16 de junio del 2019: Domingo de la Santísima Trinidad (C)
El Dios único
En Dios, está el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Los tres están estrechamente unidos en el amor. Juntos, ellos nos sostienen y
nos guían hacia su Reino, país de plena alegría y felicidad.
El misterio de la Santísima Trinidad que celebramos
hoy no tiene nada de enigma para ser descifrado. Él es una verdad que Jesús nos
ha revelado y que estamos invitados a acoger en la Fe y la Acción de Gracias.
Lectura del
santo evangelio según san Juan 16, 12-15
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero
no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la
verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará
de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.
Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.
A guisa
de introducción
Bella complicidad
para nuestra salvación
Quién no ha vivido jamás una bella
complicidad (¿o camaradería?) con amigos, un novio (a) o esposo (a), un colega
de trabajo? Ya sea para realizar un
proyecto, preparar un acontecimiento importante, o simplemente para darle una
sorpresa a alguien, o todavía aún para hacerla partícipe de un secreto. Vivir
una bella complicidad con otras personas, se constituye en una de las
experiencias más beneficiosas para el corazón. Esos guiños de ojo que dicen
todo hacen sonreír la vida y crean una comunión de espíritu fuera de lo común.
Basada en la confianza, la complicidad amplía los efectos de las acciones de
emprendimiento (de las empresas).
Imagínense ahora esto en Dios. No
solamente la complicidad existe en Él, sino que ella subsiste desde siempre. El
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son inseparables y ellos viven un desafío
extraordinario: hacer entrar la humanidad en su comunión de amor, como si su
felicidad o alegría plena dependiera de nuestra respuesta. Después del Hijo que
ha realizado el proyecto de salvación de su Padre, el Espíritu Santo en
adelante está trabajando, haciéndose cómplice del Hijo…y en consecuencia del
Padre.
Juntas, las personas de la Trinidad
viven una bella complicidad para obtener nuestra salvación. Pero, aún todavía
más, ellas desean compartir esta complicidad con nosotros y hacerla nacer entre
nosotros. En adelante, nosotros somos hermanos en Jesucristo, llegamos a ser
Hijos del Padre en el Espíritu.
¡La Trinidad vista bajo este ángulo,
tiene cómo darnos el gusto de vivir una bella complicidad… con Dios!
¡Bendecida semana!
Aproximación
psicológica al texto del Evangelio:
Una identidad que le
pertenece bien a la Trinidad
Un poco antes, Jesús
había dicho: “Es para su
provecho (les conviene) que yo me vaya, en efecto, si yo no me voy, el Paráclito
no vendrá para estar con ustedes” (Juan
16,7).
La Revelación
permanecería incompleta mientras el Espíritu fuera solamente entendido como la “fuerza de Dios”, sino también era necesario que fuera comprendido como una persona en
igual categoría y o condición que el Hijo y el Padre.
Y este descubrimiento
solo sería posible con la ausencia de Jesús. En los primeros años que siguieron
a la partida de Jesús, los creyentes no discernían todavía con claridad, la
identidad del Espíritu. En este sentido, Pablo parece emplear indiferentemente
las expresiones “en Cristo” y “en el Espíritu”.
Pero poco a poco, el
Espíritu llegará a ser aquel que permitirá comprender la verdadera identidad de
Jesús: “Nadie puede decir que Jesús es
Señor sino es por el Espíritu Santo” (1 Corintios 12,3). Ahora, si el
Espíritu permite descubrir a Jesús, entonces el Espíritu es distinto a Él, y Él
(el Espíritu) tiene su propia identidad y su propio papel (rol).
Entonces, así uno
puede captar (o comprender) la complementariedad de las 3 personas en la
Historia de Salvación. Es el Padre, quien prepara la grande fiesta para todos
sus hijos. Es el Hijo quien viene a revelar este proyecto del Padre o al menos
a recordarlo e invitar a prepararse. Es el Espíritu quien viene a sensibilizar
al hombre sobre Dios y ayudarle a reconocer el Hijo en la persona de Jesús.
En la escala de su
camino espiritual, el hombre está llamado a recorrer estas 3 grandes etapas de
la Revelación de Dios:
Algunos se
muestran sensibles al Padre de la vida, a la vez revelado y escondido en su
universo.
Otros despiertan a la
fe por el itinerario sorprendente y emotivo del hombre-Jesús, por su compromiso
en la liberación integral del ser humano.
Otros, aun,
nacen a la vida espiritual, entrando en contacto con el dinamismo vital que
ellos sienten emerger de su propia profundidad.
