19 de mayo del 2024: Solemnidad de Pentecostés (A,B,C)

 

Bajo la guía del Espíritu

 

A los discípulos, probados por la perspectiva de la separación de su Señor, Jesús les hizo una promesa: enviar su Espíritu que los guiaría a toda la verdad.

Este Espíritu único del Padre y del Hijo dado a los discípulos los lleva a un conocimiento interior más profundo del misterio de la relación trinitaria.

Todo el pueblo reunido el día de Pentecostés tiene la oportunidad de escuchar, cada uno en su propia lengua, la palabra de vida transmitida por los discípulos, ellos mismos invadidos por el Espíritu Santo quien se las comunica.

El Espíritu les permite llegar a cada persona de manera diferenciada, donde se encuentra en su propia historia y cultura. 

Es un Espíritu que se adapta a la humanidad, que conoce su lenguaje, que la instruye y la conduce. Porque se trata precisamente de una cuestión de conducta: Pablo nos invita a caminar bajo la guía del Espíritu, a elegir cada día de manera concreta lo que conduce a la vida, a rechazar los deseos de la carne que distraen de la vida.

Nos anima a decidirnos a favor de las tendencias del Espíritu para salir victoriosos en la lucha contra las tendencias de la carne.

Recibir el Espíritu es don, pero también trabajo, labor.

El don del Espíritu nos lleva a una batalla que nos involucra en los detalles de nuestra vida para elegir este camino.

Los signos de esta victoria son “el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la bondad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y el dominio de sí”.

¿Quiero dejarme llevar por el Espíritu de verdad y abrirle mi espacio interior?


¿Tengo la experiencia de la obra del Espíritu en mí, que me permite hablar y oír el lenguaje de los demás?
 

Anne Da, Javiera



Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2,1-11):

AL cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.
Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo:
«¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».

Palabra de Dios



Salmo
Sal 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34               

R/. Envía tu Espíritu, Señor,
y repuebla la faz de la tierra

Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas. R/.

Les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu espíritu, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra. R/.

Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras;
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor. R/.


Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (12,3b-7.12-13):

HERMANOS:
Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo.
Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.
Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.


Palabra de Dios


Secuencia

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequia,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.


Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-23):

AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Palabra del Señor


Reconciliados y llenos del Espíritu Santo

 

Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Juan 20:21–23

 

¡Feliz Pentecostés! Hoy, en todo el mundo, nuestra Iglesia celebra el pleno derramamiento del Espíritu Santo sobre los primeros seguidores de Jesús y sobre todos nosotros.

¿Por qué necesitamos el Espíritu Santo en nuestras vidas? Esta es una pregunta importante para reflexionar.

Hoy, como siempre, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo trabajan como un solo Dios.

Es el Padre quien quiere que seamos reconciliados con Él;

fue el Hijo Quien hizo posible esta reconciliación;

y es el Espíritu Santo Quien ahora realiza la consumación de este acto en nuestras vidas.

En el centro de ese don de la salvación está la remisión de nuestros pecados.

El pasaje del evangelio que leemos hoy, entre otras cosas,  nos revela claramente que Jesús otorgó un don único del Espíritu Santo a los Apóstoles, Sus primeros obispos, confiándoles la capacidad de perdonar pecados en Su nombre y por Su poder.

Al celebrar Pentecostés, es una buena oportunidad para considerar en oración la acción del Espíritu Santo en nuestra vida.

Una de las mejores maneras en que el Espíritu Santo está potencialmente activo en nuestra vida es a través del Sacramento de la Reconciliación. A través de ese Sacramento, el Espíritu Santo nos atrae hacia el Padre y nos permite ver y comprender Su perfecta voluntad, viviendo más plenamente en unión con el Hijo como miembro de Su Cuerpo.

Los Siete Dones del Espíritu Santo son algunas de las otras formas en que el Espíritu Santo nos ayuda en nuestro caminar cristiano. Sin embargo, estos dones serían ineficaces en nuestras vidas si no recibiéramos primero el don del perdón otorgado a través del Sacramento de la Reconciliación. Esa es la primera y más fundamental acción del Espíritu Santo y abre la puerta a cualquier otro don.

