sábado, 27 de agosto de 2022

28 de agosto del 2022: 22o Domingo del Tiempo Ordinario (C)


La grandeza de los humildes

Nuestro Padre del Cielo, nos recibe en su casa cada domingo. Y Él quiere que, por nuestra parte, todos nos acojamos mutuamente alrededor de su mesa y en la vida de todos los días. Su Hijo Jesús desea que nos amemos los unos a los otros como ÉL mismo nos ha amado.
Volvámonos hacia el Padre, ahora para que Él nos disponga a imitar al Hijo, Jesús quien ha vivido la humildad y la recomendaba. Imitarlo, es seguir el camino del Reino en el olvido de sí mismo y en el amor desinteresado.



Lectura del santo evangelio según san Lucas (14,1.7-14):

Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: "Cédele el puesto a éste." Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: "Amigo, sube más arriba." Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Y dijo al que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.»
Palabra del Señor


A guisa de introducción: 

¿Carreño olvidado?

Los buenos modales... ¿Se deben enseñar?
 Por favor, conteste francamente a las siguientes preguntas (no tema, no es una evaluación):

Su hijo...

• ¿La saluda con algo mejor que un gruñido al levantarse cada mañana?
• ¿Usa la expresión "por favor" cuando le pide que le compre ese par de zapatos que tanto desea?
• ¿Le da las "gracias" cuando usted le lleva hasta el colegio los libros que se dejó en casa?
• ¿Dice "lo siento" si la empuja por accidente cuando corre a contestar el teléfono?
• ¿Le escribe una nota de agradecimiento a la abuela por el regalo de cumpleaños que le ha enviado?

Probablemente, no muchos de ustedes han contestado "sí" a la mayoría de las preguntas. En este ejemplo y en los tiempos que vivimos, casi todas las respuestas son un "no".

Durante mis años como educador, he observado un drástico deterioro en lo que llamamos "buenos modales". No tengo una explicación exacta de los motivos que nos han llevado a esto, pero así es. Creo que ha llegado el momento de que intentemos corregir la situación.

Los buenos modales son el primer paso del comportamiento civilizado. Nos dan el impulso para decir las palabras y mostrar el comportamiento que nos distingue del resto del reino animal. Demuestran nuestra consideración hacia los demás.

Es de buenos modales evitar emitir en público ciertos sonidos intencionales como los eructos y las ventosidades (por donde sabemos, jeje).  Pero hablando en serio, las buenas maneras acompañan todos los gestos que hacen que nuestro prójimo se sienta bien junto a nosotros. Nos empujan a evitar las palabras, sonidos y acciones que pueden hacer sentir incómodos a los demás y nos convierten en miembros dignos de nuestra sociedad civilizada.

Los buenos modales no se cogen automáticamente: se enseñan y se aprenden. Un niño o un adolescente no descubre por sí mismo, por arte de magia, que la dignidad y la amabilidad lo ayudarán a convertirse en una persona más agradable. Tampoco comprende por sí mismo que esos atributos le ayudarán a triunfar y a ser un individuo más feliz. Nosotros debemos enseñar estos conceptos a nuestros hijos.

¿Cómo podemos hacerlo? Las buenas maneras, como la mayoría de los valores, se deben practicar y vivir en el hogar si queremos que se conviertan en una parte permanente del carácter de nuestros niños. No debemos esperar que la escuela asuma la responsabilidad primaria de enseñar buenos modales. Siete horas al día durante nueve meses al año no hacen un tiempo suficiente para instalar principios duraderos o valores morales (en un año, un niño pasa 1.253 horas en el colegio y 7.507 horas fuera de él). Los maestros pueden forzar ciertas conductas ("Pídele perdón a Juan"), pero no pueden convertir las buenas maneras en una respuesta automática. Los padres sí.

¿Cómo? Pues mostrando buenos modales en casa día a día. Los niños oyen los sermones, pero practican lo que ven. Los padres, entonces, deben "predicar con el ejemplo" si quieren que las buenas maneras se conviertan en parte de la esencia de sus hijos. Y deben comenzar este proceso cuando los niños son bien pequeños.

La cortesía y los buenos modales abren las puertas a una vida adulta exitosa y feliz. Debemos proporcionarles a nuestros hijos las piernas que les permitan caminar por esa senda.

