Santo del día:
Santa Rita
1381-1457.
Impulsada por un profundo sentido del perdón y una gran paciencia frente al
sufrimiento, esta monja agustina de Casia (Italia) es venerada como la santa
patrona de las causas perdidas y desesperadas.
Sinodalidad
(Hechos 15, 7-21) He aquí a la Iglesia naciente, en los Hechos de los Apóstoles, debatiendo sobre cómo vivir la misión. ¿Es necesario imponer la circuncisión y otras prácticas a los nuevos cristianos venidos del paganismo? La discusión es tensa, las opiniones divergen. Acojamos de este momento eclesial la audacia de la sinodalidad, el valor de superar juntos los muros de separación y de abrirnos a la novedad del Espíritu.
(Juan 15,9-11) Como Hijo de Dios encarnado, Jesucristo obedeció perfectamente al Padre en Su naturaleza humana. El resultado fue que permaneció perfectamente lleno del amor del Padre. Pero eso no es todo. El gozo también se experimenta de una manera “completa” cuando imitamos la perfecta obediencia de Jesús.
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (15,7-21):
EN aquellos días, después de una larga discusión, se levantó Pedro y dijo a los apóstoles y a los presbíteros:
«Hermanos, vosotros sabéis que, desde los primeros días, Dios me escogió entre vosotros para que los gentiles oyeran de mi boca la palabra del Evangelio, y creyeran. Y Dios, que penetra los corazones, ha dado testimonio a favor de ellos dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros. No hizo distinción entre ellos y nosotros, pues ha purificado sus corazones con la fe. ¿Por qué, pues, ahora intentáis tentar a Dios, queriendo poner sobre el cuello de esos discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros padres hemos podido soportar? No; creemos que lo mismo ellos que nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús».
Toda la asamblea hizo silencio para escuchar a Bernabé y Pablo, que les contaron los signos y prodigios que Dios había hecho por medio de ellos entre los gentiles. Cuando terminaron de hablar, Santiago tomó la palabra y dijo:
«Escuchadme, hermanos: Simón ha contado cómo Dios por primera vez se ha dignado escoger para su nombre un pueblo de entre los gentiles. Con esto concuerdan las palabras de los profetas, como está escrito:
“Después de esto volveré
y levantaré de nuevo la choza caída de David;
levantaré sus ruinas y la pondré en pie,
para que los demás hombres busquen al Señor,
y todos los gentiles sobre los que ha sido invocado mi nombre:
lo dice el Señor, el que hace que esto sea conocido desde antiguo”.
Por eso, a mi parecer, no hay que molestar a los gentiles que se convierten a Dios; basta escribirles que se abstengan de la contaminación de los ídolos, de las uniones ilegítimas, de animales estrangulados y de la sangre. Porque desde tiempos antiguos Moisés tiene en cada ciudad quienes lo predican, ya que es leído cada sábado en las sinagogas».
Palabra de Dios
Salmo
Sal 95,1-2a.2b-3.10
R/. Contad las maravillas del Señor
a todas las naciones
Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre. R/.
Proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones. R/.
Decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente». R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (15,9-11):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud».
Palabra del Señor
**********
1
Homilía: La Alegría de Amar y la Valentía de Caminar Juntos
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
En este tiempo de Pascua que aún resplandece con la
luz del Resucitado, las lecturas que hoy nos ofrece la liturgia son una
invitación a mirar con esperanza y valentía el camino que recorremos como
Iglesia. Hoy se entrelazan tres ejes fundamentales que definen nuestra
identidad jubilar: la sinodalidad como estilo de caminar juntos, el
amor como mandato de Cristo, y la evangelización como misión que renueva
el mundo.
1. La Sinodalidad: una Iglesia
que escucha, discierne y se deja guiar por el Espíritu
La primera lectura (Hch 15, 7-21) nos sitúa en el
corazón de un momento crucial de la Iglesia naciente. Ha surgido una crisis:
¿deben los paganos convertidos al cristianismo someterse a la circuncisión y a
las leyes mosaicas? Las tensiones afloran, los puntos de vista son variados.
