27 de enero del 2023: viernes de la tercera semana del tiempo ordinario
(Hebreos
10,32-39- Salmo 36) Los cristianos debemos vivir «Teniendo siempre presente
al Señor» como vivía el salmista, y, como nos invita el autor de la Carta a los
Hebreos: vivir intensamente el presente sin perder de vista nuestros
principios, lo que ofrecimos al Señor, y, los apuros por los que pasamos para
no decaer en nuestra perseverancia, para ello contamos con el fundamento de
nuestra fe «recordar».
Primera lectura
Lectura de la carta
a los Hebreos (10,32-39):
HERMANOS:
Recordad aquellos días primeros, en los que, recién iluminados, soportasteis
múltiples combates y sufrimientos: unos, expuestos públicamente a oprobios y malos
tratos; otros, solidarios de los que eran tratados así. Compartisteis el
sufrimiento de los encarcelados, aceptasteis con alegría que os confiscaran los
bienes, sabiendo que teníais bienes mejores y permanentes.
No renunciéis, pues, a vuestra valentía, que tendrá una gran recompensa.
Os hace falta paciencia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la promesa.
«Un poquito de tiempo todavía
y el que viene llegará sin retraso;
mi justo vivirá por la fe,
pero si se arredra le retiraré mi favor».
Pero nosotros no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de
fe para salvar el alma.
Palabra de Dios
Salmo
Sal
36,3-4.5-6.23-24.39-40
R/. El Señor es quien salva a los justos
V/. Confía en el Señor y haz el bien:
habitarás tu tierra y reposarás en ella en fidelidad;
sea el Señor tu delicia,
y él te dará lo que pide tu corazón. R/.
V/. Encomienda tu camino al Señor,
confía en él, y él actuará:
hará tu justicia como el amanecer,
tu derecho como el mediodía. R/.
V/. El Señor asegura los pasos del hombre,
se complace en sus caminos;
si tropieza, no caerá,
porque el Señor lo tiene de la mano. R/.
V/. El Señor es quien salva a los justos,
él es su alcázar en el peligro;
el Señor los protege y los libra, los libra de los malvados
y los salva porque se acogen a él. R/.
Lectura del santo
evangelio según san Marcos (4,26-34):
EN aquel tiempo, Jesús decía al gentío:
«El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él
duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin
que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos,
luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la
hoz, porque ha llegado la siega».
Dijo también:
«¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un
grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero
después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa
ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra».
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su
entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo
explicaba todo en privado.
Palabra del Señor
Transformación
por la Gracia de Dios
Jesús decía al gentío:
«El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él
duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin
que él sepa cómo.
Es hermoso reflexionar sobre
cómo la Palabra de Dios cambia la vida de las personas. Este breve pasaje
de hoy compara el compartir la Palabra de Dios con la siembra de
semillas. El sembrador sale y esparce la semilla en la tierra y luego
observa cómo esa semilla se convierte en una planta fructífera. La línea
misteriosa dice "sin que él sepa cómo".
Así es con la Palabra de
Dios. Cuando otra persona recibe esa Palabra, tenemos la bendición de
poder dar un paso atrás y observar cómo esa Palabra se arraiga y transforma su
vida. Por supuesto, a veces podemos sembrar la Palabra y no echa
raíces. Esto se debe a la dureza del corazón de otro o a la forma en que
sembramos. Pero cuando la semilla de la Palabra de Dios echa raíces,
debemos asombrarnos de cómo Dios obra en esa alma.
Piensa en esta realidad en tu
propia vida. ¿Cómo recibiste por primera vez la buena semilla de la
palabra de Dios? Quizás fue a través de un sermón, un retiro, la lectura
de la Escritura, un libro o el testimonio de otro. Piensa en cómo recibiste
por primera vez la Palabra de Dios en tu vida y qué efecto tuvo sobre ti.
Una vez que la Palabra de Dios
ha echado raíces en un alma, es una práctica santa “levantarse de noche y de
día” para observar cómo crece esta semilla. Específicamente, debemos dejarnos
asombrar por la forma misteriosa en que se cambia una vida, ya sea la propia
vida o la vida de otro. Es inspirador observar el alma de una persona que
comienza a desarraigar el pecado, a buscar la virtud, a establecer una vida de
oración y a crecer en el amor de Dios.
Si esto es algo con lo que te
resulta difícil relacionarte, entonces tal vez sea hora de permitir que esa
semilla de la Palabra de Dios caiga suave y profundamente en la tierra fértil
de tu propia alma o de buscar en oración las formas en que Dios quiere usarte
para que siembres esa semilla en el corazón de otro. Hacer esto último
requiere mucha apertura a la obra del Espíritu Santo. Requiere que dejemos
que Dios nos inspire para saber cómo podemos cooperar con su mano en la
evangelización.
Reflexiona, hoy, sobre el
“misterio” de un alma que pasa por este proceso de cambio y crecimiento
espiritual. Si te resulta difícil encontrar un ejemplo así para
reflexionar, entonces recurre a la vida de los santos. Los santos están
entre los más grandes testigos de aquellos que permitieron que la Palabra de
Dios se hundiera profundamente en sus vidas para que se convirtieran en nuevas
criaturas, transformadas por la gracia de Dios. Reflexiona sobre este
testimonio transformador y mientras lo haces déjate llevar por la gratitud y el
asombro.
Mi Señor transformador, te
agradezco por la forma en que has sembrado la semilla de tu santa Palabra en mi
propia vida. Te agradezco por la forma en que me has cambiado, me has
liberado del pecado y me has puesto en el camino de la santidad. Úsame,
amado Señor, para sembrar esa semilla en la vida de los demás y lléname de
asombro y admiración al ser testigo de la obra de Tu mano
misericordiosa. Jesús, en Ti confío.
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