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16 de mayo del 2025: viernes de la cuarta semana de Pascua


Corazones atribulados

(Juan 14:1-6) Los “corazones” de los discípulos se conmueven ante la noticia de la partida de Jesús. Basta decir que están conmocionados hasta lo más profundo de su ser, de sus convicciones. 

Este desorden tiene derecho a existir en un camino de fe. De hecho, nuestra relación con Cristo, si está viva, no puede ser estática. 

Al igual que los discípulos, escuchemos a Jesús que nos invita a un salto de confianza, animándonos a situar los acontecimientos en la perspectiva de la “morada del Padre” donde cada uno, en su particularidad, puede encontrar la vida.

Emmanuelle Billoteau, ermitaña

 

(Juan 14, 1-6) Cristo es el camino que lleva a Dios. Tanto con su ejemplo como con su enseñanza, nos muestra el camino hacia el Reino de los Cielos. Resucitado, él mismo es el Camino, por su palabra, su pan de vida y su Iglesia.



Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (13,26-33):

EN aquellos días, cuando llegó Pablo a Antioquía de Pisidia, decía en la sinagoga:
«Hermanos, hijos del linaje de Abrahán y todos vosotros los que teméis a Dios: a nosotros se nos ha enviado esta palabra de salvación. En efecto, los habitantes de Jerusalén y sus autoridades no reconocieron a Jesús ni entendieron las palabras de los profetas que se leen los sábados, pero las cumplieron al condenarlo. Y, aunque no encontraron nada que mereciera la muerte, le pidieron a Pilato que lo mandara ejecutar. Y, cuando cumplieron todo lo que estaba escrito de él, lo bajaron del madero y lo enterraron. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Durante muchos días, se apareció a los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén, y ellos son ahora sus testigos ante el pueblo. También nosotros os anunciamos la Buena Noticia de que la promesa que Dios hizo a nuestros padres, nos la ha cumplido a nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús. Así está escrito en el salmo segundo:
“Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy”».

Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 2,6-7.8-9.10-11

R/. Tu eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy

«Yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo».
Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho: «Tú eres mi Hijo:
yo te he engendrado hoy. R/.

Pídemelo:
te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza». R/.

Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando. R/.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (14,1-6):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».
Tomás le dice:
«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Jesús le responde:
«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí».


Palabra del Señor

 

 **********

1

Homilía – Viernes de la IV Semana de Pascua

Lecturas: Hch 13,26-33 / Sal 2 / Jn 14,1-6
Intención: Por el perdón de los pecados, los enfermos, quienes sufren, y en el marco del Año Jubilar.

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

En este tiempo de Pascua, cuando el gozo de la resurrección aún resuena en nuestras asambleas, nos reunimos como comunidad para dejar que la Palabra de Dios nos aliente, nos sane y nos fortalezca. Esta Eucaristía la celebramos pidiendo perdón por nuestros pecados, orando especialmente por los enfermos y por quienes sufren, y también con un espíritu de peregrinación y esperanza, propios de este Año Jubilar al que nos convocó el Papa Francisco de inolvidable memoria, con su estilo tan humano, tan evangélico, tan cercano.

1. “No se turbe su corazón” (Jn 14,1)

Así empieza el Evangelio de hoy. Y, ¡cuánto lo necesitamos! Vivimos en un tiempo en que el corazón se turba fácilmente: por la enfermedad que golpea nuestros hogares, por la violencia que sacude nuestras tierras, por las incertidumbres sociales y personales que se multiplican. Jesús conoce la fragilidad humana. Él mismo lloró ante la tumba de su amigo Lázaro. Él mismo sudó sangre en Getsemaní. Por eso hoy, como buen Pastor, se nos acerca y nos dice con ternura: “No se turbe su corazón”.

Estas palabras no son una evasión del dolor. Son una llamada a la confianza. La fe no elimina el sufrimiento, pero lo transfigura. Nos recuerda que la historia tiene un destino y que la vida no termina en la muerte. En medio del drama de nuestra condición humana, Jesús nos ofrece un ancla firme: Él mismo.

2. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6)

Frente a un mundo donde todo parece relativo, donde muchas voces nos gritan diferentes versiones de la “verdad”, Jesús no ofrece una teoría ni una receta: se ofrece a sí mismo. Él es el Camino que lleva al Padre, la Verdad que da sentido, y la Vida que no se apaga. Caminar con Cristo no es andar sin cruz, pero sí andar con dirección.

En este Año Jubilar, cuyo lema es “Peregrinos de la Esperanza”, esta palabra cobra un nuevo vigor. El Jubileo es un tiempo para detenernos, mirar nuestro rumbo y retomar el camino del Evangelio. Es tiempo de reconciliación, de volver a lo esencial. Es un llamado urgente a pedir perdón por nuestros pecados —personales y comunitarios— y a sanar nuestras heridas en la fuente de la Misericordia.

3. “Les anunciamos que Dios ha cumplido la promesa” (Hch 13,32)

Pablo, en la primera lectura, proclama a Cristo como el cumplimiento de las promesas antiguas. Y hoy, nosotros somos herederos de esa promesa cumplida. La fe cristiana no nace de una leyenda ni de una doctrina abstracta, sino de un hecho: Cristo ha resucitado. Y su resurrección es prenda de nuestra esperanza.

Eso significa que Dios no nos abandona, incluso cuando el cuerpo enferma, cuando la tristeza golpea o cuando el pecado nos ha alejado. Hoy podemos anunciar, como Pablo, con voz firme y corazón convencido, que el amor de Dios no falla. Y por eso oramos con fe por todos los que sufren: por los enfermos en cuerpo o en espíritu, por quienes están en hospitales, por quienes sienten que ya no pueden más, por los ancianos solos, por los que luchan con enfermedades silenciosas, por las víctimas de la violencia, del abandono, de la pobreza. Cristo está cerca de ellos. Cristo sufre en ellos.

Y también, queridos hermanos, nos duele el alma herida por el pecado. Por eso, este tiempo jubilar es también una invitación al sacramento de la Reconciliación, a la confesión sincera que libera, que repara, que nos devuelve la paz. ¡Qué necesario es este don en la vida de la Iglesia! Que no pase este tiempo de gracia sin volver al abrazo del Padre misericordioso.

4. “Te daré en herencia las naciones” (Sal 2)

El salmo que hoy rezamos es un canto a la soberanía de Dios. Nos recuerda que Cristo reina. Aunque el mundo parezca regido por el caos, aunque los poderosos se enfrenten y los inocentes sufran, Dios ha establecido a su Rey, y ese Rey es Jesús. Su trono es la cruz, y su cetro es el amor. A Él le pertenecen las naciones, y a nosotros nos corresponde adorarlo con temor santo, es decir, con reverencia, con entrega, con fidelidad.

Aquí vale la pena preguntarnos: ¿Quién reina en mi vida? ¿A quién entrego mis decisiones, mis sueños, mis heridas? El Jubileo es un tiempo para que Cristo reine verdaderamente en nosotros, en nuestra familia, en nuestra parroquia, en nuestra sociedad.

5. “No se turbe…”: una promesa también para hoy

Volvemos a la frase con la que empezamos, porque es el corazón de esta liturgia. Jesús no promete que no habrá problemas, pero sí promete estar con nosotros en medio de ellos. Nos prepara una morada, sí, pero también nos acompaña ahora, en la enfermedad, en la lucha, en el perdón buscado, en el camino de fe.

Por eso, hermanos, no perdamos la esperanza. No claudiquemos ante el mal. No nos resignemos a ver el mundo sin Dios. No nos dejemos robar la alegría de creer.

Conclusión: una Iglesia que camina con los que sufren

Como Iglesia, estamos llamados a acompañar a los enfermos con ternura, a ser manos de consuelo, a levantar al caído, a visitar al que está solo, a orar por el que no puede venir a misa, a dar testimonio de que la esperanza no defrauda. Que cada comunidad parroquial, en este Jubileo, sea un oasis de misericordia, una casa abierta, un hospital de campaña, como decía el querido Papa Francisco.