Pero, en vez de romper la comunión, los apóstoles y ancianos se reúnen,
escuchan, debaten, oran y deciden. Esta es la audacia de la sinodalidad:
no tener miedo al conflicto, no imponer desde arriba, sino discernir en
comunidad, bajo la guía del Espíritu Santo, aquello que favorece el
crecimiento del Evangelio.
¡Cuánto necesita nuestra Iglesia de este estilo
sinodal! En el Año Jubilar, el Papa Francisco de grata recordación, nos llamó a ser peregrinos de la
esperanza, y ello exige que seamos también peregrinos en comunión,
caminando juntos, escuchándonos, superando nuestras diferencias, integrando
culturas, tradiciones y realidades diversas en una sola fe viva. ¿Qué muro nos
está pidiendo hoy el Espíritu que derribemos? ¿Qué novedad estamos llamados a
acoger sin miedo?
2. Permaneced en mi amor: el corazón de nuestra
misión
El Evangelio de san Juan (15, 9-11) nos lleva al
núcleo del mensaje cristiano: el amor. No se trata de un amor sentimental o
pasajero, sino de permanecer en el amor de Cristo, como los sarmientos
en la vid. Un amor que implica comunión, obediencia, fidelidad, entrega. Jesús
nos asegura: “Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su
alegría sea plena”.
El amor es la fuente de la alegría pascual,
y también de la auténtica vocación cristiana. No hay verdadera vocación
–sea al sacerdocio, a la vida consagrada, al matrimonio o al laicado
comprometido– sin esta raíz de amor. Por eso, en este día, oramos con fuerza
por las vocaciones, especialmente aquellas al servicio de la
evangelización. Que surjan corazones dispuestos a amar como Cristo, a
dejarse podar por Él, a ser testigos de su gozo en medio de un mundo herido.
3. Evangelizar: anunciar a todos
que el Señor reina
El salmo 96 (95), con su tono jubiloso, nos llama a
cantar al Señor un cántico nuevo, a proclamar su gloria a los pueblos.
Esta es la esencia de la misión de la Iglesia: no anunciar doctrinas frías ni
imponer costumbres culturales, sino proclamar que el Señor es Rey, que
su Reino es justicia, alegría, perdón, redención.
En este mes de María, queremos mirar a la Virgen
como modelo de discípula misionera, como Madre de la Iglesia sinodal.
Ella también vivió su propio “Concilio”: desde el anuncio del ángel, pasando
por la visita a Isabel, hasta su presencia en Pentecostés, María acogió la
novedad de Dios y supo discernir en la fe, sin imponer, sin resistirse, sin
cerrar puertas. Ella nos enseña a abrirnos a lo inesperado, a confiar en el
Espíritu, a caminar con esperanza.
Conclusión: Un camino que nos desafía y nos llena
de gozo
Queridos hermanos:
El mundo nos desafía. Las culturas se cruzan, las ideas se enfrentan, los
jóvenes buscan sentido y muchos se alejan de la fe. Pero el Espíritu Santo
sigue obrando. Y hoy nos recuerda que la alegría de la Pascua y la fuerza
del amor son más grandes que cualquier sombra.
Que este año jubilar no sea un simple recuerdo, sino
un compromiso vivo: caminar juntos, amarnos más, anunciar mejor. Que el
fruto de esta Eucaristía sea el deseo ardiente de ser una Iglesia más
fraterna, más orante, más abierta a la voz de Dios y a las vocaciones que Él
sigue sembrando en el corazón de su pueblo.
Cantemos al Señor un cántico nuevo, porque Él ha
hecho maravillas. Él reina, y nosotros somos sus testigos. Con María,
caminemos como peregrinos de la esperanza. Amén.