Parafraseando a San
Pablo, uno podría decir: Hay diversidad de caminadas, procesos, recorridos
“pero es el mismo Espíritu”, diversidad de responsabilidades o compromisos
“pero es el mismo Señor”, diversas sensibilidades espirituales, “pero es el
mismo Dios quien produce todo en todos” (1 Corintios 12, 4-6).
Tal cual aparece el
misterio de la Trinidad: un Dios que uno descubre creador y bueno (Padre), que
viene a nosotros por su compromiso en la historia (Hijo), a quien lo
encontramos en la interioridad (Espíritu).
Reflexión
Central:
Tan lejos y
tan cerca
Hablar de Dios, es siempre difícil y peligroso.
Voltaire que era más bien agnóstico y fuertemente anticlerical, decía que Dios
ha hecho el hombre a su imagen y que éste le ha bien correspondido…o, en otras
palabras: "Dios ha hecho
al hombre a su imagen y semejanza, pero el hombre también ha procedido así con
él."
Cuando hoy, uno
todavía ve, gente retomando el camino de la guerra, a la que se llama “guerra
santa”, para defender su concepción de Dios y la moral que se desprende de
ella, hay motivos, razones para inquietarse.
Dios tiene todos los
nombres, es bien sabido. Cuando Moisés pregunta a Dios su
nombre, la voz le
responde: “Yo soy Yahvé”, “Yo soy el que soy”.
En el fondo, Dios, es el misterio mismo, aquel que no se puede nombrar pero
que es necesario nombrar a pesar de todo. El bandido esconde su identidad, y
cubre su cara. Él utiliza dos falsos nombres para que no se le identifique. Su verdadero
nombre y el alias, pues, decir su nombre, es revelar un secreto. Es por eso que
uno detesta (o le fastidia, o le parece raro) que alguien que no conocemos nos
llame por nuestro primer nombre. En el nombre personal (pronom, como dicen los
franceses), hay una intimidad, y decimos “nuestra (mi) intimidad no pertenece a
todo el mundo”.
Hoy en día, la gente
dice su nombre. Pero si en una librería o un supermercado, usted quiere
hablarle a Carlos o a Andrea, le dirán que hay cuatro Carlos u 4 Andreas.
Hoy festejamos el
bellísimo nombre de Dios. Dios, es, como diría yo, su nombre de familia, su
apellido o todavía más, su nombre en general. Uno sabe bien que hay un Dios.
Algunos son incrédulos y niegan la existencia de Dios. En general, la ciencia
ha tirado por tierra su imagen de Dios, y las viejas creencias no cuadran con
lo que se sabe ahora del universo. O bien, y es ya una reflexión más profunda,
la existencia de Dios no puede ir a la par con las dificultades de la vida, el
sufrimiento, la muerte y sobre todo la injusticia y la desigualdad de los seres
humanos. Estas personas, rechazan al Dios que nosotros hemos encerrado en
lenguajes ya hechos: aquellos de los mitos interpretados al pie de la letra, o
aquellos de la providencia buena de niños.
Y, por lo tanto, a
pesar de la ciencia, a pesar de la rebeldía generalizada en occidente contra
las religiones establecidas, la mayoría de la gente cree en Dios. La vida es
tan misteriosa. Estamos inmersos en un universo tan amplio y tan complejo,
donde el tiempo y el espacio se extienden totalmente, que es difícil comprender
que todo esto no tenga razón de ser, de existir, y que todo solo sea fruto del
azar por el solo el juego de fuerzas identificadas por la astrofísica.
Ahora, nosotros
decimos Dios, de buena manera, para designar el más allá de este mundo, el
misterio de este mundo, lo inefable de este mundo. Nosotros designamos una
presencia. Pues hay en el mundo una belleza, una armonía, yo oso apenas a
decirlo, una sinfonía. Hay caídas de sol, ocasos que nos emocionan. Hay música,
canciones, que nos hacen llorar. ¿Por qué es esto bello? ¿Por qué en una noche
de luna, tenemos la impresión de estar suspendidos fuera del tiempo y del
espacio? Un niño ríe y lloramos de emoción. Nos conmovemos en los museos ante
las obras de arte, que nos hablan de otro mundo, donde el dinero y la utilidad
no son más los únicos valores ni las únicas razones de ser.
