4 de octubre del 2023: miércoles de la vigésima sexta semana del tiempo ordinario- Memoria de San Francisco de Asís
Testigo de la fe:
San Francisco de Asís
Francisco llevaba una vida ligera y despreocupada a los 25 años, cuando conoció a Cristo, pobre, libre y alegre. Rompió con su rica familia y pronto se encontró inspirando a innumerables seguidores. Su espíritu dio origen a varios institutos de religiosos y religiosas, así como a la Orden Franciscana Seglar. Murió en 1226.
El Maestro nos desafía
profundamente cuando afirma que quien se pone en camino y sigue mirando hacia
atrás, hacia las seguridades que dejó, no sirve para el Reino de Dios. Un
desafío que nos lanza a recorrer el camino que nos aguarda y, así, responder a la
experiencia de Dios y al compromiso al cual nos envía.
Hna. Ana Belén Verísimo García
OP
Era el mes de Nisán del año veinte del rey Artajerjes. Tenía el vino delante, y yo tomé la copa y se la serví. En su presencia no debía tener cara triste.
El rey me preguntó: «¿Qué te pasa, que tienes mala cara? Tú no estás enfermo, sino triste.»
Me llevé un susto, pero contesté al rey: «Viva su majestad eternamente. ¿Cómo no he de estar triste cuando la ciudad donde se hallan enterrados mis padres está en ruinas, y sus puertas consumidas por el fuego?»
El rey me dijo: «¿Qué es lo que pretendes?»
Me encomendé al Dios del cielo y respondí: «Si a su majestad le parece bien, y si está satisfecho de su siervo, déjeme ir a Judá a reconstruir la ciudad donde están enterrados mis padres.»
El rey y la reina, que estaba sentada a su lado, me preguntaron: «¿Cuánto durará tu viaje, y cuándo volverás?»
Al rey le pareció bien la fecha que le indiqué y me dejó ir.
Pero añadí: «Si a su majestad le parece bien, que me den cartas para los gobernadores de Transeufratina, a fin de que me faciliten el viaje hasta Judá. Y una carta dirigida a Asaf, superintendente de los bosques reales para que me suministren tablones para las puertas de la ciudadela de templo, para el muro de la ciudad y para la casa donde me instalaré.»
Gracias a Dios, el rey me lo concedió todo.
Palabra de Dios
R/. Que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti
Junto a los canales de Babilonia
nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras cítaras. R/.
Allí los que nos deportaron
nos invitaban a cantar;
nuestros opresores, a divertirlos:
«Cantadnos un cantar de Sión.» R/.
¡Cómo cantar un cántico del Señor
en tierra extranjera!
Si me olvido de ti, Jerusalén,
que se me paralice la mano derecha. R/.
Que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mis alegrías. R/.
En aquel tiempo, mientras iban de camino Jesús y sus discípulos le dijo uno: «Te seguiré adonde vayas.»
Jesús le respondió: «Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.»
A otro le dijo: «Sígueme.»
Él respondió: «Déjame primero ir a enterrar a mi padre.»
Le contestó: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios.»
Otro le dijo: «Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia.»
Jesús le contestó: «El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios.»
Palabra del Señor
Meditación del Papa Francisco
Jerusalén es la meta final, donde Jesús, en su última Pascua, debe morir y resucitar, y así llevar a cumplimiento su misión de salvación. Desde ese momento, después de esa “firme decisión”, Jesús se dirige a la meta, y también a las personas que encuentra y que le piden seguirle les dice claramente cuáles son las condiciones: no tener una morada estable; saberse desprender de los afectos humanos; no ceder a la nostalgia del pasado.
En este evangelio se nos presenta un Cristo exigente: "quien pone la mano en el arado y mira hacia atrás no es digno de Mí". Son duras las palabras de la elección de Dios, por lo que comprenden, pero al mismo tiempo donan una paz y una felicidad inmensas dentro del alma, porque se sabe que ha sido Dios mismo quien ha llamado. No todos aceptan el llamado con generosidad, sino que al sentir el peso muchos lo dejan.
