Testigo de la fe
San José, obrero
Muchos países celebran hoy el Día del Trabajador. Tomando el ejemplo del carpintero José, padre adoptivo de Jesús, la liturgia nos recuerda la nobleza y las miserias del trabajo humano, en un mundo desgarrado por la injusticia.
Humildemente se rebaja
(Juan 3:31-36) Juan
Bautista es simplemente la voz que anuncia «aquel que viene de lo alto» y del
que afirma dos veces que está «por encima de todos». Esta preeminencia hace
prodigiosa su toma de carne, asumiendo la condición humana en toda su finitud.
Dios se rebaja hasta nosotros y deja a cada uno la plena libertad de acogerlo o
de rechazarlo. ¡Humildad de Juan, mayor humildad aún la del Altísimo!
Benedicta de la Cruz, cisterciense
(Hechos 5,27-33) Al igual que los apóstoles y los santos de todos los tiempos, nosotros estamos invitados a ver el Reino en marcha, más allá de las realidades terrestres. Ejercitemos nuestra mirada. Nosotros hemos recibido también el don del Espíritu Santo.
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (5,27-33):
EN aquellos días, los apóstoles fueron conducidos a comparecer ante el Sanedrín y el sumo sacerdote los interrogó, diciendo:
«¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre».
Pedro y los apóstoles replicaron:
«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen».
Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 33,2.9.17-18.19-20
R/. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R/.
El Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias. R/.
El Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
Aunque el justo sufra muchos males,
de todos lo libra el Señor. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (3,31-36):
EL que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz.
El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.
Palabra del Señor
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📖 COMENTARIOS A LAS
LECTURAS
Hechos
5, 27-33
Pedro
y los apóstoles, llenos del Espíritu, proclaman valientemente la resurrección
de Jesús ante el Sanedrín, a pesar de las amenazas. “Hay que obedecer a Dios
antes que a los hombres” es la clave de su testimonio. Esta valentía pascual,
nacida del encuentro con el Resucitado, sigue siendo el motor de la
evangelización. También fue el principio silencioso que guio la vida de San
José: una obediencia fiel, humilde y radical a la voluntad de Dios.
Salmo
34(33)
El
salmista proclama la cercanía del Señor a los humildes y justos, y su poder
para liberar de toda angustia. Este salmo resuena como plegaria del corazón de
San José: trabajador silencioso, justo ante Dios, pobre a los ojos del mundo,
pero rico en fe y confianza. Hoy lo rezamos también por el alma del Papa
Francisco, quien vivió como pastor cercano a los pobres y servidor incansable
de la paz.
Juan
3, 31-36
Jesús
es presentado como el que viene de lo alto y da testimonio de lo que ha visto y
oído. Su palabra es la del Padre. En un mundo saturado de voces humanas, solo
la Palabra del Hijo trae vida eterna. Creer en Él es acoger la salvación. San
José, aunque no haya pronunciado palabra en los Evangelios, creyó con una fe
firme en el enviado de Dios, y colaboró silenciosamente con la misión
salvífica.
🕊 HOMILÍA: San José Obrero, testigo silencioso del
Evangelio en el corazón del Año Jubilar
Queridos
hermanos y hermanas en el Señor:
Hoy,
en medio del tiempo
pascual y en el marco del Año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza”,
celebramos con gozo la memoria
de San José Obrero, patrono de los trabajadores y modelo de
vida cristiana sencilla, justa y fiel. Y lo hacemos también con el corazón
recogido, al ofrecer esta Eucaristía por el Papa Francisco, en el sexto día de su novenario,
pidiendo al Señor que le conceda el descanso eterno, y que su testimonio siga
inspirando a la Iglesia en su misión evangelizadora.
La
Palabra de Dios de hoy nos coloca en el dinamismo de la misión. Los apóstoles
comparecen ante el Sanedrín sin temor. Han sido azotados, amenazados,
encarcelados. Pero nada de eso los detiene. Han visto al Resucitado. Y eso
cambia todo. Pedro habla con una libertad nueva: “Hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres”. ¿No es esa también la fe de San José? No entendía todo,
pero obedecía. No hablaba, pero actuaba. No predicó con palabras, pero fue un
testigo viviente de la voluntad de Dios.
En
este día del trabajo, encomendamos al Señor a todos los que se esfuerzan por
llevar el pan a casa. Y pedimos por aquellos que no tienen trabajo o lo hacen
en condiciones indignas. San José, obrero, conoció el cansancio de las manos,
el silencio de los días y la dignidad del trabajo humilde. En su taller,
transformaba la madera… pero sobre todo ofrecía su vida como oblación. Allí educó
al Mesías, lo acompañó en su crecimiento humano y fue testigo de la presencia
de Dios en lo cotidiano.
