22 de septiembre del 2024: vigésimo quinto domingo del tiempo ordinario-ciclo B
Los apóstoles y el niño
¡Este domingo nuevamente los discípulos están abrumados por el miedo porque ya ni siquiera se atreven a interrogar a su Señor!
Tampoco entienden lo que Jesús les dice al anunciar su inminente Pascua. A la incomprensión y al miedo se suma la vergüenza.
Aquí Jesús revela la mediocridad de sus ambiciones frente a la misión que quiere confiarles. ¡Sólo cuenta el protocolo eclesiástico, no la misión apostólica!
Y es un niño quien les da una lección. Aquí está, testificando a Cristo frente a un grupo de adultos preocupados e incluso abrumados. ¿Quizás percibió que las Escrituras, como el libro de la Sabiduría, hablan de aquel a quien espera el pueblo de Dios?
¿Quizás entendió que la presencia profética del Mesías de Israel viene a corregir nuestros deseos mal dirigidos que Santiago denuncia?
En silencio, el niño se coloca entre los discípulos y entra en lo más íntimo del testimonio apostólico.
Acepta dejar que el Resucitado guíe su existencia, convirtiéndose en signo de acogida y disponibilidad.
Frente a esta lección apostólica, nuestras querellas eclesiales son irrelevantes, y nuestras luchas por el poder parecen ridículas, sobre todo cuando éste pretende ejercerse en nombre del Evangelio.
Hoy en medio de nuestras vidas
congestionadas y afanadas, se nos dan dos lecciones: salir del miedo e ir más
allá del protocolo. Entonces podremos cantar con alegría con el salmista: “Alabaré
tu nombre. »
¿Por qué persona, enviada a misión este año, puedo orar hoy?
¿De qué niño recibí una lección apostólica?
Luc Forestier, sacerdote del Oratorio
Por los caminos de la vida
Cada uno de las 3 lecturas y el salmo que nos ofrece este XXV domingo Ordinario, nos muestra dos lógicas opuestas: una está impulsada por el deseo de justicia y de paz, por la apertura al otro y a Dios; la otra busca poder, dominación, placer, satisfacción inmediata.
Cada uno de estos textos abre vías para interrogarnos sobre lo que nos guía en nuestras decisiones cotidianas.
La primera lectura es un extracto del libro de la Sabiduría.
Nos remonta al siglo I a.C. En este tiempo muchos judíos se fueron al extranjero. En este caso se trata de quienes viven en Alejandría, en Egipto.
Los griegos se burlan de ellos porque afirman tener un conocimiento especial de Dios; se llaman a sí mismos “hijos de Dios” y “separados”. Incluso entre sus compatriotas, muchos han abandonado la práctica religiosa. Terminaron negando su fe. Ya no pueden tolerar la fidelidad de los creyentes porque se ha convertido en un reproche para ellos.
Las dificultades y pruebas de estos creyentes son también las nuestras. Vivimos en un mundo donde muchos se han vuelto indiferentes u hostiles a la fe.
Los escándalos que han salido a la luz en los últimos años, así como el anti testimonio a veces de sacerdotes y laicos, sin hablar de la violencia y la persecución… no hacen más que agravar este sufrimiento.
Pero tenemos la firme esperanza de que el mal y el odio no tendrán la última palabra.
Todas estas pruebas que afectan a la Iglesia son una llamada a aferrarse firmemente al Señor. Siempre podremos contar con él. Nada podrá separarnos de su amor.
En la segunda lectura, Santiago denuncia que “los celos y las rivalidades conducen al desorden y a toda clase de malas acciones”.
El apóstol recomienda que nos aferremos a “la sabiduría que viene de lo alto”.
Esta sabiduría “es primero pura, luego pacífica, benévola, conciliadora, llena de misericordia y fecunda en buenos frutos, sin prejuicios, sin hipocresía”.
Ser guiado por la sabiduría terrenal conduce al desorden y al mal. La sed de riqueza justifica el uso de todos los medios, incluidos la violencia y el asesinato. Es la codicia la que está en el origen de las guerras, de la violencia y del mal.
