11 de septiembre del 2024: miércoles de la vigésima tercera semana del tiempo ordinario-año II
¡A contracorriente!
(Lucas 6, 20-26) “Felices”- "Dichosos", "Bienaventurados", estas palabras resumen las aspiraciones del corazón humano; evocan cierta plenitud.
Aquí Jesús parece adoptar el punto de vista opuesto a nuestras representaciones espontáneas.
La pobreza, el hambre, las lágrimas y la persecución crean situaciones de carencia. Experimentadas en comunión con Dios, pueden llevarnos a abandonar nuestra complacencia para abrirnos a la confianza.
Cristo traza el camino.
Benedicta de la Cruz, cisterciense
Respecto al celibato no tengo órdenes del Señor, sino que doy mí parecer como hombre de fiar que soy, por la misericordia del Señor. Estimo que es un bien, por la necesidad actual: quiero decir que es un bien vivir así. ¿Estás unido a una mujer? No busques la separación. ¿Estás libre? No busques mujer; aunque, si te casas, no haces mal; y, si una soltera se casa, tampoco hace mal. Pero estos tales sufrirán la tribulación de la carne. Yo respeto vuestras razones. Digo esto, hermanos: que el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina.
Palabra de Dios
R/. Escucha, hija, mira: inclina el oído
Escucha, hija, mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu Señor. R/.
Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras. R/.
Las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.
«A cambio de tus padres, tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra.» R/.
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.»
Palabra del Señor
En el pasaje que leemos hoy de la Primera Carta a los Corintios, vemos, en definitiva, cómo el matrimonio era una cuestión que preocupaba mucho a esta comunidad. Las respuestas de Pablo son complicadas.
Cuestión de elección
Lejos de ser palabras mágicas que busquen encantar a sus discípulos, o condenaciones, estas promesas de felicidad (las bienaventuranzas) y sus anuncios de desgracia o infelicidad, ponen ante la urgencia de una elección.
Jesús es alguien que proyecta ternura, esperanza a todos, porque Dios congrega, atrae hacia sí, aquellos que la vida maltrata. Por el contrario, aquellos que la vida ha satisfecho, corren el riesgo de dejar pasar de largo la felicidad que viene. Cómo hacerle un lugar a la felicidad si no hay ninguna carencia, ninguna espera, ninguna apertura a los demás?
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de hoy nos presenta uno de los pasajes más profundos y desafiantes de las enseñanzas de Jesús: las bienaventuranzas según el evangelio de Lucas. Estos “dichosos” que proclama Jesús nos pueden parecer un tanto desconcertantes porque invierten el orden habitual de lo que consideramos ser afortunado o exitoso.
Jesús dice: "Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios". En un mundo que a menudo mide el valor de una persona por lo que posee, esta afirmación nos invita a revisar nuestras prioridades. No es que la pobreza en sí misma sea una bendición, sino que aquellos que son conscientes de su necesidad, ya sea material o espiritual, pueden abrirse más fácilmente a Dios. La pobreza en espíritu nos lleva a confiar plenamente en el Señor, reconociendo nuestra dependencia de Él.
El Evangelio sigue diciendo: "Dichosos los que ahora tienen hambre, porque serán saciados". Aquí, el hambre no es solo física, sino también hambre de justicia, de verdad y de la presencia de Dios en nuestras vidas. Jesús promete que quienes buscan sinceramente al Señor, quienes anhelan su reino, serán saciados.
En contraste, Jesús también da advertencias: "¡Ay de ustedes, los ricos!... ¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos!" Estas palabras no condenan el tener bienes materiales o estar satisfechos, sino la actitud de autosuficiencia y de cerrarse a la compasión y a la generosidad. El problema no es tanto la riqueza, sino lo que permitimos que esa riqueza haga en nuestro corazón.
San Pablo, en la primera lectura de la carta a los Corintios, también nos recuerda que todo lo que tenemos en este mundo es pasajero: "Este mundo que vemos es pasajero". La vida cristiana se caracteriza por una tensión entre lo temporal y lo eterno. No podemos aferrarnos a las cosas de este mundo como si fueran lo único que existe. Pablo nos llama a vivir de manera desapegada, con la mirada puesta en el reino de Dios.
Hoy, las lecturas nos llaman a una profunda reflexión sobre el modo en que vivimos. ¿Dónde está nuestra verdadera seguridad? ¿Qué es lo que realmente valoramos? Jesús nos invita a vivir con un corazón pobre, es decir, un corazón libre de ataduras al materialismo, a la codicia y al egoísmo, para poder recibir las verdaderas riquezas de su gracia y amor.
En esta Eucaristía, pidamos al Señor que nos dé un corazón generoso y humilde, capaz de reconocer nuestras necesidades y abrirnos al amor de Dios. Que no nos dejemos seducir por las falsas promesas del mundo, sino que busquemos siempre el bien de los demás y el Reino de Dios, porque es en ese Reino donde encontraremos nuestra verdadera dicha y plenitud.
Amén.
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