25 de mayo del 2023: jueves de la séptima semana de Pascua
(Hechos
22, 30; 23, 6-11.) El Señor se acerca a los que dan testimonio de él. Esta
presencia íntima les da la fuerza y el coraje para seguir dando testimonio
con alegría ante la adversidad o la indiferencia generalizada.
(Juan 17, 20-26) “Que todos
sean uno, como tú, Padre, tú estás en mí y yo en ti”. Esta oración de
Jesús debe traspasarnos de dolor y de alegría. Sufriendo por las
divisiones que están desgarrando el mundo, nuestras Iglesias, pero también
nuestras familias y nuestros corazones. Alegría al creer que Jesús entregó
su vida para “reunir en unidad a los hijos de Dios dispersos” (Jn
11,52). “Consumado es” (Jn 19,30), murmura desde lo alto de la
Cruz. ¿Realmente lo creemos? ■
Benito de la Cruz, Cisterciense
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles
(22,30;23,6-11):
En aquellos días, queriendo el tribuno poner en claro de qué acusaban a
Pablo los judíos, mandó desatarlo, ordenó que se reunieran los sumos sacerdotes
y el Sanedrín en pleno, bajó a Pablo y lo presentó ante ellos.
Pablo sabía que una parte del Sanedrín eran fariseos y otra saduceos y gritó:
«Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo, y me juzgan porque espero la
resurrección de los muertos.»
Apenas dijo esto, se produjo un altercado entre fariseos y saduceos, y la asamblea
quedó dividida. (Los saduceos sostienen que no hay resurrección, ni ángeles, ni
espíritus, mientras que los fariseos admiten todo esto.) Se armó un griterío, y
algunos escribas del partido fariseo se pusieron en pie, porfiando: «No
encontramos ningún delito en este hombre; ¿y si le ha hablado un espíritu o un
ángel?»
El altercado arreciaba, y el tribuno, temiendo que hicieran pedazos a Pablo,
mandó bajar a la guarnición para sacarlo de allí y llevárselo al cuartel.
La noche siguiente, el Señor se le presentó y le dijo: «¡Ánimo! Lo mismo que
has dado testimonio a favor mío en Jerusalén tienes que darlo en Roma.»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 15
R/. Protégeme,
Dios mío, que me refugio en ti
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano. R/.
Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.
Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. R/.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan
(17,20-26):
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: «Padre
santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la
palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti,
que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has
enviado. También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como
nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno,
de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has
amado a mí. Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo
donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes
de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he
conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les
daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté con ellos, como
también yo estoy con ellos.»
Palabra del Señor
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gestos de amor
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró,
diciendo:
«Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que
crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre,
en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo
crea que tú me has enviado.
Durante las últimas dos semanas, hemos estado
leyendo continuamente los capítulos 14 al 17 del Evangelio de Juan.
Estos capítulos contienen los Discursos de la Última Cena de Jesús
y nos proporcionan, por así decirlo, el último sermón de Jesús.
El capítulo 17, que hemos estado leyendo desde la semana pasada,
nos presenta la oración final de Jesús por sus discípulos y por todos nosotros
"que creeremos" en él a través de la predicación de los discípulos. Cada
vez que leemos del Capítulo 17, el Leccionario comienza la lectura con la frase
“Alzando los ojos al cielo, Jesús oró diciendo…” Esa línea es una
adaptación del Capítulo 17: 1 pero se usa para presentar las diversas partes de
la oración de Jesús cada vez que se lee en la Misa.
Es interesante que Jesús mirara al cielo
cuando oraba. Por supuesto, el cielo no está físicamente arriba, en la bóveda
celeste, porque el cielo es una realidad espiritual. El Padre no se
encuentra en algún lugar del cielo, sino que es omnipresente, es decir,
presente en todos los lugares y en todos los tiempos. Y, sin embargo,
Jesús levanta los ojos hacia arriba cuando ora al Padre. Hay una gran
lección en esto.
Nuestra disposición física es importante, a
veces. Por ejemplo, cuando alguien a quien le debemos respeto entra en una
habitación, generalmente nos levantamos y lo saludamos. Sería una falta de
respeto, en ese caso, permanecer tumbado en una cama o un sofá.
Y en la Misa, no nos sentamos con las piernas cruzadas durante la
Consagración; más bien, nos arrodillamos en adoración. Y cuando
saludamos a alguien por primera vez, no miramos al suelo; más bien, los
miramos a los ojos.
El acto de Jesús de “levantar los ojos al
cielo” no lo hizo porque pensó que podría ver al Padre en el cielo; más
bien, lo hizo por respeto y amor y como una forma de reconocer la dignidad del
Padre. Esto debería enseñarnos sobre nuestra propia disposición corporal y
el mensaje que comunicamos a los demás, especialmente a Dios en oración.
Cuando rezas, ¿qué haces? Aunque puedes
orar en cualquier momento y mientras estés en cualquier disposición, es una
práctica excelente que hables con Dios no solo con tus palabras, sino también
con la disposición que adoptes. Arrodillarse, levantar las manos en
oración, postrarse ante tu Señor, sentarse erguido con atención, etc., son
todas las formas en las que le comunicas a Dios tu amor.
Reflexiona hoy sobre esta imagen de Jesús
orando. Mira cuán atento habría estado al levantar sus sagrados ojos hacia
arriba como un gesto físico en honor al glorioso y todopoderoso Padre
Celestial. Trata de imaginar la devoción, la intensidad, el respeto y el
amor ardiente de Jesús. Imita este santo gesto de oración y atención al
Padre y recuerda la importancia de expresar tu amor en forma corporal.
Mi Santísimo Padre Celestial, me uno a Tu
Hijo, Jesús, al levantar mis ojos, mi corazón y toda mi vida hacia Ti en honor,
amor y respeto. Que pueda estar siempre atento a Ti y mostrarte siempre la
devoción debida a Tu grandeza. Mi querido Jesús, gracias por tu amor al
Padre Celestial. Dame la gracia que necesito para imitarte a ti y a tu
perfecto amor en mi vida. Jesús, en Ti confío.
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