Sólo podemos encontrar la verdadera Luz en la Sabiduría que viene de Dios; es “justicia, paz, tolerancia, comprensión, fructífera en beneficios”. Transforma nuestros corazones y nos hará pacificadores.
El Evangelio de San Marcos denuncia una tentación que divide a la Iglesia; según la expresión del Papa Francisco, es “el deseo mundano de tener poder”, el deseo y la codicia de “ir más alto”. Todo esto sucede en el momento en que Jesús habla de “servicio y humillación”.
Anuncia a sus discípulos que “El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres; lo matarán, y tres días después de su muerte resucitará”.
Al escuchar o leer este Evangelio, vemos claramente que los apóstoles nada entendieron; Jesús acaba de hablarles un lenguaje de humillación, muerte y redención.
Y ellos hablan “el lenguaje de los arribistas”. Su única preocupación es llegar lo más alto posible en el poder. Se sienten tentados por la forma de pensar del mundo. Para Jesús, esta es la oportunidad de dejar un punto muy firme: “Si alguno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos”.
Esta enseñanza de Jesús también se aplica a todos nosotros.
En el camino que Jesús nos muestra para avanzar, el servicio es la regla: el mayor es el que sirve, el que más está al servicio de los demás. Sobre todo, no es quien se jacta ni quien busca dinero y poder.
La verdadera grandeza es acoger y servir a los niños. Este servicio es elevado al rango de servicio de Dios.
A través de estas tres lecturas, es Dios quien nos habla; el justo que sufre (1ª lectura) nos remite a los cristianos perseguidos que se ven obligados a huir de su país.
También podemos reconocernos a nosotros mismos a través de aquello intrigante de que nos habla Santiago. El Señor quiere liberarnos de esta búsqueda de nosotros mismos.
Y en el Evangelio se nos recuerda que los verdaderamente grandes no son los que buscan los primeros lugares y los honores, sino aquellos cuyo corazón está abierto a los demás.
Por tanto, estamos llamados a ser una Iglesia “al servicio” de los demás, especialmente de los más vulnerables.
Recordamos lo que Jesús dijo una vez: “Lo que hicisteis al más pequeño de los míos, a mí me lo hicisteis”.
Para esta misión, no estamos solos. En cada Misa, el Señor está ahí para nutrirnos con su Palabra y su Cuerpo.
Este encuentro con él es realmente EL momento más importante del día y para muchos de la semana.
Cristo está presente entre nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Quiere llevarnos al fin del amor. Su Pan Eucarístico se nos distribuye para darnos la fuerza de amar como él y con él.
Oremos para que nos dé fuerza y coraje para permanecer en “uniforme de servicio”.
La grandeza de la santidad
Llegaron a Cafarnaúm y una vez en casa, les preguntó:
-- De que discutíais por el camino
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quien era el más importante.
Uno de los deseos que todos tenemos es el de alcanzar la grandeza. Se trata de un deseo bueno y natural.
Este deseo se manifiesta en la competitividad en los deportes y los juegos.
Se convierte en una fuerza impulsora en los negocios y la política.
Nos impulsa a mejorar en la vida, como en la escuela, en las actividades artísticas y en los pasatiempos, y a trabajar duro para perfeccionar diversas habilidades y talentos con el fin de sobresalir.
El problema es que todo deseo bueno y natural que tenemos ahora está desordenado hasta cierto punto a causa del pecado original.
Como resultado, el deseo que tenemos de alcanzar la grandeza puede convertirse en una obsesión, una causa de desánimo cuando fracasamos, una fuente de celos y envidia cuando otros parecen hacerlo mejor y puede llevarnos a perseguir metas vacías y fugaces en la vida.
Incluso en la vida de fe, podemos ser afectados tanto por el deseo natural de grandeza como por la bajeza humana de ese deseo. El deseo natural de grandeza, cuando se mezcla con la fe, nos llevará al deseo de ser santos y de hacer grandes cosas por el Reino de Dios.
Pero como cualidad natural caída, también podemos caer en la trampa de vernos en competencia con otros dentro de la Iglesia, y podemos llegar a sentir celos de aquellos que parecen ser santos y que son reconocidos por su buena obra para Cristo.