Dejemos que Dios nos hable en el corazón y si él nos llama digamos con sinceridad y generosidad que queremos seguirle, aún sabiendo las dificultades que allí encontraremos. Pidamos también en una visita o después de la comunión por las vocaciones para que mande obreros fieles a su mies.
Propósito
Diálogo con Cristo
Señor Dios nuestro:
Es un gozo para nosotros celebrar hoy
la fiesta de tu amable y adorable santo,
Francisco de Asís.
Que podamos caminar en nuestra vida, como él,
siendo uno contigo, uno con la naturaleza,
uno con todo lo que es bueno y bondadoso.
Haznos humildes y pacíficos como Francisco.
Así te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Entrega total
Mientras
iban de camino Jesús y sus discípulos le dijo uno: «Te seguiré adonde vayas.»
Jesús le respondió: «Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el
Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.»
Al principio, esta parece ser
una respuesta inusual de nuestro Señor.
Esta persona parecía estar
comprometiéndose a seguir a Jesús dondequiera que Jesús lo guiara. Pero en
lugar de felicitar al posible seguidor, Jesús indica que no hay ningún lugar
para que este hombre lo siga. En cambio, tendría que seguirlo a lo desconocido.
¿Por qué Jesús diría esto? ¿Acaso no quería que el hombre lo siguiera?
Una cosa que nos enseña este pasaje es que Jesús
fue capaz de leer las almas y las intenciones de aquellos con quienes se
encontró. Al parecer, lo que dijo el hombre no fue exactamente su verdadera
intención. Al comentar este pasaje, varios Padres de la Iglesia señalan que el
hombre dijo lo que dijo no por un profundo deseo de seguir a Cristo, sino para
quedar bien ante los ojos de quienes rodeaban a Jesús. Jesús conocía su
verdadera intención y, por lo tanto, le dijo al hombre que si quería seguirlo,
tendría que seguirlo hacia lo desconocido. Luego, Jesús habló a otros dos
acerca de seguirlo, y cada vez los desafió a seguirlo sin reservas.
El llamado a seguir a nuestro
Señor es absoluto. No podemos seguirlo a medias. No podemos seguirlo por
razones egoístas. La elección de seguir a nuestro Señor comienza con Él
llamándonos interiormente. Debemos escuchar su clara voz e invitación. La
invitación que recibiremos será una que nos pida todo. Jesús nunca nos llamará
para darle la mitad de nuestras vidas a Él, o incluso la mayor parte de
nuestras vidas a Él. Su llamada es una que exige todo. Al exigirnos todo,
nuestro Señor realmente nos está dando todo. Solo estamos completos cuando le
damos todo y lo seguimos sin reservas. Este es el punto de partida.
La elección de seguir a Jesús
también se hará en cierto secreto. No es que intentemos ocultar nuestra
elección de seguirlo; más bien, debemos seguirlo con las intenciones correctas.
No lo hacemos porque queremos que otros nos elogien, nos admiren o nos admiren.
No lo hacemos para impulsar nuestro ego espiritual. Lo seguimos porque lo hemos
escuchado llamar y hemos elegido responder a ese llamado de la manera en que
somos llamados. Por lo tanto, cada elección de seguir a Jesús debe comenzar en
el secreto de nuestra vida interior de oración. Una vez que nuestro compromiso
esté firmemente establecido, a menudo será visible para los demás, pero eso
nunca debe ser un factor motivador.
Una vez que estamos firmemente
comprometidos a seguir a Cristo, no debe haber vuelta atrás. Jesús concluye el
Evangelio de hoy diciendo: “ Nadie que ponga una mano en el arado y mire lo que
quedó atrás es apto para el Reino de Dios. ” La elección de seguir a Cristo
requiere una muerte a ciertas cosas en nuestras vidas. A medida que nuestro
viaje avance, habrá tentaciones para volver a nuestras viejas costumbres.
