15 de septiembre del 2024: domingo vigésimo cuarto del tiempo ordinario- Ciclo B

 La fe, una relación viva

 Los discípulos todavía están en shock.

Vieron a cuatro mil personas comiendo con siete panes y los restos de esta comida llenando siete cestas.

Los discípulos no entienden y Jesús, visiblemente molesto, les reprocha: “¿No entienden? ¿Aún no lo entienden? ¿Son insensibles?» (Mc 8,17).

El ambiente es tenso.

La historia que escuchamos este domingo tiene lugar después de este episodio.

Caminar alivia las tensiones y, en el camino, surge la verdadera pregunta: “¿Quién soy yo?»

La fe no puede reducirse a una simple opinión, por más informada y documentada que esté. Tampoco es sólo un conjunto de valores que guían las elecciones y los compromisos.

La fe es más que una convicción, una certeza, un principio.

La fe es adhesión a Cristo. Se basa en un encuentro personal con él. La fe es una relación viva, libre y original entre Cristo y el creyente.

Por eso esta respuesta de Pedro cambia para siempre el vínculo mantenido hasta entonces entre los discípulos y su Maestro.

Reconocer a Jesús enviado por el Padre es entrar en la esperanza de la vida eterna, es nacer en la vida de discípulo.

Con Pedro aprendemos que el lugar del discípulo está detrás de su Maestro, nunca delante.

Esto cuestiona nuestra capacidad de darle a Cristo el primer lugar, de aprender a ser humildes y a estar vigilantes en el servicio.  
 
¿Quién es Jesús para mí?

  
 ¿Cómo puedo seguir sus pasos hoy?
 

Karem Bustica, editora jefe de Orar en la Iglesia


PRIMERA LECTURA

Ofrecí la espalda a los que me apaleaban

Lectura del libro de Isaías 50, 5-9a

El Señor me abrió el oído;
yo no resistí ni me eché atrás:

ofrecí la espalda a los que me aplastaban,
las mejillas a los que mesaban mi barba;

no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos.

 

El Señor me ayuda,
por eso no sentía los ultrajes;

por eso endurecí el rostro como pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.

 

Tengo cerca a mi defensor,
¿quién pleiteará contra mí?

Comparezcamos juntos.
¿Quién tiene algo contra mí?

Que se me acerque.

 

Mirad, el Señor me ayuda,
¿quién me condenará?

Palabra de Dios.

 

Salmo responsorial: Salmo 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9 (R.: 9)

R. Caminaré en presencia del Señor
en el país de la vida.

O bien:

R. Aleluya.

Amo al Señor, porque escucha
mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia mí
el día que lo invoco. R.

Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia.
Invoqué el nombre el Señor,
«Señor, salva mi vida». R.

El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos:
estando yo sin fuerzas, me salvó R.

Arrancó mi alma de la muerte,
mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída.
Caminaré en presencia del Señor
en el país de la vida. R.

 

SEGUNDA LECTURA

La fe, si no tiene obras, está muerta

Lectura de la carta del apóstol Santiago 2, 14-18

¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar?

Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos de alimento diario, y que uno de vosotros les dice: «Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago», y no le dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve?

Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta.

Alguno dirá: «Tú tienes fe, y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe».

Palabra de Dios.

 

Aleluya Ga 6, 14

Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz del Señor,
en la cual el mundo está crucificado para mí,
y yo para el mundo.

 

EVANGELIO

Tú eres el Mesías... El Hijo del hombre tiene que padecer mucho

 Lectura del santo evangelio según san Marcos 8, 27-35

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos:

—«¿Quién dice la gente que soy yo?».

Ellos le contestaron:

—«Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas».

Él les preguntó:

—«Y vosotros, ¿quién decís que soy?».

Pedro le contestó:

—«Tú eres el Mesías».

Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie.

Y empezó a instruirlos:

—«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».

Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro:

—«¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».

Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo:

—«El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará».

Palabra del Señor.




1

Queridas familias, jóvenes, niños y hermanos todos:

Hoy nos encontramos en el 24º domingo del Tiempo Ordinario y las lecturas nos invitan a reflexionar sobre algo esencial en nuestra vida cristiana: la fe y el sacrificio. Cada uno de nosotros, desde los más pequeños hasta los adultos, hemos vivido situaciones en las que hemos tenido que tomar decisiones difíciles, donde hemos tenido que elegir entre hacer lo que nos pide Dios o lo que nos parece más fácil. Y hoy Jesús, en el Evangelio, nos muestra el camino a seguir, pero antes de profundizar en eso, quiero que pensemos un momento en una pregunta que Jesús hizo a sus discípulos: "¿Quién dicen ustedes que soy yo?"