2
El
buen fruto de la obediencia
«Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en
mi amor, como yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su
amor»
(Juan 15,10)
Cuando
Jesús pronunció estas palabras, continuó diciendo: «Les he dicho esto para que
mi alegría esté en ustedes, y su alegría sea plena». Estas dos frases, puestas
una junto a la otra, ofrecen una enseñanza unificada sobre la obediencia santa
a Jesús.
Primero,
Jesús habla de la necesidad de cumplir sus mandamientos. Para algunos, esta
afirmación, si se toma aisladamente, puede parecer una carga, una imposición
dictatorial, opresiva o limitante. Pero ¿es así realmente? La respuesta la
encontramos claramente al seguir leyendo.
Lo
siguiente que enseña Jesús es que el fruto de cumplir sus mandamientos es
“permanecer en su amor”. Además, aclara que no nos está pidiendo algo que Él
mismo no haya hecho: Él fue obediente a la voluntad del Padre, cumpliendo sus
mandamientos a la perfección. Por tanto, debemos escuchar este mandato como una
expresión que brota de su propia decisión libre de vivir en obediencia. Como
Hijo de Dios encarnado, obedeció perfectamente al Padre en su naturaleza
humana. Y el resultado fue que permaneció plenamente colmado del amor del
Padre. Pero aún hay más: también experimentó una alegría “completa” cuando
vivió esa obediencia perfecta.
A
la luz de esta enseñanza del Señor, ¿cómo ves tú la obediencia santa a la
voluntad de Dios? Tomemos, por ejemplo, los Diez Mandamientos. ¿Te cuesta
obedecerlos sin vacilar? ¿Los experimentas como cargas opresivas o como límites
impuestos, en vez de lo que verdaderamente son? Cuando se entienden
correctamente, los Diez Mandamientos —y todo lo que forma parte de la voluntad
de Dios— son exactamente lo que necesitamos y, aún más, lo que verdaderamente
deseamos en lo profundo del corazón. Anhelamos orden interior en vez de caos.
Deseamos integridad en lugar de fragilidad. Buscamos alegría, no tristeza. Y
deseamos la comunión con el amor de Dios antes que la pérdida de su presencia.
El camino hacia esa vida que tanto anhelamos es la obediencia a los mandatos
del Señor en todo.
Reflexiona
hoy sobre cuál es tu reacción interior inmediata frente a la obediencia santa.
Si descubres alguna resistencia a esta enseñanza de Jesús, ese mismo hecho es
señal de que necesitas esta enseñanza más de lo que crees. Trata de ver la
obediencia a la luz de la verdad. Intenta descubrir que, en lo profundo, tu
alma anhela esa obediencia y el orden interior que ella genera. Examina
especialmente aquellas áreas en las que te cuesta obedecer, y comprométete con
firmeza a vivir una obediencia sin reservas a cada uno de los mandamientos del
Señor.
Oración final:
Señor obediente, Tú cumpliste la voluntad de tu Padre celestial a la
perfección. A través de esa obediencia, no solo experimentaste el amor y la
alegría plena del Padre en tu humanidad, sino que nos dejaste también el
ejemplo perfecto de santidad. Ayúdame a ver las áreas de mi vida donde necesito
ser más obediente, para que también yo participe de tu vida santa y del amor
del Padre. Jesús, en ti confío.
3
Obedecer por amor es vivir en la alegría de
Dios
Queridos
hermanos:
Jesús
hoy nos entrega una de sus enseñanzas más luminosas:
«Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor».
Y añade inmediatamente:
«Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes, y su alegría sea
plena» (Jn 15,10-11).
Estas
palabras nos muestran que obedecer
a Dios no es una carga, sino una puerta abierta al amor y a la
alegría verdadera. Jesús no nos impone normas por capricho ni para
controlarnos. Lo que nos ofrece es un camino de plenitud: obedecer como Él
obedeció, amar como Él amó, y así vivir una alegría completa.