Recordaremos las delicias de los pecados pasados, sentiremos el atractivo de
otros caminos e incluso podríamos experimentar que la demanda de fidelidad
absoluta sea demasiado. Estas experiencias deben ser rechazadas continuamente
como tentaciones y mentiras. Nunca debemos mirar hacia atrás a lo que
renunciamos y siempre debemos esperar lo que nuestro Señor nos está llamando.
Adivinar nuestra elección de seguir a Jesús será una tentación muy real a
veces; por lo tanto, nuestra resolución nunca debe flaque
Reflexiona hoy sobre la
profundidad de tu propia decisión de seguir a Jesús. Primero, considera si has
escuchado o no este llamado radical y absoluto resonar en lo más profundo de tu
alma. Sólo allí, en el secreto de tu vida interior, oirás hablar a Dios. En
segundo lugar, considera tus motivaciones para seguir a Jesús. ¿Lo haces para
quedar bien ante los ojos de los demás? ¿O lo haces por amor a Dios? En tercer
lugar, considera si tu compromiso es total. No basta con entregar la mayor
parte de tu vida a Cristo; Él exige todo. Finalmente, reflexiona también sobre
el hecho de que habrá muchas tentaciones en el camino para regresar a tu
antigua forma de vida pecaminosa. Permite que tu resolución elimine esas
tentaciones y vuelve a comprometerte continuamente con el viaje al que has sido
llamado.
Mi exigente Señor, me has
llamado a un compromiso radical de toda mi vida para seguirte. Escucho tu voz y
elijo decir “ sí ” a tu invitación. Libérame de todos los motivos egoístas de
la vida y dame la resolución que necesito para seguirte a donde sea que
conduzcas. Jesús, confío en ti.
Memoria de San Francisco de Asís
El hijo de un comerciante de sensibilidades excéntricas se vuelve radical
Diácono
italiano que vivió en el siglo XIII. Después de una juventud inquieta y mundana,
se convirtió a una vida religiosa de completa pobreza, fundando la orden
mendicante de los Hermanos Menores, comúnmente llamados franciscanos, que
renovaron el catolicismo de su tiempo. Es conocido también por su trabajo por
la paz y por el amor a la naturaleza.
Infancia
y juventud
San
Francisco nace en Asís, ciudad de la Umbría italiana, en 1181 ó 1182. […]
Siendo niño fue enviado a la escuela canonical de San Jorge, en su Asís natal,
donde aprendió a leer y escribir. […] En la primavera de 1198, cuando Francisco
contaba con 16 años, los ciudadanos de Asís se sacudieron el dominio del poder
imperial, derribando el castillo que domina desde lo alto sobre la ciudad, y dos
años más tarde la ciudad se declaró municipio «comune» libre. […] En 1202 Asís
se enfrentó con la ciudad vecina de Perusa, refugio de la vieja nobleza
asisiense. El ejército popular de Asís fue derrotado, y Francisco, que tomó
parte con él en la guerra, fue hecho prisionero, teniendo que permanecer en la
cárcel aproximadamente un año, hasta que, pagado el rescate, fue liberado. La
prisión minó su salud y tuvo que guardar cama durante una larga temporada. Fue
para él un tiempo de silencio y reflexión.
La
conversión
Poco
a poco, en el silencio contemplativo y a través de diversos gestos, como el
intercambio de vestidos con un pobre para pedir limosna a las puertas de San
Pedro en Roma, fue descubriendo una realidad que aún no había visto o que no se
había atrevido a mirar cara a cara: la del hombre como hermano, que se le daba
a gustar sobre todo en la enfermedad, la marginación y la pobreza, que la nueva
cultura y sociedad urbana, nacidas del enriquecimiento de los comerciantes y
dominadas por el capital, parecían aumentar sin cuento y agudizar la situación
de desamparo de quienes las padecían.