Quizás es por eso por lo que el primer otorgamiento del Espíritu Santo por parte de Jesús se centró en el poder dado a sus apóstoles para perdonar los pecados en su nombre.

Una vez que estemos reconciliados con el Padre y comencemos a vivir en estado de gracia, el Espíritu Santo continuará profundizando Su relación con nosotros y confiriéndonos Su ayuda en nuestro viaje cristiano. Esto sucede especialmente a través de los Siete Dones del Espíritu Santo.

Los dones que más afectan nuestro intelecto son los Dones de Sabiduría, entendimiento y ciencia.

La sabiduría nos ayuda a comprender más claramente la vida interior de la Trinidad.

El entendimiento nos ayuda a darle sentido y misión a nuestra vida a la luz del Evangelio. Y la ciencia nos ayuda a tomar decisiones prácticas de acuerdo con la voluntad de Dios.

Los dones de Temor de Dios y Piedad nos ayudan en nuestro amor a Dios. El temor del Señor nos ayuda a ver cómo nuestras acciones ayudan o dificultan nuestra relación con Dios, ayudándonos a motivarnos a evitar todo lo que daña esta relación y elegir todo lo que la fortalece. La piedad nos ayuda a ver la gran dignidad y belleza de Dios y nos permite tener una profunda reverencia por Él y por todo Su pueblo.

El Consejo y la Fortaleza también nos dan el Espíritu Santo y nos ayudan a avanzar con firmeza en la fe y el amor. El consejo nos ayuda especialmente con el amor al prójimo, y la Fortaleza añade la fuerza que necesitamos para hacer todo lo que estamos llamados a hacer con amor y compromiso inquebrantable.

Mientras celebramos la gran Solemnidad de Pentecostés, reflexionemos hoy sobre el poder transformador del Espíritu Santo. Si quieres estar abierto al pleno derramamiento del Espíritu Santo en tu vida y recibir los muchos dones que necesitas para tu camino de fe, entonces comienza con el don más fundamental.

Comienza con el Sacramento de la Reconciliación.

Medita en las palabras que Jesús pronuncia en nuestro Evangelio de hoy y recuerda que, al confiar la gracia de perdonar los pecados en Su nombre a Sus primeros sacerdotes, Jesús también nos estaba llamando a aceptar ese regalo.

El Espíritu Santo quiere que seamos limpiados de todo pecado. Permitámoselo hacerlo y nos sorprenderá de toda la gracia que sigue.

 

Mi glorioso Señor, Tú prometiste enviar el Espíritu Santo sobre nosotros para guiarnos a toda la Verdad y reconciliarnos con el Padre. Fuiste fiel a esa promesa en Pentecostés y ahora otorgas continuamente el Espíritu Santo a todos los que creen.

Espíritu Santo, por favor ven sobre mí, especialmente perdonando mis pecados en el Sacramento de la Reconciliación y llenándome con Tus siete Dones. Jesús, en Ti confío.

 

2


Reciban el don de Pentecostés, el don del Espíritu Santo


En este día de Pentecostés, celebramos con todos los cristianos del mundo el don del Espíritu Santo a los apóstoles y luego a toda la Iglesia. El evangelio nos recuerda que, en la víspera de su muerte, Jesús reunió a los Doce. Les acababa de anunciar que los iba a dejar; pero permanecerá presente de otra manera y, sobre todo, les enviará el Espíritu Santo. "Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los guiará a la verdad plena".

 Esta Verdad es el mismo Jesús: Esto es lo que leemos en uno de sus diálogos con los discípulos: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, nadie va al Padre sin pasar por mí". Ir a la Verdad, hacer la Verdad, es ir a Jesús, es acoger el amor que hay en Dios y dejarnos invadir por Él. Esto es lo que sucedió el día de Pentecostés. San Lucas nos habla de un ruido como el de una violenta ráfaga de viento. Los apóstoles vieron aparecer una especie de fuego que se dividía en lenguas y que se depositaba sobre cada uno de ellos. Fueron llenos del Espíritu Santo. Es como un ciclón que atraviesa la casa y los empuja hacia afuera para encontrarse con la multitud.

