Prodigalidad del amor de Dios
(Lucas 7, 36-50) ¡Qué
actos de consideración!
Acciones realizadas por una
pecadora que no fue invitada a la casa del fariseo, pero que muestra su
arrepentimiento.
Luego Jesús se presenta como
el acreedor de la parábola que perdona la pesada deuda a su deudor.
El fariseo no parece reconocer
la prodigalidad del amor de Dios hacia el pecador que se arrepiente, antepone
la Ley a la manifestación de la misericordia de Dios.
Gérard Naslin, sacerdote de la diócesis de Nantes
(Lucas 7, 36-50) «Antes de comer la carne, es necesario saludarse”, me decía un amigo africano que me acogía siempre con un fuerte apretón de manos o un franco abrazo.
En efecto, la acogida habla más de nuestro anfitrión, que aquello que pone en nuestro plato…
La mujer del evangelio había comprendido esto mucho más que cualquier otra persona.
Primera lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (15,1-11):
Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado vuestra adhesión a la fe. Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles; por último, se me apareció también a mí. Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 117,1-2.16ab-17.28
R/. Dad gracias al Señor porque es bueno
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia. R/.
«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa.»
No he de morir, viviré para contar
las hazañas del Señor. R/.
Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (7,36-50):
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: «Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.»
Jesús tomó la palabra y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.»
Él respondió: «Dímelo, maestro.»
Jesús le dijo: «Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?»
Simón contestó: «Supongo que aquel a quien le perdonó más.»
Jesús le dijo: «Has juzgado rectamente.»
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.»
Y a ella le dijo: «Tus pecados están perdonados.»
Los demás convidados empezaron a decir entre sí: «¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?»
Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.»
Palabra del Señor
1
Encontramos en el pasaje de la Carta a los Corintios que leemos hoy, lo que se constituye en el corazón o centro de la fe cristiana: “Cristo murió por nuestros pecados y resucitó”. Pablo hace parte de una cadena de testigos. Otras personas le han transmitido a él la Buena Noticia. Él mismo como otros, ha visto a Cristo Resucitado. Para Pablo, esta Buena Noticia no es una invención, ella tiene su arraigo en una larga tradición de textos y de revelaciones, de las cuales hablan las Escrituras.
El Evangelio, nos dice entre otras cosas, que cuando a uno se le ha etiquetado, es difícil ser uno mismo. Esta mujer que aparece en el Evangelio de hoy se le ha encerrado en la imagen de mujer de mala reputación. Ella no tiene nada más que sus lágrimas y su frasco precioso de perfume para disponer a los pies de Jesús, todo aquello que constituye su vida. Ya sea con lágrimas amargas o lágrimas de alegría, uno puede confiarle todo a Jesús. Dios acoge y perdona. Si personas como Simón tienen perjuicios o emiten juicios que rebajan, la mirada de Jesús levanta.
Cada uno puede hacer la experiencia que el perdón recibido hace crecer.
Es una fuerza para amar y perdonar siempre…
2
“Un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume.
En parte, este evangelio trata sobre el fariseo. Si leemos, vemos que el fariseo se vuelve bastante crítico y condena a esta mujer y a Jesús. Jesús lo reprendió tal como lo había hecho tantas veces antes con los fariseos. Pero este pasaje es mucho más que una reprimenda a los fariseos. En el fondo, es una historia de amor.
El amor es ese amor en el corazón de esta mujer pecadora. Es un amor manifestado en el dolor por el pecado y una profunda humildad. Su pecado fue grande y, como resultado, también lo fue su humildad y amor. Veamos primero esa humildad. Se ve en sus acciones cuando vino a Jesús.
Primero, "ella se paró detrás de Él ..."
Segundo, cayó "a Sus pies ..."
Tercero, estaba "llorando ..."
Cuarto, lavó Sus pies "con sus lágrimas ..." En
quinto lugar, secó Sus pies "con su cabello …” En
sexto lugar, ella “besó ”Sus pies.
Séptimo, ella “ungió” Sus pies con su costoso perfume.
Detente un momento e intenta imaginar esta escena. Trata de ver a esta mujer pecadora humillándose en amor ante Jesús. Si esta acción completa no es un acto de profundo dolor, arrepentimiento y humildad, entonces es difícil saber qué más es.
Es una acción que no está planeada, no calculada, no es manipuladora. Más bien, es profundamente humilde, sincera y total. En este acto, clama misericordia y compasión de Jesús y ni siquiera tiene que decir una palabra.
Reflexiona hoy sobre tu propio pecado. A menos que conozcas tu pecado, no puedes manifestar este tipo de tristeza humilde. ¿Conoces tu pecado? A partir de ahí, considera ponerte de rodillas en el suelo, inclinar la cabeza hasta el suelo ante Jesús y rogar sinceramente por su compasión y misericordia. Intenta hacer eso literalmente. Hazlo real y total. El resultado es que Jesús te tratará de la misma manera misericordiosa que lo hizo con esta mujer pecadora.
Señor, te pido tu misericordia. Soy un pecador y merezco la condenación. Reconozco mi pecado. Te ruego, en Tu misericordia, que perdones mi pecado y derrames Tu infinita compasión sobre mí. Jesús, en Ti confío.
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