19 de junio del 2022: Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo (C)
Una
presencia que se dona
Cada
domingo, hacemos memoria de Jesús, comulgamos su Cuerpo y su Sangre. Tomemos
conciencia hoy de una manera especial del don maravilloso que se nos hace; Cristo
se nos da como alimento. Él nos invita también a darnos, a ofrecernos como pan, alimento para el mundo.
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 9, 11b-17
En aquel tiempo, Jesús se puso a
hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban. Caía la
tarde y los Doce se le acercaron a decirle:
-- Despide a la gente; que vayan a las
aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí
estamos en descampado.
Él les contestó:
-- Dadles vosotros de comer.
Ellos replicaron:
-- No tenemos más que cinco panes y
dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.
Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos:
-- Decidles que se echen en grupos de
unos cincuenta.
Lo hicieron así, y todos se echaron.
Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció
la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se
los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras:
doce cestos.
Palabra
del Señor
A
guisa de introducción:
Otro
pan, otra hambre
El
hambre, las ganas de saciarse, hace parte de las primeras sensaciones que
siente todo ser humano desde su nacimiento.
Saciar
nuestra hambre, una necesidad fundamental
Nosotros
consagramos una gran parte de nuestras energías a satisfacer esta necesidad
diariamente. Pero una vez se asegura nuestra supervivencia, el hambre se
refina, es decir se hace más exigente. El deseo se mezcla con la necesidad.
Nuestros
apetitos, nuestras hambres, de cualquier modo, están ligados, unidos a nuestro deseo de
absoluto, a nuestra aspiración a la plenitud.
Parece
ser que Jesús haya percibido este vínculo con una clarividencia particular.
Jesús se muestra sensible ante la multitud hambrienta, como nos lo cuenta el
evangelio de hoy. Él se niega a despedirlos con el vientre vacío.
Y
más todavía, los símbolos del alimento son omnipresentes (presentes en todas
partes) en los evangelios: el pan, el pescado, el vino, el banquete.
Esto
culmina en el compartir del pan y del cáliz (copa) de la EUCARISTIA, el signo
más fuerte y representativo que nos ha dejado Jesús. Es así como Cristo
continúa haciéndonos el don de Sí mismo, como continúa respondiendo a nuestras
necesidades (hambres, apetitos) más profundas, a nuestras aspiraciones más
vivas.
Mas
el don de la EUCARISTIA supera nuestras hambres. Él nos ofrece mucho más de lo
que podemos contener. Y este Pan lejos de poner fin a nuestro deseo, lo
transforma en profundidad.
¿Qué hambre nos conduce a la EUCARISTIA hoy?
Aproximación
psicológica al texto del evangelio
La EUCARISTÍA,
experiencia de FE, LUCIDEZ y compartir para Jesús y para nosotros
¿Es
legítimo acaso utilizar el pasaje de la multiplicación de los panes que se
encuentra en Lucas para celebrar la fiesta de la EUCARISTÍA? Sin ninguna duda
que sí, puesto que Lucas multiplica en su texto las alusiones de los eventos de
la Semana Santa: él hace seguir directamente este pasaje después de un anuncio
de la Pasión; él utiliza textualmente las palabras de la consagración para
introducir la distribución del pan (tomar, bendecir, partir, dar); él subraya
el lugar o la plaza de los apóstoles en esta distribución; en fin, él asocia el
pan que alimenta (v.17) y la palabra que es proclamada (v.11), preparando así todo, para ver en la Eucaristía una proclamación de fe (cfr. 1 Corintios
11,26).
Mismo
si los detalles son claros, la significación en conjunto no lo es
necesariamente. ¿Qué significa entonces celebrar la Eucaristía?
Imposible responder sin pasar por lo que el mismo Jesús ha vivido luego de la primera Eucaristía. Para Él, esta fue una experiencia humana profunda, que le permite situar claramente su experiencia vivida en relación a su fe.
