13 de septiembre del 2024: viernes de la vigésima tercera semana del tiempo ordinario- año II- San Juan Crisóstomo, Obispo y Doctor de la Iglesia

 

Testigo de la fe

San Juan Crisóstomo

Alrededor de 349-404. 

“Tu perro está harto, y Jesucristo se muere de hambre ante tus puertas en forma de mendigo”, dijo con contundencia este patriarca de Constantinopla, excelente orador apodado “Boca de Oro” (Crisóstomo en griego). El vigor de sus sermones le llevó a ser condenado al exilio. 

Obispo y Doctor de la Iglesia. Primero monje y luego ermitaño, Juan continuó, como patriarca de Constantinopla, llevando una vida sencilla y pobre. Denunció con elocuencia  los excesos de los ricos y murió camino del exilio en el año 404.


¡Ojos plenos!

(Lucas 6, 39-42) Jesús, el hijo del carpintero, muestra humor cuando habla de la viga que bloquea la mirada de quien busca una mota en el ojo de su hermano. 

Cuando los escribas y fariseos le llevaron una mujer sorprendida en acto de adulterio, Jesús sólo tuvo que decir esta sencilla frase: «El que de vosotros esté sin pecado, que le arroje la primera piedra (Jn 8. :7) ¡para que todos se vayan con pajitas en los ojos!

Benedicta de la Cruz, cisterciense


(Lucas 6, 39-42) La recomendación de Jesús va más allá del simple sentido común: antes de criticar a alguien, es mejor hacer balances y arreglos en mi propio corazón.
Y, por tanto, ¿Cuántas veces caemos en la trampa?
¡Señor, ayúdanos a evadir el pecado y a volver a levantarnos!



Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (9,16-19.22b-27):

El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio. Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos. Y hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes. Ya sabéis que en el estadio todos los corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio. Corred así: para ganar. Pero un atleta se impone toda clase de privaciones. Ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita. Por eso corro yo, pero no al azar; boxeo, pero no contra el aire; mis golpes van a mi cuerpo y lo tengo a mi servicio, no sea que, después de predicar a los otros, me descalifiquen a mí.

Palabra de Dios


Salmo

Sal 83,3.4.5-6.12

R/.
 ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!

Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo. R/.

Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los ejércitos,
Rey mío y Dios mío. R/.

Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza
al preparar su peregrinación. R/.

Porque el Señor es sol y escudo,
él da la gracia y la gloria;
el Señor no niega sus bienes
a los de conducta intachable
R/.


Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,39-42):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Hermano, déjame que te saque la mota del ojo," sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.»

Palabra del Señor


1

En el pasaje de la Primera Carta a los Corintios que leemos hoy, Pablo responde a aquellos que lo critican. Él habría podido como los otros, ser remunerado por su trabajo de apóstol, pero él prefiere anunciar el Evangelio sin ser una carga para nadie. La Buena Noticia es gratuita.

2

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Hoy celebramos la memoria de San Juan Crisóstomo, un santo que es conocido como "Boca de oro" debido a su elocuencia y habilidad para predicar la Palabra de Dios con claridad y poder. Su vida y sus enseñanzas nos invitan a reflexionar sobre cómo la Palabra de Dios no solo ilumina nuestras mentes, sino que también transforma nuestros corazones.

**Primera Lectura: Un Evangelio que nos impulsa a actuar**

San Pablo, en su carta a los Corintios, nos recuerda que predicar el Evangelio no es una opción, sino una obligación. Dice: "¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!" (1 Cor 9, 16). Pablo nos muestra un compromiso total con la misión de Cristo. Para él, anunciar el Evangelio no es simplemente un deber, sino una necesidad, algo que le quema por dentro y que no puede ignorar. ¿Y nosotros? ¿Sentimos esa misma urgencia por compartir la buena noticia?

La vida de San Juan Crisóstomo fue una expresión viva de esta urgencia. Predicó incansablemente, incluso cuando enfrentó oposición y exilio. Su predicación no era solo un discurso bien elaborado; era una llamada a la acción, un impulso para vivir de manera coherente con las enseñanzas de Cristo. 

Hoy podemos preguntarnos: ¿Vivimos el Evangelio con esta misma pasión? ¿O hemos caído en la complacencia, dejando que nuestra fe se convierta en algo rutinario? San Pablo y San Juan Crisóstomo nos desafían a salir de nuestras zonas de confort y a convertirnos en testigos vivos del Evangelio.