Justo antes del pasaje citado arriba, en el que se descubrió que los discípulos habían estado discutiendo entre ellos sobre quién era el más grande, Jesús les predijo, por segunda vez, que sufriría y moriría. Recordemos que después de la primera predicción de su pasión, Jesús llevó a Pedro, Santiago y Juan a una montaña alta y se transfiguró ante ellos. Tal vez algunos de los otros discípulos sintieron celos de este aparente trato especial. Luego, después de que Jesús les predijera su pasión por segunda vez, es posible que se hayan preguntado si algunos de ellos también compartirían una experiencia similar a la de la Transfiguración.
Independientemente de lo que motivó a los discípulos a discutir entre ellos sobre quién era el más grande, el hecho es que lo hicieron. No fue el resultado de un deseo santo y purificado, sino de un buen deseo de grandeza que se distorsionó y se convirtió en una competencia impía basada en los celos y el egoísmo.
En el Cielo, todos sabremos quién es el más grande.
Curiosamente, las Escrituras, las enseñanzas oficiales de la Iglesia y muchos de los santos nos revelan que habrá niveles de gloria en el Cielo. Por eso Jesús dijo en otro lugar: “Atesorad bienes en el Cielo” ( Mateo 6:20 ).
En el Cielo, cada uno de nosotros será perfectamente feliz. Pero cada uno de nosotros también participará de la gloria de Dios en diversos grados, en función del mérito de nuestra caridad en la tierra.
El ejemplo clásico de esto es que, si cada alma es como un vaso de agua en el Cielo, entonces todos los vasos estarán llenos. Pero algunos vasos serán más grandes que otros y podrán contener más agua (gloria). Por esta razón, debemos recordar que el deseo natural de grandeza es bueno, pero debe estar debidamente ordenado por la gracia.
Ese deseo no debe convertirse en lo que fue entre los discípulos que se veían como competidores. En cambio, debe dirigirse al deseo más profundo de santidad y caridad.
En el Cielo, todos estaremos asombrados de esas almas santas que están llenas de las mayores profundidades de gloria para siempre. Lo más probable es que sean ampliamente desconocidas en la tierra, pero amadas y admiradas en el Cielo por la grandeza de su santidad.
Reflexiona hoy sobre el deseo de grandeza que hay en tu alma.
Ora para que este deseo no caiga en el egoísmo ni te lleve a ver a los demás como competidores. Ora, en cambio, para que tu deseo de grandeza te lleve a la santidad, para que puedas acumular para ti los tesoros más abundantes del Cielo e irradiar esa gloria por siempre.
Señor gloriosísimo, Tú eres la Grandeza misma. Tú eres nuestra gloria eterna. Te agradezco el deseo natural de grandeza que has infundido en mi alma. Por favor, purifica ese deseo y ayúdame a orientarlo hacia la santidad para que pueda almacenar en el Cielo los muchos tesoros que Tú deseas otorgarme. Jesús, en Ti confío.
3
Homilía Familiar – 25º Domingo del Tiempo Ordinario – Año B
El Evangelio de este domingo, tomado de Marcos 9:30-37, nos presenta una enseñanza clave de Jesús: “El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. En este pasaje, Jesús también coloca a un niño en medio de sus discípulos y les enseña sobre la importancia de la humildad y el servicio.
Este mensaje tiene un profundo significado para las familias, ya que nos llama a reflexionar sobre cómo vivimos el servicio, la humildad y el amor dentro de nuestros hogares. Veamos cómo podemos aplicar esta enseñanza en cada miembro de la familia:
1. Para los Padres: El Liderazgo en el Servicio
Jesús habla de una forma de liderazgo que es contraria a la que muchas veces vemos en el mundo. En lugar de buscar ser los primeros o los más importantes, nos invita a liderar sirviendo. En la familia, los padres tienen un papel crucial como líderes, pero el liderazgo que Jesús propone es aquel que se vive a través del amor y la dedicación.