A
pocas horas de morir, Jesús se siente amenazado por la ansiedad: Él debe
luchar, combatir consigo mismo, para descubrir el sentido de lo que vive y apropiárselo. Y como
HIJO que Él era, no era fácil; al igual que todo el mundo, Él debe “aprender
a través de sus sufrimientos” (Hechos 5,8).
Para
salir de esta ansiedad y de esta tentación de lo absurdo (Dios mío, Dios mío, ¿por qué...?) – Mateo 27,46, Jesús no tiene más
que un recurso, situar su propia partida, su propio “éxodo” como dice Lucas
(9,31), en el contexto del primer éxodo de Egipto, donde sus ancestros han
atravesado la otra orilla, han superado la situación difícil, porque Dios “estaba
de su lado” (de su orilla) (Salmo 124).
Jesús
decide entonces celebrar la Pascua con sus discípulos a partir de su drama
interior. Al hacerlo, hace de esta experiencia no solamente una experiencia de
lucidez, donde contempla la muerte de frente (cara a cara), y no solamente es
una experiencia de fe, sino que también es una experiencia de apertura y de
compartir.
De
este modo, podríamos describir la primera eucaristía parafraseando a Juan: Jesús que había comenzado a compartir con
sus discípulos su búsqueda y sus esperanzas, vivió este compartir hasta el fin
(cfr. Juan 13,1).
Dentro
de un contexto ligeramente ritualizado (como el de la pascua judía) la eucaristía
de Jesús fue entonces una triple
experiencia de lucidez, de fe y de comunicación, centrada toda ella en la
acción de Gracias al Padre. Y más allá de la repetición de estos gestos en un
modo ritual, es esta triple experiencia que Jesús nos invita a rehacer por
nuestra propia cuenta, a partir de nuestra propia experiencia de vida, “en
memoria de Él”.
Desde
luego que, si bien no es inexacto decir que al consumir las santas
especies se recibe a Dios, uno percibe que una tal comprensión,
estrecha, amilana y empobrece la experiencia eucarística.
Necesitamos
volver a descubrir el sentido de la experiencia vivida por Jesús en la
Eucaristía, y la fuerza de este movimiento pedagógico, de su vivencia, para
nosotros. “Aquel que pretenda estar con Dios, sentir su presencia” (al
recibirlo en la Eucaristía, podría uno agregar), es necesario que camine él
mismo sobre la misma vía (camino) en que Jesús ha marchado” (1 Juan 2,6).
Reflexión
Central
I
Cuerpo
de Cristo entregado por nosotros…
La Eucaristía, sacramento alrededor del cual nos reunimos
cada domingo, tiene sus raíces en el Antiguo Testamento y adquiere su pleno sentido
y significación en el Nuevo Testamento. Es lo que hemos podido ver al escuchar
los textos bíblicos de este día.
La primera lectura del libro del Génesis, nos sitúa
en los comienzos de la primera alianza, cuando Abraham, padre de los creyentes
manifiesta su sumisión a Dios. Abraham ha ganado muchas victorias y hoy lo
vemos ante Melquisedec, rey de Jerusalén. Abraham le da culto al Dios Altísimo con Pan y
Vino. Abraham recibe la bendición de Melquisedec. La ofrenda del diezmo al
sacerdote del Altísimo es el signo de su aceptación del culto “según Melquisedec”.
En el momento en que Jesús entra a Jerusalén, se
prepara para concluir la Nueva Alianza. Él va a realizar el sacerdocio “según el
rito de Melquisedec” con el pan y el vino. Jesús también bendice a Dios. Él da
su bendición a todos aquellos que celebran el culto con fe. Pero en la
Eucaristía, hay mucho más que pan y vino. Por la Palabra de Cristo, estos
elementos se convierten en su Cuerpo y en su Sangre. Este nuevo culto es la realización
de lo que era nada más que una prefiguración. La ofrenda demandada supera la
simple entrega de los bienes materiales. En adelante se trata del don de sí
mismo.