Para evocar el
misterio más allá de los misterios, para hablar del origen y de la fuente, para
hablar de la roca estable o fija, más allá de la fragilidad de nuestra
existencia, para decir lo infinito y la permanencia, para decir el más allá, la
fuente de la energía y la luz absoluta, para designar lo absoluto, la justicia,
la verdad, para esquematizar el más allá de nuestra propia vida cuando sea
llegada la hora cuando se nos enterrará o se nos cremará, nosotros decimos
DIOS.
Bien dicho, Dios es
todo eso. Aquello que no somos, pero quisiéramos ser. Aquel al cual uno tiene
miedo, aquel del cual uno se esconde, aquel a quien uno denuncia, aquel de
quien se huye, pero también aquel a quien uno suplica y ora, cuando de repente
nuestro conyugue nos deja o cuando se siente un dolor muy vivo en el pecho que
recuerda la crisis que el padre ha conocido hace treinta años.
Es ya muy bello
poder decir el nombre de Dios. Uno lo puede decir en blasfemia o como
protagonista de chistes, y eso es terrible. En general entonces, no es Dios a
quien uno no quiere, sino a aquellos que hablan de Él con mucho desparpajo, que
mezclan a Dios en sus pequeñas combinaciones o shows de “stand up comedy” o que
forjan prisiones o gulags en nombre de su doctrina. La mayoría de las veces, se
dice el nombre de Dios con una extrema reverencia, y, sobre todo, ahora con el
sentimiento de un olvido. Puesto que la vida es tan febril y tiene tanto para
ofrecer. El trabajo, el estudio, el internet, la tele, la familia, los amigos,
la febrilidad de los días, el celular, la Tablet o el compu, que no dejan de
emitir sus sonidos que convocan, la huida incesante de la soledad. Uno se
acuesta cansado y Dios no es más que un olvido, un recuerdo doloroso que viene
subrepticiamente a la memoria, como ese amigo que sufre tanto y al cual no
tengo tiempo de sostener y que permanece en el olvido, como aquella vieja tía,
o como aquella persona que ha dejado su mensaje en el contestador y a la cual
yo no llamo más.
No hay más bello
nombre que el Dios. Es un nombre general. Yo diría, exagerando un poco, que es
un nombre anónimo. Un nombre sin nombre. Un nombre genérico, como se dice de
los medicamentos, un nombre clave secreta para todo, un nombre común que los
seres humanos comparten entre las religiones, un nombre paraguas. Bajo este
aspecto, es un nombre muy importante ya que él debería protegernos de las
guerras. Dos hombres que quisieran matarse entre sí, dos naciones que quisieran
destruirse mutuamente, deberían caer de rodillas ante Dios y pedir perdón de
rodillas por haberse equivocado tanto. Si Dios es Dios, yo no puedo pedirle que
destruya a mi hermano. Yo no puedo más que llorar y demandar la fuerza y la
inteligencia de encontrarle una solución a mi conflicto. Ya que, ante Dios,
fatalmente, todos somos hermanos, todos creados, todos a la espera de Él.
¿Por qué Dios es un
nombre, una palabra que divide? ¿Un nombre que causa miedo y atiza el odio?
¿Qué hemos hecho del nombre de Dios para ir tan a la deriva, fuera de nosotros
mismos, lejos de Él?
Es deber de todos
los creyentes, redescubrir con humildad el nombre y el camino de Dios. Nuestro
reto o tarea no es destruir el Dios de los otros, de vencerlo, de
contradecirlo. Así, por ejemplo, los antiguos creían que cada ciudad tenía su
propio dios protector. Si una ciudad vencía a otra, la ciudad vencedora imponía
su Dios a la ciudad vencida. Y es así como la guerra ha tomado tintes o
características divinas.
Verdaderamente,
Voltaire tenía razón. Nuestro desafío o reto no es vencer al islam, a los
evangélicos o evangelistas o a los budistas. Nuestra tarea consiste en aprender
a buscar juntos la fidelidad a Dios.
Después de haber
dicho esto, pregúntese ¿cómo habla usted a Dios? ¿Habla usted vagamente como
desentendido? ¿Dios es para usted un extraño al cual no se atreve hablarle?
Mire la liturgia. En general, ella se dirige al Padre, por el Hijo, en el
Espíritu. Cuan seguido nosotros decimos: “Gloria
al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y
siempre por los siglos de los siglos. Amén”
Es una fórmula
extraordinaria. Ella no dice simplemente Dios. Ella se inscribe en un orden
relacional. Ella nombra a Dios de tres maneras: Padre, Hijo, Espíritu. Habiendo nombrado las tres personas, vuelve
al singular y dice: como era en el
principio, ahora y siempre. La fórmula engloba el pasado, el presente y el
futuro, pero habla de Dios en singular, Padre, Hijo, Espíritu.