1. ¿Quién es Jesús para nosotros?

Esta pregunta es fundamental. Jesús no solo pregunta para saber lo que los demás piensan de Él, sino que está desafiando a sus discípulos a que se comprometan. Así como hoy nos desafía a nosotros. Queridos niños y jóvenes, cuando estás en la escuela o con tus amigos, o cuando en casa se presentan problemas, ¿quién es Jesús para ti en esos momentos?

  • Para los niños, Jesús es como ese amigo que siempre está ahí para ayudarte cuando te sientes solo o cuando tienes miedo.
  • Para los jóvenes, Jesús es quien te ofrece un sentido de vida y te recuerda que no estás solo en tus luchas y desafíos.
  • Para los padres y adultos, Jesús es el Salvador que nos invita a confiar en Él, incluso cuando el camino es difícil.

Es fácil decir con palabras que creemos en Jesús, pero las lecturas de hoy nos recuerdan que la verdadera fe se demuestra con acciones.

2. La fe sin obras está muerta

En la segunda lectura, Santiago nos advierte que "la fe sin obras está muerta". Esto significa que no basta con decir "creo en Dios", sino que tenemos que demostrarlo en nuestras acciones diarias. Aquí es donde quiero hablarles, especialmente a las familias.

  • Padres, la fe se enseña en casa, con el ejemplo. Cuando rezamos juntos, cuando hablamos de Jesús, cuando mostramos amor y paciencia, estamos mostrando nuestra fe viva.
  • Jóvenes, pueden demostrar su fe siendo solidarios con sus compañeros, defendiendo lo que es correcto, y no teniendo miedo de mostrar que creen en Jesús, incluso si eso no es lo popular entre sus amigos.
  • Niños, ustedes pueden vivir su fe siendo amables con sus hermanos y amigos, ayudando a los demás y obedeciendo a sus padres.

Jesús nos llama a seguirlo, y eso implica llevar una vida que refleje nuestra fe en Él.

3. Tomar la cruz: un sacrificio que libera

Finalmente, el Evangelio de hoy nos habla de un tema central en la vida cristiana: tomar nuestra cruz y seguir a Jesús. A veces, esto suena difícil o incluso aterrador. ¿Quién querría cargar una cruz? Pero Jesús no nos dice que lo hagamos porque quiere que suframos, sino porque sabe que es el camino a la verdadera libertad y alegría.

  • Para los jóvenes, tomar la cruz puede significar renunciar a algo que te aparta de Dios, como una mala amistad o un hábito negativo.
  • Para los padres, puede ser el sacrificio diario de cuidar de sus hijos, incluso cuando están cansados o preocupados.
  • Para los niños, puede ser aprender a ser pacientes y obedecer a sus padres, aunque no siempre entiendan el porqué.

4. El amor y el sacrificio van de la mano

El verdadero amor siempre implica algún tipo de sacrificio. Jesús nos mostró esto al entregar su vida por nosotros. Y nosotros, como seguidores suyos, estamos llamados a amar de la misma manera: un amor que no teme sacrificar algo por el bien de los demás.

Hoy, al reflexionar sobre esta invitación de Jesús, recordemos que cada sacrificio hecho con amor nos acerca más a Él. No es un sacrificio vacío o sin sentido. Al contrario, es un sacrificio que da vida, que nos transforma y que trae una alegría profunda y duradera.


Queridos hermanos, Jesús nos invita hoy a renovarnos en nuestra fe. No solo con palabras, sino con acciones. 

Que nuestras familias sean espacios donde se viva el amor de Cristo, que nuestros jóvenes y niños crezcan en la fe y que todos juntos tomemos nuestra cruz, confiando en que Jesús está a nuestro lado, guiándonos hacia la vida plena.

Amén.


2

Un giro espiritual

Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo:

—«El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará».

Marcos 8:34-35

En términos prácticos, ¿cómo seguimos a Jesús y salvamos nuestras almas? ¿Basta con profesar que creemos en Jesús? Si llegáramos a la conclusión de que Jesús es Dios y el Salvador del mundo, ¿seríamos entonces salvos? Ciertamente no.

Incluso los demonios creen en esta verdad.