En la segunda lectura, San Pablo nos transmite lo
que ha recibido. Él se dirige a una comunidad dividida y les recuerda que, si
Cristo ha muerto, es por todos, Nosotros debemos sacar las conclusiones de su
sacrificio: así, no podemos reunirnos para la cena del Señor sin estar atentos
(preocuparnos) los unos de los otros; uno debe entonces examinarse así mismo
antes de comer de este pan y de beber de esta copa. Es por esta razón que antes
de la comunión decimos: “Señor, yo no soy
digno de que entres en mi casa (de recibirte) …”
El Evangelio nos prepara para la Eucaristía. El
evento que se nos cuenta ocurre al atardecer de una jornada agotadora. Los discípulos
ven bien que la multitud tiene hambre; ellos piensan que lo mejor es mandarlos
para sus casas. Pero Jesús no ve las cosas así; dirigiéndose a los 12 les dice:
“! ¡Denles ustedes mismo de comer!” y
este es el relato de la multiplicación de los panes. Con cinco panes y dos
peces que le traen, Jesús alimentará a la multitud.
Este evangelio, es el anuncio de lo que será la
Eucaristía. Nosotros encontramos los mismos gestos de Jesús en la tarde del
Jueves Santo: “Él, tomando
los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a
los discípulos para que se los sirvieran a la gente. He aquí 4 verbos que escuchamos en cada
Eucaristía. Nosotros aportamos el pan y el vino, fruto de la tierra y del
trabajo de los hombres,
Reconocemos que todo viene de Dios, nosotros no somos propietarios de
estos bienes que Él nos da; nosotros no somos sino administradores. Estas
riquezas se nos confían para el bien de todos.
No lo olvidemos nunca: cuando nos reunimos para la Eucaristía, no
estamos solos ante el Señor. Todas las oraciones utilizan el “nosotros”: “Te pedimos…Te ofrecemos…” Nosotros
estamos unidos con otros que tienen hambre de pan, hambre de amor, hambre de
ternura y de libertad. Ellos están conmigo y yo no puedo ignorarlos. El amor de
cristo abarca en su corazón a la humanidad entera y a cada uno personalmente.
Cada misa es celebrada por la humanidad entera y por cada uno personalmente.
Sin embargo, es tradición en la Iglesia agregar una intención particular
por la cual el sacerdote celebra la Eucaristía. Todos pueden pedir que una
Eucaristía sea celebrada por tal o cual intención; nosotros oramos por la “multitud”
y de manera especial por aquellos que se nos recomiendan o se nos encomiendan.
Pedir entonces celebrar una misa, es entrar en la oración de Jesús y de la
Iglesia; es confiar una intención que tenemos, al amor infinito de Dios; nosotros
podemos mandar a celebrar una misa para agradecer a Dios, presentarle una petición,
una situación determinada que nos preocupa. También podemos confiarle nuestros difuntos ya
que es el amor de Cristo que los libera. Todas estas intenciones particulares
vienen para agregarse a la oración de toda la Iglesia. Ellas son presentadas al
Señor quien ha entregado su vida, dado su cuerpo y su sangre por nosotros y la
multitud.
La Eucaristía es una comida que se ofrece a todos. Es lo que significa
cuando el sacerdote presenta la hostia diciendo: “Este es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo…” Estas
palabras no se dirigen solamente a la asamblea presente en la Iglesia sino al
mundo entero. El Señor presente en medio de nosotros no pide más que ser dado a
todos y donarnos a todos.
Si nos reunimos en la iglesia, es para responder a la invitación del
Señor. Nuestro amor por Él nos lleva igualmente a tener, reservar tiempos de
adoración. En ciertas iglesias, la gente se organiza y se postra, y ora ante la
Custodia. Hoy, la custodia, somos nosotros:
pues hemos sido creados por Dios para presentar su Hijo al mundo.
Nosotros debemos entonces mostrarnos dignos de su presencia, tanto
exteriormente como interiormente.
En este día, te pedimos Señor: que el pan de tu palabra y de tu cuerpo
sea el alimento que nos permita llegar a ser signos de esperanza para este
mundo que tiene tanta necesidad de Ti, Pan partido para la vida del mundo.
Quédate con nosotros para que seamos los testigos y los mensajeros de tu amor. ¡Amén!