Un
hecho determinante en este proceso de cambio fue su encuentro con los leprosos.
[…] Fue esta experiencia la que él eligió en su testamento para definir su
conversión, y con ella lo comienza: «El Señor me dio a mí, el hermano
Francisco, el comenzar de este modo a hacer penitencia: pues, como estaba en
pecado, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos; pero el Señor
mismo me llevó entre ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y al
separarme de ellos, lo que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del
alma y del cuerpo. Y, después de un poco de tiempo, salí del mundo». Era el año
1205.
A
continuación el santo pasó un período de búsqueda, de algo más de dos años,
viviendo corno eremita, primero, y como penitente, después. […]
Un
día que oraba en la ermita de San Damián sintió en su espíritu que Cristo,
desde la cruz, le llamaba por su nombre y le decía: «Francisco, ¿no ves que mi
casa se derrumba? Anda, pues, y repárala». Y creyendo que lo que se le pedía
era la restauración de la vieja y ruinosa ermita, puso manos a la obra. Y
después de esta ermita vino otra, y luego otra.
En este período de su proceso de búsqueda los biógrafos colocan su renuncia a
los bienes paternos. Demandado ante el obispo de Asís por su padre que,
desencantado y defraudado por la vida de su hijo —tan poco conforme con sus
sueños de rico comerciante—, no podía soportar su vida de mendigo, entre los
leprosos, y que dispusiera con esplendidez de los bienes familiares en favor de
los pobres y las iglesias abandonadas, Francisco renunció públicamente no sólo
a los bienes paternos de que pudiera disponer, sino hasta a sus mismos
vestidos, que se quitó y, desnudo, entregó a su padre.
El
paso decisivo y clarificación definitiva sobre cuál había de ser su camino tuvo
lugar en 1208, cuando, tomando parte en la celebración de la Eucaristía en la
iglesita de Santa María de los Ángeles, la «Porciúncula» —una capilla de
campaña por él restaurada, perteneciente al monasterio benedictino de la
ciudad—, oyó leer el Evangelio del envío de los setenta y dos discípulos a
predicar. «Terminada la misa —escribe el biógrafo Celano—, pidió humildemente
al sacerdote que le explicase el Evangelio... Al oír Francisco que los
discípulos de Cristo no debían poseer ni oro, ni plata, ni dinero; ni llevar
para el camino alforja, ni bolsa, ni pan, ni bastón, ni tener calzado, ni dos
túnicas, sino predicar el reino de Dios y la penitencia, al instante, saltando
de gozo, lleno del Espíritu del Señor, exclamó: "Esto es lo que yo quiero,
esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo de mi corazón anhelo
poner en práctica». Acababa de descubrir lo que el Señor esperaba de él:
reparar su Iglesia mediante el retorno a la pureza del Evangelio, viviendo en
el seguimiento de la pobreza y humildad de nuestro Señor Jesucristo», como
servidor humilde a quien nadie teme, y anunciando a todos el evangelio de la
paz y la fraternidad.
Los
inicios de su fraternidad
No
tardaron en llegarle compañeros. Lo que parecía ser un proyecto de vida en
solitario hubo de abrirse a los que querían compartir su vida. […] En breve
tiempo vio aumentar el número de sus compañeros, con los que dio origen a su
fraternidad. […] Eran un grupo espontáneo, igualitario, informal, en el que los
que llegan parecían tener una única pretensión: vivir el Evangelio como
Francisco, y una única norma: la vida de Francisco.