Jesús es muy claro al decir que la salvación requiere acción de nuestra parte. Debemos negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguirlo. Además, el camino hacia la salvación requiere que nos perdamos a nosotros mismos por amor a Cristo y al Evangelio.

¿Qué significa esto exactamente, en términos prácticos?

Para responder a esta pregunta, consideremos primero la forma en que vive mucha gente.

Tendemos a desear lo más fácil de la vida, lo más placentero, lo más grandioso y lo más consolador.

A menudo buscamos aquellas cosas que nos hacen sentir bien y el camino de menor resistencia.

Por ejemplo, si pudieras elegir entre ayunar a pan y agua o darte un festín con los alimentos más deliciosos, ¿qué elegirías?

Si pudieras elegir entre unas vacaciones en el lugar más exótico y lujoso o una semana de trabajo muy duro, ¿qué elegirías?

Si pudieras elegir entre conducir un auto nuevo y de alta gama o un auto muy viejo y destartalado, ¿cuál preferirías?

La mayoría de la gente elegiría rápidamente la buena comida, las vacaciones lujosas y el carro nuevo y elegante.

En su clásico espiritual, la Subida al Monte Carmelo, San Juan de la Cruz describe un camino muy diferente.

Da una serie de máximas espirituales para usar en la oración y la meditación para ayudar a purificar el alma de todo apego malsano para poder uno unirse más plenamente a Dios y a su santa voluntad.

San Juan dice: “Esfuérzate siempre en preferir, no lo que es más fácil, sino lo que es más difícil; no lo que es más atractivo, sino lo que es más desagradable; no lo que da más placer, sino más bien lo que da menos…”

Estas máximas espirituales, cuando se leen en su totalidad, nos desafían hasta lo más profundo de nuestro ser. Revelan rápidamente a quienes son honestos que a menudo prefieren lo más fácil, lo más agradable y lo mejor que este mundo tiene para ofrecer.

Pero ¿qué es lo mejor para tu alma eterna?

La enseñanza de Jesús de que debemos negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguirlo es la hoja de ruta para salvar nuestra alma eterna y descubrir una realización espiritual que supera con creces todo lo que este mundo o nuestra carne tienen para ofrecer.

Pero para entender esta hoja de ruta y luego seguirla, a menudo necesitamos hacer un “giro espiritual en U”, por así decirlo.

 Este giro en U comienza con la elección de la cruz en todos los niveles de nuestro ser y concluye con Dios despojándonos de todos los deseos egoístas y reemplazándolos con un deseo de amor sacrificial.

Si examinaras cuidadosamente tus pensamientos a lo largo del día, tal vez descubrirías que piensas mucho en ti mismo. “Me gusta esto, no quiero hacer aquello, estoy enojado por esto y trato de evitar aquello…” Muy a menudo, nuestros pensamientos comienzan con “yo” y terminan con “mí” “conmigo”.

Negarte a ti mismo, tomar tu cruz y perder tu vida significa que ya no piensas en ti mismo. Significa que los ojos de tu alma se han apartado de ti mismo y se centran exclusivamente en la voluntad de Dios y el amor a los demás.

Pero esto nunca será posible hasta que nos liberemos de los numerosos deseos egoístas que a menudo dirigen la mayoría de nuestras acciones día tras día.

Reflexiona hoy sobre lo que deseas a lo largo del día.

¿Qué es lo que más ocupa tus pensamientos?

¿Qué es lo que más te atrae?

¿Pasas la mayor parte del día pensando en cómo puedes servir mejor a Dios y a su santa voluntad?

¿O pasas la mayor parte del día pensando en ti mismo?

¿Los ojos de tu alma se dirigen con mayor frecuencia al servicio desinteresado de los demás?

¿O piensas con más frecuencia en lo que quieres de manera egoísta?

Reflexiona sobre estas difíciles preguntas y trata de erradicar todo lo que sea egoísta dentro de ti.

Hacerlo te permitirá dar un giro espiritual de 180 grados para que puedas llevar la gloriosa y transformadora Cruz de Cristo.

Señor mío, sacrificado, viviste una vida desinteresada en la que tus únicas preocupaciones eran la gloria del Padre Celestial y la salvación del mundo. Por favor, líbrame de todo egoísmo para que pueda negarme a mí mismo en todo sentido, correr hacia cada cruz de la vida y seguirte en la hermosa vida de amor desinteresado y sacrificado. Jesús, confío en Ti.

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