lunes, 1 de septiembre de 2025

2 de septiembre del 2025: martes de la vigésima segunda semana del tiempo ordinario-I

 

Prepararse para ser sorprendidos

(1 Tesalonicenses 5, 1-6.9-11) Pablo nos invita a la vigilancia, porque el día del Señor vendrá “como un ladrón en la noche”.

¿Estamos preparados para dejarnos visitar por Cristo? No solamente en su visita definitiva, sino también en lo ordinario de nuestros días. Si se trata de dejarnos sorprender, también nos corresponde prepararnos abriéndonos a la luz de Dios que nos transforma y nos configura poco a poco con Cristo, “Luz del mundo” (Jn 8,12).

Emmanuelle Billoteau, ermite

 


Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

 

1. La urgencia del presente

La primera lectura (1 Tes 5,1-6.9-11) nos muestra a San Pablo exhortando a la comunidad de Tesalónica a vivir despiertos, atentos, no preocupados por calcular el momento de la venida del Señor, sino preparados en el hoy. Pablo insiste: “No sabemos ni el día ni la hora”. Lo que realmente importa no es adivinar el futuro, sino vivir el presente en Cristo, con fe, amor y esperanza.

Aquí está el corazón del mensaje: el hoy es el lugar del encuentro con Dios. No podemos quedarnos paralizados por nostalgias del pasado ni por ansiedades del mañana. El Jubileo que celebramos es precisamente un llamado a renovar la confianza en que Dios camina con nosotros ahora, en este instante, y que su gracia nos capacita para amar, servir y agradecer.


2. Galilea: cruce de caminos, lugar de misión

El Evangelio (Lc 4,31-37) nos lleva a Cafarnaúm, en Galilea, esa tierra despreciada por Jerusalén por ser frontera de pueblos y culturas, un lugar de mezcla y comercio. Pero precisamente allí, en la periferia, Jesús enseña y actúa con autoridad. Sus palabras no quedan en discursos vacíos, se vuelven gestos concretos: libera a un hombre de un espíritu impuro y lo devuelve a la vida, lo reintegra en la comunidad.

Esto nos dice algo muy actual: el Señor sigue obrando en las periferias de nuestras sociedades, en los lugares que parecen “menos importantes” o “menos puros”. Allí donde hay sufrimiento, exclusión, heridas del alma y del cuerpo, allí llega la fuerza de su Palabra que libera y sana. Y no sana solo para que la persona se quede tranquila, sino para que pueda ponerse nuevamente en pie, servir y anunciar la Buena Noticia.


3. El Año Jubilar: oportunidad para abrir los ojos

El Papa Francisco —a quien encomendamos en su descanso eterno— convocó este Jubileo con el lema “Peregrinos de la esperanza”. Y la esperanza se vive siempre en el presente. El Jubileo nos invita a revisar nuestra vida, a preguntarnos:

  • ¿Estoy viviendo mi hoy con Cristo, o me quedo atrapado en las nostalgias o miedos?
  • ¿Me dejo paralizar por el mal, o permito que la Palabra del Señor me libere y me reintegre?
  • ¿Soy testigo de la esperanza en mi comunidad, como alguien que acompaña, sostiene y anima?

4. Acción de gracias por los benefactores

Hoy hacemos memoria agradecida de quienes nos han apoyado con su generosidad: benefactores visibles y anónimos que, con su tiempo, sus bienes y su oración, sostienen la misión de la Iglesia. Gracias a ellos es posible que sigamos evangelizando, acompañando a los pobres, formando a los niños y sosteniendo las obras pastorales.

A ellos les aplica la enseñanza de San Pablo: “No durmamos como los demás, estemos vigilantes y sobrios”. Porque vigilar no es solo esperar pasivamente, sino estar atentos al hermano necesitado. Un benefactor es alguien que encarna la caridad de Cristo y la traduce en gestos concretos de solidaridad.


5. Aplicación pastoral

  • El presente es el tiempo del amor: no esperemos “mañana” para perdonar, reconciliarnos o hacer el bien.
  • El Jubileo es oportunidad para redescubrir la fuerza sanadora de la Palabra que no solo consuela, sino que también reintegra y da nueva misión.
  • La comunidad cristiana está llamada a ser Galilea de hoy: lugar de acogida, donde nadie se sienta excluido, donde cada persona pueda ponerse en pie y servir.