El
aumento numérico de los hermanos, la vida de cada día, con el relativo
perfilarse de los objetivos comunitarios, hizo que su voluntad de «vivir según
la forma del santo Evangelio» se concretara en algunos principios y normas
elementales, como delimitación y configuración del ideal al interior del grupo,
e instrumento de iniciación para los nuevos llegados. «Escribió entonces para
sí y sus hermanos presentes y futuros -dice Tomás de Celano- con sencillez y
pocas palabras, una forma de vida y regla, sirviéndose sobre todo de textos del
santo Evangelio, cuya perfección solamente deseaba. Añadió, con todo, algunas
pocas cosas más, absolutamente necesarias para poder vivir santamente ("ad
conversationis sanctae usum")».
Con
esta Regla en sus manos, Francisco y sus primeros doce hermanos se presentaron
en Roma, el año 1210, para obtener del papa Inocencio III la aprobación de su
Fraternidad y su forma de vida, una aprobación nada fácil, no sólo por la más
que probable indefinición de la Regla, sino también porque la fisionomía de su
fraternidad se asemejaba demasiado a la de numerosos grupos pauperísticos
heréticos, que estaban dando más de un quebradero de cabeza al papa. […]
Vencidas las lógicas resistencias, Francisco y sus hermanos consiguieron del
papa Inocencio III la aprobación oral de su Regla y fraternidad. Poco después
de su regreso de Roma se establecieron en Santa María de los Ángeles, que se
convierte en la cuna de la Orden de los Hermanos Menores, centro de la vida y
lugar de encuentro de la fraternidad, y gozará siempre de una especial
predilección por parte del santo, que a él pide ser llevado para morir.
En 1212 Francisco recibe en su fraternidad, en Santa María de los Ángeles, a
una joven de 18 años, Clara de Asís, hija de una de las familias nobles que el
santo había contribuido a expulsar de Asís: su inspiración evangélica encontraba
así acogida y expresión propia en el mundo femenino, y una profunda amistad y
complementariedad carismática y espiritual unirá a ambos hasta el fin de sus
días. La llegada de Clara, a la que se le unieron en seguida compañeras, parece
haber obligado a Francisco a perfilar mayormente su proyecto de vida y a
redefinirlo en su aplicación a Clara y sus hermanas, desde los supuestos de la
vida monástico-contemplativa y de la presencia de la mujer en la Iglesia y en
la sociedad del siglo XIII.
La
tradición quiere que también en estas fechas, y en el mismo lugar de Santa
María de los Ángeles, naciera lo que más tarde se había de conocer como tercera
orden franciscana.
Testigo
y profeta del Evangelio de la paz
Apenas
se reunieron en torno a Francisco los primeros hermanos, los envió de dos en
dos a anunciar a los hombres la paz y la penitencia, que fueron siempre, junto
con la invitación a la alabanza de Dios, el objeto privilegiado de la
predicación del santo, que concibe su misión y la de sus hermanos como una gran
campaña por la paz, una cruzada de reconciliación, en una sociedad
especialmente desgarrada, violenta e insolidaria. Él mismo quiso hacerse
presente en el corazón de la violencia y de la guerra como mediador e
instrumento de paz. […] En 1212, o en el año anterior, el santo quiso llegar
hasta Siria llevando el anuncio del Evangelio y dar testimonio de la fe
cristiana, pero el mar le devolvió a Italia. En 1213-1214 el santo vino a
España con el propósito de llegar hasta Marruecos con idéntico fin, pero una
enfermedad le obligó a regresar a Asís.