El
Evangelio de Juan nos recuerda hoy que quien
cree en el Hijo tiene vida eterna. Esa fe no es solo una idea,
sino una adhesión vital a Cristo. San José creyó en el misterio que se le
confiaba: que ese Niño que dormía bajo su techo era Dios-con-nosotros. Y creyó
sin ver prodigios, sin escuchar grandes sermones. Lo reconoció en el silencio
del hogar, en la pobreza del pesebre, en la fragilidad del niño.
Hoy,
en este Año Jubilar,
el Papa Francisco —ahora desde la eternidad— nos sigue recordando: “Peregrinos de la esperanza, caminemos
con San José”. Porque José no vivió instalado: caminó a Belén,
huyó a Egipto, volvió a Nazaret. Siempre disponible, siempre en marcha, siempre
confiando. Que su ejemplo nos anime en la misión evangelizadora de la Iglesia, en la
promoción de las vocaciones,
en el servicio a los pobres, en la construcción de una humanidad más justa.
Hermanos,
este jubileo no es solo para cruzar una puerta santa, sino para que dejemos que
el Resucitado abra la puerta de nuestros corazones. Y San José nos muestra
cómo: sin protagonismos, sin ruido, con fe, trabajo y entrega. Así vivió
también el Papa Francisco: pobre, cercano, valiente, enamorado de Cristo y de
la Iglesia.
Hoy,
encomendémosle a él, al pueblo de Dios que peregrina con esperanza, a todos los
trabajadores, y a quienes buscan su lugar en la Iglesia y en el mundo. Que el testimonio de San José y del Papa
Francisco nos impulse a obedecer a Dios antes que a todo lo demás,
a ser humildes colaboradores del Reino, a vivir con alegría pascual y esperanza
firme.
2
El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano.
Es interesante notar que las palabras del Evangelio de hoy parecen ser de San Juan Bautista, ya que entran en el contexto de su testimonio de Jesús. Algunos comentaristas, sin embargo, sugieren que son palabras que realmente fueron dichas por Jesús y que el evangelista las inserta aquí como continuación del testimonio del Bautista, atribuyéndolas a San Juan. Independientemente de quién haya dicho estas palabras, el pasaje citado anteriormente nos da mucho sobre qué reflexionar, ya que nos da una idea del significado y la práctica del amor verdadero.
¿Qué es el amor? ¿Es un sentimiento? ¿Una emoción? ¿Un impulso o un deseo por algo o alguien? Por supuesto, la comprensión secular o que da el mundo del amor es muy diferente a la comprensión divina del amor. A menudo, la visión secular del amor es más egocéntrica. “Amar” a alguien o algo es querer poseer a esa persona u objeto. El “amor” desde una perspectiva secular se centra en la atracción y el deseo. Pero el amor verdadero, desde una perspectiva divina, es muy diferente.
La línea citada arriba nos dice dos cosas: Primero, se nos dice que “El Padre ama al Hijo…” Pero luego se nos da una definición de ese amor. Se nos dice que el amor en este caso da como resultado que el Padre le entregue “todo” al Hijo. Cuando consideramos la palabra “todo” en este pasaje, queda claro que esto solo puede referirse al Padre entregándose al Hijo en su totalidad. Dentro de la vida del Padre, todo significa Su misma esencia, Su ser, Su personalidad, Su ser divino completo. El Padre no dice: "Quiero"; más bien, el Padre dice: "Yo doy". Y el Hijo recibe todo lo que el Padre es.
Aunque este es un lenguaje profundo y místico, se vuelve muy práctico para nuestras vidas cuando entendemos que el amor divino no se trata de querer, tomar, desear, sentir, etc. El amor divino se trata de dar. Se trata de entregarse a otro. Y no se trata solo de regalar algo de ti mismo, se trata de regalar “todo”.
Si el Padre le dio todo al Hijo, ¿significa eso que al Padre no le queda nada? Ciertamente no. La hermosa naturaleza del amor divino es que nunca termina. Cuanto más uno se dona, más tiene. Por tanto, el don de la vida del Padre al Hijo es infinito y eterno. El Padre nunca deja de dar y el Hijo nunca deja de recibir. Y cuanto más se da el Padre al Hijo, más se convierte el Padre en la esencia del amor mismo.
Lo mismo ocurre con nuestras vidas. Es fácil caer en la trampa de pensar que el amor solo debe llegar hasta cierto punto. Pero si vamos a esforzarnos por imitar y participar en el amor que el Padre tiene por el Hijo, entonces también debemos entender que en el amor se trata de dar, no de recibir, y que dar debe ser un regalo de todo, sin retener nada. Debemos entregarnos a los demás sin contar el costo y sin excepción.