1. Obedecer no es someterse, es amar
La
obediencia que Jesús nos pide no es la de un siervo temeroso, sino la de un
hijo que ama. Así como Él obedeció al Padre y permaneció en su amor, nosotros,
si cumplimos sus mandamientos, nos
mantenemos en esa misma corriente de amor. Es una obediencia
libre, generosa, que brota del corazón.
2. La obediencia trae alegría
Puede
parecer contradictorio para el mundo moderno, pero Jesús lo dice claramente: la alegría nace de la obediencia.
No de hacer lo que queremos, sino de hacer lo que Dios quiere. Cuando nuestra
vida está en armonía con la voluntad del Padre, el alma se llena de luz. Esa es
la verdadera felicidad: vivir en paz con Dios y con nosotros mismos.
3. Los mandamientos son una guía, no una
prisión
Los
Diez Mandamientos y todo lo que nos enseña Jesús no son un muro que encierra,
sino una guía que orienta. Nos conducen hacia la libertad interior, el
orden del alma, la integridad, la comunión con Dios. ¿Quién no desea eso en su
vida?
Conclusión: Una invitación a vivir con alegría
santa
Querido
hermano, querida hermana:
Si
hay alguna área de tu vida donde te cuesta obedecer al Señor, hoy es un buen día para mirarla con
sinceridad y entregársela a Dios. Él no viene a aplastarte con
exigencias, sino a elevarte con su amor. La obediencia cristiana no es
renunciar a la libertad, sino descubrir su verdadero sentido: amar, servir y vivir en plenitud.
Que en este Año
Jubilar, bajo el manto maternal de María, quien vivió una
obediencia perfecta al plan de Dios, descubramos
el gozo de seguir al Señor con todo el corazón. Y que muchos
jóvenes escuchen también su llamado y se animen a responder con generosidad,
sabiendo que obedecer al Señor es el camino seguro a la alegría que no pasa.
Jesús, en ti confío. Amén.
22 de mayo: Santa Rita de Casia –
Memoria opcional
1386–1457
Patrona de las víctimas de
abuso, causas imposibles, enfermedades, heridas, paternidad y viudez.
Invocada contra los problemas matrimoniales, peleas y discordias, e
infertilidad.
Canonizada por el Papa
León XIII el 24 de mayo de 1900.
Cita:
"Queridos hermanos y hermanas, la devoción mundial a
Santa Rita está simbolizada por la rosa. Se espera que la vida de quienes la
veneran sea como la rosa recogida en el jardín de Roccaporena en el invierno
antes de la muerte de la santa. Es decir, que sea una vida sostenida por un
amor apasionado al Señor Jesús; una vida capaz de responder al sufrimiento y a
las espinas con el perdón y la entrega total de sí mismo, para difundir por
todas partes el buen olor de Cristo (cf. 2 Cor 2,15) mediante una proclamación
constante del Evangelio."
~ Discurso de San Juan Pablo
II
Reflexión:
Margherita
Lotti, conocida como Rita, nació en un pequeño pueblo cerca de Casia, Italia,
en el seno de una familia de padres de edad avanzada. Tras años de
infertilidad, sus padres vieron en su nacimiento una respuesta directa de Dios.
Desde niña, Rita mostró una fe tan profunda que sus padres le construyeron un
pequeño oratorio en casa para orar. Su deseo era entrar al convento, pero
siguiendo las costumbres de la época, fue entregada en matrimonio a los doce
años.
Rita
es venerada como patrona
de las causas imposibles, en parte debido al matrimonio difícil y doloroso
que soportó con paciencia y amor. Su esposo era conocido por su carácter
violento y cruel, tanto en lo físico como en lo emocional. Sin embargo, durante
los dieciocho años de matrimonio, sus oraciones y su testimonio de virtud
suavizaron poco a poco el corazón de su esposo, quien finalmente se acercó a
Dios.