Es fácil hablarle a
Dios como Padre, padre y madre (como le ha gustado afirmar a un sector de la
teología latinoamericana) entendámoslo, ya que Dios es la fuente de la
existencia. Nosotros le debemos la vida a nuestros padres, y a pesar que nos
peleemos o discutamos con ellos, sabemos que ellos permanecerán siendo siempre
nuestros padres, en las alegrías o en las penas, en lo mejor y en lo peor.
Dios es la fuente
del ser. Existe en la tradición bíblica imágenes terribles del padre y de Dios.
Imágenes degradantes, así como hay padres y madres indignos. Pero también hay en
la tradición bíblica imágenes grandiosas de paternidad, de Dios Padre y Madre,
que transpiran la ternura y la bondad.
Para nosotros Jesús,
es la imagen del Hijo. Es una imagen compuesta ya que en la 1ª lectura se nos
habla de la Sabiduría, esta Sabiduría de Dios presente desde la creación y que
se divierte jugando con los humanos y la creación:
yo estaba junto a él, como aprendiz,
yo era su encanto cotidiano,
todo el tiempo jugaba en su presencia:
jugaba con la bola de la tierra,
jugaba con la bola de la tierra,
gozaba con los hijos de los hombres.»
(Proverbios 8,30-31)
Qué bella
imagen! Cuando el evangelio de Juan habla de la Sabiduría, emplea la palabra
Verbo o Palabra. Él dice de Jesús: “Y el
Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1,14). Cuando Jesús
habla de Él mismo, se identifica como el Hijo. Es por ello que nosotros decimos
de Dios que Él es Padre, Hijo y Espíritu. Nosotros podríamos decir Padre, Verbo
y Espíritu. Pero Verbo o Palabra, o Sabiduría son palabras relativamente
abstractas. Hijo es más diciente o significativa. Esta palabra nos habla de la
proximidad de Dios. El Padre es fuente y origen. El Hijo es hermano y
semejante. Él es cercanía, compañerismo. Con los hermanos se vive una
experiencia fabulosa, una experiencia difícil y a veces traumatizante, pero, al
fin y al cabo, una relación de igualdad y de complicidad.
Con toda
seguridad que a los más jóvenes se les dice demasiado que son inexpertos,
inmaduros, durante su infancia. Cuando lleguen a la edad adulta, ellos tendrán su
revancha. Orar al Hijo, es orar a Dios presente en medio de nosotros, es
descubrir en Jesús la proximidad de Dios, su amor a la humanidad, su
filantropía, como se dice en griego.
Es por eso
que no hay amor de Dios que no se deba traducir en amor al otro. Es fácil proyectar
Dios en lo más lejano, fuera de nosotros, lejos de nosotros, para demandarle
luego que intervenga en nuestras querellas humanas. Es mucho más difícil y
exigente reconocerle como nuestro semejante, como el Dios que se abaja,
renunciando al poder, haciéndose uno de los nuestros. Orar al Hijo, es a la
vez, orar al Todo-Poderoso e identificarse con el servidor, con aquel que ha
renunciado al poder divino para hacerse obediente hasta la muerte.
Orar al
Hijo, es experimentar a la vez la alegría y el orgullo del compañerismo, y la
renuncia al poder. La Revolución francesa ha proclamado la libertad, la
igualdad y la fraternidad. La libertad es fácil. La igualdad es más exigente. Y
sin igualdad, la fraternidad es una ilusión. Con el Hijo, entramos en el campo
si exigente de la fraternidad que exige la igualdad. Fraternidad e igualdad con
Dios, pero también, indisociablemente, con los hermanos en humanidad.
Cuando
oramos a Dios, decimos Padre, Hijo y Espíritu. Si el Padre representa la fuente
y la exterioridad, la trascendencia, si el Hijo representa la solidaridad, la
fraternidad, el Espíritu representa entonces la interioridad.
Nada más íntimo
que la respiración, que el aire de nuestros pulmones. Es bien esto, la
presencia del Espíritu en nosotros. Él nos inspira. El Evangelio de Juan dice
que Él nos conducirá a la Verdad completa (total, plena).
Hay tantas
cosas para comprender en la vida, y nos es necesario rumiar las cosas sin cesar
en nuestro espíritu antes de descubrir, entender el sentido.