Como bien vemos este domingo, las normas de urbanidad  y los buenos modales de Carreño y mucho menos las enseñanzas de Jesús se han de olvidar…

“La vida no es tan breve que no nos deje tiempo suficiente para la cortesía”.                                                        
Ralph W. Emerson

Tomado de  :


Comentario introductorio: “Los buenos modales”

“No se debe hablar con la boca llena!”. “Los codos no se ponen sobre la mesa”. “solo se puede comenzar a comer cuando se le haya servido a todo el mundo”. “No se debe sorber fuertemente la sopa, así esté caliente”. “Al masticar debes mantener la boca cerrada para que no se le escuche como a un cerdo!” …etc…

Cuántas veces nuestros padres y maestros han debido repetirnos estas frases para hacernos aprender “los buenos modales”. Porque había más que el arroz y la carne a veces en las comidas, había toda una formación, un arte de vivir, una transmisión de valores.

Recuerdo particularmente en el JUAN XXIII de Marquetalia  (cuando frisaba los 13 y 14 años)  las clases de urbanidad y civismo que nos daba el profesor Oscar Vélez  y como nosotros alumnos “alocados” nos mofábamos de una instrucción tan importante para la vida…Definitivamente los chicos no sabemos apreciar las cosas en su momento…

Los evangelios nos describen muchas comidas en las que Jesús compartió con amigos, con notables, y frecuentemente con personas de reputación dudosa. No sabemos nada del menú de esas comidas, ni de las reglas de etiqueta que se observaban. Pero muy a menudo, Jesús aprovechaba para invitarnos a “los buenos modales” de Dios.

Son esas maneras, y modos de comportarse que sacuden nuestros hábitos, vuelcan nuestra escala de valores, rompen nuestros prejuicios. Porque Jesús nos invita a acoger todo el mundo, sin distinción de clases o de razas. Él nos pone en guardia (nos previene) frente al orgullo y la soberbia que desprecia y divide, nos alerta contra la ambición que envenena las relaciones humanas.

Al observar “los buenos modales” de Dios, nosotros podemos transformar nuestras comidas en comidas de bodas donde contraerán matrimonio nuestras diferencias y en donde se degustan el respeto y la acogida.

¡Hace falta mucho más que un curso de glamour y o etiqueta, para aprender los modales de Dios! Hace falta la fuerza del Espíritu, la paciencia de nuestro Padre, y una buena dosis de docilidad de nuestra parte.




Aproximación psicológica al texto del evangelio:

El último lugar

Si se trata acá de una parábola, como Lucas nos lo precisa al principio, es necesario ver en este pasaje más que una regla de etiqueta, o peor todavía, un truco hábil para recibir una promoción “delante todos aquellos que están a la mesa” (v.10).

Jesús emplea sus parábolas para hablarnos de Dios y de su Reino (su proyecto, la alternativa de nueva sociedad, de  un nuevo mundo), y debería ser así acá también. Los invitados “escogen los primeros lugares”, mas ellos se exponen a que se les exija de “ceder el lugar” a otros. De manera inversa, el anfitrión se ubica delante aquellos que se encuentran en lo bajo de la escala e interviene para mejorar su posición (su suerte).

Nosotros así, somos reenviados directamente a otro pasaje del evangelio de Lucas, que aparece como un muy buen comentario de nuestra parábola:  El Todopoderoso desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías” (Lucas 1,49-53).


De cara a la escala o niveles sociales, las opciones de Dios son claras: “Él derriba a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. Es decir, envía a los poderosos a lo bajo de la escala y se ocupa de la promoción de los pequeños y de los hambrientos. Así, la preferencia por “el último lugar” a la cual Jesús invita (v.10), es la solidaridad con los pobres y los despojados, porque es ahí que llega la salvación: todo hombre que se ensalza será humillado (“Él derribó a los poderosos de su trono”), y el que se humilla será ensalzado (“Él ha enaltecido a los humildes”).

A la luz del Cántico de María como se llama este pasaje de Lucas 1, 46-55, uno podría parafrasear así la advertencia de Jesús: cuando se trata de escogerte un lugar en la sociedad, de decidir de qué lado tu estarás, no te pongas del lado de los ricos, no visiones lo alto de la escala social. Por el contrario, escoge tu estilo de vida en función de los que menos tienen, establece y haz solidaridades con ellos, y entonces tú estarás del lado de Dios. Y en la gran comida (banquete) de la vida, no trates de darte a ti mismo tu propio valor, no trates de forzar a los otros para que te reconozcan haciendo tretas para avanzar a costillas de los demás y llegar a lo alto de la escala. Aprende a vivir con aquellos que están en lo bajo, y un día, el reconocimiento de tu valor, lo recibirás de alguien más.