**El Evangelio: La Ceguera Espiritual**

En el Evangelio de Lucas, Jesús nos ofrece una enseñanza profunda sobre la hipocresía y el juicio a los demás. "¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?" (Lc 6, 39). Este pasaje nos confronta con nuestra tendencia a ver los defectos en los demás mientras ignoramos nuestras propias fallas.

La ceguera espiritual es una de las formas más sutiles de orgullo. A menudo somos rápidos para señalar los errores ajenos, pero lentos para reconocer nuestras propias limitaciones y pecados. Jesús nos invita a examinar nuestros corazones antes de juzgar a los demás. Esto no significa que ignoremos el mal o las injusticias a nuestro alrededor, sino que lo enfrentemos con humildad, conscientes de nuestras propias debilidades.

San Juan Crisóstomo, en su predicación, también denunciaba las injusticias y los abusos de su tiempo, pero lo hacía desde un corazón humilde y lleno de amor por su pueblo. No se limitaba a criticar; buscaba reformar y guiar a la conversión. Aprendamos de su ejemplo: cuando corrijamos o aconsejemos a los demás, hagámoslo desde el amor y no desde la superioridad.

**San Juan Crisóstomo: Un Testigo de la Verdad**

San Juan Crisóstomo fue un pastor valiente que no temía denunciar la corrupción, la injusticia y el pecado, incluso cuando esto le costó el exilio y la persecución. Sin embargo, su celo por la verdad nunca fue motivado por el odio o el deseo de castigar, sino por el amor a Dios y a su pueblo. Para él, la verdad del Evangelio era liberadora y transformadora, y eso lo movía a proclamarla sin miedo.

Hoy, en nuestra sociedad, a menudo encontramos un ambiente en el que se teme decir la verdad por miedo a ser rechazado o malentendido. Pero San Juan Crisóstomo nos recuerda que la verdad del Evangelio no puede ser negociada. Como cristianos, estamos llamados a ser testigos valientes de esa verdad, con amor y misericordia.

**Conclusión: Seguir el Ejemplo de San Juan Crisóstomo**

Hoy, al celebrar su memoria, pidamos a San Juan Crisóstomo que interceda por nosotros, para que seamos verdaderos predicadores del Evangelio, no solo con nuestras palabras, sino con nuestras acciones. Que aprendamos a examinar nuestros corazones antes de juzgar a los demás y que vivamos con la misma pasión y valentía con la que él vivió su misión.

Que la Palabra de Dios, que San Juan Crisóstomo predicó con tanto fervor, ilumine nuestras vidas y nos impulse a ser luz para los demás, guiando no desde la ceguera del juicio, sino desde la visión clara del amor y la verdad de Cristo. 

Amén.

3

"¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?”


¡Cuán cierto es esto! Qué fácil es ver las faltas menores de los demás y, al mismo tiempo, no ver las nuestras, más obvias y serias. ¿Por qué se ve esto?  

En primer lugar, es difícil ver nuestras propias faltas porque nuestro pecado de orgullo nos ciega. El orgullo nos aleja de cualquier autorreflexión honesta. El orgullo se convierte en una máscara que usamos y que presenta una personalidad falsa. El orgullo es un pecado horrible porque nos aleja de la verdad. Nos impide vernos a nosotros mismos a la luz de la verdad y, como resultado, nos impide ver el registro con nuestros propios ojos.    

Cuando estamos llenos de orgullo, sucede otra cosa. Comenzamos a enfocarnos en cada pequeña falla de quienes nos rodean. Curiosamente, este Evangelio habla de la tendencia a ver la mota (otras traducciones hablan de paja o “astilla”) en el ojo de tu hermano. ¿Qué nos dice eso? Nos dice que los que están llenos de orgullo no están tan interesados en humillar al pecador serio. Más bien, tienden a buscar a aquellos que tienen solo pequeños pecados, "astillas" como pecados, y tienden a tratar de hacerlos parecer más serios de lo que son. Lamentablemente, los que están llenos de orgullo se sienten mucho más amenazados por el santo que por el pecador serio.  

Reflexiona hoy sobre si tienes problemas para juzgar a quienes te rodean. Reflexiona especialmente sobre si tiendes o no a ser más crítico con aquellos que luchan por la santidad. Si tiendes a hacer esto, puedes revelar que luchas con el orgullo más de lo que crees.