En
1219 Francisco se embarcaba de nuevo con el propósito de ir entre los
«sarracenos». En el mes de julio estaba en Acre, la capital del reino latino de
Jerusalén, de donde pasó al campamento cruzado en Egipto, y en una tregua
durante el asedio de Damieta, venciendo todo tipo de resistencias, pasó al
campamento sarraceno y se encontró con el sultán Malek-Al-Kamil, por quien fue
favorablemente acogido. Por lo general, los distintos testimonios sobre este
encuentro o lo sitúan en un contexto de cruzada, o lo inscriben en el marco de
la pasión de un hombre que busca el martirio; sin embargo, tras sus
afirmaciones y las incongruencias de su testimonio hay un dato incontestable:
ni los intereses de la cruzada, ni la búsqueda del martirio por parte del santo
dan razón suficiente de los hechos: según dejan entender algunas fuentes,
Francisco quiso parar la guerra y convencer a los jefes del ejército cristiano
para que aceptaran las condiciones de paz del sultán; y si Francisco quiere ser
martirizado —la pasión por el martirio es un signo de los tiempos en la Iglesia
de entonces—, no lo es como cruzado, sino como cristiano: su búsqueda del
martirio como testimonio de la propia fe es de algún modo su objeción de
conciencia, su anticruzada, ante todos aquellos que habían optado por la
intolerancia de una guerra santa en uno y otro bando. […]
El
viaje de Francisco a Oriente y su encuentro con el Sultán, tal vez fue también
determinante para él, para hacerle releer sus deseos de martirio: el martirio
que buscaba entre los sarracenos lo encontraría en el día a día de su vida
entre los hermanos, en la enfermedad, la contradicción e incluso la
marginación, si bien sus biógrafos prefieren colocarlo, por su carácter
excepcional, en la estigmatización del monte Alverna.
«En
medio de una noche cerrada»
En
la primavera o verano de 1220 San Francisco regresó de Oriente, apremiado por
diversos desórdenes que, en su ausencia, surgieron en su orden, particularmente
el multiplicarse de los hermanos que vivían al margen de la obediencia, y los
cambios que los vicarios del santo habían introducido en la vida de la orden y
en su regla asimilándolas a las antiguas órdenes y reglas monásticas. Todo ello
nacía de la necesidad de poner un poco de orden en un grupo que había crecido
vertiginosamente, hasta alcanzar en 1221 en número aproximado de tres mil
hermanos, y de una cierta «anarquía» –fruto del protagonismo concedido por la
regla al discernimiento en la vida de cada hermano, de las relaciones horizontales,
de la prioridad de las «estructuras psicoafectivas» y la propia responsabilidad
e incondicionalidad, sobre las estructuras de tipo organizativo y jurídico—,
como nacía también, y en no menor medida, de la insuficiente asimilación e
identificación con el ideal y proyecto de vida de Francisco, alimentado por la
falta de la institucionalización de un período de formación inicial.
El
santo consiguió del papa Honorio III, que le diera, en la persona del cardenal
Hugolino —el futuro Gregorio IX—, un «cardenal protector y corrector» de su
fraternidad, bajo cuyo aliento e inspiración se llevaron a cabo una serie de
reformas y se anularon los cambios introducidos en ausencia de Francisco. Poco
después Francisco renunciaba al gobierno de su fraternidad, dejándolo en manos
de uno de los compañeros de primera hora, Pedro Catáneo. […]
Poco
a poco se fue abriendo paso en la vida de Francisco una profunda crisis
espiritual. En el fondo de todo había un profundo cuestionamiento sobre el
sentido de su vida y su obra, y sobre su fidelidad. Ahora que los hermanos se
hallaban divididos en la interpretación de su ideal y misión —unos y otros
movidos por un sincero deseo de servir a la causa del Evangelio y a Iglesia,
¿dónde estaba la voluntad de Dios?; al defender su postura, ¿no estaría él
defendiendo su obra y no la de Dios? Y Dios parecía callar. La crisis se hizo
tan aguda, que el santo llegó a dudar de su salvación. Pero Dios le guiaba en
medio de la noche: era ésta la hora de su máxima desapropiación, la hora de la
victoria de la fe confiada.
Muerte
y glorificación
Durante
los tres últimos años de su vida, y no obstante los cuidados que le prodigaron
los que le acompañaban y el esfuerzo de los médicos, la enfermedad –a la que se
le añadieron los dolores de los estigmas—, fue compañera inseparable de San
Francisco.