6. Conclusión jubilar

Queridos hermanos, el Señor nos dice: “Hoy se cumple esta Palabra”. No mañana, no en otro lugar, sino ahora, en medio de nosotros. La urgencia del presente es vivir en Cristo, caminar como peregrinos de la esperanza y dar gracias por los benefactores que nos ayudan a seguir construyendo el Reino.

Que al participar en esta Eucaristía renovemos nuestra fe en el Cristo que habla y actúa con autoridad, que nos libera del mal y nos envía como testigos de su amor.

Amén.

 

 

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Queridos hermanos y hermanas:

 

1. Prepararse a ser sorprendidos

La exhortación de San Pablo a los Tesalonicenses es clara: “El día del Señor vendrá como un ladrón en la noche”. Con esta imagen tan fuerte nos recuerda que no podemos vivir distraídos ni dormidos, sino despiertos y vigilantes. El Señor no nos avisa con calendario ni agenda, sino que se manifiesta en lo inesperado.

Ahora bien, la pregunta es decisiva: ¿estamos listos para dejarnos visitar por Cristo, no solo en el último día de nuestra vida o en el juicio final, sino en lo cotidiano? Porque el Señor también viene a nuestro encuentro en lo pequeño: en la sonrisa de un niño, en la paciencia de un enfermo, en el gesto solidario de un vecino, en el pan compartido. La vigilancia cristiana no es estar angustiados, sino con el corazón abierto para reconocer la presencia de Dios en cada jornada.


2. La luz que disipa las tinieblas

Pablo habla de la diferencia entre hijos de la luz e hijos de las tinieblas. En un mundo donde abundan sombras de violencia, egoísmo y desesperanza, el Jubileo que celebramos nos invita a vivir como “peregrinos de la esperanza”, es decir, hombres y mujeres que caminan con la certeza de que Cristo, la Luz del mundo, ilumina nuestros pasos.

Abrirnos a esa luz significa permitir que la Palabra de Dios nos transforme, que el Espíritu Santo nos renueve desde dentro y que nuestra vida poco a poco se configure con la de Cristo. No se trata solo de portarnos bien, sino de dejar que la gracia nos convierta en testigos de luz.


3. El Evangelio: palabras que se hacen actos

El Evangelio de hoy (Lc 4,31-37) nos muestra a Jesús en Cafarnaúm, enseñando con autoridad y expulsando un espíritu impuro. La gente queda sorprendida porque descubre que sus palabras no son teoría, sino que tienen poder transformador.

Aquí también hay una sorpresa: el poder del Señor no está en gritos ni en amenazas, sino en la fuerza de su Palabra que libera y devuelve dignidad. El hombre poseído por el demonio es reintegrado a la vida, se le devuelve la paz y puede volver a ser parte de la comunidad. Así actúa Jesús: su luz penetra las tinieblas del mal, su presencia devuelve la vida y la esperanza.


4. Una mirada agradecida a los benefactores

Hoy, de manera especial, elevamos nuestra oración por los benefactores, por todos aquellos que con sus oraciones, gestos y aportes sostienen la misión de la Iglesia. Ellos son signos de la luz de Cristo, pues gracias a su generosidad se multiplican las obras de evangelización, caridad y formación cristiana.

En un mundo donde a menudo domina el interés personal, los benefactores nos recuerdan que la fe se hace concreta en el compartir y en la solidaridad. Ellos son testigos vivos de lo que dice Pablo: “Anímense y edifíquense unos a otros”.


5. Aplicaciones para nuestra vida jubilar

  • Vivir despiertos: no dejarnos adormecer por la rutina, sino estar atentos a las sorpresas de Dios en lo pequeño de cada día.
  • Abrirnos a la luz: permitir que Cristo nos ilumine en nuestras decisiones, en nuestras relaciones y en nuestro servicio.
  • Ser benefactores de esperanza: cada uno, desde su lugar, puede convertirse en un bienhechor, alguien que da vida, que aporta, que ayuda. No se trata solo de dinero, sino de tiempo, escucha, servicio y oración.
  • Hacer de nuestra comunidad una Galilea actual: un espacio donde la Palabra se convierte en acto, donde los excluidos son acogidos y donde la fe se traduce en gestos concretos de amor.

6. Conclusión

Queridos hermanos, la liturgia de hoy nos recuerda que el Señor viene, y viene de maneras que no siempre esperamos. Dejémonos sorprender por Él, con el corazón vigilante, agradecido y lleno de esperanza.