Reflexiona hoy sobre tu visión del amor. Míralo desde una perspectiva práctica al pensar en las personas a las que estás especialmente llamado a amar con un amor divino. ¿Entiendes tu deber de entregarte completamente a ellos? ¿Te das cuenta de que darte a ti mismo no resultará en la pérdida de tu vida sino en el cumplimiento de ella? Reflexiona sobre el amor divino que el Padre tiene por el Hijo y haz hoy la elección radical y santa de esforzarte por imitar y participar de ese mismo amor.
Mi amado Señor, el Padre te lo ha dado todo, y tú, a tu vez, le has dado todo al Padre. El amor que compartes es infinito y eterno, y se desborda en la vida de todas tus criaturas. Llévame a ese amor divino, querido Señor, y ayúdame a imitar y compartir tu amor al dar mi vida por completo a los demás. Jesús, en Ti confío.
Jesús vino a su pueblo natal y enseñaba a la gente en su sinagoga. Se asombraron y dijeron: “¿De dónde saca este hombre tanta sabiduría y proezas? ¿No es el hijo del carpintero?
El 8 de diciembre de 2020, el Papa Francisco anunció el inicio de la celebración universal del “Año de San José”. Presentó este año con una Carta Apostólica titulada “Con Corazón de Padre”. En la introducción a esa carta, el Santo Padre dijo: “Cada uno de nosotros puede descubrir en José, el hombre que pasa desapercibido, una presencia diaria, discreta y escondida, un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad”.
El Evangelio anterior, tomado de las lecturas de este memorial, señala el hecho de que Jesús era “el hijo del carpintero”. José era un trabajador. Trabajó con sus manos como carpintero para proveer a las necesidades diarias de la Santísima Virgen María y del Hijo de Dios. Les proporcionó un hogar, comida y las demás necesidades diarias de la vida. José también los protegió a ambos siguiendo los diversos mensajes del ángel de Dios que le habló en sueños. José cumplió sus deberes en la vida de manera tranquila y oculta, sirviendo en su papel de padre, esposo y trabajador.
Aunque José es universalmente reconocido y honrado hoy en día dentro de nuestra Iglesia e incluso como una figura histórica mundial prominente, durante su vida habría sido un hombre que pasó desapercibido en gran medida. Habría sido visto como un hombre ordinario que cumplía con su deber ordinario. Pero en muchos sentidos, eso es lo que hace de San José un hombre ideal a imitar y una fuente de inspiración. Muy pocas personas están llamadas a servir a otros en el centro de atención. Muy pocas personas son elogiadas públicamente por sus deberes cotidianos. Los padres, especialmente, a menudo no son apreciados en gran medida. Por eso, la vida de san José, esta vida humilde y escondida vivida en Nazaret, sirve de inspiración a la mayoría de las personas para su propia vida cotidiana.
Si tu vida es algo monótona, oculta, poco apreciada por las masas, tediosa e incluso aburrida a veces, entonces busca inspiración en San José. El memorial de hoy honra especialmente a José como un hombre que trabajó. Y su trabajo era bastante ordinario. Pero la santidad se encuentra especialmente en las partes ordinarias de nuestra vida diaria. Elegir servir, día tras día, con pocos o ningún elogio terrenal, es un servicio de amor, una imitación de la vida de San José y una fuente de tu propia santidad en la vida. No subestimes la importancia de servir de estas y otras formas ordinarias y ocultas.
Reflexiona, hoy, sobre la vida cotidiana ordinaria y “ordinaria” de San José. Si encuentra que su vida es similar a lo que él habría experimentado como trabajador, cónyuge y padre, entonces regocíjese por ese hecho. Alegraos de que también vosotros estáis llamados a una vida de santidad extraordinaria a través de los deberes ordinarios de la vida diaria. Hazlos bien. Hazlos con amor. Y hacedlas por inspiración de san José y de su esposa, la santísima Virgen María, que habrían compartido esta cotidianidad ordinaria. Sabed que lo que hacéis cada día, cuando lo hacéis por amor y servicio a los demás, es para vosotros el camino más seguro hacia la santidad de vida.
Jesús mío, Hijo del carpintero, te doy gracias por el don y la inspiración de tu padre terrenal, San José. Te agradezco por su vida ordinaria vivida con gran amor y responsabilidad. Ayúdame a imitar su vida cumpliendo bien mis deberes diarios de trabajo y servicio. Que reconozca en la vida de San José, un modelo ideal para mi propia santidad de vida. San José Obrero, ruega por nosotros. Jesús, en Ti confío.
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