Señor, humíllame y ayúdame a estar libre de todo orgullo. Que también deje de juzgar y vea a los demás solo de la manera que Tú quieres que los vea. Jesús, en Ti confío.


 

San Juan Crisóstomo, Obispo y Doctor de la Iglesia
c. 347 – 407

Patrono de predicadores y oradores

 

Un gran predicador, escritor e intelectual sufre por la fe que él aclara

 


En el tira y afloja de las disputas teológicas de los siglos cuarto y quinto, el santo de hoy fue una figura importante. Junto con otras luminarias como los santos Ambrosio, Atanasio, Hilario, Basilio y muchos otros, profundizó en las Escrituras y en la tradición cristiana existente para forjar lo que hoy se conoce como el depósito de la fe. San Juan Crisóstomo era de Antioquía, esa “Metrópolis de la herejía” en palabras de San Jean Henry Newman, donde el arrianismo se crió, incubó, prosperó y murió en el período comprendido entre el Concilio de Nicea en 325 y el Concilio de Constantinopla en 381.

Juan recibió una excelente educación en las artes liberales y fue bautizado a la edad de dieciocho años, de acuerdo con la costumbre del bautismo de adultos común en su época. Se unió a un grupo rústico de ermitaños en las colinas a las afueras de su ciudad natal cuando tenía veintitantos años. Sin embargo, las condiciones eran tan brutales física y psicológicamente que se fue después de siete años. Vivir siempre aislado y mortificado no sería su camino. Fue ordenado sacerdote en el año 386. Su obispo reconoció sus dotes y lo puso a cargo del cuidado físico y pastoral de los pobres de Antioquía, ministerio en el que perfeccionó sus dotes naturales de predicador. Era tan hábil en la predicación que, un siglo después de su muerte, se le otorgó el título de crisóstomo., o “boca de oro”. La perspicacia teológica de Juan no fue menos impresionante. Sus sermones y cartas muestran una comprensión refinada de las complejidades de la Santísima Trinidad y de los Evangelios. Sus hermosas reflexiones teológicas y espirituales se mencionan en numerosas ocasiones en el moderno Catecismo de la Iglesia Católica.

En 398 San Juan fue consagrado Arzobispo de Constantinopla, la Nueva Roma, provocando celos entre algunos contemporáneos. Juan no se hizo ningún favor con sus reformas demasiado agresivas como arzobispo. Criticó sin rodeos a las mujeres por usar maquillaje, a los cristianos por asistir a carreras y juegos en los días festivos, a la corte imperial por sus extravagancias y al clero por su laxitud y búsqueda de riqueza. Pronto siguieron las recriminaciones. Fue acusado falsamente de traición y otros delitos y fue exiliado en 402. Fue reintegrado después de que un terremoto en Constantinopla se interpretara como un castigo divino por su destierro. Pero Juan fue exiliado por segunda vez poco después. Como otros santos, su tiempo de exilio resultó fructífero. Escribió numerosas cartas, específicamente a los obispos del Imperio Occidental, incluido el Papa. Pero también, al igual que otros papas y obispos exiliados, las afirmaciones de apoyo eran tan sólidas como el papel en el que estaban escritas. La ayuda práctica nunca se materializó. Juan murió en el exilio en 407, víctima del frío, la lluvia, una marcha forzada y la falta de alimentos. Una década después de su muerte, el Papa restauró su reputación y sus restos fueron trasladados para ser enterrados en Constantinopla. Fue reconocido como Padre de la Iglesia en el Concilio de Calcedonia en 451 y declarado Doctor de la Iglesia en 1568.

San Juan sufrió por su celo. Fue exiliado por el poder civil en una época en que la teología correcta se entendía como una forma de patriotismo y la herejía como una traición. Atravesó los poderes civiles de su época, no retrocedió y pagó un alto precio por su fidelidad. Cuando los cruzados saquearon Constantinopla en 1204, robaron las reliquias de Juan y las llevaron a Roma. En 2004, el Papa San Juan Pablo II autorizó el regreso de algunos de los restos de Juan a la sede del Patriarca Ortodoxo en la Iglesia de San Jorge en la actual Estambul, la propia ciudad episcopal de Juan. 

 

San Juan Crisóstomo, el calor de tus palabras ardió tanto que fuiste perseguido por tu ardor. Inspira a todos los predicadores cristianos a encender un fuego de fe en sus congregaciones, sin temor por su propia reputación o recriminación.

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