II
«Fiesta
De la Eucaristía, fiesta de la presencia de Dios entre nosotros »
Con la fiesta del
Cuerpo y la Sangre de Cristo se termina el ciclo anual de las grandes
celebraciones de nuestra liturgia: Pascua, Ascensión, Pentecostés, Santísima
Trinidad.
En otro tiempo se le
llamaba intensamente “Corpus Christi”. En esta gran fiesta se hacía una
larga procesión folclórica por las calles de nuestros pueblos y ciudades. Hoy
en un mundo pluralista, la procesión ha desaparecido casi completamente, pero
es bueno que recordemos la significación tan grande de este suceso que
subrayaba de ese modo la presencia de Dios en nuestra vida cotidiana y
ambientes de vida.
Nuestra fe, no es una
religión de Sacristía, de guetos o círculos cerrados (roscas), más bien es una
religión que invita a quienes la profesan a vivir los valores de Cristo en la
vida de todos los días, en las calles, donde se preparan cuidadosamente las estaciones y por donde el señor pasa (el sacerdote o ministro con la
Custodia). A pesar de nuestros problemas, nuestras enfermedades y nuestras
dificultades y crisis de todo tipo, las flores y las decoraciones significan que nuestra fe en Cristo, puede embellecer la vida diaria.
La procesión del “Corpus
Christi” nos recuerda que la presencia de Cristo puede transformar la realidad
de todos los días. El Señor se hace presente en nuestras calles, nuestros
parques, nuestras casas, ahí donde vivimos, trabajamos, sufrimos y esperamos.
Sobre el camino de la
vida, la Eucaristía se convierte en maná del desierto, ese pan de los
peregrinos que se dirigen hacia la Tierra Prometida, esta comida que da la
fuerza para avanzar y hacer frente a las dificultades diarias.
La Eucaristía es una pausa,
un tiempo privilegiado para detenernos a mirar mejor nuestro recorrido
peregrino terrestre. Es el sacramento de los nómadas que nosotros somos.
Domingo a domingo (o día a día) nos reunimos con el fin de escuchar la Palabra
de Dios y retomar fuerzas para la semana que viene.
La EUCARISTÍA es para
nosotros una comida de transformación y de crecimiento. Si ella no nos permite
creer y crecer, entonces quiere decir, que hay cualquier cosa que no funciona en nuestro
metabolismo religioso.
En el Evangelio de
hoy, la comida que Jesús ofrece a la gente fatigada y hambrienta es el símbolo
de nuestras asambleas eucarísticas. El milagro no lo es tanto la
“multiplicación de los panes” como la capacidad de compartir lo poco que
tenemos: “Denles ustedes mismos
de comer” dice el Señor a sus
discípulos que querían en un principio hacer ir la gente de regreso a sus casas
para saciarse. En lugar de dispersar la multitud por los pueblos, Jesús decide
reunirlos y darles de comer.
Es importante que
saquemos las conclusiones de este relato: Nosotros no podemos contentarnos con recibir el pan eucarístico y alimentarnos. También debemos darlo a aquellos que
nos rodean al ejemplo de los apóstoles.
No podemos
contentarnos con orarle y pedirle a Cristo para que El de la comida a quienes
tienen hambre. El mismo nos envía a nuestra misión: tomar lo que poseemos y así
sea poca cosa, compartirlo con los que tienen hambre. Una mujer pobre respondía
así un día a San Vicente de Paul: “si los pobres no comparten entre ellos,
quien lo hará?”.
Si venimos (o vamos a
la eucaristía) no es solamente por nosotros mismos, también vamos llevando con
nosotros la preocupación de los demás, de todos aquellos que tienen hambre de
pan, de ternura, de amor y de libertad. El Señor no deja de enviarnos hacia
ellos porque Él no quiere que ninguno se pierda: “Denles ustedes mismos de
comer”. Den aquello que es necesario de su tiempo, de ustedes mismos, de su
disponibilidad. Hagan todo para que el otro viva. Uno no puede separar la Eucaristía
de la vida cotidiana de la humanidad. Lo importante es que le demos la pequeña
parte de nosotros mismos. Y después cuando la comida termine, viene otro servicio:
recoger con cuidado el resto. En efecto, habrá todavía de otras multitudes a
alimentar. A lo largo de los siglos será necesario continuar distribuyendo los
dones de Dios.