Tuvieron
dos hijos, posiblemente gemelos, a quienes Rita educó en la fe católica con
devoción maternal. En ese tiempo, eran comunes los conflictos entre familias.
Su esposo, Paolo, pertenecía a la familia Mancini, enemistada con la familia
Chiqui. Rita rezaba a diario por el fin de esa rivalidad. Sus súplicas dieron
fruto: Paolo, ya convertido, intentó reconciliarse con los Chiqui, pero fue
asesinado con engaño.
En
el funeral, Rita perdonó públicamente al asesino de su esposo. Pero su cuñado
Bernardo instigó a sus hijos a vengar la muerte del padre. Ante su negativa a
perdonar, Rita recurrió a la oración. Pidió a Dios que preservara a sus hijos del pecado mortal
del asesinato, incluso si eso significaba llevarlos al cielo
antes. Dios la escuchó, y ambos murieron de disentería en el plazo de un año.
Ya
viuda y sin hijos, Rita pidió entrar al convento. Fue rechazada por haber sido
casada y por el escándalo de la muerte violenta de su esposo. Entonces, se
consagró a buscar la paz definitiva entre su familia y los Chiqui. Oró
fervientemente por la intercesión de sus santos patronos: san Juan Bautista,
san Agustín y san Nicolás de Tolentino. También pidió la ayuda de santa María
Magdalena, patrona del convento que deseaba. Finalmente, la reconciliación
llegó, y Rita fue admitida en el convento de Santa María Magdalena en Casia.
Una antigua tradición piadosa dice que sus tres santos patronos la introdujeron
milagrosamente al convento a través de sus puertas cerradas.
Durante
los cuarenta años de vida
religiosa, Rita vivió en oración profunda, muchas veces durante
toda la noche. Aceptó penitencias severas con alegría y se alimentaba solo una
vez al día, principalmente del Santísimo
Sacramento. Su fama de santidad atrajo a muchos que buscaban su
intercesión. Algunos testimonios atribuyen milagros a sus oraciones.
A
los 60 años, en oración ante el crucifijo, recibió los estigmas en forma de una
herida en la frente,
causada por una espina de la corona de Cristo. Este don místico habría ocurrido
después de escuchar una predicación de san Jaime de la Marca sobre la corona de
espinas. La herida era tan dolorosa y repulsiva que pasó la última década de su
vida en reclusión, incluso de las demás religiosas. Solo una vez salió del
convento: en una peregrinación a Roma. Milagrosamente, la herida sanó antes del
viaje y reapareció al regresar.
Rita
murió de tuberculosis a los 70 años. Su cuerpo fue hallado incorrupto al ser
exhumado, y hoy reposa en un relicario de cristal en la Basílica de Santa Rita
en Casia. Se afirma que a veces su cuerpo se eleva y que un suave perfume inunda el
lugar.
Santa
Rita sufrió profundamente,
pero unió todo ese dolor a los sufrimientos de Cristo. Su deseo de infancia de
ser religiosa se cumplió después de una vida marcada por la violencia, la
pérdida y la renuncia. Vivió la entrega radical, el perdón heroico, la
penitencia amorosa y la obediencia santa.
Invitación final:
Medita
en tus propios sufrimientos. Si alguno se asemeja a los de Santa Rita —en el
matrimonio, la pérdida, la familia, la salud o las heridas del alma—, une ese dolor al de Cristo crucificado
y permite que Él transforme tu cruz en resurrección. Así, como Rita, llevarás
el buen olor de Cristo al mundo.
Oración:
Santa Rita, tú que sufriste tanto a lo largo de tu vida,
abrazando con amor cada herida y uniéndola a la Pasión de tu Salvador,
intercede por mí,
para que yo también sea fortalecido en la caridad,
acepte con amor toda cruz,
y busque la paz en mi corazón y en los que me rodean.
Santa Rita de Casia, ruega
por mí.
Jesús, en Ti confío. Amén.
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