En
los primeros meses de 1225, antes de emprender viaje a Rieti, donde los
hermanos quisieron que se sometiera a cuidados médicos especializados,
Francisco pasó a San Damián para despedirse de Clara y sus hermanas. Un ataque
de conjuntivitis tracomatosa lo retuvo allí varios meses, encerrado en una
choza, para verse libre de la luz. […] Compuso entonces, en una explosión de
júbilo y entusiasmo, la primera parte de su Cántico de las criaturas.
Poco después, antes de salir de Rieti o a su regreso a Asís, añadió a su
Cántico la estrofa sobre la paz: Loado seas, mi Señor, por los que perdonan por
tu amor, y sufren enfermedad y tribulación. Bienaventurados aquellos que las
sufren en paz, pues por ti, Altísimo, coronados serán.» […]
En
la primavera de 1226, en un nuevo intento por aliviarle el sufrimiento de sus
múltiples enfermedades, le llevaron a Siena a un médico de la corte pontificia.
Las molestias del viaje agravaron su estado, haciendo pensar que su final era
inminente, por lo que Francisco dictó entonces un especie de testamento para
sus hermanos, como memorial de su voluntad y sus intenciones:
«Como
a causa de la debilidad y el dolor de la enfermedad, no me encuentro con
fuerzas para hablar, declaro brevemente mi voluntad a mis hermanos con estas
tres palabras: que, en señal del recuerdo de mi bendición y de mi testamento,
se amen siempre mutuamente; que amen siempre a nuestra señora la santa pobreza
y la observen; y que vivan siempre fieles y sujetos a los prelados y a todos los
clérigos de la santa madre Iglesia.»
Restablecido
un poco, se emprendió el camino de regreso a Asís. Después de una breve
estancia en el palacio del obispo Guido, el santo –que como tal era ya
generalmente considerado por sus conciudadanos–, pidió ser trasladado a Santa
María de los Ángeles. Días más tarde, conocedor de la proximidad de su muerte,
añadió a su Cántico de las criaturas la última estrofa: «Loado seas, mi Señor,
por nuestra hermana la muerte corporal...»; la última estrofa para la última hermana
en abrazar, más hermana si cabe que el resto de las criaturas, pues nunca Dios
Padre estuvo tan cerca.
Pocos
días antes de su muerte dictó su testamento definitivo, el último gesto del
santo por traducir su magisterio espiritual y ejemplar en un texto que pudiera
sobrevivir a su muerte. Y en la serenidad del atardecer del 3 de octubre,
después de abrazar de nuevo a la pobreza haciéndose colocar sobre la desnuda
tierra, y bendecir y exhortar a la fidelidad en su camino evangélico a todos
sus hermanos –que ya eran unos cinco mil, distribuidos por los más diversos
lugares de la vieja Europa y el Norte de África–, se durmió en el Señor. Al día
siguiente tuvo lugar el traslado de su cuerpo a la iglesia de San Jorge, dentro
de los muros de la ciudad, donde fue sepultado. Clara y sus hermanas pudieron
darle su último adiós a su paso por San Damián.
El
16 de julio de 1228, el papa Gregorio IX procedía a la canonización del Santo
en Asís, y con la bula «Mira circa nos», fechada en Perusa el 19 del mismo mes
y año.
Con
la bula Inter sanctos del 13 de noviembre de 1979 el papa Juan Pablo II
declaraba al santo patrono de los ecologistas; y el mismo papa, el 27 de
octubre de 1986 convocaba en Asís, en torno a la figura de San Francisco, a los
líderes de todas las grandes religiones de la tierra, para orar por la paz,
dando con ello origen a la Jornada por la Paz 'en el espíritu de Asís», que
desde entonces se celebra anualmente en la misma fecha.
Julio
Herranz O.F.M.
Texto tomado
de: Martínez Puche, José A. (director),
Colección
Nuevo Año Cristiano de EDIBESA.
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