Lucas 14,12-14:

Después dijo al que lo había invitado: "Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.  ¡Feliz eres tú, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!".

Esto es todo un despropósito en nuestros días. Es seguro que muy pocos o casi nadie cumple al pie de la letra esta sugerencia de Jesús. Mismo en las culturas y los medios más pobres que la clase media occidental esto es una utopía (hablo por ejemplo en etnias africanas), pues siempre en las fiestas convocamos a la familia, los amigos, vecinos cercanos, de buena reputación o que tienen algo para darnos a cambio. Seguramente que ustedes como yo, cuando hemos sido anfitriones o nos han invitado a una prestigiosa fiesta hemos recordado este pasaje y nos hemos sentido interpelados, cuestionados y bastante incómodos…pero la ventaja es que la preocupación pasa rápido en cuanto se pega la primera mordida al suculento pernil de pollo puesto sobre nuestro plato.

Lo que quiere decir en el fondo Jesús es que así seamos invitados a comer en un ambiente de ricos, de aristócratas y bien acomodados, no podemos dejarnos influir por las ideas injustas, egoístas (y con las cuales se asocia por tradición bíblica a los ricos. Por ejemplo, el mensaje del profeta Oseas de cara a los ricos y a la riqueza es que toda riqueza es injusta, y que esta es amasada muchas veces a costa del sufrimiento y explotación de los pobres).

Jesús que estuvo sentado en la misma mesa con Nicodemo, Zaqueo, Simón el fariseo, y con el “patrón o anfitrión” al cual se alude en este pasaje…no se dejó influenciar ni moldear por ellos…Jesús asume su contacto con los ricos (encuentros, comidas, discusiones) sin dejarse contaminar por su visión de las cosas, sino al contrario permaneciendo en situación de ruptura ética con ellos.

El presente pasaje aparece como una magnifica ilustración de este fenómeno. Jesús está presto, listo a dejarse invitar, pero no a dejarse “embaucar” o comprometer” e ir en contra de sus principios. Si entra en cualquier parte, por más impresionantes que sean los lugares en cuanto al lujo y la brillantez y el prestigio de quienes lo acogen, Él no deja sus convicciones en la puerta. De una manera que aparece, con todo, civilizada, Jesús llega cuestionar en el antro del establishment (grupo dominante, élite visible que ostenta la autoridad) como aquí (Él está acá “En casa de uno de los jefes de los fariseos”!- v.1

Ciertas promociones, ¡y es triste reconocerlo!, son al mismo tiempo llamados a apoyar el pedal suave en las convicciones personales y las solidaridades sociales. Para avanzar, muy a menudo, es necesario consentir que se vuelva simple la sal de mis convicciones, y poner bajo el celemín algunos de mis valores. Pero Jesús, por el contrario, no recula ni un ápice en eso que Él evalúa como sus solidaridades esenciales: los pobres, los estropeados, los cojos, los ciegos. Es como si Él dijera a su anfitrión: si tú me invitas, prepárate a invitarlos a ellos: ¡yo no avanzo sin ellos!


Hay entonces aquí algo más que una exhortación moral al compartir. Tenemos el testimonio de un hombre que permanece siendo fiel a Él mismo en medio de personas que no piensan como Él, y que critica (se opone) claramente a ciertas prácticas de compartir egoísta en nombre de sus solidaridades primeras.

El cristiano no es aquel que privilegia vagamente ciertos valores teóricos, sino que es Aquel que permanece de pie-   muy a menudo, solo – en medio de personas que no ven las cosas como Él.



Reflexión Central

1
“Sin hacer diferencias”

Muy a menudo los evangelios nos hablan de la presencia de Jesús en un banquete o alguna comida. El comenzó su ministerio público con una comida de fiesta de bodas. Recordémoslo, fue en Caná de Galilea. Y termina su vida pública con la cena de Pascua. A lo largo de los evangelios, encontramos al maestro en casa de los fariseos, pero también en la casa de Zaqueo, en la residencia de Marta y María y en muchas otras. De otra parte, sus enemigos no dudan en burlarse de él: “miren un comilón y un borracho” (Lucas 7,34). Es verdad que Jesús no desprecia ninguna invitación, ni de sus amigos, ni tampoco de sus adversarios que buscaban tenderle trampas.