 Y este es un cambio extraordinario. Pedro no se anda con rodeos en sus palabras. El que, 50 días antes, había negado a Jesús porque tenía miedo, comienza a dar un discurso asombroso: "A este Jesús a quien matasteis en la cruz, Dios lo resucitó ... Y ahora ha derramado su Espíritu en el mundo". Y entre todas estas personas que escuchan a Pedro, hay quienes han pedido la muerte de Jesús. Pero allí los apóstoles ya no tienen miedo. Ahora nada puede detenerlos. Esta Buena Nueva que están anunciando es como un fuego que debe esparcirse por todo el mundo.

Y desde el primer Pentecostés, el Espíritu Santo trabaja en la Iglesia para guiarla “a toda la verdad”. Por supuesto, no debemos creer que todo lo que se ha hecho en la Iglesia ha sido impulsado por el Espíritu Santo. Ha habido divisiones entre los seguidores de Cristo, masacres, abusos e incluso escándalos. Nosotros mismos podemos examinar nuestra conciencia. Reconocemos nuestras divisiones, nuestro egoísmo, todas estas debilidades que siempre tienden a ganar terreno. Pero el Señor no nos abandona. Él continúa enviándonos su Espíritu Santo para encendernos con este amor que está en Dios.

"El Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre les enviará en mi nombre, les enseñará y les recordará todo lo que les he dicho". Entendamos bien, el Evangelio no es un texto que solo hay que repetir como si el significado se hubiera dado de una vez por todas. A lo largo de los siglos, el mundo ha cambiado mucho. Actualmente, está marcado por el progreso de la tecnología y la ciencia. Pero al mismo tiempo, vive tragedias muy dolorosas a causa de la crisis, el desempleo, la pobreza. Los más débiles son víctimas de violencia e injusticias de todo tipo.

 Aquí es donde entra el Espíritu Santo. Resuena en cada etapa de nuestra historia con una novedad perpetua. Es en su Luz que descubrimos la Biblia, como una brújula que nos muestra la dirección a seguir. En el contexto actual, nos recuerda que lo primero no es el dinero sino la persona. Lo que hace que una vida valga la pena no es el rendimiento o la productividad, sino el amor diario por todos los que nos rodean. Así nos recuerda el gran mandamiento de Cristo: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” … Así está llamada la Iglesia a avanzar bajo la dirección del Espíritu que le inspira las exigencias de la fidelidad inventiva.

En la historia de San Lucas, el Espíritu se compara con el viento. Es una forma de decir que es como una energía que nos mueve hacia adelante y, en ocasiones, nos empuja a un lado. Durante veinte siglos, la Iglesia ha conocido tormentas. Pero el Espíritu Santo nunca ha dejado de soplar en sus velas. La Iglesia de hoy necesita esta fuerza para reconstruir su unidad. Sin él, ella sería incapaz de evangelizar este mundo donde a los hombres les cuesta tanto entenderse y vivir en solidaridad.

 Con el Espíritu Santo podremos redescubrir y ofrecer los valores del Evangelio a todos los hombres y mujeres que viven sin ninguna perspectiva de futuro. En una de sus cartas, San Pablo nos invita a caminar “bajo el impulso del Espíritu”. No dudemos en pedirle ayuda en las decisiones y elecciones que tenemos que tomar. Que él nos ayude a encontrar el camino correcto en medio de las exigencias del mundo de hoy. Si Pentecostés es una fiesta tan grande, es porque es la exaltación del valor, la verdad y la alegría. La única devoción real que podemos tener hacia el Espíritu Santo es decirle "¡VEN!"

 En este día damos gracias al Señor por este don del Espíritu que se renueva en cada celebración eucarística. Abramos la mente y el corazón a su soplo para comprender mejor el mensaje de Jesús, para amar mejor a nuestros hermanos y anunciarles el Evangelio con un celo que nada puede intimidar.


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