Yo he
pasado demasiado tiempo, invirtiendo horas en crucigramas o juegos complicados, y con seguridad, no se trata más que de juegos (pasatiempos), pero, aún más, cuánto tiempo
nos es necesario para decodificar una palabra de amor o de cólera que alguien
nos ha dicho.
Bob Dylan cantaba: “How many roads
must a man walk down before they call him a man?” (…) The answer is blowing in the wind.” (¿Cuántos caminos debe un hombre caminar
antes que le llamen un hombre?” (…) La respuesta está flotando en el viento. Lo que quiere
decir que hace falta tiempo para comprender que el otro soy yo mismo.
¡Toda
una vida no basta!
El
Espíritu Santo, es la presencia de Dios en el fondo de sí mismo
y
permite aclarar o iluminar el fondo del ser
y
descifrar los claros-oscuros de la vida.
Es
Él quien permite darles sentido y sabor
a
las palabras de Jesús.
En
Espíritu de luz y de verdad.
En
Espíritu de libertad
que
nos libera de palabras fijas y endurecidas.
En
Espíritu de creatividad
que
permite la imaginación y la danza.
Hemos
hablado de Dios. Fuertemente bien, Dios en general. Si, cierto. Y nosotros lo
compartimos con los creyentes del universo. Pero si entramos en relación íntima
con Dios,
decimos
Padre, Hijo y Espíritu,
o
todavía Fuente, Fraternidad, Intimidad.
Origen,
Igualdad, Identidad:
el
Dios lejano, el Dios cercano, el Dios interior.
En
su profesión de fe, la Iglesia no habla simplemente de modalidades de la
presencia de Dios sino de tres personas en Dios, en conclusión, de Trinidad.
Ella confiesa un solo Dios en tres personas. Entrar en relación con Dios es más
importante que hablar de Él. Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo.
Reflexión 2
La Trinidad no es un rompecabezas
«Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena."
(Juan 6,12-13)
La Trinidad es un misterio que «atormenta», y no solamente hoy, a muchos
hombres, cristianos y no cristianos.
Una especie de rompecabezas.
El caso es que nos dejamos atrapar en una especie de ejercicio trivial
de álgebra: uno igual a tres.
No es ciertamente con el gancho de la lógica como podemos abordar este
misterio. Hay que afrontarlo, más bien, desde un punto de vista existencial.
Un conocido escritor francés — Jean Claude Barreau— ha presentado una
interpretación extraordinariamente sugestiva, aun cuando no sea muy nueva, del
misterio trinitario, pero lo ha hecho precisamente desde una perspectiva existencial.
Intentemos resumirla brevemente.
El hombre auténtico, verdadero y completo, vive en tres dimensiones: vertical,
horizontal y profunda.
Podemos expresarlo todo en tres términos:
— sobre
— en torno
— dentro
A través de la dimensión vertical el
hombre se pone en relación con lo que está «sobre» él: por ejemplo, el padre,
la madre, los superiores y cualquier clase de autoridad. Reconoce los valores que
están encarnados especialmente en el padre: obediencia, docilidad, dependencia,
orden. Si acepta vivir en esta dimensión, el hombre es hijo. Si la
rechaza radicalmente, se queda en adolescente, en una estéril rebeldía contra
el padre, y se debate en una protesta confusa y anárquica.
La dimensión horizontal enlaza al
hombre con aquello que se halla «en torno» a sí mismo: hermanos, hermanas,
amigos, compañeros, todos sus semejantes, en suma. Los valores esenciales son los
de fraternidad e igualdad. La persona que vive esta dimensión horizontal se
convierte en hermano. Si la rechaza, se queda en un niño egoísta y
caprichoso, cerrado en su pequeño mundo individual, únicamente preocupado por
su propio bienestar (también espiritual), extraño a las exigencias del mundo
que lo rodea, insensible a los problemas de la justicia.
Finalmente existe la dimensión interior, mediante la cual el hombre
entra en relación y sintonía con lo que está «dentro» de sí mismo, con su ser
profundo. Es el mundo del alma, del espíritu, de la intuición, de la creatividad.
La persona descubre los valores de interioridad, silencio, reflexión, libertad,
contemplación, poesía, llega a las propias fuentes subterráneas, a las propias raíces.
Se convierte en un ser espiritual. Y, subrayémoslo bien, el espiritual
no es una creatura que vive en las nubes, desencarnada. Es, sencillamente, un
hombre profundo.
La persona privada de esta dimensión interior se condena a la superficialidad,
a la vanidad, a la agitación exterior. Se queda en la superficie de todo.