Y que la Virgen María, Salud de los Enfermos y Madre de la Esperanza, interceda por todos nosotros, nos ayude a volver al Camino, nos enseñe a abrazar la Verdad y a vivir plenamente la Vida que es Cristo.

Amén.


2

dijo Jesús a sus discípulos:
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí"


Juan 14: 1

 

En el Evangelio de Juan, los capítulos 14 al 17 nos presentan lo que se conoce como los "Discursos de la Última Cena" o los "Discursos finales" de Jesús, también se les llama “la oración sacerdotal”. Estos son una serie de sermones que nuestro Señor dio a los discípulos la noche que fue arrestado. Estos discursos son profundos y están llenos de imágenes simbólicas. Hablan del Espíritu Santo, del Abogado o paráclito (El Espíritu Santo), de la vid y los sarmientos, del odio del mundo, y estos discursos concluyen con la idea del Sumo Sacerdocio de Jesús. Estos  discursos comienzan con el Evangelio de hoy en el que Jesús se dirige al temor venidero, a los corazones atribulados, que Él sabe que sus discípulos tendrán.

 

Comencemos por considerar esta primera línea hablada por Jesús arriba: "No se turbe vuestro corazón". Este es un mandato. Es una orden gentil, pero, no obstante, una orden. Jesús sabía que sus discípulos pronto lo verían arrestado, acusado falsamente, burlado, golpeado y asesinado. Sabía que se sentirían abrumados por lo que pronto experimentarían, por lo que aprovechó esta oportunidad para reprender gentil y amorosamente el miedo que pronto enfrentarían.

 

El miedo puede provenir de muchas fuentes diferentes. Algunos miedos nos ayudan, como el miedo presente en una situación peligrosa. En este caso, ese miedo puede aumentar nuestra conciencia del peligro para que procedamos con precaución. Pero el miedo del que hablaba Jesús aquí era de otro tipo. Era un miedo que podía llevar a decisiones irracionales, confusión e incluso desesperación. Este era el tipo de miedo que nuestro Señor quería reprender gentilmente.

 

¿Qué es lo que te hace temer a veces? Muchas personas luchan contra la ansiedad, la preocupación y el miedo por muchas razones diferentes. Si esto es algo con lo que luchas, es importante permitir que las palabras de Jesús resuenen en tu mente y corazón. La mejor manera de vencer el miedo es reprenderlo desde su origen. Escucha a Jesús decirte: "No se turbe tú corazón". Luego escucha Su segundo mandamiento: “Ten fe en Dios; ten fe también en mí”. La fe en Dios es la cura para el miedo. Cuando tenemos fe, estamos bajo el control de la voz de Dios. Es la verdad de Dios la que nos dirige en lugar de la dificultad que enfrentamos. El miedo puede llevar a un pensamiento irracional, y el pensamiento irracional puede llevarnos a una confusión cada vez más profunda. La fe atraviesa la irracionalidad con la que somos tentados, y las verdades que nos presenta la fe aportan claridad y fuerza.

 

Reflexiona hoy sobre aquello que te causa más ansiedad, preocupación y miedo en tu vida. Permite que Jesús te hable, te llame a la fe y reprenda esos problemas con suavidad, pero con firmeza. Cuando tienes fe en Dios, puedes soportar todas las cosas. Jesús soportó la Cruz. Los discípulos finalmente soportaron sus cruces. Dios también quiere fortalecerte. Deja que Él te hable para que puedas vencer lo que sea más problemático para tu corazón.


 

Mi amado Pastor, Tú lo sabes todo. Conoces mi corazón y las dificultades que enfrento en la vida. Dame el valor que necesito, querido Señor, para enfrentar cada tentación de temer con confianza y confianza en Ti. Trae claridad a mi mente y paz a mi corazón atribulado. Jesús, en Ti confío.

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