A veces somos invitados a banquetes y comidas especiales, por ejemplo, cuando hay matrimonios, un bautismo, un cumpleaños, o simplemente cuando comemos con los amigos o familiares. Cuando estamos comiendo y hemos aceptado la invitación, sabemos que lo más importante no es tanto comer sino el hecho de estar juntos. Compartir una comida es mostrar la alegría de estar reunidos, es compartir la amistad, la vida, las ideas, los sueños e ilusiones y también las penas. Para Jesús una comida es justo eso y bien mucho más. Si Él acepta las invitaciones a comer, es para decir a todos y a cada uno que ellos son amados por Dios. Él quiere llevar la Buena Nueva del Evangelio tanto a fariseos como a los publicanos. Él quiere salvar a toda la humanidad; es por esta razón que É acepta todas las invitaciones, tanto de pobres como de ricos, como de pecadores y de justos, de sus amigos y enemigos…Su amor se ofrece a todos, sin hacer diferencias.

Cierto día, un viejo maestro preguntaba a uno de sus discípulos: “Dónde está Dios?” El discípulo le respondió: “Él está en todas partes”. A lo que el Maestro replica: “No, Él está donde se le invita”, en casa del notable, del más pequeño, en casa del pobre como del rico. Y si queremos que Él esté en nuestra casa, debemos invitarlo, escucharle y acoger su palabra. Jesús viene a mi casa, entra en mi vida si yo le invito. Él se ha valido también de una comida para estar con nosotros. La Eucaristía es el maravilloso festín al cual nos invita y se hace presente para compartirnos su Palabra y su pan. Ahí, nos repite o reitera su amor fiel. Allí, nos hace vivir con Él como hijos de Dios y como hermanos entre nosotros. La Eucaristía es la comida o el banquete más importante (de la vida, de la semana, del año) al cual podemos ser invitados ya que Dios es quien nos acoge.

En el evangelio de este domingo, Jesús nos deja unas recomendaciones bien precisas. Y observa que algunos invitados buscan espontáneamente las plazas de honor. En la vida, esto pasa con regularidad. Esta tendencia a buscar el prestigio, los honores, el poder, es algo terrible. Este orgullo nos encierra en nosotros mismos y nos impide de abrirnos a Dios y a los otros. Hoy, Jesús nos invita a la humildad ya que quiere evitarnos las humillaciones.

La humillación fábrica o crea humillados, excluidos, personas oprimidas, pisoteadas por los poderosos de este mundo. Al contrario, la humildad fabrica humildes, que no es la misma cosa. Aquel o aquella que es HUMILDE permanece enteramente abierto (a) (disponible para) a Dios y a los otros. La verdadera humildad consiste en saber que yo cuento mucho ante la mirada de Dios, que yo soy precioso, tengo un gran valor para El, no a causa de mis méritos, sino más bien porque Él me ama.

En adelante, no hay plaza o puesto para escoger, o más bien, no hay que un solo puesto, aquel que ocupa Jesús y que quiere compartir con nosotros. Este puesto, es el de servidor. Lo hemos visto la tarde del jueves santo cuando lavó los pies de sus discípulos. Y hoy en el mundo son muchísimos, aquellos que ocupan este lugar poniéndose al servicio de los pequeños, de los marginados y de todos aquellos que han perdido todo por las catástrofes y/o desastres naturales. Lo importante es que permanezcamos en ropa de trabajo, en uniforme de servicio, siempre atentos a los demás. A través de ellos, es Jesús quien se hace presente. Si sabemos acogerlo, Él nos ha prometido que un día se pondrá el uniforme de trabajo y /o de servicio para servirnos a cada uno a nuestro turno. Él quiere que nosotros estemos con Él en el corazón del Padre. Este es el banquete eterno anunciado por sus comidas en la tierra.




2
Nuestra verdadera grandeza

Esta semana, si ustedes vieron noticias le hicieron escandalo al presidente de México Enrique Peña Nieto por haber plagiado al menos a diez autores en su tesis para obtener el título de Licenciado en Derecho por la Universidad Panamericana. Uno se pregunta cómo un hombre con tal educación, y que ha pasado por alto ciertas reglas éticas, llegó a ser presidente?…Qué puede llevar a un hombre a actuar de tal manera? El deseo de consolidar o de acentuar su estatuto de persona importante?

