las mentiras que le impiden hacer de Jesús y su santa voluntad el único enfoque de su vida.
Mi divino Señor, Tú y solo Tú debes convertirte en el centro de mi vida. Tú y solo tú eres de gran valor en la vida. Ayúdame a deshacerme de todos los deseos terrenales de la vida para no caer en las tentaciones que conducen a promesas vacías y para abrazar las promesas verdaderas y cumplidas que vienen de Ti. Jesús, en Ti confío.
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