En este Año Jubilar, sigamos caminando como peregrinos de la esperanza, agradeciendo a nuestros benefactores, y permitiendo que la luz de Cristo nos transforme y nos convierta en testigos de su amor en medio del mundo.

Amén.

 

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1. Vigilancia y esperanza (Primera lectura)

San Pablo en la carta a los Tesalonicenses nos dice: “El día del Señor vendrá como un ladrón en la noche”. Por eso invita a los cristianos a vivir vigilantes, no adormecidos ni distraídos. Pero la vigilancia que Pablo pide no es miedo ni tensión, sino confianza: somos “hijos de la luz e hijos del día”, no de las tinieblas.

En este Año Jubilar, este llamado a la vigilancia se convierte en una invitación a vivir despiertos, atentos al paso de Dios en la vida diaria. ¿De qué sirve especular sobre el futuro, si lo esencial es dejarnos sorprender por Cristo hoy? La vigilancia es vivir abiertos a la acción del Espíritu, con los ojos del corazón dispuestos a reconocer que el Señor viene en lo sencillo, en lo cotidiano, en lo inesperado.


2. El Señor es mi luz y mi salvación (Salmo 26)

El salmo responsorial responde maravillosamente a esta exhortación: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?”.

Aquí está la clave: no vigilamos con miedo, sino con esperanza. Dios es luz que disipa nuestras tinieblas, es defensa en nuestras luchas, es fuerza que sostiene en nuestras fragilidades. Esta confianza es también la que anima a nuestros benefactores: ellos han puesto su confianza en Dios y por eso comparten con generosidad, convencidos de que el Señor es providente. El salmista termina diciendo: “Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida”. Ese es el horizonte de nuestro caminar jubilar: la esperanza cierta de que el Señor nos conduce hacia la plenitud de la vida.


3. Autoridad y poder de la Palabra (Evangelio)

El Evangelio nos presenta a Jesús en Cafarnaúm, enseñando con autoridad y expulsando un espíritu impuro. Lo que asombra no es solo su enseñanza, sino la fuerza de su Palabra que libera. A diferencia de Nazaret, donde se encontró con incredulidad, aquí la gente se abre y su poder puede desplegarse.

Esto nos enseña que el Señor es siempre el mismo, con autoridad y poder infinitos, pero su gracia solo fructifica donde hay apertura y fe. La disposición de nuestro corazón marca la diferencia.


4. Una lectura unificada

Podemos ver cómo las tres lecturas se iluminan mutuamente:

  • Pablo nos llama a vivir despiertos, vigilantes, hijos de la luz.
  • El salmista proclama que el Señor es nuestra luz y salvación, fundamento de esa vigilancia confiada.
  • Jesús en el Evangelio se manifiesta como la Palabra con autoridad que hace retroceder al mal y devuelve paz, libertad y dignidad.

Así, el Año Jubilar nos invita a dejarnos sorprender por Cristo que viene hoy, a reconocerlo como nuestra luz y a permitir que su Palabra poderosa libere lo que está oprimido en nuestra vida.


5. Acción de gracias por los benefactores

Hoy rezamos por nuestros benefactores. Ellos son signo de esa vigilancia cristiana: no viven dormidos en el egoísmo, sino atentos a las necesidades de la Iglesia y de los pobres. Su generosidad ilumina, da esperanza y multiplica el bien. Ellos mismos son como faros de luz en medio de la comunidad, encarnando el salmo: “El Señor es mi luz y mi salvación”.


6. Aplicaciones pastorales

  • Ser vigilantes: no adormecernos en la rutina, sino estar atentos a los signos de Dios.
  • Vivir en la luz: no permitir que las tinieblas del pecado y la indiferencia nos roben la esperanza.
  • Abrirnos a la Palabra con autoridad: dejar que Jesús ordene nuestra vida, venza el mal y traiga paz a nuestro corazón.
  • Agradecer y ser benefactores: imitar a quienes con generosidad sostienen la misión, y convertirnos también en instrumentos de luz para otros.

7. Conclusión jubilar

Hermanos, el Señor viene siempre, y viene hoy. Nos pide vigilancia, confianza y apertura. Que su Palabra poderosa nos libere de toda esclavitud y nos haga hijos de la luz. Que nuestros benefactores, testigos de esperanza, sean bendecidos por Dios, y que nosotros, como peregrinos del Jubileo, vivamos siempre abiertos a la autoridad y el poder de Cristo, nuestra luz y nuestra salvación.

Amén.

 

2 de septiembre del 2025: martes de la vigésima segunda semana del tiempo ordinario-I

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