El gesto del presidente manito y de tantas otras personas que hacen lo que sea por sobresalir, no serán la muestra de un deseo fundamental presente en cada ser humano, aquel de sentirse importante y deseado?

Ante un evento como el citado y otros con más ampliación, el relato del evangelio de este domingo puede parecer benigno, ver insignificante: se debe evitar tomar los primeros lugares o puestos en las invitaciones o fiestas sociales. Francamente, Jesús aparecería aquí corto de inspiración para perder su tiempo enseñando buenos modales, teniendo en cuenta los motivos dados, aquellas de evitar que se nos caiga la cara y tener vergüenza, ¿no serían recomendaciones a las que se les quiere dar demasiada importancia? Nosotros podemos adivinar que en este relato hay un contenido mucho más profundo que el que aparece a primera vista. ¿Pero qué exactamente?

La trampa en la que caemos, y que arriesga con bloquear nuestra comprensión justa del relato, es la de ver una pequeña moraleja, por ejemplo, imaginándose que Jesús está predicando sobre la humildad: es necesario ser humilde, evitar los honores, las flores, las loas y pasar desapercibido. De igual manera, como lo indica el final de nuestro relato, es necesario donar sin esperar recompensa y rechazar todo cumplimento o regalo de agradecimiento. Una moraleja así es muy corta y ahoga, y sobre todo no refleja la profundidad de lo que está de verdad en juego.

La clave o centro del relato se encuentra en la buena comprensión del personaje del anfitrión, aquel que invita: se trata de Dios mismo. Es a Él y solamente a Él quien le corresponde determinar mi puesto o lugar y mi verdadera grandeza. Es Él quien me ayuda cuando me asalta la tentación de dármelas de importante, o, al contrario, de denigrarme y considerarme un inútil, un cero a la izquierda.  “Ve a sentarte en el último puesto, en la última silla”, significa entonces: evita ser esclavo de la mirada de los demás, toma tu distancia de cara a las diversas jerarquías humanas y a tus propias categorías, apóyate en último lugar en el juicio o juzgamiento del mismo Dios.

Pero uno puede decir, preguntarse, ¿cómo conocer ese juicio, esa opinión de Dios, ya que nadie lo ha visto y uno no se puede comunicar directamente con Él, al menos que se sea un iluminado? Toda la enseñanza de Jesús y su actuar es un testimonio continuo de lo que somos ante Dios: seres infinitamente, únicos, y tan importantes que es legítimo ayudar a los otros al precio de su vida (mismo si nos cuesta la vida). Todavía más profundamente, somos una parcela de Dios. Es en este sentido que se debe leer el final de nuestro relato: todo como la creación del universo, bajo la forma de “big bang” u otro, es la explosión de la bondad y de la generosidad de Dios, y así nuestros gestos sociales, bajo la forma de invitación a comer u otros, reflejarán de igual manera esa ternura tan plena que nos habita.

Sin embargo, necesitamos mucho más que el testimonio de Jesús para recordar nuestra verdadera grandeza, tenemos necesidad de palabras y de gestos tangibles de aquellos que nos rodean. Esta es la misión que tenemos los unos con los otros.  Tenemos necesidad de sentirnos únicos. Tenemos necesidad de sentirnos importantes y útiles o deseados…Esta necesidad que a veces puede llevarnos a actuar de mala manera como el presidente citado al principio, o gestos como tumbar a los otros para obtener los primeros lugares, es esta misma necesidad que puede orientarnos finalmente hacia Dios: Sólo Él podrá llenar totalmente nuestro deseo de ser importantes y deseados. Cuando tenemos la tentación de juzgarnos con la mirada de los otros o de comprar su atención y su afecto, es esta fe en Dios lo que nos permite permanecer libres y evitar esas trampas.  De igual manera, es esta misma fe que nos permite revelarnos unos a otros nuestra verdadera grandeza, esta parte de infinito que nos habita. ¿Creemos esto?  Está anclada nuestra fe en ello?



ORACION

Señor, Tú no has venido para ser servido sino para servir. Tú te has hecho el último. Tú que conoces nuestro orgullo y nuestros deseos de grandeza, te pedimos: Muéstranos la alegría que hay al dar la vida por aquellos que amamos para que lleguemos todos a experimentar la felicidad de tu Reino. Amen



Otra reflexión anterior sobre este mismo evangelio, aquí:




Referencias bibliográficas:



Hétu, Jean-Luc. Les Options de Jésus.


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