Reflexión para los padres: Ser padres no es solo guiar o corregir, sino también servir a sus hijos con paciencia, dedicación y amor. Los pequeños sacrificios diarios, como escuchar, acompañar y dar tiempo de calidad, son expresiones concretas de ese servicio que Jesús nos pide. ¿Cómo estamos mostrando a nuestros hijos el valor del servicio con nuestras acciones diarias?
2.Para los Abuelos: La Sabiduría del Servicio
Los abuelos, muchas veces, son un ejemplo silencioso de servicio. A través de su experiencia de vida, han aprendido que el verdadero sentido de la vida no está en lo que se posee, sino en lo que se da a los demás. El servicio que prestan a la familia, a veces desde una posición discreta, es una muestra de grandeza.
- Reflexión para los abuelos: En su rol, los abuelos son testigos del amor incondicional. El ejemplo de paciencia, generosidad y oración que ofrecen a sus nietos es invaluable. Están llamados a ser un pilar de sabiduría que, a través de su ejemplo, enseñe a los más jóvenes que el servicio es la verdadera fuente de alegría.
3. Para los Niños: La Sencillez y la Pureza del Corazón
Jesús coloca a un niño en el centro para enseñar a los adultos que deben ser como ellos: sencillos, humildes y abiertos al amor. Los niños, con su pureza y capacidad de asombro, nos enseñan cómo debemos acercarnos a Dios.
- Reflexión para los niños: Ustedes son muy importantes para Jesús. Él los ama tal como son, y quiere que sigan siendo buenos, amables y generosos. Cada vez que ayudan a sus padres, comparten con sus amigos o son amables con alguien, están mostrando el amor de Jesús. Jesús les invita a seguir siendo sencillos y confiados.
4. Para los Adolescentes: El Verdadero Significado de la Grandeza
La adolescencia es una etapa en la que muchos buscan su lugar en el mundo, y a veces eso lleva a una búsqueda de aprobación o éxito. Jesús nos recuerda que la verdadera grandeza no se mide por lo que tenemos o lo que logramos, sino por la capacidad de amar y servir a los demás.
- Reflexión para los adolescentes: Jesús te invita a mirar el mundo de una manera diferente. En lugar de buscar ser el mejor en todo o ser popular, te pide que te enfoques en cómo puedes ayudar a los demás. Ser amable, solidario y dispuesto a escuchar a tus amigos es una forma de vivir el Evangelio. La grandeza no está en lo que otros ven, sino en lo que tú haces por los demás, especialmente por los más pequeños o necesitados.
5. Para Toda la Familia: El Servicio Mutuo
El mensaje del Evangelio de hoy es una invitación a todas las familias a vivir el servicio mutuo. En una familia, todos tienen un papel importante y todos pueden servir de diferentes maneras. La verdadera felicidad no se encuentra en el poder o en ser el primero, sino en ayudarse unos a otros con amor y humildad.
- Reflexión familiar: ¿Cómo pueden servir más dentro de la familia? Tal vez ayudar con las tareas de la casa, escuchar cuando alguien tiene un mal día, o simplemente pasar tiempo juntos. Jesús nos enseña que servirnos los unos a los otros es la clave para vivir en armonía y amor.
6. Acción Concreta: El Servicio en la Familia
Una forma de aplicar este Evangelio en la vida diaria puede ser organizando en la familia una **jornada de servicio**. Podría ser algo tan simple como compartir una tarea en casa, o una actividad más grande, como ayudar en la comunidad, visitando a un familiar, o colaborando en una obra de caridad. Lo importante es que todos participen y se den cuenta de que servir a los demás trae alegría y paz a nuestros corazones.
Conclusión:
El Evangelio de hoy nos desafía a ser diferentes del mundo. Nos llama a vivir el servicio y la humildad dentro de nuestras familias. Al hacerlo, no solo estamos siguiendo el ejemplo de Jesús, sino que también estamos construyendo hogares llenos de amor, respeto y verdadera grandeza. Que esta semana podamos vivir el servicio con amor y alegría, recordando que “el que quiera ser el primero, sea el último y servidor de todos”. ¡Amén!
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