La Eucaristía es una
reunión, asamblea, donde nos juntamos y ahí nos alimentamos y nos sostenemos en
nuestra fe y vida cristiana. La Eucaristía nos ilumina y nos da la fuerza
necesaria para vivir cotidianamente los valores del Evangelio.
La Eucaristía no
puede que hacerse en Iglesia en el seno de la comunidad reunida.
La Eucaristía es un
vínculo entre Dios y nosotros, entre nosotros y los demás. “Si en el momento de presentar tu
ofrenda sobre el altar, recuerdas que tu hermana o hermano tiene cualquier cosa
contra ti, deja ahí tu ofrenda. Primero ve a reconciliarte con tu hermano (a) y
después vuelve para presentar tu ofrenda”.
La EUCARISTÍA es un
sacramento de unidad que nos invita a alegrarnos en nuestras diferencias. En la
mesa eucarística no hay lugar para nuestras segregaciones mezquinas. “No hay más, judíos, ni griegos, ni
eslavos, ni hombres libres, ni mujeres ni hombres”, nos dice San Pablo.
La Eucaristía es
mucho más que una celebración de piedad individual. Ella nos invita al
compartir, a la fraternidad, a acoger a los demás.
Hoy celebramos la
presencia de Dios entre nosotros. Él nos congrega para dirigirnos su Palabra,
El quien es “el camino, la verdad
y la vida”. Él nos reparte y comparte el pan de los peregrinos en ruta hacia la
tierra prometida.
En esta fiesta del “Corpus
Christi”, en esta fiesta de la Eucaristía, en esta fiesta del Cuerpo y de la
Sangre de Cristo, agradezcamos inmensamente al Señor por nuestras asambleas de
domingo, por nuestras comunidades cristianas y por la presencia de Dios entre
nosotros.
Al celebrar la
Eucaristía, nos volvemos hacia ti Señor. Ayúdanos a entrar más plenamente en
este movimiento de don total de nosotros mismos contigo y por ti. Que nuestra entrega
sea cada vez más a tu ejemplo y medida, tu que has dado todo de ti
mismo por nuestra vida y por la Gloria del Padre. Amen.
ORACIÓN-
MEDITACIÓN
“Yo te adoro,
Oh Santa Eucaristía,
Divinidad que
se oculta a nuestros ojos.
Mi corazón se
acelera contemplando la hostia,
mi corazón se
une al tuyo, alegre, silencioso”
A mi edad, actualmente,
he comprendido más
que es la Eucaristía
y cuáles son
sus exigencias reales.
Permíteme
adherirme aun a Ti con alegría,
ahora y por los
Siglos de los Siglos.
¡Amén!
______
“La
Eucaristía es un alimento sencillo, como el pan,
pero
es el único que sacia, porque no hay amor más grande.
Allí
encontramos a Jesús realmente, compartimos su vida,
sentimos
su amor;
allí
puedes experimentar que su muerte y resurrección son para ti.
Y
cuando adoras a Jesús en la Eucaristía
recibes
de él el Espíritu Santo y encuentras paz y alegría.
Queridos
hermanos y hermanas, escojamos este alimento de vida: pongamos en primer lugar
la Misa,
descubramos
la adoración en nuestras comunidades.
Pidamos
la gracia de estar hambrientos de Dios,
nunca saciados de recibir lo que él prepara
para nosotros”.
Papa Francisco, 3 de
junio de 2018.
REFERENCIAS:
Pequeño
Misal "Prions en Église", edicion quebequense, 2010.
HÉTU, Jean-Luc.
Les Options de Jésus.
BEAUCHAMP,
André. Comprendre la Parole, année C. Novalis, Québec. 2007
Reflexión del padre Yvon-Michel Allard, s.d.v , Canadá. http://cursillos.ca
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