Por consiguiente, el hombre completo debe vivir en relación con lo que
está «sobre», «en torno» y «dentro» de él mismo.
Estas tres dimensiones hay que aceptarlas y desarrollarlas
simultáneamente.
El que vive una sola dimensión, eliminando o minimizando las otras,
viene a ser el «ser unidimensional» de Marcusse.
Así, el que es solamente «hijo» se inclina a asumir actitudes conservadoras,
preocupado exclusivamente por el orden —o el desorden— constituido. No
participa en las luchas por la justicia. No ama la novedad. No sabe mirar hacia
adelante.
El que es solamente «hermano», se opondrá a los valores de disciplina,
sacrificio y autoridad, además de los del espíritu (oración, adoración y
silencio).
El que se limita a ser «espiritual» considerará el propio mundo interior
como una cómoda evasión de los compromisos concretos por la transformación del
amplio mundo. Será, en definitiva, un «emboscado».
Lo malo del mundo de hoy procede precisamente del hecho de que se
presentan como opuestas, o mejor dicho en competencia, estas dimensiones, en vez
de hacer que convivan para que mutuamente se completen y se ordenen
armónicamente.
Pero ¿qué tiene que ver todo esto con la trinidad? Veámoslo. El creyente
no se encuentra en Dios con un ser «unidimensional». Sino que lo ve en sus tres
dimensiones fundamentales.
Así, abriendo el evangelio, el cristiano conoce a un Dios que está
«sobre». Es el Padre. El Padre nuestro. Un Padre tierno, misericordioso,
respetuoso de la libertad de sus hijos («padre» no paternalista). Siempre
dispuesto a acoger al pródigo. Siempre dispuesto a perdonar.
Pero encuentra también a un Dios que, en Jesús, ha tomado un rostro
humano, fraterno. Un Dios que está «en torno» a nosotros. Un Dios «hermano
nuestro». «Tuve hambre» ...
Y, finalmente, Dios se encuentra también en la dimensión interior, en
las profundidades de nuestro ser. Dios está «dentro» de nosotros. «Dios es más
íntimo a mí que yo mismo» (San Agustín).
Por consiguiente, Dios es nuestro padre, nuestro hermano, nuestro espíritu.
En vez de abordar el misterio de la Trinidad utilizando imágenes y
comparaciones insuficientes, además desgastadas —como el famoso triángulo—
pienso que será más útil para nuestra vida reflexionar sobre la Trinidad en una
perspectiva de «comunión».
Siguiendo esta línea, había llegado muy lejos aquel niño que decía
candorosamente: «Dios es una familia».
Resultan así también iluminadas nuestras relaciones humanas. No parece
entonces demasiada paradoja la frase que Berdiaef dirigía a sus propios
compañeros de lucha comunista: «Nuestra doctrina social es la trinidad».
El cristiano que cree en la Trinidad, se esfuerza en vivir este misterio
rechazando todo egoísmo, todo cuanto sea replegarse sobre sí mismo. Resulta así
la auténtica imagen de un Dios que es «comunidad», relación, comunión de
personas.
(Alessando Pronzato, en "La sorpresa de Dios", Ediciones Sigueme. Salamanca,. 4a edición. 1979.)
Oración después de la Eucaristía
Señor Jesús,
Tú nos has enseñado que Dios es tu
Padre
y que Él también es nuestro Padre.
Por nuestra Fe en él, te damos
gracias.
Señor Jesús,
Siguiendo al apóstol Pedro y con él,
nosotros proclamamos
que Tú eres el Mesías, el Hijo del
Dios Vivo.
Tú nos das tu paz, tu alegría, tu
vida.
por nuestra Fe en ti, te damos
gracias.
R/ Gloria y alabanza a Ti, Señor Jesús.
Señor Jesús,
Tú nos das el Espíritu Santo.
Él es el Espíritu de verdad.
Él nos conduce hacia la Verdad plena,
Él nos enseña a orar.
Contigo y con el Padre,
Él perdona nuestras faltas.
Por nuestra fe en el Espíritu,
te damos gracias.
R/ Gloria y alabanza a Ti, Señor Jesús.
Referencias:
http://ciudadredonda.org (para el texto del
evangelio y su versión)
Pequeño
Misal “Prions en Église”, Novalis, Québec, 2010
HÉTU, Jean-Luc. Les Options de Jésus.
BEAUCHAMP, André. Comprendre la Parole (commentaires bibliques des
dimanches année C). Novalis, Canada, 2007.
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