30 de mayo del 2024: jueves de la octava semana del tiempo ordinario (año II)

 

Una determinación feroz

 

(Marcos 10, 46b-52) Al enterarse de que Jesús sale de Jericó, Bartimeo le grita y, a pesar de la multitud, obtiene un encuentro que lo aleja de su posición de mendigo. Llamado por el Hijo de David, salta y corre hacia éste que le interroga. El ciego responde con contundencia que quiere recuperar la vista. ¿Tenemos la misma sed de escuchar a Jesús preguntarnos: “¿Qué quieres que haga por ti?” » ? Empecemos entonces por identificar su paso en el corazón de nuestra ceguera. ■

Nicolás Tarralle, sacerdote asuncionista



(Marcos 10, 46b-52) "¿Qué quieres que haga por ti?" ¡Qué pedido, aunque era obvio! Jesús quiere escucharnos expresarle nuestros deseos. La relación, para él, es lo primero y nos lleva a caminar a su lado en el camino. ¿Ya lo he experimentado?

Primera Lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (2,2-5.9-12):

Como el niño recién nacido ansía la leche, ansiad vosotros la auténtica, no adulterada, para crecer con ella sanos; ya que habéis saboreado lo bueno que es el Señor. Acercándoos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo. Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa. Antes erais «no pueblo», ahora sois «pueblo de Dios»; antes erais «no compadecidos», ahora sois «compadecidos». Queridos hermanos, como forasteros en país extraño, os recomiendo que os apartéis de los deseos carnales que os hacen la guerra. Vuestra conducta entre los gentiles sea buena; así, mientras os calumnian como si fuerais criminales, verán con sus propios ojos que os portáis honradamente y darán gloria a Dios el día que él los visite.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 99, 2.3.4.5

R/. Entrad en la presencia del Señor con vítores

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores. R/.

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño. R/.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias
y bendiciendo su nombre. R/.

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.» R/.


Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,46-52):

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna.
Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí.»
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.»
Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.»
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?»
El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.»
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.»
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Palabra del Señor

 

Clamando a Jesús


En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna.
Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»

Marcos 10: 46–47

 

¿Cómo rezas? ¿Alguna vez “clamas” a Jesús con profunda convicción e intensidad? Este ciego, Bartimeo, nos da un maravilloso ejemplo de cómo debemos orar a nuestro Señor. 

En primer lugar, el ciego estaba en un estado de necesidad. Su ceguera simboliza cada debilidad y necesidad que tienes en la vida. Entonces, ¿con qué luchas más en la vida? ¿Cuál es tu mayor pecado habitual? ¿O qué te causa más dolor?

Ver nuestra debilidad es el primer paso. Una vez que nos damos cuenta de nuestras mayores necesidades, también debemos “clamar” a nuestro Señor tal como lo hizo Bartimeo. 

Al escuchar que era Jesús, Bartimeo de alguna manera sintió dentro de su alma que Jesús quería curarlo. ¿Cómo sintió esto? Escuchó la voz de Dios en el interior. Sí, escuchó la conmoción de muchos hablando de Jesús mientras pasaba. Pero esto por sí solo no pudo haberlo obligado a gritar y a saber que Jesús era la fuente de la misericordia que necesitaba. Lo que lo impulsó fue la voz clara de Dios, un impulso del Espíritu Santo, dentro de su alma, que le reveló que necesitaba a Jesús y que Jesús quería curarlo.

Al principio, los que lo rodeaban reprendieron a Bartimeo y le dijeron que se callara. Y si Bartimeo hubiera sido débil en la fe, pudo haber escuchado a la multitud y, desesperado, hubiera permanecido en silencio. Pero está bastante claro que no solo ignoró las reprimendas de los demás, sino que "siguió gritando aún más fuerte".

Bartimeo nos da aquí un doble testimonio de cómo debemos volvernos a nuestro Señor. Primero, debemos sentir Su presencia suave pero clara dentro de nuestra alma. Debemos reconocer Su voz y Sus impulsos de gracia. Él quiere sanarnos, y su presencia en nuestras vidas debe ser sentida en nuestro interior. 

En segundo lugar, debemos fijarnos intensamente en esa voz interior. Las multitudes que reprendieron a Bartimeo son un símbolo de las muchas “voces” y tentaciones que experimentamos en la vida que intentan evitar que clamemos fiel y fervientemente al Dios que nos habla. Nada debería disuadirnos de nuestra determinación incondicional de llamar a Jesús en nuestra necesidad.

Reflexiona hoy sobre Bartimeo siendo una imagen de ti mismo. Mírate a ti mismo en una necesidad desesperada de nuestro Señor y escucha Su voz clara. ¿Lo escuchas? ¿Lo sientes pasar? Mientras lo haces, clama a Él con fervor, intensidad y convicción. Y si descubres que hay tentaciones que intentan silenciar tu oración y tu fe, aumenta tu intensidad y clama “aún más” a nuestro Señor. Él te escuchará, te llamará a Sí mismo y te dará esa gracia que Él desea otorgar.

 

Jesús misericordioso, constantemente pasas de largo, atrayéndome hacia ti con tu divina presencia. Dame la gracia que necesito para ver mi necesidad y llamarte con todo mi corazón. Que nunca me desanime de esta ferviente oración, querido Señor, y que cuando llegue la tentación, que pueda gritar aún más. Jesús, en Ti confío.


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